Ya
se sabía que López Obrador es incansable. Y también era conocida su
enorme inteligencia política. Y lo mismo puede afirmarse de su
proverbial honestidad, de su patriotismo y de sus evidentes y probadas
convicciones antineoliberales. Estas características personales son
garantía de una gestión gubernativa honesta, nacionalista y popular.
Pero fuera del ámbito estrictamente personal, López Obrador cuenta con otros atributos de índole material que contribuirán al éxito de su gobierno. Para empezar cuenta con el inmenso poder inherente a la institución presidencial. Y tiene también en su favor el poder, nada despreciable, de la Cámara de Diputados y del Senado de la República.
Cuenta igualmente con la fuerza política que da el gobierno de la Ciudad de México y de otras entidades de la república. Y tiene en su haber un partido mayoritario y curtido en la lucha. Pero el más importante y poderoso de sus recursos se encuentra en la permanente movilización popular.
Esta permanente movilización popular es independiente del gobierno y del partido. Es una enorme fuerza política. Una fuerza monumental que se llama obradorismo y que, fiel al líder, es y será el mayor obstáculo para la regresión a la que aspiran y por la cual trabajan las fuerzas de la derecha.
El gobierno federal, el de la Ciudad de México, la mayoría legislativa y los gobiernos estatales morenistas no son a perpetuidad. Pueden perderse en futuras contiendas. Sobre todo cuando ese es el propósito esencial del antiguo régimen y su gran poder mediático y financiero.
Y por lo que toca al partido, hay que reconocer que Morena no es perfecto ni monolítico. Que en un descuido puede pasarle lo que le aconteció al PAN (Partido Acción Nacional), que fue cooptado por el priismo. O lo que pasó con el PRD (Partido de la Revolución Democrática) que fue cooptado por el panpriismo y la derecha empresarial.
Porque cooptar a unos líderes con vocación de venalidad no es tarea difícil. Pero sí es muy difícil y hasta imposible comprar a millones de personas corvencidas de la justeza de su causa y, sobre todo, permanentemente movilizadas en defensa de esa misma causa.
Gobierno, partido y movimiento son, podría decirse, la tercia ganadora. Pero, con todo y su gran importancia, gobierno y partido son frágiles, lo que no ocurre con un movimiento de masas. Y menos si éste es bien orientado por un líder, como López Obrador, con incuestionable capacidad política y gigantesca autoridad moral.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Pero fuera del ámbito estrictamente personal, López Obrador cuenta con otros atributos de índole material que contribuirán al éxito de su gobierno. Para empezar cuenta con el inmenso poder inherente a la institución presidencial. Y tiene también en su favor el poder, nada despreciable, de la Cámara de Diputados y del Senado de la República.
Cuenta igualmente con la fuerza política que da el gobierno de la Ciudad de México y de otras entidades de la república. Y tiene en su haber un partido mayoritario y curtido en la lucha. Pero el más importante y poderoso de sus recursos se encuentra en la permanente movilización popular.
Esta permanente movilización popular es independiente del gobierno y del partido. Es una enorme fuerza política. Una fuerza monumental que se llama obradorismo y que, fiel al líder, es y será el mayor obstáculo para la regresión a la que aspiran y por la cual trabajan las fuerzas de la derecha.
El gobierno federal, el de la Ciudad de México, la mayoría legislativa y los gobiernos estatales morenistas no son a perpetuidad. Pueden perderse en futuras contiendas. Sobre todo cuando ese es el propósito esencial del antiguo régimen y su gran poder mediático y financiero.
Y por lo que toca al partido, hay que reconocer que Morena no es perfecto ni monolítico. Que en un descuido puede pasarle lo que le aconteció al PAN (Partido Acción Nacional), que fue cooptado por el priismo. O lo que pasó con el PRD (Partido de la Revolución Democrática) que fue cooptado por el panpriismo y la derecha empresarial.
Porque cooptar a unos líderes con vocación de venalidad no es tarea difícil. Pero sí es muy difícil y hasta imposible comprar a millones de personas corvencidas de la justeza de su causa y, sobre todo, permanentemente movilizadas en defensa de esa misma causa.
Gobierno, partido y movimiento son, podría decirse, la tercia ganadora. Pero, con todo y su gran importancia, gobierno y partido son frágiles, lo que no ocurre con un movimiento de masas. Y menos si éste es bien orientado por un líder, como López Obrador, con incuestionable capacidad política y gigantesca autoridad moral.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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