Irán, Israel y el equilibrio regional
Si
atendiendo a sus ínsitos intereses, una entidad estatal emerge con
aspiraciones de proyección general y lo plasma insistentemente en la
facticidad, palmariamente, se transformará en un contrapeso en la
disputa por el dominio de la competencia interestatal. Generalmente, en
el trasfondo de esa competencia no están los valores de un sistema de
gobierno o las reglas y los hábitos de comportamiento social, sino la
biología pura y la voluntad de una comunidad (minoritaria o mayoritaria)
de registrar en la Historia su capacidad de Poder.
Esa lucha se efectúa en todas las formas
posibles, empleando todos los medios posibles y sin reparar mayormente
en lo legal e ilegal de los actos cometidos y por cometer, porque lo que
importa son los resultados específicos que proporcionen progreso y
preeminencia a sus exponentes.
La yuxtaposición de intereses vitales y de
supervivencia en Medio Oriente impone una dinámica acelerada en la
complejidad de las relaciones de poder que se desarrolla en la región.
Las facciones de poder sionista que respaldan el
liderazgo político del primer ministro, Benjamín Netanyahu, no conciben
un estado de Israel que esté acotado geográfica y geopolíticamente
hablando. Para esas camarillas, la existencia de la entidad estatal
israelí requiere de un acrecentamiento territorial y del ejercicio de
un rol como superior eje regional. Su entorno geopolítico debe
reconstituirse de modo tal que el Proyecto Gran Israel sea una realidad
consecuente con los fundamentos convergentes religiosos, políticos y
económicos que le dotan de su razón de ser. Allí radica el principal
problema de la estabilidad y la seguridad de Israel, es decir, en su
pretensión de ser y estar allí lo que deviene en confrontación constante
con sus competidores, los cuales no están constreñidos por ninguna
razón objetiva (sea ésta de índole religiosa, histórica, geopolítica,
política, etc., etc.) a ceder, mansa y obedientemente, sus propios
proyectos geopolíticos y, sobre todo, su derecho a no ser interferido
por el actor sionista ni por ningún otro polo de poder externo.
Para los estrategas halcones de Israel, la
configuración de un Medio Oriente, caracterizado por la inestabilidad,
el conflicto y el caos, es elemental para debilitar a sus antagonistas,
neutralizar a sus retadores peligrosos y lograr la dominación de su
estructura.
Para los tomadores de decisiones sionistas antes
mencionados, es imperativo operar simultáneamente con diferentes
maniobras, conservando el soporte espacial que posee y expandirse
absorbiendo más territorios, recursos y participando activamente en la
construcción de bloques geoestratégicos que le reditúen beneficios,
tales son los casos de la alianza que teje con Arabia Saudita y otras
petromonarquías y la asociatividad mediterránea con Chipre y Grecia. A
la vez que practican una serie de seducción, presión y conminación
contra lideratos políticos suprarregionales para que no se les ocurra
menguar la cooperación política, militar y económica que tienen para con
Israel.
Irán, con evidente importancia geoestratégica y,
tras haber estado durante décadas contenido por el sionismo y ciertas
facciones rectoras occidentales, se reconstituyó en un centro de
gravitación para reasumir un protagonismo histórico que colisiona
inevitablemente con la mega estrategia de Israel. Teherán ampara a las
entidades que Israel hostiga y ataca y junto a ellas vertebró el
corredor Teherán-Beirut, desafiando la colusión israelí-saudí.
De ahí que prominentes voces israelíes afirman que Irán es su máximo enemigo.
El hegemón israelí está sufriendo la contracción
como agente moral y el debilitamiento como competidor en el sistema
internacional, lo cual le insta a tensionar aún más la situación
regional para sus propios intereses, posiciones y oportunidades.
*Por Diego Pappalardo, publicado originalmente en Rambla Libre
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