La
caravana migrante va. Originada en Honduras, uno de los países más
pobres, más olvidados y más saqueados de Nuestra América, incluye en su
contingente también a salvadoreños, guatemaltecos y, desde su ingreso a
territorio mexicano, a algunos de nuestros connacionales que se les han
unido en Chiapas y que intentarán vencer las barreras fronterizas que
amenaza el gobierno estadounidense con ponerles para impedir su entrada a
la Unión Americana, así como lograron sortear las que el gobierno
mexicano les montó en la frontera con Guatemala.
Con pocas pertenencias, a pie o en algunos tramos en vehículos de carga, unos cientos de hombres, mujeres, niños y adolescentes salieron de San Pedro Sula el 13 de octubre con la voluntad de llegar a la frontera entre México y los Estados Unidos, impulsados, como ellos mismos lo proclaman, por el hambre y la muerte. Esos cientos han ido creciendo hasta ser, según las estimaciones de distintos observadores periodísticos y sociales cinco mil, siete mil o más, con fuerza para derribar las vallas fronterizas, enfrentar a la Policía Federal en Chiapas, y avanzar en el territorio mexicano. Algunos, es cierto, han decidido regresar a su país o se han acogido a los ofrecimientos del gobierno mexicano de otorgarles visas de refugiados si realizan los trámites; pero la columna se ha acrecentado en el trayecto con miles que continúan su marcha hacia el norte a través de Chiapas y esperan atravesar el resto de nuestro territorio.
Honduras es un país de más de nueve millones de habitantes, 69 por ciento de los cuales viven en condiciones de pobreza, dedicados a la agricultura, el comercio o las actividades informales, dada la carencia de industrias y de fuentes de empleo. Presenta Honduras la infernal tasa de homicidios de 43 por cada 100 mil habitantes, por lo que es considerado como uno de los países más violentos del mundo, y en particular San Pedro Sula una tasa de 142 por 100 mil habitantes, lo que la hace la ciudad más violenta del mundo (L. Hernández Navarro, “El nuevo éxodo hondureño”, La Jornada, 23 oct. 2018). El narcotráfico y el pandillerismo han asentado sus reales en esa nación, como en Guatemala y El Salvador. Que los migrantes masivos digan hoy que sus promotores son la muerte y el hambre no es, por ello, ninguna metáfora.
Pero Honduras, con su atraso económico a cuestas, ha vivido en años recientes dos conflictivos procesos políticos, siempre conducidos por la mano invisible —o no tan invisible— del gobierno de los Estados Unidos. El primero, el derrocamiento en 2009 del presidente constitucional Manuel Zelaya por el Ejército y la instalación de un gobernante ilegítimo, con lo que la inteligencia estadounidense inició su combate contra los regímenes progresistas de Nuestra América, que siguieron con el golpe blando contra Fernando Lugo en Paraguay, el cerco económico y político al régimen venezolano, el apoyo a Mauricio Macri en la Argentina, la defenestración parlamentaria con infundios de Dilma Rousseff y el encarcelamiento bajo cargos falsos a Luiz Inacio Lula Da Silva en el Brasil. En este último país, es casi inminente el arribo de un nuevo gobierno fascistoide y semidictatorial (o pseudodemocrático: surgido de las urnas, pero que operará como una dictadura militar).
El segundo episodio fue el fraude electoral y la reelección anticonstitucional del presidente Juan Orlando Hernández a finales de 2017, siempre con apoyo del Departamento de Estado, y cuya imposición costó al país 33 muertes en las protestas callejeras. La caravana es hija, también, del fraude y de un régimen antipopular que reprime con violencia las expresiones de resistencia social u oposición política.
En México, particularmente en Chiapas, trabajan desde hace mucho miles de hondureños y centroamericanos que levantan las cosechas de café y hacen otras faenas agrícolas. Ahora se han estado uniendo también a la caravana y esperan llegar a la frontera norte. Quizá no pocos mexicanos lo hagan también.
El también llamado éxodo centroamericano ocurre en medio del proceso electoral en los Estados Unidos, que en los sondeos se presenta hasta ahora adverso al presidente Trump y a su partido. Mostrar a la columna de migrantes como una amenaza que se dirige a las puertas del imperio, y en la que van delincuentes, terroristas, narcotraficantes y hasta islámicos es, desde luego un recurso electoral para los republicanos que podrían perder la Cámara de Representantes y su mayoría en la de Senadores ante el Partido Demócrata en las elecciones del próximo 6 de noviembre. Pero son argumentos desatinados y no probados, al igual que culpar a los legisladores demócratas de promover la migración masiva o de ser demasiado permisivos por no aprobar leyes más duras contra los migrantes. Si el partido en la Presidencia pierde su mayoría en las cámaras será sólo por los errores y desatinos del presidente mismo y el incumplimiento de muchos de sus compromisos de campaña.
Pero la coyuntura comicial estadounidense no alcanza a explicar la movilización de los parias centroamericanos hacia el norte. El mismo Trump, antes que realizar una demostración de fuerza en su propia frontera sur —que le sería más conveniente para efectos electorales—, ha presionado a los gobiernos de Honduras, Guatemala y México para que sean éstos los que atajen a los migrantes. Para eso envió a México a Mike Pompeo, su secretario de Estado, a entrevistarse con el presidente Peña, el canciller Videgaray y el futuro secretario de Relaciones Exteriores Marcelo Ebrard. Por eso, en un acto de indigno sometimiento al imperio, el gobierno mexicano envió a la Policía Federal a la frontera con Guatemala. Y por eso el mismo Donald Trump no pudo contener su ira al amenazar en sus acostumbrados tuits al gobierno hondureño y al guatemalteco con retirarles apoyos económicos. Es el emperador disciplinando a sus vasallos.
La diferencia entre la migración tradicional, realizada individualmente o en pequeños grupos —para protegerse, cuando es posible, de los ataques de la delincuencia organizada en el territorio mexicano— y la caravana masiva de San Pedro Sula da cuenta de hechos importantes. Es un grito de hastío con la miseria y la violencia que el Imperio mismo ha propiciado con el saqueo y con su imparable consumo de estupefacientes, y de defensa del derecho a buscar la felicidad, plasmado en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos por los Padres Fundadores de esa nación. Como las potencias coloniales, el imperio estadounidense no quiere hacerse cargo de las consecuencias antisociales de su dominación sobre otros pueblos. Son éstas las que ahora se le revierten.
En su búsqueda de la felicidad los hondureños y centroamericanos han decidido salir a la luz pública y expresarse como un movimiento social. Cito al sociólogo marxista alemán Claus Offe, quien caracteriza a los nuevos movimientos sociales por tres de sus rasgos más notables: “a) el aumento de ideologías y de actitudes ‘participativas’ que llevan a la gente a servirse cada vez más del repertorio de los derechos democráticos existentes. b) El uso creciente de formas no institucionales o no convencionales de participación política, tales como protestas, manifestaciones huelgas salvajes. Y c) las exigencias políticas y los conflictos políticos relacionados con cuestiones que se solían considerar temas morales (el aborto) o temas económicos (p. ej. la humanización del trabajo) más que estrictamente políticos”.
Como todos los movimientos sociales auténticos, el éxodo centroamericano busca visibilizar una situación de injusticia, anteponer derechos frente a ésta y ganar adeptos y simpatías en el medio social. Ése es su desafío a las estructuras jurídicas y de opresión prevalecientes. La fuerza moral y la numérica son también sus argumentos. Por eso polarizan a los factores formales e informales de poder y a la parte de la opinión pública que se pliega a éstos. La aplicación de leyes hechas para mantener las estructuras dominantes y de dominación, y la despolitización de los conflictos económicos son los recursos que en nuestros tiempos utilizan los poderes reales para frenar la insurgencia de los sectores más damnificados por el capital ultraliberal. El racismo, la xenofobia y la aporofobia, o terror y rechazo a los pobres, son sus expresiones ideológicas.
La única posición digna y social ante el parafascismo de Donald Trump y sus semejantes, así como ante la sumisión del gobierno de Enrique Peña Nieto es la defensa de los derechos humanos, el apoyo ético y material a los desvalidos y la lucha por un cambio moral de la sociedad que progresivamente vaya abriendo espacios desde abajo a la inclusión y a la vida, no a la opresión y a la muerte.
Eduardo Nava Hernández. Politólogo – UMSNH
Fuente: http://www.cambiodemichoacan. com.mx/columna-nc48047
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Con pocas pertenencias, a pie o en algunos tramos en vehículos de carga, unos cientos de hombres, mujeres, niños y adolescentes salieron de San Pedro Sula el 13 de octubre con la voluntad de llegar a la frontera entre México y los Estados Unidos, impulsados, como ellos mismos lo proclaman, por el hambre y la muerte. Esos cientos han ido creciendo hasta ser, según las estimaciones de distintos observadores periodísticos y sociales cinco mil, siete mil o más, con fuerza para derribar las vallas fronterizas, enfrentar a la Policía Federal en Chiapas, y avanzar en el territorio mexicano. Algunos, es cierto, han decidido regresar a su país o se han acogido a los ofrecimientos del gobierno mexicano de otorgarles visas de refugiados si realizan los trámites; pero la columna se ha acrecentado en el trayecto con miles que continúan su marcha hacia el norte a través de Chiapas y esperan atravesar el resto de nuestro territorio.
Honduras es un país de más de nueve millones de habitantes, 69 por ciento de los cuales viven en condiciones de pobreza, dedicados a la agricultura, el comercio o las actividades informales, dada la carencia de industrias y de fuentes de empleo. Presenta Honduras la infernal tasa de homicidios de 43 por cada 100 mil habitantes, por lo que es considerado como uno de los países más violentos del mundo, y en particular San Pedro Sula una tasa de 142 por 100 mil habitantes, lo que la hace la ciudad más violenta del mundo (L. Hernández Navarro, “El nuevo éxodo hondureño”, La Jornada, 23 oct. 2018). El narcotráfico y el pandillerismo han asentado sus reales en esa nación, como en Guatemala y El Salvador. Que los migrantes masivos digan hoy que sus promotores son la muerte y el hambre no es, por ello, ninguna metáfora.
Pero Honduras, con su atraso económico a cuestas, ha vivido en años recientes dos conflictivos procesos políticos, siempre conducidos por la mano invisible —o no tan invisible— del gobierno de los Estados Unidos. El primero, el derrocamiento en 2009 del presidente constitucional Manuel Zelaya por el Ejército y la instalación de un gobernante ilegítimo, con lo que la inteligencia estadounidense inició su combate contra los regímenes progresistas de Nuestra América, que siguieron con el golpe blando contra Fernando Lugo en Paraguay, el cerco económico y político al régimen venezolano, el apoyo a Mauricio Macri en la Argentina, la defenestración parlamentaria con infundios de Dilma Rousseff y el encarcelamiento bajo cargos falsos a Luiz Inacio Lula Da Silva en el Brasil. En este último país, es casi inminente el arribo de un nuevo gobierno fascistoide y semidictatorial (o pseudodemocrático: surgido de las urnas, pero que operará como una dictadura militar).
El segundo episodio fue el fraude electoral y la reelección anticonstitucional del presidente Juan Orlando Hernández a finales de 2017, siempre con apoyo del Departamento de Estado, y cuya imposición costó al país 33 muertes en las protestas callejeras. La caravana es hija, también, del fraude y de un régimen antipopular que reprime con violencia las expresiones de resistencia social u oposición política.
En México, particularmente en Chiapas, trabajan desde hace mucho miles de hondureños y centroamericanos que levantan las cosechas de café y hacen otras faenas agrícolas. Ahora se han estado uniendo también a la caravana y esperan llegar a la frontera norte. Quizá no pocos mexicanos lo hagan también.
El también llamado éxodo centroamericano ocurre en medio del proceso electoral en los Estados Unidos, que en los sondeos se presenta hasta ahora adverso al presidente Trump y a su partido. Mostrar a la columna de migrantes como una amenaza que se dirige a las puertas del imperio, y en la que van delincuentes, terroristas, narcotraficantes y hasta islámicos es, desde luego un recurso electoral para los republicanos que podrían perder la Cámara de Representantes y su mayoría en la de Senadores ante el Partido Demócrata en las elecciones del próximo 6 de noviembre. Pero son argumentos desatinados y no probados, al igual que culpar a los legisladores demócratas de promover la migración masiva o de ser demasiado permisivos por no aprobar leyes más duras contra los migrantes. Si el partido en la Presidencia pierde su mayoría en las cámaras será sólo por los errores y desatinos del presidente mismo y el incumplimiento de muchos de sus compromisos de campaña.
Pero la coyuntura comicial estadounidense no alcanza a explicar la movilización de los parias centroamericanos hacia el norte. El mismo Trump, antes que realizar una demostración de fuerza en su propia frontera sur —que le sería más conveniente para efectos electorales—, ha presionado a los gobiernos de Honduras, Guatemala y México para que sean éstos los que atajen a los migrantes. Para eso envió a México a Mike Pompeo, su secretario de Estado, a entrevistarse con el presidente Peña, el canciller Videgaray y el futuro secretario de Relaciones Exteriores Marcelo Ebrard. Por eso, en un acto de indigno sometimiento al imperio, el gobierno mexicano envió a la Policía Federal a la frontera con Guatemala. Y por eso el mismo Donald Trump no pudo contener su ira al amenazar en sus acostumbrados tuits al gobierno hondureño y al guatemalteco con retirarles apoyos económicos. Es el emperador disciplinando a sus vasallos.
La diferencia entre la migración tradicional, realizada individualmente o en pequeños grupos —para protegerse, cuando es posible, de los ataques de la delincuencia organizada en el territorio mexicano— y la caravana masiva de San Pedro Sula da cuenta de hechos importantes. Es un grito de hastío con la miseria y la violencia que el Imperio mismo ha propiciado con el saqueo y con su imparable consumo de estupefacientes, y de defensa del derecho a buscar la felicidad, plasmado en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos por los Padres Fundadores de esa nación. Como las potencias coloniales, el imperio estadounidense no quiere hacerse cargo de las consecuencias antisociales de su dominación sobre otros pueblos. Son éstas las que ahora se le revierten.
En su búsqueda de la felicidad los hondureños y centroamericanos han decidido salir a la luz pública y expresarse como un movimiento social. Cito al sociólogo marxista alemán Claus Offe, quien caracteriza a los nuevos movimientos sociales por tres de sus rasgos más notables: “a) el aumento de ideologías y de actitudes ‘participativas’ que llevan a la gente a servirse cada vez más del repertorio de los derechos democráticos existentes. b) El uso creciente de formas no institucionales o no convencionales de participación política, tales como protestas, manifestaciones huelgas salvajes. Y c) las exigencias políticas y los conflictos políticos relacionados con cuestiones que se solían considerar temas morales (el aborto) o temas económicos (p. ej. la humanización del trabajo) más que estrictamente políticos”.
Como todos los movimientos sociales auténticos, el éxodo centroamericano busca visibilizar una situación de injusticia, anteponer derechos frente a ésta y ganar adeptos y simpatías en el medio social. Ése es su desafío a las estructuras jurídicas y de opresión prevalecientes. La fuerza moral y la numérica son también sus argumentos. Por eso polarizan a los factores formales e informales de poder y a la parte de la opinión pública que se pliega a éstos. La aplicación de leyes hechas para mantener las estructuras dominantes y de dominación, y la despolitización de los conflictos económicos son los recursos que en nuestros tiempos utilizan los poderes reales para frenar la insurgencia de los sectores más damnificados por el capital ultraliberal. El racismo, la xenofobia y la aporofobia, o terror y rechazo a los pobres, son sus expresiones ideológicas.
La única posición digna y social ante el parafascismo de Donald Trump y sus semejantes, así como ante la sumisión del gobierno de Enrique Peña Nieto es la defensa de los derechos humanos, el apoyo ético y material a los desvalidos y la lucha por un cambio moral de la sociedad que progresivamente vaya abriendo espacios desde abajo a la inclusión y a la vida, no a la opresión y a la muerte.
Eduardo Nava Hernández. Politólogo – UMSNH
Fuente: http://www.cambiodemichoacan.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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