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Mensaje para unas pocas «personas»
…el
“sistema” ha generado un pensamiento único global basado en la
ideología económica y su crecimiento indefinido, penetrando con éxito en
la política contemporánea y defendido por una diversidad de políticos
que va, desde los xenófobos y totalitarios, hasta los más moderados en
términos democráticos.
Por Lluís Ronda
La tecnología, la racionalidad científica y técnica, el ego de la individualidad moderna occidental vinculado a un continuo crecimiento económico, ha investido su sociedad de un falso poder que legitima el “dominio sobre el otro”, sean pueblos (tildados de “países en vías de desarrollo”), sea la naturaleza, los cuales, son tratados como meros objetos de explotación y de negocio que, utilizando el lenguaje de la globalización y las democracias capitalistas, generan el actual “modelo de progreso, calidad de vida y estado de bienestar”.
El ser humano, transformado “individuo” en la ciudad tecnológica, ha perdido su vínculo con la tierra, el mundo y el universo. Se ha divorciado del “tiempo” y, por lo tanto, del presente, de la realidad. Vive en continua alienación. Alejado de la naturaleza, no tiene conciencia de los límites del mundo porque ya no respeta los límites de la acción humana, aquello denominado ética. Así, en este estadio, el “sistema” ha generado un pensamiento único global basado en la ideología económica y su crecimiento indefinido, penetrando con éxito en la política contemporánea y defendido por una diversidad de políticos que va, desde los xenófobos y totalitarios, hasta los más moderados en términos democráticos.
Efectivamente, el tiempo ha sido desarraigado del mundo y la persona para reducirlo al reloj, a una carrera cronométrico-lineal hacia un “futuro mejor”. Es en estas circunstancias cuando el antropocentrismo impera, creyéndonos únicos seres dotados de conciencia, inteligencia y razón, autorizados a ejecutar impunemente nuestros proyectos con una sola idea: el éxito económico. Sólo a partir de aquí el “sistema” consiente hablar de democracia, humanidad, solidaridad, sostenibilidad, tecnología social, reciclaje, política ambiental, bienestar y toda esta semántica inherente al “mito del progreso” basado en el cálculo (previsiones de PIB, etc.).
Pero, en tan solo 50 años, el planeta ha sido degradado, devastado, contaminado, exterminado, cuya responsabilidad recae en la manera de ver y entender el mundo por parte de corporaciones, multinacionales y banca (OMC, FMI, BM), impregnando con sus leyes y normativas “de futuro” la mente de su sociedad a través de sus franquiciados políticos y medios de comunicación, creando el actual “modelo de usos”. Así, en estos momentos, la política y los políticos no sólo son descrédito de su concepto original sino se han convertido en brazo ejecutor de las indecencias e iniquidades que hacen llorar un mundo víctima del colonialismo cultural capitalista.
Somos sensibles al asesinato de una joven en manos de un violador desalmado; somos sensibles al fuego que consume Notre-Dame; se sanciona a quien corta un árbol o arranca una flor, quien contamina con el auto o lanza un plástico al mar; se invita al reciclaje, etc., pero, sin embargo, se prohíbe la navegación de barcos destinados a salvar vidas en un Mediterráneo donde anualmente mueren ahogados más de 3.000 personas; se implementan políticas que incitan la quema de bosques en la Amazonia, África …; se desestiman proyectos de energías alternativas y libres; se consiente la explotación de tierras indígenas en nombre de la minería, hidroeléctrica, agroindustria, etc., obviando los derechos de sus pueblos y asesinando diariamente líderes comunitarios y activistas medioambientales . Con más de 40 millones de soldados, el mundo dispone 1’82 billones de dólares anuales para la milicia y sus guerras, provocando más de 1’5 millones muertes/año y 70 millones de refugiados.
Es esta y no otra la “realidad” de un mundo que vive con éxito la instrumentalización de todo ámbito en nombre de la economía, aunque sus consecuencias, como hemos advertido, sean trágicas.
Nosotros somos naturaleza, somos mundo, somos universo, somos tiempo. Cada cultura, que es diferente y única, tiene su tiempo o ritmo de vida. Vivir integrado en la naturaleza, hacer de la tierra y el mundo nuestro cuerpo, es vivir con compromiso y con respeto, con paz y armonía, dejando que el tiempo pase a través de nuestros actos presentes sin ningún afán de “desarrollarnos” sino de “realizarnos”, es por esta causa que muchas culturas hoy exterminadas por el capitalismo, pueblos mal llamados “subdesarrollados” , no tenían ni tienen ninguna intención de “progresar”(de manipular, de instrumentalizar nada que cambie realidad por virtualidad), pues este concepto no entra dentro su mito o manera de ver y entender el mundo.
Las puertas del capitalismo democrático han quedado abiertas y obstruidas por el fuego de su egoísmo y corrupción. Millones y millones de hectáreas de bosque en el mundo, millones de criaturas, centenares de pueblos, son exterminados, carbonizados por las mismas llamas que destruyen el espíritu humano, nuestro nexo con la totalidad.
El diálogo intercultural con las culturas minoritarias y su sabiduría milenaria ya no es posible porque han sido eliminados materialmente o colonizados por el imperio económico, destruidos sus ritmos de vida.
Pero, la epidemia de esta civilización ataca a su misma sociedad, sumando más de tres cuartas partes del mundo que vive en condiciones indignas, desahuciados, esclavizados, amargados… y va en aumento.
El ser humano, a estas alturas, ya llega tarde al cambio de conciencia que debería reintegrarle en la naturaleza y el mundo. Los colmados de “amor por la vida” que lo intentan son crucificados por el sistema, eliminados.
Nos esperan años muy difíciles, por no decir otra cosa.
El mundo es un ser vivo dotado de conciencia donde el ser humano es acogido y conectado solidariamente con el resto de seres formando una entidad. El hecho de haber roto este vínculo vital de relación e interdependencia por mor de una economía totalitaria; el hecho de darnos cuenta que el planeta nos ha mostrado sus límites y, habiéndolos traspasado, deambulamos alienados y ausentes por el camino de auto-destrucción, nos deslegitima como seres humanos. Esta actitud de indiferencia con la vida, con el tiempo, con nosotros mismos, ha despertado la reacción de una conciencia inconmensurable, insondable, digámosle divinidad, Dios, invisible, misterio…
Por Lluís Ronda
La tecnología, la racionalidad científica y técnica, el ego de la individualidad moderna occidental vinculado a un continuo crecimiento económico, ha investido su sociedad de un falso poder que legitima el “dominio sobre el otro”, sean pueblos (tildados de “países en vías de desarrollo”), sea la naturaleza, los cuales, son tratados como meros objetos de explotación y de negocio que, utilizando el lenguaje de la globalización y las democracias capitalistas, generan el actual “modelo de progreso, calidad de vida y estado de bienestar”.
El ser humano, transformado “individuo” en la ciudad tecnológica, ha perdido su vínculo con la tierra, el mundo y el universo. Se ha divorciado del “tiempo” y, por lo tanto, del presente, de la realidad. Vive en continua alienación. Alejado de la naturaleza, no tiene conciencia de los límites del mundo porque ya no respeta los límites de la acción humana, aquello denominado ética. Así, en este estadio, el “sistema” ha generado un pensamiento único global basado en la ideología económica y su crecimiento indefinido, penetrando con éxito en la política contemporánea y defendido por una diversidad de políticos que va, desde los xenófobos y totalitarios, hasta los más moderados en términos democráticos.
Efectivamente, el tiempo ha sido desarraigado del mundo y la persona para reducirlo al reloj, a una carrera cronométrico-lineal hacia un “futuro mejor”. Es en estas circunstancias cuando el antropocentrismo impera, creyéndonos únicos seres dotados de conciencia, inteligencia y razón, autorizados a ejecutar impunemente nuestros proyectos con una sola idea: el éxito económico. Sólo a partir de aquí el “sistema” consiente hablar de democracia, humanidad, solidaridad, sostenibilidad, tecnología social, reciclaje, política ambiental, bienestar y toda esta semántica inherente al “mito del progreso” basado en el cálculo (previsiones de PIB, etc.).
Pero, en tan solo 50 años, el planeta ha sido degradado, devastado, contaminado, exterminado, cuya responsabilidad recae en la manera de ver y entender el mundo por parte de corporaciones, multinacionales y banca (OMC, FMI, BM), impregnando con sus leyes y normativas “de futuro” la mente de su sociedad a través de sus franquiciados políticos y medios de comunicación, creando el actual “modelo de usos”. Así, en estos momentos, la política y los políticos no sólo son descrédito de su concepto original sino se han convertido en brazo ejecutor de las indecencias e iniquidades que hacen llorar un mundo víctima del colonialismo cultural capitalista.
Somos sensibles al asesinato de una joven en manos de un violador desalmado; somos sensibles al fuego que consume Notre-Dame; se sanciona a quien corta un árbol o arranca una flor, quien contamina con el auto o lanza un plástico al mar; se invita al reciclaje, etc., pero, sin embargo, se prohíbe la navegación de barcos destinados a salvar vidas en un Mediterráneo donde anualmente mueren ahogados más de 3.000 personas; se implementan políticas que incitan la quema de bosques en la Amazonia, África …; se desestiman proyectos de energías alternativas y libres; se consiente la explotación de tierras indígenas en nombre de la minería, hidroeléctrica, agroindustria, etc., obviando los derechos de sus pueblos y asesinando diariamente líderes comunitarios y activistas medioambientales . Con más de 40 millones de soldados, el mundo dispone 1’82 billones de dólares anuales para la milicia y sus guerras, provocando más de 1’5 millones muertes/año y 70 millones de refugiados.
Es esta y no otra la “realidad” de un mundo que vive con éxito la instrumentalización de todo ámbito en nombre de la economía, aunque sus consecuencias, como hemos advertido, sean trágicas.
Nosotros somos naturaleza, somos mundo, somos universo, somos tiempo. Cada cultura, que es diferente y única, tiene su tiempo o ritmo de vida. Vivir integrado en la naturaleza, hacer de la tierra y el mundo nuestro cuerpo, es vivir con compromiso y con respeto, con paz y armonía, dejando que el tiempo pase a través de nuestros actos presentes sin ningún afán de “desarrollarnos” sino de “realizarnos”, es por esta causa que muchas culturas hoy exterminadas por el capitalismo, pueblos mal llamados “subdesarrollados” , no tenían ni tienen ninguna intención de “progresar”(de manipular, de instrumentalizar nada que cambie realidad por virtualidad), pues este concepto no entra dentro su mito o manera de ver y entender el mundo.
Las puertas del capitalismo democrático han quedado abiertas y obstruidas por el fuego de su egoísmo y corrupción. Millones y millones de hectáreas de bosque en el mundo, millones de criaturas, centenares de pueblos, son exterminados, carbonizados por las mismas llamas que destruyen el espíritu humano, nuestro nexo con la totalidad.
El diálogo intercultural con las culturas minoritarias y su sabiduría milenaria ya no es posible porque han sido eliminados materialmente o colonizados por el imperio económico, destruidos sus ritmos de vida.
Pero, la epidemia de esta civilización ataca a su misma sociedad, sumando más de tres cuartas partes del mundo que vive en condiciones indignas, desahuciados, esclavizados, amargados… y va en aumento.
El ser humano, a estas alturas, ya llega tarde al cambio de conciencia que debería reintegrarle en la naturaleza y el mundo. Los colmados de “amor por la vida” que lo intentan son crucificados por el sistema, eliminados.
Nos esperan años muy difíciles, por no decir otra cosa.
El mundo es un ser vivo dotado de conciencia donde el ser humano es acogido y conectado solidariamente con el resto de seres formando una entidad. El hecho de haber roto este vínculo vital de relación e interdependencia por mor de una economía totalitaria; el hecho de darnos cuenta que el planeta nos ha mostrado sus límites y, habiéndolos traspasado, deambulamos alienados y ausentes por el camino de auto-destrucción, nos deslegitima como seres humanos. Esta actitud de indiferencia con la vida, con el tiempo, con nosotros mismos, ha despertado la reacción de una conciencia inconmensurable, insondable, digámosle divinidad, Dios, invisible, misterio…
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