En
México estamos recién conquistando cosas elementales que en otros
países son tan naturales como el acto de respirar. Por ejemplo,
consideramos que quien no roba es virtuoso cuando eso en otros países es
normal y la excepción rara, el robo. Recuerdo aún un gran título de
primera página en un diario suizo, en 1952, sobre el robo de una
bicicleta y las suposiciones de que semejante delito sólo podía haber
sido cometido por un extranjero…
Tratamos aún, con esfuerzos enormes, de suprimir casos aberrantes como el tener que protegernos de la policía o que el ejército esté dedicado a tareas policiales, se contamine con el narcotráfico y se convierta en ejecutor de la política migratoria de Washington y en ocupante del territorio nacional.
Estamos recién tratando de tener una justicia digna de ese nombre, una educación pública nacional gratuita y de calidad para todos y en todos los idiomas de las minorías indígenas, el derecho al trabajo (sí, a ser explotados pero poder comer), la seguridad y la igualdad para las mujeres, la sanidad pública para todos, viviendas habitables y dignas, los derechos de los pueblos indígenas, que son la colonia interna del capitalismo mexicano.
Bregamos todavía por asegurar derechos para la niñez, una explotación racional y renovable de los recursos, una reestructuración del territorio dándole prioridad a sus habitantes pobres y trabajadores y la misma independencia nacional porque no es independiente un país que debe pagar anualmente 800 000 millones de pesos en servicio de la deuda y que depende de las remesas de sus trabajadores y debe importar sus alimentos y su combustible de prácticamente un solo vendedor que, además, es su principal proveedor de tecnología, ideología y de todo tipo de abastecimiento médico, alimentario, industrial y cultural.
Estamos ante la tarea inmensa de modernizar a México y de conseguir en el país la vigencia de la democracia, la cual es totalmente incompatible con la miseria material y cultural del 80 por ciento de los habitantes y con el grado altísimo de desigualdad social, represión, muertes violentas.
Hemos dado un importante paso adelante pero no cambió el poder, que sigue en las mismas manos, las de las transnacionales, los bancos, la gran industria nacional y extranjera.
El éxito electoral se debió a una lucha de masas no electoralista que fue canalizada por un movimiento-partido nuevo inventado para las elecciones pero que, en múltiples aspectos, recogió el eco de las exigencias populares. El miedo a la protesta popular en caso de fraude llevó a una parte de los capitalistas a aceptar la victoria electoral de AMLO obtenida gracias a la continua lucha obrera, campesina, indígena, estudiantil y popular para defenderse de ataques del capital o lograr reivindicaciones.
Estamos así ante un cambio de bloque gobernante siempre dentro de la clase capitalista, y ante un gobierno con una amplia base popular, con dirigentes y cuadros plebeyos mechados en el entorno presidencial con agentes probados del gran capital que impulsan proyectos nefastos. En frente y en contra está el bloque de siempre, antipopular y antinacional, apoyado por Washington y servido por los achichincles de éste y por todo el aparato de dominación (Iglesias, medios de comunicación empresariales, televisiones y radios y mandos de las fuerzas represivas).
En el frente popular hay una fractura ideológica y las ideas y los símbolos de los gobernantes no son los de los trabajadores. Aquéllos quieren un cambio pero dentro del mismo sistema y respetando las reglas de éste. Por eso eligen como modelo a Benito Juárez que, aunque tuvo enormes méritos, se reeligió cuatro veces, enriqueció más a los muy ricos, fomentó la creación de inmensos latifundios a costa de las comunidades y pueblos y se apoyó en Estados Unidos. O a Madero, el gran empresario que mandó al ejército contra el pueblo de Morelos y quiso sobornar a Zapata dándole una hacienda. El pueblo mexicano, por el contrario, se inspira en Zapata y en Pancho Villa y pone por sobre la propiedad privada las necesidades materiales, culturales y políticas de los oprimidos. El peligro es constante. No me voy a cansar nunca de repetir que en el entorno de AMLO hay muchos Huerta potenciales.
Clemenceau, el vencedor de la primera guerra mundial, decía que la guerra era demasiado seria como para dejársela a los militares. La política es también demasiado seria y quienes votaron MORENA no pueden dejarla en manos de políticos con otros valores e intereses aunque éstos otorguen, lo cual les honra, algunas reivindicaciones democráticas (liberación de los presos sociales, anulación de los procesos contra los luchadores, comisión para investigar el crimen en Ayotzinapa, fin de la ley de educación, entre otras).
En el mundo actual, enfrentado a la posibilidad de una catástrofe ambiental o de una guerra, si se quiere la democracia hay que luchar por una alternativa al capitalismo, que trae desocupación, migraciones, hambrunas, destrucción ambiental, represión, opresión y guerra.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Tratamos aún, con esfuerzos enormes, de suprimir casos aberrantes como el tener que protegernos de la policía o que el ejército esté dedicado a tareas policiales, se contamine con el narcotráfico y se convierta en ejecutor de la política migratoria de Washington y en ocupante del territorio nacional.
Estamos recién tratando de tener una justicia digna de ese nombre, una educación pública nacional gratuita y de calidad para todos y en todos los idiomas de las minorías indígenas, el derecho al trabajo (sí, a ser explotados pero poder comer), la seguridad y la igualdad para las mujeres, la sanidad pública para todos, viviendas habitables y dignas, los derechos de los pueblos indígenas, que son la colonia interna del capitalismo mexicano.
Bregamos todavía por asegurar derechos para la niñez, una explotación racional y renovable de los recursos, una reestructuración del territorio dándole prioridad a sus habitantes pobres y trabajadores y la misma independencia nacional porque no es independiente un país que debe pagar anualmente 800 000 millones de pesos en servicio de la deuda y que depende de las remesas de sus trabajadores y debe importar sus alimentos y su combustible de prácticamente un solo vendedor que, además, es su principal proveedor de tecnología, ideología y de todo tipo de abastecimiento médico, alimentario, industrial y cultural.
Estamos ante la tarea inmensa de modernizar a México y de conseguir en el país la vigencia de la democracia, la cual es totalmente incompatible con la miseria material y cultural del 80 por ciento de los habitantes y con el grado altísimo de desigualdad social, represión, muertes violentas.
Hemos dado un importante paso adelante pero no cambió el poder, que sigue en las mismas manos, las de las transnacionales, los bancos, la gran industria nacional y extranjera.
El éxito electoral se debió a una lucha de masas no electoralista que fue canalizada por un movimiento-partido nuevo inventado para las elecciones pero que, en múltiples aspectos, recogió el eco de las exigencias populares. El miedo a la protesta popular en caso de fraude llevó a una parte de los capitalistas a aceptar la victoria electoral de AMLO obtenida gracias a la continua lucha obrera, campesina, indígena, estudiantil y popular para defenderse de ataques del capital o lograr reivindicaciones.
Estamos así ante un cambio de bloque gobernante siempre dentro de la clase capitalista, y ante un gobierno con una amplia base popular, con dirigentes y cuadros plebeyos mechados en el entorno presidencial con agentes probados del gran capital que impulsan proyectos nefastos. En frente y en contra está el bloque de siempre, antipopular y antinacional, apoyado por Washington y servido por los achichincles de éste y por todo el aparato de dominación (Iglesias, medios de comunicación empresariales, televisiones y radios y mandos de las fuerzas represivas).
En el frente popular hay una fractura ideológica y las ideas y los símbolos de los gobernantes no son los de los trabajadores. Aquéllos quieren un cambio pero dentro del mismo sistema y respetando las reglas de éste. Por eso eligen como modelo a Benito Juárez que, aunque tuvo enormes méritos, se reeligió cuatro veces, enriqueció más a los muy ricos, fomentó la creación de inmensos latifundios a costa de las comunidades y pueblos y se apoyó en Estados Unidos. O a Madero, el gran empresario que mandó al ejército contra el pueblo de Morelos y quiso sobornar a Zapata dándole una hacienda. El pueblo mexicano, por el contrario, se inspira en Zapata y en Pancho Villa y pone por sobre la propiedad privada las necesidades materiales, culturales y políticas de los oprimidos. El peligro es constante. No me voy a cansar nunca de repetir que en el entorno de AMLO hay muchos Huerta potenciales.
Clemenceau, el vencedor de la primera guerra mundial, decía que la guerra era demasiado seria como para dejársela a los militares. La política es también demasiado seria y quienes votaron MORENA no pueden dejarla en manos de políticos con otros valores e intereses aunque éstos otorguen, lo cual les honra, algunas reivindicaciones democráticas (liberación de los presos sociales, anulación de los procesos contra los luchadores, comisión para investigar el crimen en Ayotzinapa, fin de la ley de educación, entre otras).
En el mundo actual, enfrentado a la posibilidad de una catástrofe ambiental o de una guerra, si se quiere la democracia hay que luchar por una alternativa al capitalismo, que trae desocupación, migraciones, hambrunas, destrucción ambiental, represión, opresión y guerra.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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