Legionarios de Cristo: otra denuncia contra Maciel
Marcial
Maciel fue idolatrado dentro de la orden de los Legionarios de Cristo,
misma que fundó en 1941. Gozó del apoyo del pontífice Juan Pablo II por
el conservadurismo extremo que pregonaba.
Maciel
fue un defensor a ultranza de la moral de la abstinencia y de la
represión sexual. Representaba a la iglesia que condena sin concesiones
la búsqueda del placer sexual, el aborto, los métodos anticonceptivos,
la masturbación, la homosexualidad, etcétera.
Pero esas actitudes eran hipócritas,
pues hoy se sabe que Maciel llevó una doble vida, en la que cometió todo
tipo de abusos, mantuvo muchas relaciones sexuales con mujeres y
hombres, tuvo hijos y abusó sexualmente de varios de sus seminaristas;
consumía drogas y ejercía un poder despótico sobre sus discípulos.
En 2010, 3 años después de la muerte
de Maciel, uno de sus hijos, José Raúl González Lara, denunció que
Maciel abusó sexualmente de él cuando era un niño. Maciel procreó dos
hijos con la madre de González Lara, a quienes les puso otros apellidos.
La legión ha emprendido una persecución judicial contra González, a
quien acusa de extorsión.
Desde hace décadas, prominentes
exlegionarios han denunciado públicamente los abusos que cometió Maciel
contra ellos. En 1997 comenzaron a difundirse estos hechos; en 2003 se
publicó el libro El Legionario, de Alejandro Espinosa, donde se relatan, con detalles, esos episodios. Desde entonces se han publicado otras denuncias.
Una de ellas es el valeroso testimonio
de Francisco González Parga, exlegionario y exsacerdote de esa
corriente religiosa, en su libro Yo acuso al padre Maciel y a la Legión de Cristo.
Una vida con Maciel
González Parga estudiaba en
Guadalajara, en el Colegio Unión, de los jesuitas, cuando fue reclutado
por los Legionarios, quienes, como él mismo explica, supieron manipular
tramposamente la ingenuidad y las ilusiones infantiles.
No les decían que estaban buscando
vocaciones sacerdotales, sino que los alojarían en un internado muy
lujoso, con alberca cubierta, frontón profesional, boliche, etcétera;
que los llevarían a viajar por toda la República Mexicana y que “más
adelante iríamos a España y a Italia a terminar nuestros estudios”
(página 46).
El exlegionario explica muy bien por
qué muchos discípulos de Maciel seguían con él a pesar de sus abusos y
las vejaciones que cometía contra ellos. Una de las razones es que sabía
“tocar fibras”, como las del temor y la ambición, que son poderosas
motivaciones del ser humano.
Leemos: “Se nos inculcó servir a Dios
en el sacerdocio y en la vida religiosa por obligación y por temor al
castigo… Se nos inculcó el conservar la vocación a cualquier precio, no
precisamente por amor, sino por temor, y astutamente también, mediante
motivaciones humanas: seríamos importantes en la Legión, estudiaríamos
en las mejores universidades, el que menos, llegaría ser rector de un
gran colegio” (página 51).
Francisco entró a los Legionarios a los 11 años de edad, en 1951, y permaneció con ellos 2 décadas, hasta 1971.
Pronto descubriría qué tipo de servicios exigía Maciel a sus amados legionarios,
cuyos relatos dejan claro cuál era la técnica de abuso sexual usada por
Maciel. Éste les pedía que lo calentaran con su cuerpo y que lo
masturbaran para aliviarle un doloroso padecimiento; alegaba que el papa
Pío XII lo había autorizado a recurrir a esas prácticas.
“…Sin previo aviso y sin proposición
verbal ninguna, él pasaba poco a poco a realizar todo acto sexual con tu
cuerpo, incluyendo la sodomía, y tú no te atrevías a reclamar nada,
pues habías partido del acuerdo con él de que no te pediría nada que
fuera pecado…” (página 129).
Relata González que, desconcertado por
el hecho de que algunos legionarios debían masturbar a Maciel a pesar
de que a ellos mismos se les prohibía rigurosamente masturbarse, porque
era pecado, en una ocasión cuestionó a Maciel sobre ese particular, a lo
que se limitó a decirle que esa prohibición era “para evitar los abusos
por el hábito adquirido y el egocentrismo” (página 36).
Aunque Maciel nunca se impuso límites
ni prohibiciones a sí mismo, y llevó una intensísima vida bisexual,
relata González Parga que a los discípulos elegidos como sus servidores
sexuales sí les inculcaba la repugnancia hacia las mujeres y la
preferencia homosexual, a fin de que desempeñaran con asiduidad las
tareas que les imponía.
Recuerda que una vez Maciel “prendió
la luz y me estuvo contemplando desnudo; me pidió que me mantuviera
recto y con los brazos a los lados y empezó a decirme: ‘no cabe duda de
que el cuerpo de los hombres es más hermoso que el de las mujeres…’.
“Luego hizo un comentario con
desagrado de los órganos sexuales de las mujeres, como que por estar al
interior de su cuerpo eran sucios y pestilentes” (página 32).
Maciel y las drogas
La adicción de Maciel a las drogas es
un tema que González Parga desarrolla extensamente, pues él era uno de
los encargados de conseguírselas.
También con el pretexto de aliviar el
dolor, Maciel consumía frecuentemente una droga derivada de la morfina,
que sus discípulos se la debían llevar bajo el riesgo de ser
aprehendidos por la policía y condenados a una larga pena en prisión.
Francisco relata las peripecias que
tenían que pasar los discípulos de Maciel para conseguirle esa droga:
tenían que convencer a los médicos, fingirse ellos mismos enfermos,
pagarles cantidades exageradas por sus recetas, y llevar el registro de
las farmacias a las que ya habían acudido para no repetir la visita.
“Dos o tres veces escapamos de milagro,
y en San Sebastián, España, una vez los detuvieron. Maciel quiso
sobornar al guardia civil, y éste lo denunció. Tuvo que intervenir el
nuncio apostólico en España, que era muy amigo de Maciel, para que no
fueran a dar a la cárcel Maciel y los interesados, pero la denuncia de
este hecho llegó hasta la Curia Romana de parte del gobierno Español, lo
que consta en archivos” (página 39).
El sexo del clero
Le fue difícil a Francisco González
tomar la decisión de denunciar públicamente a Maciel, entre otras cosas,
por las malas experiencias que tuvo dentro de las filas clericales.
Relata que al recurrir en Roma,
Italia, a monseñor Mario Pimpo, funcionario de la Sagrada Congregación
de la Disciplina del Clero, éste adoptó una actitud comprensiva en lo
referente a sus denuncias.
Pero resulta que Pimpo también trató
de abusar sexualmente del denunciante, quien refiere: “En mi ingenuidad,
yo pensaba que monseñor estaba muy interesado en conocer los pormenores
de lo ocurrido para tener más información y poner remedio a aquellos
abusos, pero por lo visto lo hacía por morbo, y sin saberlo yo, estaba
frente a otro homosexual que deseaba abusar de mí. Con la excusa de que
ya se había hecho tarde para salir a la calle, me invitó a pasar la
noche en su casa… Acepté, pero mientras lo seguía, según eso a mi
habitación, se me abalanzó al cuello queriendo besarme y rogándome que
me acostara con él, lo cual por supuesto no acepté y me retiré al hotel
con mucho desconcierto, enojo y repugnancia” (página 22).
*Maestro en filosofía; especialista en estudios acerca de la derecha política en México
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