Invasión transgénica |
Escrito por Silvia Ribeiro |
Están
en proceso las primeras solicitudes de las trasnacionales Monsanto y
Pioneer (propiedad de DuPont) para sembrar maíz transgénico a escala
comercial en México: un millón 400 mil hectáreas en Sinaloa y más de un
millón de hectáreas en Tamaulipas. Esto equivale a una superficie mayor
que todo el Estado de México, 17 veces mayor que el Distrito Federal, y
mayor que la suma del todo el DF, Morelos, Tlaxcala, Colima y
Aguascalientes juntos. Es también muy superior a decenas de países
enteros, por ejemplo, mayor que todo El Salvador, Kuwait o Luxemburgo.
En
más de la mitad de esa superficie, quieren usar el mismo tipo de maíz
transgénico (con el gen Mon603) que produjo cáncer en ratas en el
experimento del doctor Seralini en Francia, publicado en octubre 2012.
Las empresas y científicos afines a ellas se han dedicado a denostar el
estudio, pero ¿usted quiere correr el riesgo? Claro que no. ¿Por qué
hacerlo, si además existen muchísimas variedades de maíces que no
significan ningún riesgo, e incluso variedades que tienen mayor
rendimiento?
Sin
embargo, contra toda lógica de bien público y soberanía, el gobierno
saliente quiere aprobar estas monstruosas solicitudes que implican
riesgos enormes contra la salud de la población y amenazan uno de los
más importantes patrimonios genéticos de México, para cumplir turbios
acuerdos con las trasnacionales.
La
superficie pedida por las empresas es tan vasta que superaría
ampliamente el área de maíz que normalmente se siembra en esas
entidades, es decir que pretenden sustituir todo el maíz de riego y
además otros cultivos. Es significativo que las solicitudes no las hacen
agricultores, sino directamente trasnacionales de transgénicos, que se
constituyen explícitamente en los dueños del agro mexicano: qué se
siembra, cuánto, dónde, a qué precio, bajo qué riesgos, para quién.
Como explica Ana de Ita (Fe de ratas, La Jornada,
16/10/2012), la mayor parte del consumo de maíz en las ciudades de
México, Monterrey, Guadalajara viene de esas entidades, principalmente
Sinaloa, por lo cual, si se autorizan esas siembras, en pocos meses la
población de las ciudades mexicanas estará comiendo tortillas
transgénicas.
No
es un tema menor: además del estudio de Seralini, hay otros estudios
científicos que señalan problemas graves en la salud por el consumo
continuado de transgénicos, desde alergias a problemas en hígado,
riñones y órganos reproductivos. La manipulación genética sería origen
de algunas de esas dolencias, a lo que se suma que dejan mucho mayor
cantidad de residuos de venenos en los alimentos, porque la mayoría de
los transgénicos son resistentes a un agrotóxico. Justamente, el maíz
con gen Mon603 que pretenden sembrar en Sinaloa y Tamaulipas es
tolerante a glifosato (nombre comercial Faena, Rival y otros). Se hace
para poder usar mayor cantidad del tóxico y más concentrado, lo que deja
más residuos en el grano.
Las
empresas y varias instituciones gubernamentales tratan de ocultar los
graves problemas de salud asociados a los transgénicos, alegando que “no
hay pruebas” y que ya comemos transgénicos porque México importa la
tercera parte del consumo nacional de maíz de Estados Unidos, donde la
mayoría es transgénico. Son datos falseados.
Hay
cada vez más pruebas de que los transgénicos causan problemas en la
salud. El estudio de Seralini es el más amplio y más reciente, pero
reportes anteriores indicaban lo mismo, por lo que la Asociación
Americana de Medicina Ambiental llamó a no consumir transgénicos desde
2009. El estudio de Seralini es el mismo tipo de estudio que presentó
Monsanto a las autoridades, “probando” que no hay problemas, pero
Monsanto interrumpió el estudio a los tres meses. El equipo de Seralini
lo continuó toda la vida de las ratas (hasta dos años) y los principales
problemas aparecieron después del cuarto mes, lo cual cuestiona la
honestidad de los investigadores e instituciones que aprueban los datos
de Monsanto.
Además,
la mayor parte del maíz importado en México se usa para alimentar
cerdos y pollos industriales –criados por otras trasnacionales–, sólo
una parte menor se usa en tortillas industriales. Al autorizar esta
invasión en el norte del país, el consumo de maíz transgénico en las
ciudades aumentará exponencialmente.
Con
esta superficie gigantesca, la contaminación transgénica de otros
maíces en México (híbridos o campesinos) será inevitable y con el tiempo
llegará a todas partes, lo cual sirve a las mismas trasnacionales, que
podrán llevar a juicio a quienes se contaminen “por uso sin licencia de
sus genes patentados”, tal como han hecho con cientos de agricultores en
Estados Unidos y Canadá. El mapa oficial de “zonas centro de
origen” del maíz es absurdo, porque los insectos y el viento llevarán el
polen transgénico a todas partes. Todo México es centro de origen del
maíz y no se debería permitir en ninguna parte.
Además
de un ataque concertado a la salud de la población, la aprobación de
estas solicitudes significaría la primera contaminación masiva del
centro de origen de un importante cultivo alimentario a nivel global,
por lo que también hay una alerta internacional. Cínicamente, las
empresas dicen que no sólo plantan para México, también para exportar.
¡A costa de la contaminación en el centro de origen!
Urge
movilizarnos por todas las vías ante este gravísimo ataque:
informándonos y difundiendo información, resistiendo desde cada milpa,
escuela, comedor y barrio, objetando las solicitudes en “consulta
pública”, aumentando las redes campo-ciudad libre de transgénicos.
- Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC
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