Los jóvenes mexicanos abrazan el suicidio
Escrito por Autor Invitado
por Juan Pablo Proal
Has tenido una vida. Ha
habido momentos en que tenías una vida. Cierto, ya no te acuerdas muy
bien; pero hay fotografías que lo atestiguan. Probablemente era en la
época de tu adolescencia, o poco después. ¡Qué ganas de vivir tenías
entonces! La existencia te parecía llena de posibilidades inéditas.
Podías convertirte en cantante de variedades; o irte a Venezuela.
Michel Houellebecq.
Uno
de los discursos más gastados apunta al lugar común: “invirtamos en
nuestro futuro, los jóvenes”. Si hacemos un corte de caja hasta este
momento, podemos decir que el saldo final advierte que México apostó a
perder. Las nuevas generaciones fueron alimentadas con veneno,
bombardeadas con frustrados sueños artificiales y explotadas por la
cruel cultura de la ganancia sin escrúpulos.
La investigadora Emilia Lucio, de la
Facultad de Sociología de la Universidad Nacional Autónoma de México,
dio la bienvenida a 2013 con una cifra que paraliza: el suicidio juvenil
es una de las tres causas de muerte en menores de edad, precedida por
los accidentes automovilísticos y el cáncer.
Una de las características naturales de
la condición humana es la tristeza y la frustración; así como alcanzamos
estados de plenitud o dicha, también experimentamos dolor y depresión.
No es extraño que algunos pensemos en algún momento en el suicidio, pero
es sólo eso, un mal momento, una temporada de crisis, una idea que se
consume. Quien decide ponerle punto final a la experiencia de vida es
porque llegó a un estado de desesperanza extremo y permanente.
De acuerdo
con los más recientes estudios del Instituto Nacional de Psiquiatría,
los suicidios entre niños se incrementaron 150 por ciento y en jóvenes
un 74 por ciento. ¿Qué hace que una generación entera acelere sus
estados de hartazgo? Basta leer los indicadores sociales para encontrar
pistas contundentes.
En México seis de cada diez jóvenes no
estudian ni preparatoria ni universidad, de acuerdo con el Instituto
Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). En los tiempos de la brutal
competencia para entrar al mercado laboral, carecer de estudios
profesionales es casi garantía absoluta de ser excluido del mundo
profesional y, por ende, de concretar los más elementales anhelos de la
vida adulta.
El porcentaje restante de los jóvenes
mexicanos no estudia ni trabaja o, si tiene alguna remuneración, está
sumido en la infame explotación del subempleo. En la última década el
desempleo en este sector de la población pasó de 5.3 a 10.3 por ciento. Y
siete millones de jóvenes no realizan actividades académicas o
laborales.
De acuerdo con el INEGI, sólo el 30 por
ciento de los egresados encuentra empleo en el primer año y de ese
porcentaje, únicamente una tercera parte se desenvuelve en actividades
relacionadas con las carreras que estudió.
Pocos concluyen la preparatoria (51.2
por ciento) y muchos menos continúan sus estudios a los 20 años de edad
(22 por ciento). Además, hay una ola de jóvenes excluidos del sistema
educativo del país debido a la escasa oferta de universidades públicas.
Año con año, miles tocan una y otra vez la puerta de alguna institución,
sufriendo la terrible experiencia del rechazo. En el periodo de
admisión 2012, la UNAM no aceptó al 90 por ciento de los aspirantes, el
equivalente a 60 mil personas.
En ese lapso, estos jóvenes, en su
amplia mayoría miembros de familias que viven al día y cubriendo las
mínimas necesidades básicas, se ven orillados a ser presas de la
explotación del sistema de consumo. El 66 por ciento de menores de entre
12 y 24 años padecen el subempleo, de acuerdo con la Organización
Internacional del Trabajo. Están disfrazados con gorritos ridículos en
franquicias norteamericanas que les retribuyen horas y horas de
explotación con ínfimos pagos. Carecen de prestaciones y conviven con
sueños que comienzan a frustrarse por la realidad.
Las universidades privadas de calidad
están ceñidas a la élite. A veces ofrecen pequeñas concesiones y becas
para incluir a la clase media. Algunos pocos logran entrar en
instituciones de pésimo prestigio, negocios ruines que lucran con la
esperanza de los estudiantes. En los últimos seis años, la Secretaría de
Educación Pública (SEP) sancionó a cuatro de cada diez programas de
licenciatura de universidades privadas por no cumplir con los requisitos
de calidad (El Universal, 9 de enero de 2013).
“No nos culpen por querer ser ricos y
famosos, éramos extremadamente pobres”, con estas palabras el vocalista
de la banda The Who, pilar del rock británico, explica en el documental Amazing Journey
la travesía que vivió para cumplir sus sueños juveniles en medio de una
nación azotada por la posguerra. La cultura de consumo y los medios
masivos han hecho de este, el sueño americano, el símbolo de la
realización humana. Los contenidos para jóvenes apuntan a ese trayecto:
conseguir una mujer físicamente perfecta o un hombre con músculos
torneados, automóviles deportivos, casas en la playa, alcanzar la fama,
gozar de vacaciones frente al mar, ropa de diseñador actualizada a la
temporada en turno, el teléfono más moderno… Esta imagen frustrante
llega a todos los hogares, a todos los jóvenes mexicanos.
Aplastados por una realidad ajena a los
espejismos de la mercadotecnia, sin estudios, trabajo digno ni
esperanzas, muchos de estos jóvenes son quienes finalmente se incorporan
a los indicadores de adicción, a las filas del narcotráfico y a las
estadísticas de suicidio anual.
Cuatro de cada cien jóvenes mexicanos
son alcohólicos y el 1.5 por ciento son drogadictos, según la Encuesta
Nacional de Adicciones 2011; peor aún, cerca de un millón son
vulnerables a caer en manos del crimen organizado (El Universal, noviembre de 2010).
En el saldo de la narco-economía, la
población más afectada también es la juvenil. Un total de mil 746
estudiantes fueron reportados como desaparecidos en el sexenio anterior (Proceso,
1887). Y la tasa de homicidios por cada cien mil personas afectó a 7.71
jóvenes de entre 20 y 24 años de edad; 6.6, de 25 a 29 y 5.6 de 15 a
19.
Si es verdad que el futuro de cada
nación radica en sus jóvenes, los años venideros serán para México mucho
más crueles que los ya vividos. La realidad actual es apenas un asomo
de lo que viene.
No podemos esperar un futuro alentador
para una generación que fue excluida, pisoteada, explotada y
ridiculizada. A la que se le vendieron sueños artificiales que tal vez
nunca podrá concretar.
Se acepta como una verdad que, mientras esté en sus manos, el ser humano sólo tiene una opción: vivir o morir. En su ensayo El mito de Sísifo,
el Nobel de Literatura francés Albert Camus lo plantea mejor: “No hay
sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio”.
Está claro que, con impactante
velocidad, cada vez más jóvenes mexicanos eligen ponerle fin a todo. Y
esto es un reflejo del fracaso de México como nación.
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