La apuesta de peña Nieto por el estallido social
Fuente Contra linea
Los estímulos visibles que una
sociedad puede, realistamente, ofrecer a un joven pobre con un nivel
medio de capacidad y de laboriosidad son, sobre todo, estímulos de
penalización y desaliento: “Si no aprendes, te echamos”; “si delinques,
te metemos entre rejas”; “si no trabajas, aseguramos que tu existencia
va a ser tan penosa, que cualquier trabajo te ve a resultar preferible”.
Prometer más, es fraude.
Charles Murray, Loosing ground (1984), gurú reaganista
El auge económico, y no la crisis, es el momento adecuado para la austeridad.
John M Keynes
Las primeras acciones y disposiciones políticas y económicas adaptadas desde las catacumbas del priísmo restaurado no fueron más que los oráculos
que reafirmaron descarnadamente la fatídica continuidad de los tiempos
autoritarios y neoliberales. Sin preámbulos. Ni siquiera le dieron a la
población la oportunidad de gozar, para deleite de los morbosos
sicoanalistas, de su tedioso ritual sexenal, el voluptuoso hechizo de la emoción o la perturbación que representa encontrarse ante “las puertas
de una nueva etapa de nuestra historia”, como dijera Enrique Peña
Nieto, cuyos misterios son revelados gradualmente, lo que contribuye a
renovar la fe de los creyentes fieles en el régimen y su “modernidad”
platónica del paraíso prometido, el cual suponen se afirma
terrenalmente; o a hundir paulatinamente a los ingenuos en la ciénaga
del desencanto y cuyas esperanzas se renovarán patéticamente en las
próximas elecciones presidenciales, mientras no haya cambios radicales
en el funcionamiento del régimen mutado de “revolucionario-nacionalista”
a neoliberal; o a destruir sádicamente sus anhelos de cambio, sin anestesia, a golpes de despiadado carnicero
político, al sumarlos a las filas del creciente ejército de pobres y
miserables condenados a muerte por inanición, delincuentes, resentidos,
descontentos y anticapitalistas que rumian las formas de
dinamitar a un sistema socialmente excluyente por naturaleza, que les
niega una vida digna y democráticamente participativa en las decisiones
que determinan su presente y su futuro.
La manera en que se inaugura el
peñanietismo vaticina 6 años más de crispación, de convulsión, de
enfrentamientos políticos enconados, de la agudización de la lucha de
clases. Al cerrarse furiosamente la posibilidad de una salida
republicana a los conflictos sociales, se arraiga la percepción de que
la única forma de terminar con la relación amo-esclavo, del trabajo
asalariado-capital, es con la negación, la muerte histórica del amo
capitalista y de la formación económica-social que construyó en su
beneficio. Esa convicción no es exclusiva de México. Es compartida
globalmente, a raíz del colapso del capitalismo neoliberal mundializado
que orilló a la elite político-económica a dejar de lado la retórica de
la democracia delegativa y reforzar su autoritarismo, en aras de tratar
de rescatar al sistema de su peor naufragio provocado por la
voraz y genética necesidad empresarial de maximizar sus ganancias por
cualquier medio, al trasladar los costos del desastre sobre las espaldas
de las mayorías. En 1997 (recuerda el filósofo catalán Antoni
Domènech), los 500 ejecutivos más importantes del mundo, reunidos en el
Fairmont Hotel de San Francisco, acuñaron el nombre de la sociedad hacia
la que nos encaminamos a corto plazo: la “sociedad de los cuatro
quintos” o la “sociedad 20/80”. Una sociedad compuesta por un 20 por
ciento de individuos imprescindibles para el funcionamiento de la
maquinaria económica globalizada, dotados de trabajos estables y más o
menos bien remunerados, y un 80 por ciento restante ocupado en trabajos
precarios, inseguros, temporales, informales o irrelevantes, y siempre
azacaneados. En la década de 1980, el político alemán socialdemócrata y
científico social Peter Glotz usó una metáfora de números quebrados: “la
sociedad de los tres tercios: un tercio de ricos, un tercio de clases
medias (más o menos seguras), y un tercio de población que estaba más o
menos a la buena de Dios”.
Ahora se habla de una sociedad aún más
quebrantada: la del 1 por ciento de privilegiados contra el otro 99 por
ciento. A la floreciente “clase media de época dorada” de la década de
1960 se le hundió el piso y fue homologada en el abismo con los
underclass, subclase o clase inferior, con la prole. La quiebra de sus
expectativas parió a los indignados y encabronados que hicieron a un
lado sus miedos, desafían al sistema y son brutalmente reprimidos en
México y el mundo.
El discurso del 1 de diciembre de
2012, el programa económico para 2013 y las florituras empleadas por los
subalternos para justificar las primerizas medidas asumidas por su deidad
Enrique Peña Nieto, con las que piensa “transformar a México”, no son
más que un manojo de demagógicas obviedades destinadas para el consumo
de los cándidos que recrean una nación inexistente (“México
democrático”, “estado de derecho”, “sana pluralidad”, “procesos
electorales competidos, plurales y participativos”… Palabras de Peña);
de desvergonzados, insultantes y excesivos elogios a las supuestas
virtudes que atavían a Enrique Peña y que realmente carece (“mi primera
obligación cumplir y hacer cumplir la ley”, “respetaré a todas las voces
de la sociedad”, “gobierno abierto, facilitador, responsable”, “acataré
la división de Poderes”, etcétera); de verborrea hueca con la que quiso
ocultar los intereses antisociales y antinacionales de la derecha
política-oligárquica; de promesas que nunca se cumplirán (crecimiento,
empleo formal, bienestar), porque la esencia y los “ejes” de los planes,
basados en conceptos como “estabilidad macroeconómica”, “prudencia”,
“austeridad”, “cero déficit presupuestal”, “seguridad”,
“competitividad”, calidad”, “mercado libre”, “mitos y paradigmas”,
“reformas estructurales”, las contradicen y conducen al mismo vertedero
de las aguas pantanosas y pútridas neoliberales, donde los Chicago Boys,
al estilo Luis Videgaray, llevaron al estancamiento económico de
1983-2012, hundieron en diferentes grados de pobreza y miseria a las
mayorías y arrojaron de la Presidencia a la derecha priísta y panista,
operadores del modelo, al cual ahora le toca dirigir y emular a Peña
Nieto. Ese modelo que sólo ha beneficiado fundamentalmente a las
corporaciones trasnacionales y al 1 por ciento de la población local, la
oligarquía, entre ellas a unas 40 familias (Slim, Azcárraga, Salinas
Pliego, Larrea, Bailleres, Arango, Servitje, González Berrera, Roberto
Hernández, Claudio X González, etcétera) que respaldan al Partido
Revolucionario Institucional-Partido Acción Nacional-Partido Verde
Ecologista de México y financian sus aventuras golpistas, cuyos monopolios y fuerza política obstaculizan despóticamente la libre competencia y la democratización del país.
Enrique Peña Nieto promete
crecimiento, bienestar, democracia, prosperidad, estado de derecho. Si
se cumplen o no esas metas, ello dependerá de la forma en que se
gobierne, las prioridades de la política económica y la estrategia de
largo plazo y, antes que nada, de lo que se considere como los problemas
principales de la economía. Si el objetivo central es “el desarrollo
humano, el crecimiento económico debe tener las siguientes
características: generar empleo y seguridad en los medios de ganarse el
sustento; propiciar la libertad de las personas; distribuir
equitativamente los beneficios; promover la cohesión social y la
cooperación; salvaguardar el desarrollo humano futuro” (Organización de
las Naciones Unidas, Hacia una sociedad para todos, 1994). La
pobreza, la exclusión social y el desempleo generan inestabilidad
económica, política, social y cultural, violencia y amenazas para la
seguridad de las personas. “Cualquier discusión sobre la producción
tiene que poner ante todo la necesidad de la gente, no los negocios”,
agrega Enrique Martínez, titular del Instituto Nacional de Tecnología
Industrial de la República Argentina.
Si la apuesta es por el bienestar,
entonces la primacía será el alto crecimiento sostenido, con empleos
estables y permanentes, salarios reales crecientes, política fiscal
activa, redistributiva del ingreso (más impuestos a los que más ganan y
más gasto social e infraestructura), que suavice el ciclo económico y
promueva el crecimiento a largo plazo, al aceptar un nivel socialmente
tolerable de precios. Y, desde luego, con otros empresarios, porque los
actuales han recibido cuantiosos beneficios (fiscales, depredación,
recursos nacionales, etcétera) y la inversión productiva ha sido
mediocre (en 1981 fue de 28 por ciento del producto interno bruto, y de
23.3 por ciento en 2012), al igual que el crecimiento (2.4 por ciento en
1983-2013). Se han dedicado a especular, sacar sus capitales del país
(33 mil millones de dólares durante el gobierno de Calderón) y la bon vivant
(la buena vida, vividores, pues). ¿A quién importa menos la inflación? A
quienes no tienen empleo. ¿A quién le importa que sea baja? A las
empresas y los especuladores.
¿Qué propone Enrique Peña?
Seguir dando vueltas a la noria autoritaria-neoliberal. Privilegia los mantras
monetaristas: baja inflación (3 por ciento anual en 2013-2018) y no
macroeconómica, porque descansará en la sobrevaluación cambiaria (el
dólar bajaría de 13.2 pesos a 12.9 pesos por dólar) y agudizará el
déficit externo (9 mil millones de dólares a 15 mil millones, de 0.8 por
ciento a 1.2 por ciento del producto interno bruto), lo que desplazará a
la producción local (importaciones más baratas) y exigirá mayores
flujos de capital (especulativos que desestabilizarán a la paridad y los
mercados financieros) para compensar dicho déficit; que exigirá mayores
réditos (de 0.6 por ciento a 1.6 por ciento por encima de la inflación)
para saciar la voracidad especulativa (la economía del casino) y evitar
sus ataques desestabilizadores cambiarios y financieros, y que
desalentará el consumo basado en el crédito y la inversión productiva,
el balance fiscal cero para reforzar la desinflación y atenuar el
déficit externo, y que se cimentará en el menor gasto programable (-1.4
por ciento en 2013), pues el costo de la deuda subirá 8.1 por ciento, la
“prudencia salarial” (alzas similares a la inflación esperada y no la
alcanzada), que impedirá que los mínimos recuperen el casi 80 por ciento
de su capacidad de compra perdida durante el neoliberalismo, y los
contractuales en poco más de 48 por ciento, e incluso pueden
quebrantarse más; más desregulación y apertura externa, más Estado
autista, más reprivatizaciones (petróleo, electricidad, infraestructura,
telecomunicaciones), que se sumarán a los trabajadores
“flexibilizados”, precarios y “libres” de los estorbosos sindicatos y
leyes laborales que impedían su sobreexplotación; la “autonomía” del
banco central ante la sociedad y su vasallaje ante los especuladores.
¿Cuál es el crecimiento esperado? 3.5
por ciento en 2013, contra 3.9 en 2012; 3.9 por ciento en promedio anual
en 2013-2018. En 1983-2013 fue de 2.4 por ciento. Uno de los peores del
mundo. En 1983-2018 sería de 2.6 por ciento. En 1933-1983, cuando la
economía estaba cerrada y el Estado era activo fue de 6 por ciento. Con
el panismo fue de 2 por ciento y sólo se crearon 432 mil empleo anuales
(excluye los “informales”), 281 mil formales (afiliados al Instituto
Mexicano del Seguro Social; sólo 206 mil permanentes) de los poco más de
1 millón que se requerían. Esta década se necesitarán al menos 1.2
millones y, dada la estructura actual, la inversión tendría que ser de
al menos 30 por ciento del producto interno bruto y el crecimiento de,
al menos, 6 por ciento anual para absorberlos formalmente. Estados
Unidos cierra las puertas a los ilegales. Y Peña Nieto piensa en sólo
3.9 por ciento y la inversión rondaría el 25 por ciento.
¿Qué propone el Enrique Peña a los miserables?
Según el lector de las tablas del Moisés Enrique Peña-Videgaray no se trata nada más de regalar pescado, sino de enseñar a pescar.
Pero Peña no es Cristo ni taumaturgo. Como en el Evangelio de Marcos,
multiplicará los pescados asistencialistas que no enseñan a pescar. Pero
sirven para manipular a los degradados sociales por el neoliberalismo.
El apostolado de las limosnas recaerá en Rosario Robles, experta en brincar promiscuamente en los tálamos de la política y el exhibicionismo del ménage à trois, pero no en el reparto de peces. El maná de los panes, empero, estará ausente porque los salarios seguirán siendo de hambre. En nombre de la maximización de la tasa de ganancia.
Como María Antonieta, Enrique Peña, Videgaray y Robles dirán: “¡coman pasteles!”.
¿Qué otra cosa puede esperarse de
Videgaray, Fernando Aportela, secretario y subsecretario de Hacienda y
Crédito Público y empleados de Pedro Aspe en Protego Asesores; Miguel
Messmacher, subsecretario de Ingresos; Fernando Galindo, subsecretario
de Egresos, y Agustín Carstens (gobernador del Banco de México) si son Chicago Boys que comparten con Peña el fundamentalismo por el inexistente “mercado libre”?
Enrique Peña se dice preocupado porque
“somos una nación que crece en dos velocidades: hay un México de
progreso y desarrollo, pero hay otro que vive en el atraso y la
pobreza”.
O es un mentiroso, un ignorante o un valemadrista. Porque sólo existe un México y una sola velocidad neoliberal, donde el progreso del cártel de los 40, sin contar al Chapo Guzmán,
descansa en la indigencia del resto. Con sus programas sólo ampliará la
opulencia de esa minoría, la pobreza, la miseria, la delincuencia, el
descontento y el riesgo del estallido social.
*Economista
Fuente: Contralínea 136 / Enero 2013
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