No es un secreto que Pemex es una bomba de tiempo. La caída de
la producción petrolera, el desplome en la refinación de gasolinas y en
la extracción de gas natural escala los niveles de tragedia.
Los ideales de jauja en producción y precios, bajo los que nos vendieron la Reforma Energética, se esfumaron al menos temporalmente.
Y hoy Pemex es el enorme hoyo negro en el que se esconden acuerdos, contratos, asignaciones directas y un nido de corrupción.
Pero mientras todos están distraídos con las pobres cifras de generación de crudo, combustibles y gas, pocos reparan en que su verdadera bomba de tiempo está en su deuda de 185 mil millones de dólares. Es el equivalente a casi el 20 por ciento del PIB de México.
En una posición en extremo frágil, si se considera que esos empréstitos a bancos nacionales y extranjeros, así como a fondos de inversión, se pactaron en su mayoría cuando México vivía la jauja petrolera, con precios del crudo que alcanzaban los 100 dólares por barril y las tasas de interés eran menores al dos o tres por ciento.
Eran los días en que las importaciones de gasolinas se veían como complementarias, porque aquí existía una decente capacidad de refinación, o cuando la extracción de gas era más próspera y no había que importar tanto combustible en dólares.
Por eso se encienden los focos de alerta en la antesala de que llegue a Palacio Nacional el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Porque el punto más sensible, la pieza más frágil, donde se puede romper el hilo más delgado, es en el manejo de esa deuda que se sostiene fincada solo en la confianza que dan quienes en México no solo operan Pemex, sino la Secretaría de Hacienda.
El trato con los acreedores de la deuda de la paraestatal se maneja al día, renovando por horas la confianza en los papeles de deuda de un Pemex que se exhibe cada día más frágil frente a los mercados internacionales.
Sostener esas posiciones pende de la confianza a la palabra que generan aquellos altos financieros de Hacienda y de Pemex, quienes por años han contenido la intranquilidad sobre la estabilidad de la empresa energética.
Son los que conocen a los tenedores de esos papeles de deuda y que tienen el respaldo de su palabra para no salir al mercado a malbaratarlos ante el enésimo reporte de las malas cifras de exploración y producción.
¿Qué sucederá en la transición lopezobradorista si no se gesta dentro del nuevo gabinete morenista un equipo que genere en esos mercados internacionales la confianza prendida hasta ahora con alfileres para continuar apostándole a Pemex?
¿Qué significaría para México, para sus finanzas públicas, y para su economía como un todo, que se intranquilicen quienes tienen en su poder deuda equivalente al 20 por ciento de PIB de la nación?
¿Qué significa para un disruptivo y peleonero Donald Trump el saber que no solo dependemos de los Estados Unidos para mover a nuestro país con sus gasolinas, su diesel y su gas, sino para mantener la estabilidad financiera de la paraestatal mexicana que fuera orgullo mundial?
Alguien del nuevo gobierno tiene que arrastrar el lápiz y darse cuenta de que la posición que heredan es en extremo vulnerable. Y las consecuencias de su buen o mal manejo podrían definir desde el inicio, el destino final del nuevo gobierno.
Los ideales de jauja en producción y precios, bajo los que nos vendieron la Reforma Energética, se esfumaron al menos temporalmente.
Y hoy Pemex es el enorme hoyo negro en el que se esconden acuerdos, contratos, asignaciones directas y un nido de corrupción.
Pero mientras todos están distraídos con las pobres cifras de generación de crudo, combustibles y gas, pocos reparan en que su verdadera bomba de tiempo está en su deuda de 185 mil millones de dólares. Es el equivalente a casi el 20 por ciento del PIB de México.
En una posición en extremo frágil, si se considera que esos empréstitos a bancos nacionales y extranjeros, así como a fondos de inversión, se pactaron en su mayoría cuando México vivía la jauja petrolera, con precios del crudo que alcanzaban los 100 dólares por barril y las tasas de interés eran menores al dos o tres por ciento.
Eran los días en que las importaciones de gasolinas se veían como complementarias, porque aquí existía una decente capacidad de refinación, o cuando la extracción de gas era más próspera y no había que importar tanto combustible en dólares.
Por eso se encienden los focos de alerta en la antesala de que llegue a Palacio Nacional el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Porque el punto más sensible, la pieza más frágil, donde se puede romper el hilo más delgado, es en el manejo de esa deuda que se sostiene fincada solo en la confianza que dan quienes en México no solo operan Pemex, sino la Secretaría de Hacienda.
El trato con los acreedores de la deuda de la paraestatal se maneja al día, renovando por horas la confianza en los papeles de deuda de un Pemex que se exhibe cada día más frágil frente a los mercados internacionales.
Sostener esas posiciones pende de la confianza a la palabra que generan aquellos altos financieros de Hacienda y de Pemex, quienes por años han contenido la intranquilidad sobre la estabilidad de la empresa energética.
Son los que conocen a los tenedores de esos papeles de deuda y que tienen el respaldo de su palabra para no salir al mercado a malbaratarlos ante el enésimo reporte de las malas cifras de exploración y producción.
¿Qué sucederá en la transición lopezobradorista si no se gesta dentro del nuevo gabinete morenista un equipo que genere en esos mercados internacionales la confianza prendida hasta ahora con alfileres para continuar apostándole a Pemex?
¿Qué significaría para México, para sus finanzas públicas, y para su economía como un todo, que se intranquilicen quienes tienen en su poder deuda equivalente al 20 por ciento de PIB de la nación?
¿Qué significa para un disruptivo y peleonero Donald Trump el saber que no solo dependemos de los Estados Unidos para mover a nuestro país con sus gasolinas, su diesel y su gas, sino para mantener la estabilidad financiera de la paraestatal mexicana que fuera orgullo mundial?
Alguien del nuevo gobierno tiene que arrastrar el lápiz y darse cuenta de que la posición que heredan es en extremo vulnerable. Y las consecuencias de su buen o mal manejo podrían definir desde el inicio, el destino final del nuevo gobierno.
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