miércoles, 6 de marzo de 2019

Trump: Engendro de un imperialismo decadente


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Trump: Engendro de un imperialismo decadente


“Trump no actúa simplemente por el mandato de su mente forjada en la supremacía blanca, en la prepotencia del ricachón, en la desfachatez del negociante inescrupuloso, en el mundo del espectáculo y la vorágine de la especulación inmobiliaria.”

En medio del descarado plan desestabilizador de la Venezuela bolivariana, amenaza de invasión militar incluida, escuchamos a mucho decir que un “loco gobierna los EEUU poniendo al mundo al borde de una guerra destructiva”.
Si de verdad se tratara de un loco, habría que hablar de un paquete de locos y locas, porque no es secreto que la política exterior de esa superpotencia la decide una instancia de poder integrada por muchas entidades y personas de alto nivel.
Pero además, no se trata de iniciativas de un loco, ni de dos, ni tres, ni de cuatro…Se trata de engendros creados al interior de un sistema imperialista cuya decadencia y descomposición lo torna cada vez más conservador, voraz y violento.
La perdida de hegemonía y la carencia en su territorio de recursos imprescindibles para prolongar la existencia de un modelo de consumo ultra-derrochador y dispendioso, en el contexto de las nuevas olas tecnológicas, lo desespera tanto como las múltiples repercusiones de los procesos de expoliación y saqueo de sus dependencias colonizadas y re-colonizadas, incluida la avalancha migratoria.
* TRUMP NO ES UNA ESCEPCIÓN.
El fenómeno no es exclusivo del poder y el sistema político estadounidense, sino que tiene expresiones en todo el mundo y en sus diferentes regiones, alimentadas por el racismo, la xenofobia, la homofobia, el despotismo y la tradición militarista potenciada.
En estos predios continentales Trump tiene colegas como Bolsonaro, Uribe, Duque, Macri, Juan Orlando Hernández y otros de igual calaña.
Por eso en su momento sostuve que entre Trump y los Clinton no había que asumir preferencias. Lo dije entonces en estos términos: “son engendros diferenciados del lumpen-imperialismo y el neo-conservadurismo actual, de su crisis de decadencia, de su descomposición”.
Uno desde el empresariado no partidista insertado en el capital tramposo farandulero y negocios inmobiliarios, y los otros desde la “clase política” corrompida y sumisa al Complejo Financiero-militar.
Uno nazi-racista-machista y los otros asquerosamente neoliberales y guerreristas.
Si Donald Trump embiste contra negros, migrantes y mujeres que tendrán que rebelarse en grande, Bill e Hillary han sido guerras, genocidios, usura y corrupción a millón.
Ganó Trump al interior de las competencias republicanas y le ganó a la Clinton que hizo gala de la perversidad de la cúpula “demócrata” para bloquear a quien derrotar electoralmente el bloff neonazi conformado: Bernie Sanders, cuya actitud potenciaba una ilusión socialdemócrata como alternativa a la desacreditada clase dominante-gobernante.
La cúpula política estadounidense, impedida de imponer lo tradicional- desacreditado en el Partido Republicano, se las ingenió para lograrlo en el Demócrata, asegurando resultados aceptables para la ya putrefacta y garanterizada dominación del gran capital.
* UN ENGENDRO FUNCIONAL AL LUMPEN IMPERIALISMO Y A SUS EXIGENCIAS.
Trump ganó porque sumó a su discurso machista, racista y xenófobo -capaz de potenciar el terror de lo peor de la mayoría blanca y archi-conservadora a perder su
supremacía histórica- la crítica mordaz y demagógica a la corrupción política, al empobrecimiento de la clase trabajadora, al desbordamiento de la usura y al guerrerismo parasitario; conjuntamente con su ilusionista propuesta de rescate del “sueño” americano y del dominio omnímodo de EEUU, que jamás volverán.
Porque compitió con una Hillary desacreditada, reducida a un bagazo por un ejercicio de poder plagado de corruptelas, hipocresías y fechorías que hastiaban a amplios y diversos sectores de esa sociedad.
En fin de cuentas, los Clinton -junto a la claque tradicional de su partido- ayudaron al triunfo de Trump bloqueando a Sanders, y asumieron así el riesgo de la derrota aun a beneficio del engendro díscolo y bestial, que incluso le facilita atribuirle a su supuesta locura las consecuencias desastrosas de las agresiones imperialistas.
Su olfato de clase y de mafia política predominó en esa decisión. A Bernie había que obstruirlo porque criticaba el capitalismo caníbal, integraba grandes descontentos dispersos y estimulaba situaciones fuera del control de la cúpula del sistema.
Trump resultó “mayoría” de una minoría. Pero su victoria y su accionar prepotente no son señales de fortaleza propia o del imperio, sino de su descomposición interna y su desesperación ascendente.
Trump no actúa simplemente por el mandato de su mente forjada en la supremacía blanca, en la prepotencia del ricachón, en la desfachatez del negociante inescrupuloso, en el mundo del espectáculo y la vorágine de la especulación inmobiliaria.
No, no es así, aunque eso marque su estilo y su descaro. En lo fundamental él responde al rol asignado por el poder constituido en esta fase de su crisis y de su accionar como imperio decadente.
El propósito de asaltar Venezuela y sus riquezas, de anular su soberanía, de revertir procesos de independencia y marcharle violentamente a procesos como el cubano y el boliviano, es una línea imperial; metas de una estrategia que se viene aplicando en los últimos años en todo el continente y que ahora presenta alto grado de endurecimiento.
Como lo han sido también las guerras atribuibles a administraciones pasadas en Palestina, Yugoslavia, Ucrania, Afganitan, Irak, Libia, Yemen, Siria…
Pero paradójicamente -aunque no por accidente y si por la erosión progresiva de su inmenso poderío- todo esto empantana más a EEUU y acelera su ingobernabilidad continental y mundial, lo que no es de lamentar por los antiimperialistas consecuentes.

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