Caprichos presidenciales
Escrito por Monitoreo Informativo
por Gabriel Zaid
El
Fondo de Cultura Económica nació en 1934 como una institución de la
sociedad civil. Daniel Cosío Villegas, su fundador y director, la
organizó como una editorial independiente, no como una dependencia
editorial del poder ejecutivo. Consiguió dinero público y privado para
un fideicomiso constituido en el Banco de México (que también,
originalmente, tuvo accionistas privados). La palabra fondo tenía el doble sentido de fondo editorial y fondo fiduciario (trust).
El Banco no se metía en la administración del Fondo como editorial: se
limitaba a la vigilancia fiduciaria del uso honesto de los fondos.
En 1948, Cosío decidió retirarse y trajo
como sucesor al gerente de la filial argentina, Arnaldo Orfila Reynal.
Resultó un acierto. De 1934 a 1965, la empresa acumuló un capital
asombroso de títulos publicados, colecciones, autores, traductores y
lectores; de tipógrafos, diseñadores, correctores y curadores de libros;
de oficio editorial y calidad intelectual; de merecido prestigio
internacional.
Inesperadamente, en 1965, el presidente Gustavo Díaz Ordaz se sintió dueño del Fondo y despidió a Orfila por haber publicadoLos hijos de Sánchez de
Oscar Lewis. Nombró en su lugar a Salvador Azuela, un buen hombre que
no tenía la menor idea de lo que era una editorial y así la dirigió. El
capricho presidencial dañó una institución querida y respetada en todo
el mundo.
Después de años a la deriva, cuando el
Fondo empezaba a recuperarse (gracias a los trabajos de salvamento de
José Luis Martínez y Jaime García Terrés), recibió un segundo golpe
presidencial. En 1990, al ex presidente Miguel de la Madrid se le antojó
la dirección del Fondo y el presidente Carlos Salinas de Gortari se la
dio. Hubo burlas en los medios políticos, que veían (y ven) el Fondo
como poca cosa, desde la perspectiva del poder. Resultaba peregrino y
difícil de explicar. ¿Por qué pedir una chambita después de haber sido
presidente? ¿Por qué pedir el Fondo? Nunca había mostrado vocación de
editor de libros. No tenía experiencia. No le faltaba dinero para poner
su propia editorial. Fue un capricho inexplicable, pero destructivo.
La situación se repite con José Carreño
Carlón, nuevo director del Fondo por capricho presidencial. Su
trayectoria como editor de libros es nula. En su propia página web (www.josecarrenocarlon.com),
subtitulada “Artículos periodísticos y comentarios en radio y TV”, se
presenta como experto teórico y práctico en las relaciones del poder y
los medios. Fue Premio Nacional de Periodismo, director del periódico
oficial (El Nacional), vocero presidencial de Salinas de Gortari y diputado. Es conductor del programa de televisión Agenda Pública de Televisa, comentarista de Antena Radio del Imer, columnista en El Universal y
profesor de periodismo en la Ibero y en la UNAM. Al día siguiente de su
nombramiento, publicó en su artículo “Llegar al Fondo” que “Llegar
ahora a esta casa prodigiosa […] sería –imaginé– prolongar las
experiencias gozosas de décadas en el periodismo y la comunicación”.
“También el Fondo ha realizado un largo viaje. […] ha resistido desde el
golpe autoritario de Díaz Ordaz hasta épocas de grisedad.”
Hay algo misterioso en los caprichos. No
se pueden defender con buenas razones, porque tienen motivos
irracionales. El nombramiento es absurdo, aunque se diga, para
explicarlo, que viene de una promesa de Enrique Peña Nieto. Pero ¿a
quién? Por su trayectoria y su poder mediático, no es de creerse que
Carreño Carlón haya solicitado el Fondo. Tampoco es de creerse que le
interese a Televisa. Le interesa al ex presidente Salinas de Gortari,
que tiene delirios de retorno. Escribió un par de libros para señalarse
como el intelectual orgánico del nuevo PRI y hasta fue temido como un
posible poder tras el trono. Sobra decir que, si ocupara la oficina del
Fondo que tuvo de la Madrid, el escándalo sería mayúsculo. El
nombramiento de su fiel escudero también es un escándalo, pero por
cuenta de otros. Premonitoriamente, el estudiante José Carreño Carlón
presentó una tesis titulada México: los códigos de su autodestrucción.
La horticultura puede cambiar de
cultivos con frecuencia, porque opera en ciclos muy cortos. En la
cultura, los cambios frecuentes son un desastre, porque los ciclos son
muy largos. Las instituciones culturales van mejorando lentamente, o
pudriéndose lentamente, mientras parece que no pasa nada. Además, la
cultura es artesanal: encaja mal en el sistema burocrático. Lo
importante en la cultura lo han hecho personas que ni subieron ni
bajaron burocráticamente: que, en el mismo puesto y con el mismo título o
con ninguno, produjeron cada vez mejor, en ciclos creadores de diez,
veinte o treinta años. Por el contrario, mejorar burocráticamente es
ante todo recibir un puesto como un peldaño para subir a otro. En la
burocracia, quedarse a hacer las cosas bien es anquilosarse, vegetar,
exponerse a ser barrido como el odioso detentador de un feudo.
Reducir el Fondo de Cultura Económica a
una de tantas cartas de la baraja política de puestos asignables es una
pérdida para la cultura de habla española. La rotación de directores en
función de circunstancias y perspectivas que nada tienen que ver con el
mundo de los libros degrada al Fondo como proyecto cultural.
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