El
20 de enero de 2017, Trump tomó posesión como el presidente número 45
de la historia de Estados Unidos. Le despreciaban las élites de
Washington y Hollywood. Pero la America trabajadora, conservadora y
creyente le respaldó. Se sentía olvidada y ninguneada. No por los
banqueros que habían provocado la crisis, sino por los liberales,
cosmopolitas y multiculturales; los políticos y periodistas “corruptos”;
los profesionales urbanos, laicos, feministas… Estilos de vida ajenos u
hostiles a los de los seguidores de Trump.
Las elecciones no
se ganan con tele ni redes, sino con ideología. Lo dice Christian
Fuchs, un académico que analizó 200 decisiones que Donald Trump tomó
para eliminar a los candidatos en su realityThe Apprentice. Concluye que transmite la ideología capitalista en bruto, en su versión neoliberal más feroz.
El paraíso es el Edén del individuo y la propiedad privada. Las
posesiones materiales y el consumo determinan el éxito. El triunfo se
alcanza trabajando duro y con eficacia. Usando a los demás como
instrumentos para el lucro personal. Por eso han de someterse a un
liderazgo vertical, creado y ejercido desde arriba. Trump ganó la Presidencia de EE.UU. porque logró presentarse como el amo que tenía las llaves del paraíso.
Y atrajo el voto de quien soñaba parecerse a él para “hacer América
grande de nuevo”, como rezaba su eslogan electoral. Trump nunca fue uno
de los trabajadores que prometía defender, pero se hizo pasar por su
Jefe. Representa al mejor adaptado en una competición despiadada. Su reality y su discurso político proyectan un mundo polarizado entre ganadores y perdedores.
En The Apprentice el proceso de selección lo organizaba y decidía
Trump. Esto explicaría que “los perdedores” lo votasen. Porque asumían
que dependían de Él.
Además de la parte del electorado
-generalmente anciana- a la que embaucó con el cuento de “hacer América
grande nuevo” hay que contar con el apoyo recibido por parte de sectores juveniles de la población estadounidense. Para ello, criados en el entorno digital, América nunca fue grande y las promesas del “sueño americano” nunca se cumplieron. También se sienten perdedores y engañados por el sistema.
En las cavidades más profundades de Internet,
foros como 4Chan y Reddit, estos jóvenes se regodeaban en sus miserias,
alimentando una espiral de odio hacia las políticas liberales y
multiculturales, así como contra los movimientos feministas,
antiracistas, y por la diversidad sexual. Para ellos, Trump no es el
héroe fantasioso que ve la denominada “clase trabajadora blanca
estadounidense”, si no alguien que dice lo mismo que ellos piensan, con
un discurso políticamente incorrecto. Uno de los suyos, un troll, un perdedor con posibilidades de ganar. Meme clásico de 4Chan con el texto: “Los han troleado mucho, pero, una vez más, no tenían nada que perder”. De Dale Beran.El propio Trump es víctima de su lógica de ganar o perder, todo o nada, “win” o “fail”, como se dice en el argot juvenil.
Es un personaje ridículo, hasta el punto de resultar cómico. Para los
jóvenes que se evaden en Internet de una realidad que les repele, Trump
es la broma final. Votarle es la mejor forma de trolear al sistema que
les ha olvidado. Para Trump, consciente de su vulnerabilidad, se trata de evitar ser una víctima convirtiéndose en verdugo. El
multimillonario aparentó poseer un poder divino. Así obtuvo el respaldo
de los damnificados de la globalización en su dimensión económica y
cultural. Los trabajadores, amenazados por la mano de obra
extranjera veían sus trabajos y salarios amenazados. Los
fundamentalistas cristianos o “blancos” también le dieron el voto.
Sentían su identidad en riesgo. Un Trump todopoderoso prometió salvarles
con proteccionismo económico e integrismo cultural: América, first. El candidato republicano exaltó un nacionalismo hostil a las “minorías”.
Afirmó barbaridades que otros callaban. Los extranjeros sin papeles
quitan trabajo, delinquen y violan. Los refugiados árabes son
terroristas latentes. Las élites corrompidas, que los protegían (porque
no sufrían su amenaza), serían barridas de la faz de EE.UU. El Juicio
final estaba próximo. La política económica de Trump perjudicaba a
sus votantes. Su lascivia y falta de ética contradecían la moral. Pero
Él era juez supremo. Trump dictaba sentencias inapelables. Vetó a determinados medios de comunicación: “The New York Times puede cubrir mis actos; el Washington Post,
no”. O a ciertos periodistas, como cuando expulsó a un reportero de una
rueda de prensa: “Tú, fuera”. El reportero discapacitado tuvo que
abandonar la sala, como un concursante expulsado de un reality. El Juez Trump condenaba y absolvía.
Cuando se sintió dueño del país, intentó dictar las leyes migratorias.
Actuó como Señor de las fronteras y las esencias de EE.UU.: el Edén que
había prometido reconstruir en su mandato. El presidente se
comporta como un iluminado, indiferente al número de fieles que le
acompañan. No cuenta cuántos son, sino los que ve. La aritmética es
desplazada por visiones. El día de su toma de posesión sostuvo que
lo había aclamado la misma multitud que a los presidentes anteriores.
Las tomas aéreas, que desmentían sus cuentas, no le obligaron a
retractarse. Disponía de una cuenta propia, la de Twitter. Y desde allí
proclamó su visión como un dogma. Condenando a los incrédulos y
celebrándolo con sus acólitos.
Arlie Russell Hochschild,
ensayista norteamericano, señala que “Trump se presenta como un juez
divino. Si miras sus fotos en Google imágenes parecen tomadas en el
cielo, encontrarás muchas doradas. Y si miras a su hogar, a lo alto de
la Torre Trump, bien arriba, todo es oro: la sala de estar, el comedor,
incluso el baño. Así se sugiere la idea de que Trump, ofreciendo la
salvación, rescatará a la gente el día del Juicio Final”. Por
razones obvias, Trump no personifica el modelo de cristiano, pero se
apropió de la iconografía. Secularizó y rentabilizó el sentimiento
religioso, como la McTele y las redes hacen con la amistad, el amor o la
solidaridad. El billonario supo anunciar el Juicio Final con un discurso apocalíptico, teñido de referencias evangélicas. Ilustración por Raúl Arias.La
retórica del multimillonario remite a la batalla de Armagedón. El
conflicto que, según algunas iglesias protestantes, desatará el fin del
mundo. Descargará la venganza sobre “los malos”, aplicará duros
correctivos a “los desviados” y santificará a “los buenos”. Las comillas
son las etiquetas que, respectivamente, Trump cuelga a los inmigrantes
sin papeles (delincuentes), los transexuales (extraviados) y la América
Blanca (que presume de supremacía racial y cultural). El maniqueísmo
corresponde a un presidente que usa la televisión como casi única fuente
informativa y del que se sospecha que no ha leído un libro entero en su
vida adulta. Aunque juró su cargo de presidente ante no una, sino dos
Biblias. La política norteamericana descansa sobre una
mitología que es una versión laica de la Biblia. EE.UU. representa la
nación elegida por Dios y su presidente ejerce de sumo pontífice de la
fe en la Democracia y el Progreso. El cuentacuento no es, ni mucho
menos, exclusivo de Trump. Ha sido contado y escenificado por todos
los ocupantes de la Casa Blanca debido a su arraigo social. Dos tercios
de la población estadounidense aguardan la “Segunda Venida” del Mesías. Y
la gran base del partido republicano se compone de evangelistas y
fundamentalistas cristianos. Un tercio de la población estadounidense
cree que Dios creó el mundo hace unos miles de años. ¡Como para pedirle a
Trump evidencias!
Una de las novedades escénicas de Trump fue
jurar su cargo sobre dos Biblias, en vez de usar solo la que había
empleado Lincoln como venía siendo tradición. La Biblia extra se la
había regalado su madre cuando acabó la escuela primaria. El presidente
se juramentaba para defender al mismo tiempo la nación y la familia,
identificando ambas. Instalado en el Olimpo dorado, el dios gringo
irradió líbido e ira, rodeado de la parentela. Una imagen apropiada para
un triunfador de la McTele, que luego fue el trol superlativo en las
redes.
Fuente: http://blogs.publico.es/victor-sampedro/2018/10/26/trump-el-amo-de-la-llave-del-paraiso/
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