¿Quién mató al comendador?
Jorge Carrillo Olea
E
n tanto aturdimiento doloroso, no sé quién fue nuestro comendador, pero sospecho que fue la suave patria la que resultó zaherida. De ahí que Fuenteovejuna seamos todos.
Nada relevará a las bestias asesinas de sus responsabilidades
legales, pero con ese mismo enfático convencimiento debe decirse que
Fuenteovejuna, los matricidas de la suave patria somos todos.Todos y todo lo que produjo el pasmoso drama que es ya historia nacional, con sus actores centrales: Peña Nieto, Osorio Chong y Murillo Karam. Después de dos años de gobierno, son responsables en lo ético y en lo político, y no culpables como se les quiere señalar.
En cuanto a responsabilidades legales, obligadamente exigibles por la gestación del crimen, están el gobernador Ángel Aguirre, el procurador Iñaki Blanco y no pueden escapar el gobernador anterior, Zeferino Torreblanca, y sus funcionarios corresponsables.
Baste ese señalamiento para abrir un apuntamiento al mundo de coautores del drama, entre los que debieran resultar incoados también los anteriores gobiernos guerrerenses, desde quién sabe cuándo, y no pocos funcionarios federales que supieron siempre lo que estaba pasando.
No escapan en su responsabilidad ética y política muchos funcionarios de por lo menos tres administraciones federales pasadas. Zedillo, que destruyó instituciones vigorosas creadas para prevenir y perseguir al crimen, como fue el Centro de Planeación para el Control de Drogas (Cendro) y el Instituto Nacional para el Combate a las Drogas. Todo ello sólo en su primer año de mandato.
No pueden eludir sus responsabilidades la administración de Fox, sencillamente por obtusa, frívola y corrupta, y la de Calderón, por haberse equivocado y adoptado una decisión ciega, soñando extinguir el narcotráfico y consecuentemente iniciando la guerra inconcebible que hoy enfrentamos.
Ni Fox ni Calderón estaban solos. Operaban todo un supuesto gabinete de seguridad nacional, un dizque sistema de inteligencia, y existía ya el paquidérmico Consejo Nacional de Seguridad Pública, con más de 200 miembros. Una especie de soviet supremo contra el crimen, que como su actual versión, no encuentra justificación a su carácter de ineficaz.
Dentro de estas generalidades, ¿tendrían algo que decir las sucesivas secretarías de Educación federales y locales, con su enseñanza deficiente y deformante y con su premeditado abandono y acoso al sistema de escuelas normales rurales, todas igualmente asediadas?
Y algunos medios de comunicación, principalmente la televisión, el cine y ciertos medios gráficos con su exaltación a la violencia, a lo vulgar, lo antisocial, sumándose con ello a la degradación de una sociedad que lo que necesita es discernimiento de lo humano, de paz y de cohesión.
¿Hacia dónde puede voltear una juventud a la que el sistema le
niega el crecimiento moral como ser humano y el social y económico que
fueran producto de un empleo razonablemente remunerado? Sobre todo esa
juventud cuyos padres no tuvieron las oportunidades que el sistema les
dice que sus hijos sí tendrán. ¿Es la populista beca salario la
respuesta?
El desastre político, económico y social que es Guerrero recuerda que arrastra una larga historia de pobreza, olvido, cacicazgo, corrupción, impunidad y violencia: un coctel que la masacre de Iguala ha dejado al desnudo y se erige advirtiendo: ¡habrá más!
En Guerrero hay varias Iguala en ciernes, producto por lo menos de 40 años de desastres gubernativos que fueron posibles por la solapada complicidad de los gobiernos federales.
Los analistas presidenciales bien harían en remirar sus predicciones nacionales sobre la violencia: Michoacán no es un edén, Veracruz está tocado, Tamaulipas salpica sangre, Jalisco y el Bajío tienen lo suyo, Coahuila y Morelos en picada política, económica y de seguridad, Oaxaca está empantanado y… para qué seguir. Sí, hay varios Iguala en el horizonte.
Hasta hace poco en Guerrero, el PRI se aprestaba para lanzar como candidato a la gubernatura a otro junior, otro descendiente, hijo o nieto de gobernadores. El PAN no tiene a quién nominar y por hoy ni el PRD cree en milagros, así que los sucesos trágicos sembrados en septiembre, aflorados a principios de noviembre, anuncian tiempos tormentosos con un gobernador light.
Todo este listado de órganos y personas mató al comendador, zahirió a la suave patria. Un largo proceso de indolencia, de irresponsabilidad.
Peña Nieto tiene la responsabilidad preminente de encauzarnos hacia el México deseado. Pero es inobjetable que hoy está repudiado como el líder que creyó ser. Rehacer la paz moral del país y reabrir los caminos hoy cerrados al progreso es su deber.
La seguridad y la justicia no le han sido prioritarias. La corrupción y la impunidad campean serenas. El gobernador y el procurador del estado de México falsearon la averiguación previa de Tlatlaya y… ¡¡no pasó nada!!
El mismo Peña no reaccionó y semanas después le preocupa más la Casa Blanca. No es un hombre de principios sino de intereses. Por eso es legítimo preguntar: el que ayer mató al comendador, ¿lo volverá a matar?
El desastre político, económico y social que es Guerrero recuerda que arrastra una larga historia de pobreza, olvido, cacicazgo, corrupción, impunidad y violencia: un coctel que la masacre de Iguala ha dejado al desnudo y se erige advirtiendo: ¡habrá más!
En Guerrero hay varias Iguala en ciernes, producto por lo menos de 40 años de desastres gubernativos que fueron posibles por la solapada complicidad de los gobiernos federales.
Los analistas presidenciales bien harían en remirar sus predicciones nacionales sobre la violencia: Michoacán no es un edén, Veracruz está tocado, Tamaulipas salpica sangre, Jalisco y el Bajío tienen lo suyo, Coahuila y Morelos en picada política, económica y de seguridad, Oaxaca está empantanado y… para qué seguir. Sí, hay varios Iguala en el horizonte.
Hasta hace poco en Guerrero, el PRI se aprestaba para lanzar como candidato a la gubernatura a otro junior, otro descendiente, hijo o nieto de gobernadores. El PAN no tiene a quién nominar y por hoy ni el PRD cree en milagros, así que los sucesos trágicos sembrados en septiembre, aflorados a principios de noviembre, anuncian tiempos tormentosos con un gobernador light.
Todo este listado de órganos y personas mató al comendador, zahirió a la suave patria. Un largo proceso de indolencia, de irresponsabilidad.
Peña Nieto tiene la responsabilidad preminente de encauzarnos hacia el México deseado. Pero es inobjetable que hoy está repudiado como el líder que creyó ser. Rehacer la paz moral del país y reabrir los caminos hoy cerrados al progreso es su deber.
La seguridad y la justicia no le han sido prioritarias. La corrupción y la impunidad campean serenas. El gobernador y el procurador del estado de México falsearon la averiguación previa de Tlatlaya y… ¡¡no pasó nada!!
El mismo Peña no reaccionó y semanas después le preocupa más la Casa Blanca. No es un hombre de principios sino de intereses. Por eso es legítimo preguntar: el que ayer mató al comendador, ¿lo volverá a matar?
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