Televisa, el año de su auge y de su peor crisis de credibilidad
Escrito por Jenaro Villamil
Todo parecía perfecto para este 2012 en la cúpula directiva de los Cuatro Fantásticos de
Televisa. Se impusieron a la lógica y consiguieron la autorización de
la Comisión Federal de Competencia para fusionarse con Iusacell, empresa
de su presunto competidor TV Azteca. Sus ingresos y ganancias se
incrementaron, sobre todo, en la rama de televisión satelital y en
telecomunicaciones.
A nivel político lograron lo que
querían. Su cliente consentido, Enrique Peña Nieto, fue el candidato
presidencial del PRI. El sexenio falleciente de Felipe Calderón Hinojosa
les entregó, como nadie, una fortuna en contratos publicitarios. Su
principal adversario, Carlos Slim, con todo y ser el magnate Forbes más
rico del mundo no pudo lograr el cambio de título de concesión en
materia publicitaria. Y su competidor en televisión restringida, MVS, se
quedó sin el refrendo para explotar la banda 2.5 Ghz que aceleraría el proceso de acceso a la banda ancha inalámbrica.
La riqueza y
la ostentación son visibles entre los ex jóvenes treiteañeros que
llegaron a dominar en 1997 la principal compañía de comunicación en el
mundo de habla hispana. El yate de Emilio Azcárraga Jean, difundido en la revista Proceso, opaca al de su propio padre El Tigre Azcárraga Milmo, pero no arriba a costas mexicanas “por precaución”.
Televisa es juez y parte en los juegos
de la cañería del poder. No es una empresa solamente dedicada a la
comunicación y a la venta de publicidad. Es una empresa de poder. Por
encima de sus audiencias o de sus propios accionistas. Lo mismo apuestan
junto con TV Azteca promovió una telebancada que en 2012 se volvió más numerosa que nunca. También tiene a su servicio tele-gobernadores que emulan el síndrome Peña Nieto dándoles carretadas de dinero, favores y concesiones para quedar bien “con Emilio”.
Sin embargo, su año de mayor poder
comenzó a ser su periodo de mayor impugnación social, sobre todo, entre
las nuevas generaciones de jóvenes universitarios que formaron el movimiento #YoSoy132. La prensa internacional, especialmente The Guardian, difundió las irregularidades del convenio secreto entre Televisa y Peña Nieto que desde 2005 hemos investigado en Proceso. Y cuando la tormenta parecía haber pasado, surgió el expediente polémico y explosivo de la “caravana de Nicaragua”:
las 6 camionetas y los 18 mexicanos detenidos el 20 de agosto se
convirtieron en la pista más delicada de infiltración o colusión del
crimen organizado en el seno de Televisa.
Nunca imaginaron Los Cuatro Fantásticos que
un movimiento de jóvenes en redes sociales para impugnar la cobertura
de la visita de Enrique Peña Nieto se transformara en su verdadero dolor
de cabeza. #YoSoy132 le puso el cascabel al Tigrito. Y no sólo
estos jóvenes sino miles de mexicanos, quizá millones, están convencidos
que Televisa impide la democratización de los medios y el derecho a la
información en este país.
Los “papelitos”
que tanto despreciaron como apócrifos, inventados, sobre el convenio
secreto con Enrique Peña Nieto (el primero de 746 millones de pesos por
un año) trascendieron las fronteras mexicanas. Televisa es observada en
Gran Bretaña y Estados Unidos como una empresa que negocia y manipula la
competencia política a través de la venta subrepticia de notas,
entrevistas y presentaciones en programas de espectáculos.
Un poder fáctico puro y duro, como
dirían los anglosajones. O una televisora capaz de “secuestrar al
Estado” en los términos que analiza el Banco Mundial. Una empresa que
“erosiona la democracia” mexicana, según Freedom House.
Como cereza del pastel anual, Televisa
se vio envuelta en un escándalo de dimensiones aún desconocidas. El 20
de agosto fueron detenidos en Nicaragua 18 mexicanos que viajaron
durante más de 40 veces por Centroamérica con camionetas con el logotipo
de Televisa, equipadas como si fueran a transmitir enlaces directos. Y
con 9.2 millones de dólares en efectivo y droga.
Acostumbrada a aplastar y no a informar,
Televisa decretó primero la ley del silencio. Negó rotundamente que
camionetas y detenidos trabajaran para la empresa. Contó con el favor
obsequioso de la PGR, la PGJDF, la cancillería y hasta los diplomáticos
mexicanos en Nicaragua que estaban más pendientes de defender el “buen
nombre” de la empresa que investigar lo sucedido.
La insistencia y persistencia
profesional del espacio informativo de Carmen Aristegui en MVS Radio,
así como la cobertura de otros medios periodísticos de Nicaragua y
México (especialmente la revista Proceso) demostraron las
contradicciones de la versión de la empresa y revelaron documentos y
testimonios que constituyen indicios de que, al menos, Televisa fue
infiltrada por un grupo del crimen organizado. La pregunta es si fue con
el consentimiento o no de sus directivos.
Lo peor para Televisa es que el
escándalo coincide con su peor crisis de credibilidad frente a sus
audiencias. Las heridas del 2012, los agravios de millones de mexicanos
que observaron durante siete años el cuidadoso empeño de la empresa para
encumbrar a Peña Nieto, no se cerraron.
La historia continuará en el 2013.
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