Descubren “eslabón perdido” de indígenas americanos
15 Mayo, 2014 - 23:59
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Manuel Lino / El Economista
Susan Bird limpia el cráneo para ser fotografiado y obtener un modelo en 3D. Foto Cortesía: Paul Nicklen
Dado que los indígenas americanos tienen rasgos similares a la gente de China, Corea y Japón, y no los cráneos más largos y angostos y caras más pequeñas y cortas de los beringianos, se ha especulado que quizá tienen un origen distinto, que quizá los amerindios llegaron más tarde, quizá en embarcaciones, desde otras zonas de Asia.
Sin embargo, hoy, en la revista Science se publica un estudio sobre un esqueleto sorprendentemente bien conservado, de entre 12,000 y 13,000 años de antigüedad, que tiene las proporciones craneales de los beringianos y un rasgo genético exclusivo de los nativos de América.
“Hay que ser cuidadosos”, dice James Chatters, autor principal del estudio, hecho en gran colaboración entre la National Geographyc Society, el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH), con investigadores y fondos de diversas universidades de Estados Unidos.
“Este estudio no excluye la posibilidad de que haya habido orígenes distintos, porque sólo tenemos un individuo; pero podemos decir que el esqueleto (el único que se ha encontrado de toda una época y todo un continente) da bases para pensar que hay un origen común” y que la evolución, que convergió en la apariencia física con poblaciones asiáticas, se dio in situ en el continente americano.
NAIA FUE SÓLO UNA MÁS, AHORA ES ÚNICA Y ESPECIAL
Los restos de Naia, quien vivió sólo 16 años, fueron descubiertos en una fosa oceánica cercana a la zona arqueológica de Tulum, Quintana Roo, llamada Hoyo Negro. Su esqueleto, completo y tan bien conservado que ya permitió analizar el ADN mitocondrial de una de sus muelas, es uno más del conjunto de 26 ejemplares de 11 especies de mamíferos, como tigre dientes de sable, perezoso de tierra, tapir gigante, cerdo de monte, oso, puma, coatí y murciélago frutero.
Los científicos creen que la fosa estuvo en la superficie (en aquella época el nivel del mar era unos 150 metros más bajo) y que muchos de esos animales y Naia iban a beber ahí.
Pero Naia es única en la paleohistoria del continente.
La humanidad ocupó lo que entonces era el puente de tierra en Bering (o Beringia) hace entre 26,000 y 18,000 años, y comenzó a expandirse hacia el sur en algún momento hace unos 17,000 años.
Sin embargo, esos primeros americanos eran no sólo nómadas sino “muy nómadas”, explica Chatters. Se desplazaban mucho y no hacían entierros muy formales. Lo que ha hecho casi imposible encontrar sus restos. Se tienen fragmentos de huesos aquí y allá. “Así que en realidad sabemos muy poco de ellos”.
De Naia tampoco sabemos mucho aún. Sabemos que era pequeña (1 metro 47 centímetros de estatura) y que no tuvo una buena vida. “El esqueleto estaba muy maltratado; sus dientes, con muchas caries, y ya había perdido cuatro”, comenta Chatters, con un dejo de tristeza.
El ADN de Naia que se ha analizado hasta ahora es el mitocondrial, que pasa directo de la madre a sus hijos en las mitocondrias (organelos que proveen energía) del óvulo. Ahí se pudo encontrar un fragmento de ADN (halpogrupo D1, lo llaman) que es único de las poblaciones americanas.
Pero Chatters comenta que ya se encuentran trabajando con el ADN del núcleo, “lo que nos permitirá reconstruir cómo era”, dice, además de que dará más indicios sobre la evolución de la humanidad en América.
LOS DESCUBRIDORES
El equipo de buzos del Proyecto Espeleología de Tulum (PET), liderado por Alberto Nava, se juntó simplemente por la curiosidad. “PET surgió del deseo de explorar las cuevas en Quintana Roo”, explica Nava.
Pero en el 2007, en el sistema de cavernas submarinas Sac Actun, encontraron, después de bucear por un túnel de 200 metros, una gran fosa a 40 metros de profundidad. La llamaron Hoyo Negro por ser muy oscura, no sólo por estar oculta a la luz del sol, sino porque “lámparas que llevábamos, que son muy poderosas, no alcanzaban a iluminarla toda y eso es muy notable con el agua tan transparente que hay en la zona y en la que puedes ver a 70 metros de distancia”.
Los buzos no tardaron en darse cuenta de que la oscuridad de Hoyo Negro ocultaba un tesoro muy importante. “Lo primero que vimos fue un fémur de un metro de longitud, así como huesos de un animal parecido a un mastodonte llamado un gomfoterio”, dice Nava. Así que, sin alterar el entorno ni los vestigios que encontraron (esto es importante para que se pueda reconstruir la historia del lugar y de sus “habitantes”), se dedicaron a mapear y fotografiar el lugar.
En el 2009, dieron aviso al Instituto Nacional de Antropología de Historia, cuya división de Arqueología subacuática, a cargo de Pilar Luna, se encargó de organizar un proyecto de investigación en grande.
Así, lo que inició como una exploración amateur (no porque no fueran buzos expertos ni buenos espeleólogos, sino porque investigar cuevas no era su trabajo sino su hobby) se ha convertido en el descubrimiento más importante de la paleohistoria del continente.
“ESA ES LA PREGUNTA”
“Una vez que se tiene un cerebro grande –le pregunto a Chatters-, las proporciones craneales y los rasgos faciales parecieran no ser sujetos de evolución en el esquema darwiniano (con selección natural), pero su descubrimiento parece indicar que sí los son. ¿Cómo se explica esto?”
Si bien la pregunta es general, Chatters la aplica al caso particular y asegura: “Es la pregunta que estamos tratando de resolver. Se ha sugerido que la gente al norte de Norteamérica se parece a la de Mongolia por cierta adaptación al ambiente. Pero la gente de la Amazonia también se parece mucho a ellos.
“Creo que en ambas regiones pudo darse una selección más de tipo social por personas más... ‘amables’. Es un proceso (da el nombre técnico) en el que se seleccionan características juveniles, tanto de comportamiento y junto con ellas características físicas. Así los hombres son más femeninos y las mujeres más infantiles. Y eso se ve en estas regiones.
“Creo que es una adaptación a una vida sedentaria y social y (las personas) difieren así de los nómadas”.
NAIA: AMOR A PRIMERA VISTA Y UN PROBLEMA DE DINERO
James Chatters se ríe cuando le pido que me cuente “cómo se enredó con Naia”.Pero cuando cuenta la historia, el científico parece haber sido víctima de un amor a primera vista. Sí, de una pasión arrolladora, comparable con la de los buzos.
“Cómo me enredé con ella. Me gusta eso... Trabajé en un esqueleto llamado el Hombre de Kennewick (encontrado en 1996 cerca del río Columbia, en Washington, EU), y eso me dio cierta notoriedad [...] Así que en un congreso Dominique Rissollo, arqueóloga coautora del estudio, me mostró fotografías de Hoyo Negro, de los animales y Naia.
“Le pregunté si alguien ya le había dicho lo que tenían. Dijo que no, y le dije que era una adolescente con características paleoamericanas. Entonces me preguntó si me gustaría hacerme responsable del estudio de este esqueleto. Dos semanas más tarde di mi aviso de retiro en mi trabajo, porque de otra forma no tendría tiempo de trabajar con Naia, algo que me pareció mucho más importante y emocionante”.
Así, Chatters hace trabajo voluntario. Igual que los buzos mexicanos que “no cobraron nada”, según informó Pilar Luna, responsable de arqueología subacuática del INAH.
Si bien Alberto Nava, líder del equipo de buzos, afirma que “a medida que fuimos explorando Hoyo Negro, el proyecto se hizo más importante y poco a poco se ha convertido en un trabajo permanente. Gracias al apoyo del INAH y National Geographic podemos hacer estos trabajos”. Ése apoyo es para viajes y equipo pero no incluye salarios u honorarios.
El proyecto cuenta, además, con financiamiento de parte del Archaeological Institute of America, Waitt Institute, la University of New Mexico, la Pennsylvania State University, la University of Texas en Austin, University de Illinois en Urbana-Champaign y DirectAMS. Los buzos esperan que “alguna fundación de Estados Unidos” se interese en apoyarlos para poder vivir de este trabajo.
¿Por qué sólo de Estados Unidos?, pregunto. Nava, quien vive y trabaja en Monterrey, California, contesta dudoso: “Bueno, es que en México no se hace mucho eso... Pero si ustedes saben de alguien que se interese en apoyarnos, pues avísenle”.
manuel.lino@eleconomista.mx
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