La educación, más allá de Elba y Chuayffet
Jorge Fernández Menéndez
Es difícil saber qué falló. Tanto el
sistema de Enciclomedia como el mucho más completo para dotar de equipos
de cómputo a escuelas y alumnos planteado el sexenio pasado, llamado
HDT, como la propuesta presentada ahora por el gobierno de Enrique Peña Nieto,
de dotar a todos los alumnos de una laptop, eran y son programas
sensatos que podrían o pueden funcionar muy bien. No sabemos cómo le irá
al que le toca impulsar al nuevo secretario Emilio Chuayffet, pero los dos primeros en buena medida fracasaron.
Cuando se habla de las enormes dificultades que tenemos en el terreno de la educación, el lugar común y más sencillo es responsabilizar a los maestros en general y al SNTE en particular, como si nadie más interviniera en el proceso educativo. Es una simplificación que termina llevando el diagnóstico a la caricatura. Por supuesto que en el magisterio hay problemas que deben ser atendidos, por supuesto que el SNTE tiene una gran influencia en la educación, pero en última instancia tenemos millones de maestros que, salvo la fracción de la Coordinadora, que controla los estados de Oaxaca y Michoacán, y en parte Guerrero y Chiapas, van a dar clases todos los días, muchas veces en condiciones muy difíciles, y con alumnos que en muchas ocasiones literalmente no tienen nada.
La condición básica que se debe atender para reformar la educación son las condiciones en las que se desarrolla la educación pública. Las escuelas están cada día peor, no pudieron funcionar ni Enciclomedia ni los programas impulsados por la administración pasada por la sencilla razón de que no existen condiciones para que lo hagan: no habrá un avance en computación, con o sin laptops, si no hay electricidad, si los niños no pueden conectarse a la red porque no existe o ésta es privada, si las escuelas tienen pisos de tierra o no tienen baños o si las aulas son simples cascarones donde no pueden protegerse, ni ellos ni sus maestros, del sol, el frío o la lluvia. En los grandes centros urbanos, particularmente en las periferias, las escuelas están asoladas por pandillas y grupos criminales que suelen amenazar a maestros y alumnos. En muchos lugares los niños simplemente son dejados por sus padres y en demasiadas ocasiones sólo por sus madres (25% de todos los hogares del país están encabezados por una mujer) en las escuelas mientras ellos trabajan, con la enorme diferencia de que las escuelas son de media jornada y las suyas son jornadas que suelen ir mucho más allá de las ocho horas. Los niños quedan solos y la escuela no les suele proporcionar ningún cobijo, espacio ni alimentación.
Por supuesto que hay mucho más, pero se debería insistir en lo principal: primero, en las condiciones en las cuales se estudia, en contar con escuelas dignas para todos, con aulas, pisos, baños, pizarrones (aunque no sean electrónicos), con electricidad; en condiciones dignas para los maestros y los alumnos; en escuelas de jornada completa, donde en la propia escuela se proporcionen alimentos básicos a los niños. Pero también se debe hacer una diferenciación entre los propios maestros, entre los que con aciertos y errores sí trabajan y cumplen y los que no lo hacen.
Dos ejemplos me parecen paradigmáticos al respecto. En Oaxaca, si sumamos los días de paros de la Sección 22, en los últimos cinco años, esa inasistencia alcanza a un año lectivo. Olvidemos todo lo demás: incluso si estuvieran en las mismas condiciones que los demás niños del país, los de Oaxaca, al término de su educación básica, tienen en los hechos casi dos años menos de clases que los del resto del país. Vamos a Michoacán, otro estado controlado por la Coordinadora: sus dirigentes magisteriales y los de las escuelas normales rurales se oponen al programa curricular y no quieren aprender ni inglés ni computación, obviamente tampoco quieren ni pueden enseñarlo: para la Sección 18 es mejor enseñar, aunque tampoco lo conocen, purépecha que inglés o computación. Dicen que los niños de las zonas indígenas no lo necesitan. Son sólo dos ejemplos: olvidemos la violencia, las manifestaciones, la radicalización e ideologización del discurso del CNTE; olvidemos que es en esos estados controlados por la Coordinadora lo únicos del país donde hoy se venden las plazas o se heredan. Allí está el verdadero huevo de la serpiente en el terreno educativo.
Si existe o no conflicto político entre Chuayffet y Elba Esther Gordillo es, o debería ser, anecdótico. Si se suprimió o no algún programa del pasado impulsado por la SEP o por el SNTE, igual. Lo importante debería ser realizar una verdadera revolución educativa, impulsada por todos, que destinara al sector todo lo necesario para transformar desde los espacios hasta la forma y el fondo del sistema, hasta tener lo que merecemos como sociedad: una educación pública, gratuita, laica y de calidad.
2012-12-10 02:50:00
Cuando se habla de las enormes dificultades que tenemos en el terreno de la educación, el lugar común y más sencillo es responsabilizar a los maestros en general y al SNTE en particular, como si nadie más interviniera en el proceso educativo. Es una simplificación que termina llevando el diagnóstico a la caricatura. Por supuesto que en el magisterio hay problemas que deben ser atendidos, por supuesto que el SNTE tiene una gran influencia en la educación, pero en última instancia tenemos millones de maestros que, salvo la fracción de la Coordinadora, que controla los estados de Oaxaca y Michoacán, y en parte Guerrero y Chiapas, van a dar clases todos los días, muchas veces en condiciones muy difíciles, y con alumnos que en muchas ocasiones literalmente no tienen nada.
La condición básica que se debe atender para reformar la educación son las condiciones en las que se desarrolla la educación pública. Las escuelas están cada día peor, no pudieron funcionar ni Enciclomedia ni los programas impulsados por la administración pasada por la sencilla razón de que no existen condiciones para que lo hagan: no habrá un avance en computación, con o sin laptops, si no hay electricidad, si los niños no pueden conectarse a la red porque no existe o ésta es privada, si las escuelas tienen pisos de tierra o no tienen baños o si las aulas son simples cascarones donde no pueden protegerse, ni ellos ni sus maestros, del sol, el frío o la lluvia. En los grandes centros urbanos, particularmente en las periferias, las escuelas están asoladas por pandillas y grupos criminales que suelen amenazar a maestros y alumnos. En muchos lugares los niños simplemente son dejados por sus padres y en demasiadas ocasiones sólo por sus madres (25% de todos los hogares del país están encabezados por una mujer) en las escuelas mientras ellos trabajan, con la enorme diferencia de que las escuelas son de media jornada y las suyas son jornadas que suelen ir mucho más allá de las ocho horas. Los niños quedan solos y la escuela no les suele proporcionar ningún cobijo, espacio ni alimentación.
Por supuesto que hay mucho más, pero se debería insistir en lo principal: primero, en las condiciones en las cuales se estudia, en contar con escuelas dignas para todos, con aulas, pisos, baños, pizarrones (aunque no sean electrónicos), con electricidad; en condiciones dignas para los maestros y los alumnos; en escuelas de jornada completa, donde en la propia escuela se proporcionen alimentos básicos a los niños. Pero también se debe hacer una diferenciación entre los propios maestros, entre los que con aciertos y errores sí trabajan y cumplen y los que no lo hacen.
Dos ejemplos me parecen paradigmáticos al respecto. En Oaxaca, si sumamos los días de paros de la Sección 22, en los últimos cinco años, esa inasistencia alcanza a un año lectivo. Olvidemos todo lo demás: incluso si estuvieran en las mismas condiciones que los demás niños del país, los de Oaxaca, al término de su educación básica, tienen en los hechos casi dos años menos de clases que los del resto del país. Vamos a Michoacán, otro estado controlado por la Coordinadora: sus dirigentes magisteriales y los de las escuelas normales rurales se oponen al programa curricular y no quieren aprender ni inglés ni computación, obviamente tampoco quieren ni pueden enseñarlo: para la Sección 18 es mejor enseñar, aunque tampoco lo conocen, purépecha que inglés o computación. Dicen que los niños de las zonas indígenas no lo necesitan. Son sólo dos ejemplos: olvidemos la violencia, las manifestaciones, la radicalización e ideologización del discurso del CNTE; olvidemos que es en esos estados controlados por la Coordinadora lo únicos del país donde hoy se venden las plazas o se heredan. Allí está el verdadero huevo de la serpiente en el terreno educativo.
Si existe o no conflicto político entre Chuayffet y Elba Esther Gordillo es, o debería ser, anecdótico. Si se suprimió o no algún programa del pasado impulsado por la SEP o por el SNTE, igual. Lo importante debería ser realizar una verdadera revolución educativa, impulsada por todos, que destinara al sector todo lo necesario para transformar desde los espacios hasta la forma y el fondo del sistema, hasta tener lo que merecemos como sociedad: una educación pública, gratuita, laica y de calidad.
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