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La regla del 3,5%: cómo una pequeña minoría puede cambiar el mundo
Esfuerzos no violentos
En 1986, millones de filipinos salieron a las calles de Manila para protestar pacíficamente y orar en el movimiento del Poder del Pueblo.
El régimen de Ferdinand Marcos se rindió al cuarto día.
En 2003, el pueblo de Georgia derrocó sin derramar sangre a Eduard Shevardnadze con la Revolución de las Rosas, en la que los manifestantes irrumpieron en el parlamento llevando flores en las manos.
A principios de este año, los presidentes de Sudán y Argelia anunciaron que se retiraban del poder después de décadas de gobierno, en ambos casos gracias a campañas pacíficas de resistencia.
En cada caso, la resistencia de los ciudadanos venció a la élite política para lograr cambios radicales.
Hay, por supuesto, muchas razones éticas para usar estrategias no violentas.
Pero una persuasiva investigación de Erica Chenoweth, experta en ciencias políticas de la Universidad de Harvard, confirma que la desobediencia civil no solo es la alternativa moral, también es, por mucho, la manera más poderosa de dar forma a la política mundial.
Al observar cientos de campañas durante el último siglo, Chenoweth encontró que las campañas no violentas tienen dos veces más probabilidades de lograr sus objetivos que las campañas violentas.
Y aunque la dinámica exacta dependerá de muchos factores, la investigadora mostró que basta con que 3,5% de la población participe activamente en la protesta para asegurar un cambio político serio.
La influencia de Chenoweth pudo verse en la reciente protesta ambiental, Extinction Rebellion (Rebelión contra la Extinción), cuyos fundadores dicen que está directamente inspirada por sus hallazgos.
Pero ¿cómo llegó Chenoweth a estas conclusiones?
Larga historia
Sobra decir que la investigación de Chenoweth se basa en las filosofías de muchas figuras influyentes a través de la historia.
Los casos de la abolicionista afroestadounidense Sojourner Truth, la sufragista Susan B. Anthony, Mahatma Gandhi y Martin Luther King Jr. son casos convincentes del poder de la protesta pacífica.
Y así, Chenoweth admite que cuando comenzó su investigación a mediados del 2000, inicialmente dudaba de la idea de que las acciones no violentas podían ser más poderosas que el conflicto armado en la mayoría de las situaciones.
Como estudiante de posgrado en la Universidad de Coloradob había pasado años estudiando los factores que contribuyen al aumento en el terrorismo y se le pidió que asistiera a un taller académico organizado por el Centro Internacional de Conflicto No Violento (ICNC), una organización sin ánimo de lucro basada en Washington D.C.
El taller presentó muchos ejemplos convincentes de protestas pacíficas que habían conducido a cambios políticos duraderos, incluidos, por ejemplo, las protestas del Poder del Pueblo en Filipinas.
Pero a Chenoweth le sorprendió encontrar que nadie había comparado las tasas de éxito de las protestas no violentas frente a las violentas, quizás porque los casos de estudio habían sido elegidos simplemente para algún tipo de sesgo de confirmación.
«Realmente me despertó cierto escepticismo pensar que la resistencia no violenta podía ser un método efectivo para lograr transformaciones importantes en la sociedad», afirma.
Una muestra de un siglo de duración
Junto con Maria Stephan, investigadora del ICNC, Chenoweth llevó a cabo una revisión extensa de la literatura sobre resistencia civil y movimientos sociales de 1900 a 2006 y los datos después fueron corroborada con otros expertos en el campo.
Principalmente tomaron en cuenta los intentos de impulsar un cambio de régimen. Se consideró que un movimiento era un éxito si lograba totalmente sus objetivos al año siguiente de su mayor contienda y como resultado directo de sus actividades.
Un cambio de régimen resultante de una intervención militar extranjera no fue considerado un éxito, por ejemplo. Y una campaña fue considerada violenta si involucró bombardeos, secuestros, destrucción de infraestructura u otro daño físico a personas o propiedad.
«Estábamos tratando de aplicar una prueba muy dura a la resistencia no violenta como una estrategia», afirma Chenoweth.
El criterio fue tan estricto que el movimiento de independencia de India no fue considerado como evidencia a favor de las protestas no violentas en el análisis de Chenoweth y Stephan.
Esto porque se consideró que los decrecientes recursos militares de Reino Unido habían sido un factor decisivo, a pesar de que las protestas en sí mismas también tuvieron una enorme influencia.
Al final de este proceso, las investigadoras reunieron datos de 323 campañas violentas y no violentas.
Y sus resultados, que fueron publicados en su libro Why Civil Resistance Works: The Strategic Logic of Nonviolent Conflict (Por qué funciona la resistencia civil: la lógica estratégica del conflicto no violento), fueron impresionantes.
Fuerza en números
En general, las campañas no violentas tuvieron dos veces más probabilidades de tener éxito que las violentas; condujeron a cambios políticos en el 53% de los casos comparado con 26% en las protestas violentas.
Esto fue en parte el resultado de la fortaleza en números.
Chenoweth argumenta que las campañas no violentas tienen más probabilidades de tener éxito debido a que pueden reclutar a más participantes dentro de una demografía más amplia, lo cual puede provocar una alteración severa que paraliza la vida urbana normal y el funcionamiento de la sociedad.
De hecho, de las 25 campañas más grandes que estudiaron, 20 fueron no violentas y 14 de éstas fueron un éxito rotundo.
En general, las campañas no violentas atrajeron casi cuatro veces más participantes (200.000) que la campaña violenta promedio (50.000).
La campaña Poder del Pueblo contra el régimen de Marcos en Filipinas, por ejemplo, atrajo dos millones de participantes en su punto más álgido; el levantamiento brasileño en 1984 y 1985 atrajo un millón; y la Revolución de Terciopelo en Checoslovaquia en 1989 atrajo 500.000 participantes.
«Los números realmente importan para aumentar el poder en formas que pueden plantear un desafío o amenaza seria a autoridades u ocupaciones arraigas», dice Chenoweth, y las protestas no violentas parecen ser la mejor forma de obtener apoyo amplio.
Una vez que el 3,5% de toda la población ha comenzado a participar de forma activa, el éxito parece inevitable.
«No ha habido ninguna campaña que haya fracasado después de haber alcanzado 3,5% de participación durante un evento clave», dice Chenoweth. Ella llama a este fenómeno «la regla del 3,5%».
Además del movimiento del Poder del Pueblo, esta regla incluyó también la Revolución Cantada de Estonia a fines de 1980 y la Revolución de las Rosas en Georgia a principios de 2003.
¿Por qué tienen éxito los protestas no violentas?
Chenoweth admite que inicialmente se sorprendió por sus resultados. Pero ahora cita muchas razones por las que las protestas no violentas pueden ganar esos niveles de apoyo.
Quizás lo más obvio es que las protestas violentas necesariamente excluyen a la gente que aborrece y teme el derramamiento de sangre, mientras que los manifestantes pacíficos mantienen la más alta instancia moral.
Chenoweth apunta que las protestas no violentas también tienen menos barreras físicas para la participación. No necesitas estar en buena condición física y sano para comprometerte en una huelga, mientras que las campañas violentas tienden a depender en el apoyo de jóvenes físicamente aptos.
Y aunque muchas formas de protestas no violentas también conllevan riesgos graves, sólo hay que pensar en la respuesta de China en la Plaza de Tiananmen en 1989, Chenoweth argumenta que las campañas no violentas por lo general son más fáciles de discutir abiertamente, lo que significa que las noticias de que ocurrirán pueden llegar a una audiencia más amplia.
Los movimientos violentos, por otra parte, requieren un abastecimiento de armas y tienden a depender de operaciones más sigilosas y clandestinas lo cual puede dificultar alcanzar a la población general.
Al comprometer el apoyo amplio entre la población, las campañas no violentas también tienen más probabilidades de obtener el respaldo de la policía y las fuerzas armadas, los grupos en los que el gobierno debe depender para establecer el orden.
Durante una protesta callejera pacífica de millones de personas, es probable también que los miembros de las fuerzas de seguridad teman que los miembros de su familia o sus amigos estén en la multitud. Esto significa que se rehusarían a reprimir el movimiento.
«O cuando están mirando el (enorme) número de personas involucradas, podrían llegar a la conclusión de que el barco ya zarpó y ellos no quieren hundirse con el barco», afirma Chenoweth.
En términos de las estrategias específicas que se utilizan, las huelgas generales «son probablemente uno de los métodos más poderosos, si no es que el más poderoso, de resistencia no violenta», agrega.
Pero éstas tienen un costo personal mientras que otras formas de protesta pueden ser totalmente anónimas.
La investigadora apunta a los boicots de consumidores en la era del apartheid en Sudáfrica, en los que muchos ciudadanos negros se rehusaron a comprar productos de compañías propiedad de blancos.
El resultado fue una crisis económica entre la élite blanca del país que contribuyó al fin de la segregación a principios de 1990.
«Hay más opciones en la resistencia no violenta para no poner a la gente en mucho peligro físico, en particular a medida que los números crecen, que en la actividad armada», dice la investigadora.
«Y las técnicas de resistencia no violenta a menudo son más visibles, así que es más fácil para la gente descubrir cómo participar de forma directa y cómo coordinar actividades para máxima perturbación».
¿Un número mágico?
Estos, por supuesto, son patrones muy generales y a pesar de ser dos veces más exitosa que los conflictos violentos, la resistencia pacífica sigue fracasando en el 47% de los casos.
Como apuntan Chenoweth y Stephan en su libro, esto se debe en ocasiones a que nunca realmente logran suficiente apoyo o impulso para «erosionar la base de poder del adversario y mantener la resiliencia frente a la represión».
Pero ciertas protestas no violentas relativamente grandes, como las organizadas contra el partido comunista en Alemania Oriental en los 1950, que atrajeron a 400.000 miembros (casi 2% de la población) en su punto más álgido, también fracasan porque no logran llevar a cabo un cambio.
En el grupo de datos de Chenoweth, fue sólo hasta que las protestas no violentas lograron el umbral de 3,5% de compromiso activo cuando el éxito pareció garantizado. Y lograr ese tipo de apoyo no es tarea fácil.
En Reino Unido, esto equivaldría a 2,3 millones de personas comprometidas de forma activa en un movimiento. En Estados Unidos deberían participar 11 millones de ciudadanos, más del total de la población de la ciudad de Nueva York.
El hecho, sin embargo, es que las campañas no violentas son la única forma confiable de mantener ese tipo de compromiso.
El estudio inicial de Chenoweth y Stephan fue publicado por primera vez en 2011 y desde entonces sus hallazgos atrajeron mucha atención.
«Es difícil sobreestimar lo influyentes que han sido en este tipo de investigación», afirma Matthew Chandler, quien investiga resistencia civil en la Universidad de Notre Dame en Indiana.
Isabel Bramsen, que estudia conflicto internacional en la Universidad de Copenhague, está de acuerdo en que los resultados de Chenoweth y Stephan son convincentes.
«Ahora es una verdad establecida dentro del campo que los enfoques no violentos tienen muchas más probabilidades de tener éxito que los violentos», dice.
Sobre la «regla del 3,5%», Bramsen señala que aunque 3,5% es una pequeña minoría, ese nivel de participación activa probablemente significa muchas más personas están tácitamente de acuerdo con la causa.
Otros factores en juego
Estas investigadoras ahora están investigando cómo se pueden analizar los factores que pueden conducir al éxito o fracaso de un movimiento.
Bramsen y Chandler, por ejemplo, subrayan la importancia de la unidad entre los manifestantes.
Como ejemplo, Bramsen apunta a al fallido levantamiento en Baréin en 2011. La campaña inicialmente comprometió a muchos manifestantes, pero rápidamente se dividió en facciones enfrentadas.
La resultante pérdida de cohesión, cree Bramsen, finalmente evitó que el movimiento ganara suficiente impulso para poder lograr un cambio.
El interés de Chinoweth recientemente se ha enfocado en protestas más cerca de casa, como el movimiento Black Lives Matter (Las vidas de los negros importan) y la Marcha de las Mujeres en 2017.
También está interesada en la Rebelión Contra la Extinción, que se popularizó recientemente por la participación de la activista sueca Greta Thunberg.
«Se enfrentan contra una enorme inercia», dice. «Pero creo que tienen una base increíblemente considerada y estratégica. Y parecen tener todos los instintos correctos sobre cómo desarrollar y enseñar por medio de campañas de resistencia no violenta».
Al final, a la investigadora le gustaría que nuestros libros de historia pusieran más atención a las campañas no violentas en lugar de concentrarse tanto en el conflicto armado.
«Muchas de las historias que nos contamos se enfocan en la violencia e, incluso si es un desastre total, seguimos encontrando la forma de ver victorias en ellas«, afirma.
Y tendemos a ignorar los éxitos de las protestas pacíficas, agrega.
«La gente común y corriente, todo el tiempo, se está comprometiendo en actividades bastante heroicas que en realidad están cambiando el mundo, y ellos también se merecen que los tomemos en cuenta y los celebremos».
En 1986, millones de filipinos salieron a las calles de Manila para protestar pacíficamente y orar en el movimiento del Poder del Pueblo.
El régimen de Ferdinand Marcos se rindió al cuarto día.
En 2003, el pueblo de Georgia derrocó sin derramar sangre a Eduard Shevardnadze con la Revolución de las Rosas, en la que los manifestantes irrumpieron en el parlamento llevando flores en las manos.
A principios de este año, los presidentes de Sudán y Argelia anunciaron que se retiraban del poder después de décadas de gobierno, en ambos casos gracias a campañas pacíficas de resistencia.
En cada caso, la resistencia de los ciudadanos venció a la élite política para lograr cambios radicales.
Hay, por supuesto, muchas razones éticas para usar estrategias no violentas.
Pero una persuasiva investigación de Erica Chenoweth, experta en ciencias políticas de la Universidad de Harvard, confirma que la desobediencia civil no solo es la alternativa moral, también es, por mucho, la manera más poderosa de dar forma a la política mundial.
Al observar cientos de campañas durante el último siglo, Chenoweth encontró que las campañas no violentas tienen dos veces más probabilidades de lograr sus objetivos que las campañas violentas.
Y aunque la dinámica exacta dependerá de muchos factores, la investigadora mostró que basta con que 3,5% de la población participe activamente en la protesta para asegurar un cambio político serio.
La influencia de Chenoweth pudo verse en la reciente protesta ambiental, Extinction Rebellion (Rebelión contra la Extinción), cuyos fundadores dicen que está directamente inspirada por sus hallazgos.
Pero ¿cómo llegó Chenoweth a estas conclusiones?
Larga historia
Sobra decir que la investigación de Chenoweth se basa en las filosofías de muchas figuras influyentes a través de la historia.
Los casos de la abolicionista afroestadounidense Sojourner Truth, la sufragista Susan B. Anthony, Mahatma Gandhi y Martin Luther King Jr. son casos convincentes del poder de la protesta pacífica.
Y así, Chenoweth admite que cuando comenzó su investigación a mediados del 2000, inicialmente dudaba de la idea de que las acciones no violentas podían ser más poderosas que el conflicto armado en la mayoría de las situaciones.
Como estudiante de posgrado en la Universidad de Coloradob había pasado años estudiando los factores que contribuyen al aumento en el terrorismo y se le pidió que asistiera a un taller académico organizado por el Centro Internacional de Conflicto No Violento (ICNC), una organización sin ánimo de lucro basada en Washington D.C.
El taller presentó muchos ejemplos convincentes de protestas pacíficas que habían conducido a cambios políticos duraderos, incluidos, por ejemplo, las protestas del Poder del Pueblo en Filipinas.
Pero a Chenoweth le sorprendió encontrar que nadie había comparado las tasas de éxito de las protestas no violentas frente a las violentas, quizás porque los casos de estudio habían sido elegidos simplemente para algún tipo de sesgo de confirmación.
«Realmente me despertó cierto escepticismo pensar que la resistencia no violenta podía ser un método efectivo para lograr transformaciones importantes en la sociedad», afirma.
Una muestra de un siglo de duración
Junto con Maria Stephan, investigadora del ICNC, Chenoweth llevó a cabo una revisión extensa de la literatura sobre resistencia civil y movimientos sociales de 1900 a 2006 y los datos después fueron corroborada con otros expertos en el campo.
Principalmente tomaron en cuenta los intentos de impulsar un cambio de régimen. Se consideró que un movimiento era un éxito si lograba totalmente sus objetivos al año siguiente de su mayor contienda y como resultado directo de sus actividades.
Un cambio de régimen resultante de una intervención militar extranjera no fue considerado un éxito, por ejemplo. Y una campaña fue considerada violenta si involucró bombardeos, secuestros, destrucción de infraestructura u otro daño físico a personas o propiedad.
«Estábamos tratando de aplicar una prueba muy dura a la resistencia no violenta como una estrategia», afirma Chenoweth.
El criterio fue tan estricto que el movimiento de independencia de India no fue considerado como evidencia a favor de las protestas no violentas en el análisis de Chenoweth y Stephan.
Esto porque se consideró que los decrecientes recursos militares de Reino Unido habían sido un factor decisivo, a pesar de que las protestas en sí mismas también tuvieron una enorme influencia.
Al final de este proceso, las investigadoras reunieron datos de 323 campañas violentas y no violentas.
Y sus resultados, que fueron publicados en su libro Why Civil Resistance Works: The Strategic Logic of Nonviolent Conflict (Por qué funciona la resistencia civil: la lógica estratégica del conflicto no violento), fueron impresionantes.
Fuerza en números
En general, las campañas no violentas tuvieron dos veces más probabilidades de tener éxito que las violentas; condujeron a cambios políticos en el 53% de los casos comparado con 26% en las protestas violentas.
Esto fue en parte el resultado de la fortaleza en números.
Chenoweth argumenta que las campañas no violentas tienen más probabilidades de tener éxito debido a que pueden reclutar a más participantes dentro de una demografía más amplia, lo cual puede provocar una alteración severa que paraliza la vida urbana normal y el funcionamiento de la sociedad.
De hecho, de las 25 campañas más grandes que estudiaron, 20 fueron no violentas y 14 de éstas fueron un éxito rotundo.
En general, las campañas no violentas atrajeron casi cuatro veces más participantes (200.000) que la campaña violenta promedio (50.000).
La campaña Poder del Pueblo contra el régimen de Marcos en Filipinas, por ejemplo, atrajo dos millones de participantes en su punto más álgido; el levantamiento brasileño en 1984 y 1985 atrajo un millón; y la Revolución de Terciopelo en Checoslovaquia en 1989 atrajo 500.000 participantes.
«Los números realmente importan para aumentar el poder en formas que pueden plantear un desafío o amenaza seria a autoridades u ocupaciones arraigas», dice Chenoweth, y las protestas no violentas parecen ser la mejor forma de obtener apoyo amplio.
Una vez que el 3,5% de toda la población ha comenzado a participar de forma activa, el éxito parece inevitable.
«No ha habido ninguna campaña que haya fracasado después de haber alcanzado 3,5% de participación durante un evento clave», dice Chenoweth. Ella llama a este fenómeno «la regla del 3,5%».
Además del movimiento del Poder del Pueblo, esta regla incluyó también la Revolución Cantada de Estonia a fines de 1980 y la Revolución de las Rosas en Georgia a principios de 2003.
¿Por qué tienen éxito los protestas no violentas?
Chenoweth admite que inicialmente se sorprendió por sus resultados. Pero ahora cita muchas razones por las que las protestas no violentas pueden ganar esos niveles de apoyo.
Quizás lo más obvio es que las protestas violentas necesariamente excluyen a la gente que aborrece y teme el derramamiento de sangre, mientras que los manifestantes pacíficos mantienen la más alta instancia moral.
Chenoweth apunta que las protestas no violentas también tienen menos barreras físicas para la participación. No necesitas estar en buena condición física y sano para comprometerte en una huelga, mientras que las campañas violentas tienden a depender en el apoyo de jóvenes físicamente aptos.
Y aunque muchas formas de protestas no violentas también conllevan riesgos graves, sólo hay que pensar en la respuesta de China en la Plaza de Tiananmen en 1989, Chenoweth argumenta que las campañas no violentas por lo general son más fáciles de discutir abiertamente, lo que significa que las noticias de que ocurrirán pueden llegar a una audiencia más amplia.
Los movimientos violentos, por otra parte, requieren un abastecimiento de armas y tienden a depender de operaciones más sigilosas y clandestinas lo cual puede dificultar alcanzar a la población general.
Al comprometer el apoyo amplio entre la población, las campañas no violentas también tienen más probabilidades de obtener el respaldo de la policía y las fuerzas armadas, los grupos en los que el gobierno debe depender para establecer el orden.
Durante una protesta callejera pacífica de millones de personas, es probable también que los miembros de las fuerzas de seguridad teman que los miembros de su familia o sus amigos estén en la multitud. Esto significa que se rehusarían a reprimir el movimiento.
«O cuando están mirando el (enorme) número de personas involucradas, podrían llegar a la conclusión de que el barco ya zarpó y ellos no quieren hundirse con el barco», afirma Chenoweth.
En términos de las estrategias específicas que se utilizan, las huelgas generales «son probablemente uno de los métodos más poderosos, si no es que el más poderoso, de resistencia no violenta», agrega.
Pero éstas tienen un costo personal mientras que otras formas de protesta pueden ser totalmente anónimas.
La investigadora apunta a los boicots de consumidores en la era del apartheid en Sudáfrica, en los que muchos ciudadanos negros se rehusaron a comprar productos de compañías propiedad de blancos.
El resultado fue una crisis económica entre la élite blanca del país que contribuyó al fin de la segregación a principios de 1990.
«Hay más opciones en la resistencia no violenta para no poner a la gente en mucho peligro físico, en particular a medida que los números crecen, que en la actividad armada», dice la investigadora.
«Y las técnicas de resistencia no violenta a menudo son más visibles, así que es más fácil para la gente descubrir cómo participar de forma directa y cómo coordinar actividades para máxima perturbación».
¿Un número mágico?
Estos, por supuesto, son patrones muy generales y a pesar de ser dos veces más exitosa que los conflictos violentos, la resistencia pacífica sigue fracasando en el 47% de los casos.
Como apuntan Chenoweth y Stephan en su libro, esto se debe en ocasiones a que nunca realmente logran suficiente apoyo o impulso para «erosionar la base de poder del adversario y mantener la resiliencia frente a la represión».
Pero ciertas protestas no violentas relativamente grandes, como las organizadas contra el partido comunista en Alemania Oriental en los 1950, que atrajeron a 400.000 miembros (casi 2% de la población) en su punto más álgido, también fracasan porque no logran llevar a cabo un cambio.
En el grupo de datos de Chenoweth, fue sólo hasta que las protestas no violentas lograron el umbral de 3,5% de compromiso activo cuando el éxito pareció garantizado. Y lograr ese tipo de apoyo no es tarea fácil.
En Reino Unido, esto equivaldría a 2,3 millones de personas comprometidas de forma activa en un movimiento. En Estados Unidos deberían participar 11 millones de ciudadanos, más del total de la población de la ciudad de Nueva York.
El hecho, sin embargo, es que las campañas no violentas son la única forma confiable de mantener ese tipo de compromiso.
El estudio inicial de Chenoweth y Stephan fue publicado por primera vez en 2011 y desde entonces sus hallazgos atrajeron mucha atención.
«Es difícil sobreestimar lo influyentes que han sido en este tipo de investigación», afirma Matthew Chandler, quien investiga resistencia civil en la Universidad de Notre Dame en Indiana.
Isabel Bramsen, que estudia conflicto internacional en la Universidad de Copenhague, está de acuerdo en que los resultados de Chenoweth y Stephan son convincentes.
«Ahora es una verdad establecida dentro del campo que los enfoques no violentos tienen muchas más probabilidades de tener éxito que los violentos», dice.
Sobre la «regla del 3,5%», Bramsen señala que aunque 3,5% es una pequeña minoría, ese nivel de participación activa probablemente significa muchas más personas están tácitamente de acuerdo con la causa.
Otros factores en juego
Estas investigadoras ahora están investigando cómo se pueden analizar los factores que pueden conducir al éxito o fracaso de un movimiento.
Bramsen y Chandler, por ejemplo, subrayan la importancia de la unidad entre los manifestantes.
Como ejemplo, Bramsen apunta a al fallido levantamiento en Baréin en 2011. La campaña inicialmente comprometió a muchos manifestantes, pero rápidamente se dividió en facciones enfrentadas.
La resultante pérdida de cohesión, cree Bramsen, finalmente evitó que el movimiento ganara suficiente impulso para poder lograr un cambio.
El interés de Chinoweth recientemente se ha enfocado en protestas más cerca de casa, como el movimiento Black Lives Matter (Las vidas de los negros importan) y la Marcha de las Mujeres en 2017.
También está interesada en la Rebelión Contra la Extinción, que se popularizó recientemente por la participación de la activista sueca Greta Thunberg.
«Se enfrentan contra una enorme inercia», dice. «Pero creo que tienen una base increíblemente considerada y estratégica. Y parecen tener todos los instintos correctos sobre cómo desarrollar y enseñar por medio de campañas de resistencia no violenta».
Al final, a la investigadora le gustaría que nuestros libros de historia pusieran más atención a las campañas no violentas en lugar de concentrarse tanto en el conflicto armado.
«Muchas de las historias que nos contamos se enfocan en la violencia e, incluso si es un desastre total, seguimos encontrando la forma de ver victorias en ellas«, afirma.
Y tendemos a ignorar los éxitos de las protestas pacíficas, agrega.
«La gente común y corriente, todo el tiempo, se está comprometiendo en actividades bastante heroicas que en realidad están cambiando el mundo, y ellos también se merecen que los tomemos en cuenta y los celebremos».
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