Las espinas de la "primavera árabe" en Egipto
Foto: EPA
En estos momentos, el nuevo presidente de
Egipto es el jefe del Tribunal Constitucional, Adli Mansur y, desde el
pasado sábado, el primer ministro es Mohamed el Baradei, Premio Nobel de
la Paz y ex presidente del OIEA (Organismo Internacional de la Energía
Atómica). Todo en un ambiente de interinidad en el que ambos políticos
son meros figurantes, mientras el poder real recae en la cúpula militar
del país. De hecho, las funciones que se esperan de Adli Mansur y de
Mohamed el Baradei son las de limpiar la maquinaria del estado de los
representantes de los Hermanos Musulmanes, reformar la Constitución
egipcia y convocar elecciones en 2012, procurando una transición
política lo más pacífica posible.
Las flores de la
supuesta primavera árabe se han agostado. Una primavera que se vendió
como una oleada popular revolucionaria que buscaba acabar con los
regímenes dictatoriales enquistados desde el final de la época del
colonialismo. Sin embargo, en la mayoría de los países las revueltas no
ha traído la libertad deseada. Los partidos democráticos no han sido
capaces de aprovecharse de sus frutos por su debilidad y dispersión,
siendo las bien organizadas agrupaciones islamistas las que han
reconducido la ira de las masas en su beneficio para establecer severos
gobiernos teocráticos. Egipto, como ocurrió en Túnez, no ha sido una
excepción y los islamistas se hicieron las riendas del estado.
El
descontento de la población por la delicada situación económica ha
socavado el crédito de Morsi. Actualmente, Egipto tiene problemas con el
suministro de bienes de consumo y de energía, sus ciudades sufren
continuos apagones, mientras florece un mercado negro del crudo. El paro
se ha disparado y se ha acentuado el problema de la desnutrición, sobre
todo entre los menores de cinco años.
El turismo, una
de las principales fuentes de ingresos de la economía egipcia, sufrió un
considerable bajón debido a los disturbios masivos que acabaron con el
anterior régimen de Hosni Mubarak. Lamentablemente, el flujo de
visitantes no se ha recuperado, a pesar de la agresiva política de
ofertas y precios. En estos momentos, la balanza comercial es
deficitaria y el crecimiento económico del país se ha ralentizado.
Egipto ha consumido ya la mitad de sus reservas de divisas, quince mil
millones de dólares, y se mantiene a flote gracias a los créditos
concedidos por el gobierno de Qatar.
Pero los problemas
económicos del país solo son un factor más en la caída de Mohamed Morsi,
uno de varios. La realidad es que Hermanos Musulmanes llegaron al
gobierno aprovechándose de las especiales condiciones de vacío de poder
creadas en el país. El discurso anterior a los movimientos
revolucionarios de esta organización islamista era muy conservador,
claramente partidario del capitalismo y anticomunista. Pero las
protestas ciudadanas contra la figura de Mubarak les abrían una puerta
al poder y no dudaron en radicalizar artificialmente su propuesta. Todo
estaba a su favor pero solo consiguieron el triunfo en las elecciones
por un exiguo 51 % de los votos.
Por otra parte, el
control de Hermanos musulmanes sobre los organismos del estado y, por
ende, sobre el país, siempre ha estado cogido con alfileres. Las
elecciones presidenciales se celebraron frente a un candidato del
antiguo régimen, descalificado casi de antemano: no había rivales de
verdad. Hesham Qandil, el primer ministro, había sido elegido
directamente por el presidente. Todas las competencias del parlamento
elegido por el pueblo se traspasaban, según la Declaración
Constitucional efectuada por Morsi, al Senado, sin poder legislativo,
pero dominado por los Hermanos Musulmanes y las corrientes islamistas.
Los gobernadores regionales también eran todos islamistas, pero estaban
nombrados a dedo por Morsi y no tenían legitimación popular.
El problema de la maltrecha economía era que, a pesar de haber asumido todos los mecanismos de la era Mubarak
y de adoptar una agenda neoliberal para intentar reanimar al país de
forma ineficaz, los grandes empresarios afines a Hermanos Musulmanes
únicamente controlaban el 10 % de la economía.
El
ministerio del Interior estaba dominado por los islamistas, pero la
verdadera fuerza del país, los militares, permanecía independiente y era
un factor desestabilizador del conjunto.
Como también
lo fueron los medios de comunicación. El gobierno de Morsi dominaba los
medios públicos, los principales diarios y la televisión. Sin embargo,
la prensa privada efectuaba continuos llamamientos a la rebelión y
llevaba a cabo una tarea de acoso y derribo del régimen que terminó por
desacreditarlo por completo.
Todo este panorama,
aderezado con una serie de decisiones políticas desafortunadas durante
el año de mandato, terminó por crear la imagen entre la opinión pública
de que los islamistas habían llegado al gobierno para trabajar para sí
mismos, para medrar y para vengarse de sus contrincantes políticos.
Además, poco a poco fueron saliendo a la luz los contactos de la
agrupación islamista con Turquía, Qatar y, sobre todo con EEUU. Países
estos con políticas que encajan malamente con la presunta propuesta
revolucionaria anti imperialista de Hermanos Musulmanes.
La
comunidad internacional ha reaccionado muy tibiamente, de forma poco
habitual ante este tipo de acontecimientos, lo cual deja pistas sobre el
trasfondo de intereses geopolíticos de la crisis egipcia.
El
país de las pirámides entra en una nueva y larga etapa con muchas
variantes y consecuencias políticas e ideológicas en toda la zona de
Oriente Medio. La voluntad del pueblo, probablemente de la mayor parte,
supone una verdadera revolución en Egipto. El país todavía está en
peligro de verse envuelto en una guerra civil por la oposición de los
partidarios de Morsi. La inestabilidad de la influencia islamista ha
dejado al descubierto todo un montaje internacional para llevarla al
poder. El proyecto de un Gran Oriente Medio surgido durante el mandato
de George W. Bush y que Barack Obama ha intentado que cuajara durante la llamada primavera árabe, pero cuyas fichas no terminan de encajar.
La
pieza maestra, África, un continente con una tremenda importancia
estratégica, un espacio con una enorme cantidad de reservas de materias
primas básicas para el desarrollo tecnológico. Unos recursos vitales
para occidente y también para China, los dos principales polos de
desarrollo del futuro inminente. Además, el continente africano es
también un mercado muy importante para absorber excedentes de productos
elaborados procedentes de un mundo desarrollado ya saturado. EEUU (y
todo el bloque occidental) están muy interesados en frenar los
crecientes apetitos chinos que ya dominan en el continente negro.
La tragedia africana acaba de empezar. El continente negro es el campo de batalla del futuro. Egipto, Siria, Malí, Libia…
fs/lj/sm
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