Dr. Makaziwe Mandela (hija de Nelson Mandela) recibió hoy la distinción
de Ciudadana Global de nuestra Universidad de Jacksonville. Muy
apropiadas y oportunas sus palabras sobre la injusticia social, la
importancia al respeto por la diversidad, a los inmigrantes, la
necesidad de un desarrolo equitativo, la libertad de los individuos y de
los pueblos. Creo que su hermanastro (y amigo personal en los 90 en
Mozambique), Ntewane Samora Machel hubiese estado de acuerdo.
Sin embargo, hubiese querido que quienes la presentaron por casi una hora, a ella y a su padre, también recordaran (al menos como una nota al pie) que hasta 2008 Nelson Mandela estuvo en lista de terroristas de USA y Reino Unido. No basta con repetir que Mandela sufrió la cárcel por luchar contra el racismo, así, en abstracto y de forma bucólica y ajena.
Sugerí, con anterioridad, que también se recordara este simple pero relevante hecho histórico, que de hecho contribuyó a la injusticia que se pinta como ajena (si fue socialista, como Einstein, como Luther King, puede ser irrelevante).
Pero claro, no hay que echar a perder una ceremonia tan bonita y, sobre ese tema y otros, sólo hubo silencio, flores y aplausos. Cuando estuvo aquí el ex primer ministro Tony Blair echó mano de otra estrategia para no hablar del crimen de Irak: una larga serie de chistes, que debieron costar por lo menos cien mil dólares, como muy barato.
Sí ya sé que no debo decir esto ni aquello. En los últimos días se han ocupado bastante de mi mala costumbre de recordar lo que molesta como una espina, tanto en las redes sociales como a mis espaldas por correos que me reenviaron amigos desde América Latina. Parece que alguna conferencia y entrevistas recientes allá en Uruguay provocaron una ola de frustraciones personales; parece que la mala costumbre de demandar algunas verdades fundamentales y cuidadosamente silenciadas se debe a que yo (el cartero) vivo en la “comodidad de una universidad” [sic]. Si guardase este tipo de pelotudeces que me acusan de “vivir cómodo” en la Universidad y en el Imperio, ya tendría un nuevo libro; no lo publico porque es mortalmente aburrido y lleno de lugares comunes. No sé de dónde sacan eso de la “comodidad”, aparte de sus profundas y arrogantes ignorancias, que es como decir que el trabajo de un granjero es fácil porque se la pasa toda la semana mirando los pájaros y los chanchos comer. No pocos se dan el lujo de opinar sobre lo que desconocen profundamente, lo cual es solo un indicio de sus frustraciones personales.
¿Cuál es la opción? ¿Hacer investigaciones por años y luego callarse para cosechar aplausos? ¿Que me decida a decir lo que ellos piensan y no lo que yo pienso? ¿Debo disfrutar de ese supuesto confort, yendo a la playa con la bandera de algún país poderoso adoptado como calzón y callar lo que la mayoría no quiere escuchar para no pasar por antipatriota? ¿Debemos esperar que levante la voz alguien que trabaja diez horas por día (como nosotros pero en otro rubro) en un rincón silencioso y oprimido del Congo o de Kamchatka?
¿Quieren la verdad o algo mejor?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Sin embargo, hubiese querido que quienes la presentaron por casi una hora, a ella y a su padre, también recordaran (al menos como una nota al pie) que hasta 2008 Nelson Mandela estuvo en lista de terroristas de USA y Reino Unido. No basta con repetir que Mandela sufrió la cárcel por luchar contra el racismo, así, en abstracto y de forma bucólica y ajena.
Sugerí, con anterioridad, que también se recordara este simple pero relevante hecho histórico, que de hecho contribuyó a la injusticia que se pinta como ajena (si fue socialista, como Einstein, como Luther King, puede ser irrelevante).
Pero claro, no hay que echar a perder una ceremonia tan bonita y, sobre ese tema y otros, sólo hubo silencio, flores y aplausos. Cuando estuvo aquí el ex primer ministro Tony Blair echó mano de otra estrategia para no hablar del crimen de Irak: una larga serie de chistes, que debieron costar por lo menos cien mil dólares, como muy barato.
Sí ya sé que no debo decir esto ni aquello. En los últimos días se han ocupado bastante de mi mala costumbre de recordar lo que molesta como una espina, tanto en las redes sociales como a mis espaldas por correos que me reenviaron amigos desde América Latina. Parece que alguna conferencia y entrevistas recientes allá en Uruguay provocaron una ola de frustraciones personales; parece que la mala costumbre de demandar algunas verdades fundamentales y cuidadosamente silenciadas se debe a que yo (el cartero) vivo en la “comodidad de una universidad” [sic]. Si guardase este tipo de pelotudeces que me acusan de “vivir cómodo” en la Universidad y en el Imperio, ya tendría un nuevo libro; no lo publico porque es mortalmente aburrido y lleno de lugares comunes. No sé de dónde sacan eso de la “comodidad”, aparte de sus profundas y arrogantes ignorancias, que es como decir que el trabajo de un granjero es fácil porque se la pasa toda la semana mirando los pájaros y los chanchos comer. No pocos se dan el lujo de opinar sobre lo que desconocen profundamente, lo cual es solo un indicio de sus frustraciones personales.
¿Cuál es la opción? ¿Hacer investigaciones por años y luego callarse para cosechar aplausos? ¿Que me decida a decir lo que ellos piensan y no lo que yo pienso? ¿Debo disfrutar de ese supuesto confort, yendo a la playa con la bandera de algún país poderoso adoptado como calzón y callar lo que la mayoría no quiere escuchar para no pasar por antipatriota? ¿Debemos esperar que levante la voz alguien que trabaja diez horas por día (como nosotros pero en otro rubro) en un rincón silencioso y oprimido del Congo o de Kamchatka?
¿Quieren la verdad o algo mejor?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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