El principio de la indignación
Por: Jesús Robles
Maloof - abril 18 de 2013 - “Cuando las autoridades temporales y espirituales
han puesto una categoría de seres humanos fuera de aquellos cuya vida tiene un
precio, no hay nada más natural para el hombre que matar”. Simone Weil, Carta a
Georges Bernanos ¿Qué hacemos ante el dolor de los demás? ¿Cómo reaccionamos
frente la información que nos advierte del dolor de otras personas? ¿Desde qué
punto de vista apreciamos las imágenes de muerte y sufrimiento? Cuando leí Ante
el dolor de los demás de Susan Sontag entendí la relación entre las imágenes y
el dolor que transmite el sufrimiento ajeno: el texto, como la imagen, es capaz
de transmitir la agonía de un pueblo oprimido o la sin razón de la guerra y los
conflictos. Con los escritos de Simone Weil sentí el coraje y el dolor que la
injusticia narrada genera. Simone estaba conectada a la humanidad de una manera
profunda y sentía en su propio cuerpo la tortura y la esclavitud colonial.
Nadie como ella reflejaba en su propio cuerpo el dolor y la indignación que
leía en los diarios sobre sucesos de sufrimiento humano, lejos de Europa.
Mientras Siria se desgarra en una cruenta guerra civil, pienso en las tres
personas que murieron hoy en el maratón de Bostón. Pasan por mi mente las
imágenes de las madres cargando a sus niños palestinos muertos o de las
personas en África mutiladas en las minas antipersona. También recuerdo a
Ciudad Juárez, mi tierra, y el olor a carne humana quemada que mis amigas han
percibido en esa ciudad. Escucho el grito que –en ocasiones– me despierta como
reclamo de identidad de las miles de personas migrantes que en estos momentos
yacen en fosas clandestinas por todo México. Siento que nos interpelan desde su
humanidad afirmando “yo existí”. El principio de indignación parte primero de
deslindarse para siempre de la indiferencia. De considerar la vida humana como
fin y no como medio. Es la convicción de que el número no es relevante desde el
punto de vista humano. Que para ser miles de asesinados tuvieron que ser
primero cientos y antes decenas. La existencia de alguien que no viera en una
mujer asesinada en el Estado de México, un problema mayor. Los extremos en la
política del terror discuten y los saldos de su retórica son vidas humanas
destrozadas. La política se reduce a la miopía del amigo: enemigo de Carl
Schmitt que sirvió de fundamento teórico del nazismo alemán. Estos extremos
funcionales cuentan con quienes prefieren olvidar que, aviones no tripulados
financiados con sus impuestos, asesinan impunemente a civiles al otro lado del
mundo. Los extremos de la política del terror tienen de su lado a quienes
justifican asesinatos por razones ideológicas y a quienes se duelen
selectivamente según el territorio donde la sangre se derrama. También cuentan
con quiénes definen su indignación a partir del número mayor o menor de
sufrimiento o de muertes. Los extremos en este sangriento juego seguirán en su
creciente irracional hasta que entendamos que en esa contienda, sólo perdemos
nosotros y disminuimos nuestra capacidad de reconocernos como humanos en
nuestra diversidad. Y así lanzarán sus nuevas guerras y esparcirán sus odios
hasta que decidamos poner un alto. Es tiempo de detener la política del miedo y
a todos los que la propagan alrededor del mundo, en nombre de las guerras “por
tu propio bien”. Ya no nos engañan. Volteemos a ver a México como ejemplo: se
puede actuar desde lo local. Así lo decidió aquella familia, que con tiempo y
detalle, elaboró un cartel para salir a manifestarse en Hermosillo, Sonora, el
5 de junio de 2012; cartel que sostenían sus cinco integrantes. Cuarenta y
nueve nombres de niñas y niños fallecidos en la Guardería ABC, cuarenta y nueve
familias con el dolor más grande en esta tierra. A lado de esos nombres, la
frase: “su dolor no nos es indiferente”. Ese es el principio de indignación.
Eso es humanidad.
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