Pedro Prada
Cuba Debate
Cuando
escribí este libro que ven aquí, sobre el derrumbe soviético, y que la
editora Abril se propone reeditar para Cuba en los próximos meses, me
propuse no agotar el relato en la autopsia del cadáver, sino en comparar
los hechos con mi propia realidad, evadiendo todo lo que pudiera sonar a
queja. Nunca olviden aquello que enseñaba Martí: “la queja es una
prostitución del carácter”. Por ello no voy a caer en el mismo error.
Más bien pretendo responder a la pregunta que nos convoca: “¿Por qué se
cayó el socialismo en Europa?” –y por extensión, en la URSS-, con otra
pregunta: “¿Por qué no se ha caído en Cuba?”
Desde mi
punto de vista este enfoque es especialmente importante en estos
momentos, después de los anuncios del 17 de diciembre de 2014, que
condujeron al restablecimiento de relaciones entre Cuba y los Estados
Unidos, relaciones que hasta ahora han sido disfuncionales.
He
contado a no pocos interlocutores y de alguna manera se subraya en el
texto que, más de una vez, cuando al regreso de Moscú se me preguntaba
–en tanto testigo de los años finales del socialismo soviético- cuáles
habían sido las causas del derrumbe y yo me negaba a una respuesta
única, apelando a factores multicausales que convergieron a lo interno
de la sociedad soviética.
También contaba que,
enfrentado a la contundencia de los hechos de los que era testigo en
aquellos años finales de la URSS, más de una vez me golpee en el pecho,
como hacen los que quieren pagar culpas, pero para asegurarme de que
aquellas culpas no eran las mías.
Hoy puedo afirmar
responsablemente que, con todos sus errores, imitaciones, angustias y
sobresaltos, el socialismo cubano sucumbió al derrumbe y sobrevivió a la
hecatombe por varias razones, de las cuales solo gloso algunas, con la
seguridad de que el lector podría descubrir más leyendo y estudiando la
historia y los diferentes testimonios:
Ante todo,
coloco en primer lugar su autoctonía, salvada en su carácter más puro
por el inmenso edificio ideológico y moral de José Martí y de toda la
cultura cubana, desde Varela y Heredia hasta Che y Fidel, sin cerrar
ciclo, pues las nuevas ideas “imposibles” pujan ya tan lozanas y
realistas como las de sus precursores de hace medio siglo, nacidas
también desde la sensibilidad como método de aprendizaje que nos define.
Ese
formidable resguardo, que no solo es artístico y literario, como
algunos creen, fue nuestro blindaje contra el “proletcult”, contra el
realismo socialista y contra los manuales ladrillosos, incluso en
aquellos momentos grises y de enseñanza del marxismo escolástico. Fue
también nuestro escudo frente a todo lo bebido y copiado del mundo,
incluso lo mal bebido y lo mal copiado. Por eso era lo primero a salvar
en los crudísimos años noventas y deberá seguirlo siendo hoy, cuando
unos miran para China y otros para el autoproclamado “buen vecino” de
enfrente, que nos invita a ingresar a la prosperidad y a cambiar nuestro
modelo por el suyo, a fin de recuperar su hegemonía regional.
Después
coloco el carácter libertario y democrático de nuestro socialismo,
aprendido del gesto de Céspedes en la Demajagua y Guáimaro, juntos los
dos: el día del grito de independencia y de libertad hasta para los
esclavos, y el día del nacimiento de la república unitaria y
democrática, que no por gusto Martí convocaba a honrar como “Día de la
Patria”. Pero levantamos una república tan exageradamente generosa, tan
empeñada en ser justa y democrática, que en la lucha contra las
persecuciones foráneas y con sus propios extremismos, a algunos deformó y
generó confusiones; pero que pese a todo, ha sido una república sin
vergüenzas indignas ni esqueletos escondidos en el escaparate de su
historia.
Añado a ese socialismo la visión de
conducir el desarrollo económico y social del país en paralelo, algo que
faltó al llamado “socialismo real”, y haberlo hecho, además, con
herramientas nuevas y con altas dosis de conciencia. Si hay algo que
salvó al socialismo cubano fue seguir el consejo del Che de no hacerlo
entonces, ni hacerlo esencialmente hoy, con ladrillos ideológicos y
mucho menos, con las armas melladas del capitalismo, mientras que hay
que empeñarse en educar, todos los días, a mujeres y hombres nuevos. ¿O
hay alguien aquí que renuncie al sueño de ser como él?
Una
deuda sí tenemos: devolver el trabajo al altar que le corresponde en
nuestra sociedad; como forma de reproducción de la riqueza material y
espiritual y creación de bienestar; como factor forjador de relaciones
sociales y solidaridad entre los individuos; como expresión cultural y
educacional de la sociedad que soñamos. En eso, el libro de José Luis
Rodríguez aporta conocimiento sobre algunas rutas que nunca debemos
tomar o explica por qué dejamos atrás otras que nos conducían al
fracaso.
Pueden incluir también en esta lista esa
mezcla de irreverencia y altivez que somos los cubanos: esa disposición
nuestra para el humor y el choteo, vencedores frente a todas las trampas
del destino, y, al mismo tiempo, rodillas que no tiemblan ante las
amenazas, voz que no calla ante las afrentas, dignidad que desafía todo
intento de sumisión. Gallitos kíkiri, chiquiticos y flacos, pero con
guapería, incluso cuando no haya espuelas, desafiando siempre a todos
los imperios: el español, el británico, el soviético y el
estadounidense.
Recuérdense los días angustiosos de
la Crisis de Octubre, en 1962; las profundas y difíciles reflexiones de
Fidel al comparecer en televisión cuando la invasión de Checoslovaquia
en 1968. Recuérdese la noticia terrible que guardaron Fidel y Raúl
durante años, cuando Andrópov anunció en 1984 que la revolución estaría
sola para su defensa. No se olvide aquella amarga inauguración de la VI
Cumbre de los No alineados en La Habana, el 6 de septiembre de 1979,
cuando Cuba asumía la Presidencia del movimiento estremecido por la
noticia de la invasión soviética a Afganistán. Allá el que se crea que
alguna vez fuimos satélites.
Tampoco faltó a los
líderes cubanos de ayer ni a los de hoy; a los jóvenes rebeldes que
tomaron el poder en 1959 y a los veteranos curtidos que lo entregan hoy a
nuevas juventudes, eso que Fidel definió como “sentido del momento
histórico”: saber actuar con audacia y responsabilidad, medir los pasos,
tantear, probar, corregir el tiro, los tiempos, y avanzar siempre.
Rebeca Chávez develaba hace unos días un testimonio del año 57 del
Presidente Raúl Castro, donde hallamos las claves de la actitud que
condujo al 17 de diciembre de 2014.
Ese espíritu
requería desarrollar una naturaleza antiburocrática. Miren, protestamos
infinitamente de los problemas y las actuaciones burocráticas en nuestro
Estado, en nuestras instituciones gubernamentales, en nuestras
organizaciones y hasta en las nuevas formas de gestión no estatal,
mixtas, privadas, por cuenta propia y cooperativas; pero todas esas
protestas son minucias frente al burocratismo que el socialismo europeo
copió de los estados autocráticos y capitalistas que le precedieron.
No
lo digo como consuelo, sino para poner las cosas en su lugar. Hay que
recorrer algunas de estas páginas o leer los estudios sobre el
burocratismo en la URSS, sobre la forma en que se construyó el PCUS, que
en apenas un año pasó de 8 mil militantes a medio millón, y hay que
leer, por ejemplo, en ese libro que citaba José Luis, Mi Verdad, de
Vitali Vorotnikov, el enfoque burocrático de las discusiones y de las
actas del Buró Político. Hay que recordar cómo se construyó el Estado,
que una vez muerto Lenin y con Stalin en el poder creció monstruosamente
de 100 mil a 5,8 millones de funcionarios. Hay que estudiar a Lenin, a
Trotski, a Gramsci, a Mandel. Hay que retomar a Fidel y sobre todo al
Che, con la disección formidable que hace del burocratismo y la
burocracia en El hombre y el socialismo en Cuba. Deberíamos dar gracias
siempre a San Guevara y a muchos otros más por habernos prevenido del
mal y habernos llenado de “motores revolucionarios”.
Se
ha mencionado el crucial asunto del contacto entre dirigentes y
dirigidos; los vínculos entre partido y pueblo. Les leo algo: “…cuando
se dio la noticia de la convocatoria al XXIX Congreso del Partido, a fin
de adoptar un programa socialdemócrata donde definitivamente el PCUS
renunciaría a la lucha de clases, a los principios leninistas y
probablemente hasta su nombre, nadie prestó atención al hecho relevante
de que, por primera vez, en noventa y tres años de historia, el Partido
se proponía discutir su programa con el pueblo. En realidad, era una
formalidad más, pues la opinión de ese pueblo ya no contaba…”
¿Se
imaginan ustedes que los lineamientos económico-sociales hubieran sido
una ocurrencia oculta del Buró Político y que luego se nos impusieran
como dogma? ¿Se les ocurren congresos del Partido que no discuten
documentos con el pueblo? ¿Habría existido alguna forma diferente de
adoptar una constitución cubana que no fuera por un referendo popular?
¿Se habría podido aprobar de forma secreta el camino del socialismo,
mandar por obligación a la gente a la guerra y luego decirle que habían
luchado y caído por el socialismo y el internacionalismo? Haber hecho
todo lo contrario, considerar que ninguna decisión importante puede
adoptarse de espaldas al pueblo, y autocriticarse además, es lo
antiburocrático, lo libertario, lo democrático real del socialismo
cubano.
Existe también un factor crucial para que
Cuba pueda existir como nación libre, independiente y soberana que pudo
hacer una opción de vida: me refiero a la unidad del pueblo cubano.
Unidad diversa, unidad polémica, unidad contradictoria, unidad
solidaria, pero siempre unidad y por ello, aspirante a ser la más amplia
y más democrática.
Nuestra historia anterior a 1959 y
la misma historia del derrumbe socialista europeo enseñan con meridiana
claridad las consecuencias de quebrar la unidad. No deseo para mi país
las sociedades fragmentadas que florecieron en Europa tras la caída del
muro de Berlín y la arriada de la bandera de la hoz y el martillo en el
Kremlin. Mucho menos quisiera verme enredado en las intrigas, celos y
persecuciones que privaron al socialismo de tanta gente brillante y
útil; o peor aún, lanzado a fieras y corruptas competencias electoreras
que me decepcionen de la política o me priven de mi derecho a hacer
política en el socialismo.
Por último –no porque no
haya más razones, sino porque no quiero agotar la imaginación ni el
tiempo-, el socialismo cubano construyó un discurso y una simbología de
lo humano diferentes a todo lo le precedió. Ese discurso y esa
simbología son hijos de nuestra cultura de resistencia revolucionaria.
Ni esa poco creativa estética de la nostalgia por los años cincuentas
que nos persigue desde el turismo o el espectáculo, y mucho menos esa
otra estética decadente, empeñada en refocilarle con el aburrimiento,
las manchas y las arrugas, pueden competir con el pueblo educado,
alegre, participativo, creador, dinámico, astuto y heroico que, más que
imagen, somos.
Fernando Martínez Heredia escribía
recién que “las revoluciones combinan iniciativas audaces y saltos hacia
adelante con salidas laterales, paciencia y abnegación con heroísmo sin
par, astucias tácticas ofensivas incontenibles que desatan las
cualidades y las capacidades de la gente común y crean nuevas realidades
y nuevos proyectos. Son el imperio de la voluntad consciente que se
vuelve acción y derrota a las estructuras que encarcelan a los seres
humanos y a los saberes establecidos. Y cuando logran tener el tamaño de
un pueblo, son invencibles.”
De ese tamaño
invencible es el pueblo socialista de Cuba. El mismo pueblo que escucha
al líder decir que todo se puede caer y que nosotros vamos a persistir;
que rehúsa de perestroikas y falsas primaveras, que asegura que no
sabíamos qué cosa era el socialismo y que vamos a volver a empezar, pero
con nueva experiencia, evitando errores propios que nos hundan más que
los golpes del adversario hipócrita y artero. Y, ese pueblo, incansable,
inteligente y lleno de fe, lo sigue, diciéndole en un susurro cómo
echarse el mundo a la espalda.
Intervención durante el debate
Los
compañeros que han intervenido antes han agradecido este intercambio
tanto como nosotros. Yo en particular creo que esto que estamos haciendo
hoy es importante en la medida que salga de este local y se convierta
en convicciones y actos para entender qué país tenemos, como mejorarlo y
cómo defenderlo.
Nunca será suficiente ahondar sobre
las causas del derrumbe del socialismo en Europa y en la URSS. Para
Cuba yo diría que es estratégico. Desde el punto de vista del debate, de
la producción de conocimientos, de la construcción de ideología. Para
la revolución y para los revolucionarios cubanos, para todo nuestro
pueblo, es esencial entender por qué aquello se derrumbó y por qué esto
no se ha derrumbado.
Desde mi punto de vista de
comunicador, esto tiene que ver en buena medida con la forma en que
procesamos la información, con la forma en que construimos y asumimos
las ideas o las mimetizamos, por esa pereza tan dañina que a veces nos
cerca y corrompe. Y tiene que ver con la manera con que, a veces, hasta
por razones culturales, nosotros tendemos a exagerar, a hacer juicios
hiperbólicos de los acontecimientos y a generalizar con expresiones del
habla coloquial sobre hechos que a veces nos llevan a razonar y
establecer conclusiones absolutas y erradas sobre fenómenos más
generales y más complejos. La duda y la reflexión nunca deben
abandonarnos, ni la capacidad para ver las cosas más allá de la primera
impresión, de la superficie. Hay que ir a siempre al porqué de los
hechos, ir a la historia, para entender los hechos.
Aquí
se ponía el ejemplo de Lvov y de Ucrania. Tuve la oportunidad de
estudiar cinco años en Ucrania, justamente en Lvov, y conocí bien esa
sociedad, signada, por sobre todas las cosas, por los efectos negativos
del pacto Mólotov-Ribentrop. El movimiento de resistencia a la ocupación
soviética que surgió allí años después fue consecuencia de aquel quid
pro quo entre los soviéticos y los fascistas alemanes. Los fascistas
ucranianos participaron del hecho, es verdad, pero los grandes
protagonistas fueron la Unión Soviética y la Alemania Fascista.
Sin
embargo, la reflexión de fondo no está en cómo se estableció aquella
resistencia, que fue una expresión del nacionalismo de esa gente. Si uno
no hurga en las bases del nacionalismo ucraniano, del nacionalismo en
Lvov, no lo entiende. Un nacionalismo que no es siquiera ucraniano o
polaco, sino que tiene ver con un nacionalismo originario de los pueblos
galitsios, que son los nativos de ese lugar, y que fueron sujetos
durante toda la historia, durante siglos, a las invasiones romanas, de
los abusos de las voivodas feudales polacas, del imperio prusiano, de
las invasiones del imperio ruso, de todo tipo de abusos de los grandes
poderes europeos. Esos pueblos, los pueblos galitsios, tienen hasta hoy
una cultura de resistencia enraizada, y que la expresan, por ejemplo,
negando el habla en idiomas extraños –en polaco, en ruso, en ucraniano-;
a cualquier persona que quiera imponerles un habla diferente a la
galitisia.
Por esas mismas razones, el pensamiento
que prevalecía en esa sociedad ucraniano-occidental estaba más más allá
del muro de Berlín, veían a través de él y solo se sentían respaldados
por los que hablaban inglés, francés o español y contaban su historia de
sometimiento y resistencia. Esos países que los apoyaban o los acogían
como emigrantes –los de la Europa más occidental, Estados Unidos y
Canadá- eran sus aliados y sus paradigmas.
Nosotros
decíamos cuando nos venían a visitar de Moscú, de la Embajada, a los
funcionarios que nos atendían, les decíamos que allí no hacía falta que
llegara una invasión americana, ni de la OTAN, ni que hubiera un
bloqueo, porque el problema tenía raíces ideológicas y culturales más
profundas. Allí lo que hacía falta –decíamos- era que pasara un avión
bombardeando blue jeans. Con un bombardeo de blue jeans se rendía la
ciudad de Lvov. Era una imagen y puede parecer un argumento de ficción,
pero era la realidad. La avidez por un modo de vida que lo simbolizaba,
el blue jeans, y que era en cierto modo un rechazo al modo de vida
impuesto, un gesto de rebeldía, aunque pudiéramos considerar mal
encausada.
Esto es también importante para los
cubanos, para los jóvenes cubanos, por esta época nueva que se nos viene
arriba, porque nos van a tratar, nos están vendiendo ya, desde el
propio 17 de diciembre de 2014, el discurso de la prosperidad ajena y,
con el discurso de esa prosperidad, le están ofreciendo a nuestra
juventud oportunidades e ilusiones engañosas que van más allá de las que
puede ofrecer el poder y el modelo revolucionario, por lo cual hay que
conocer y definir bien y tener claro cuál es el modelo de prosperidad
para Cuba, cuál es el horizonte de prosperidad, el deseable, el soñado,
el posible, eso que tanto se dice, y que no va a ser nunca el que está a
noventa millas. Y una cosa es decirlo en el discurso y otra es
aprehenderlo.
Yo creo que en la historia del derrumbe
soviético están muchas de las lecciones que debemos conocer. Están, por
ejemplo, en la misma manera en que se estableció, creció y se
desarrolló Ucrania de la que ha hablado aquí José Luis, la misma Ucrania
que fue cuna de la estatalidad rusa, donde nació la Kíevskaya Rus, que
fue la ciudad estado que dio origen de ese gran estado multinacional, y
que quizás nunca tuvo noción de serlo, hasta que el poder soviético la
convirtió en una república con todos sus atributos jurídicos y
reconocimiento y visibilidad internacional, aun cuando fuera a medias.
Fui
testigo –se cuenta también en el libro- en mayo de 1982 de los festejos
por el 1500 aniversario de la reunificación de Rusia y Ucrania. Puedo
decir que es de las muchas cosas buenas que uno puede recordar de ese
país. La celebración de la calle, la que no estaba en el Palacio de los
Congresos de Kíev, ni en la sede del partido, era una celebración de
pueblo, de corazón, de gentes iguales. Kíev había sido siempre una
ciudad ruso-parlante, por ser esa la lengua originaria de los pueblos
que la habitaron, y es hoy una ciudad donde es obligatorio hablar en
ucraniano, y el que hable en ruso, hijo y nieto de rusos por
generaciones, se ve forzado a hablar en ucraniano y no en su lengua
natal.
Esa es la realidad que enfrenta hoy, fruto de
los extremismos. Ese es el fascismo: el vaciado cultural, pero yendo a
las raíces de la cultura, que están en la lengua. Es un ejemplo,
aparentemente lejano, pero cercano en cuanto a la necesidad de defender
por sobre todas las cosas nuestras cultura –no solo la artística y
literaria, sino la noción antropológica de cultura- en esta era de
relaciones con un país, los Estados Unidos, que como sabemos, no tiene
piedad en imponer de forma avasalladora su cultura, hábitos y valores ¡Y
lo han advertido la Clinton y el propio Kerry sin tapujos, sin
esconderse!
Y otros elementos a los que me quiero
referir de todos los que se han abordado hoy aquí, son el factor externo
y el factor interno, y las creencias, falsas, que a veces se construyen
sobre los hechos internos, sobre todo a partir de su manipulación, de
las imágenes asentadas por la maquinaria monstruosa de manipulación del
pensamiento que ha producido el imperialismo. En la preparación del
libro pude acceder a una grabación de un testimonio de la exprimer
ministra británica Margaret Thatcher. Nadie puede suponer que la
Thatcher tuviera la más mínima inclinación, ni respeto, ni admiración
por el socialismo o por la URSS. Me limito a leerles solo unas partes
del texto:
“…La URSS —decía la Thatcher— es un país
que supone una seria amenaza para el mundo occidental. No me estoy
refiriendo a la amenaza militar; en realidad esta no existía. Nuestros
países están lo suficientemente bien armados, incluyendo el armamento
nuclear. Estoy hablando de la amenaza económica. Gracias a la economía
planificada y a esa particular combinación de estímulos morales y
materiales, la Unión Soviética logró alcanzar altos indicadores
económicos. El porcentaje de crecimiento de su Producto Nacional Bruto
es prácticamente el doble que en nuestros países… Por eso siempre hemos
adoptado medidas encaminadas a debilitar la economía de la Unión
Soviética y a crear allí dificultades económicas, donde el papel
principal lo desempeña la carrera de armamentos. Un lugar importante en
nuestra política es tomar en consideración las flaquezas de la
Constitución de la URSS… Por desgracia y pese a todos nuestros
esfuerzos, durante largo tiempo la situación política en la URSS siguió
siendo estable durante un largo período de tiempo. Teníamos una
situación complicada. Sin embargo, al poco tiempo nos llegó una
información sobre el pronto fallecimiento del líder soviético y la
posibilidad de la llegada al poder, con nuestra ayuda, de una persona
gracias a la cual podríamos realizar nuestras intenciones en esta esfera
[…]. Esa persona era Mijaíl Gorbachov, a quien nuestros expertos
calificaban como una persona imprudente, sugestionable y muy ambiciosa.
Él tenía buenas relaciones con la mayoría de la élite política
soviética, y por eso, su llegada al poder, con nuestra ayuda, fue
posible”.
¿Qué podemos decir, qué lección se puede
extraer de aquí? Que las potencias capitalistas comprendían
perfectamente el papel del Partido Comunista como fuerza dirigente de la
Unión Soviética –ese que había sido consagrado en la Constitución, que
ya mencioné antes, y al que renunciaron luego- y sabían muy bien de las
fortalezas del modelo económico soviético, y que si mantenían esa
economía planificada, con ese sistema de estímulos morales y materiales
que tanto se cuestiona hoy por sus excesos y desvíos, podían salir
adelante y desarrollarse con una fuerza superior, que el capitalismo no
podría enfrentar.
Por eso los desgastaron, por eso
los embarcaron en la guerra fría y por eso subvirtieron y
desprestigiaron a toda aquella maquinaria económica, que tenía sus
defectos, pero cuyos resultados anunciaban que podía ser superior. Había
que impedir ese éxito contrario a los intereses capitalistas y al poder
de los mercados, había que demostrar que no se podía ser partido
político de nuevo tipo para liderar una nación y que la economía que
este dirigiera debía ser un fracaso.
Insisto en esto
porque lo escuchamos el pasado 14 de agosto en el malecón, con ese
llamado a retirar el “embargo interno”, que no es el mismo que algunos
podamos criticar objetivamente en nuestra aspiración por perfeccionar el
país soñado, sino que, como vemos a veces en las redes sociales y en
las campañas anticubanas, tiene que ver con la objeción al camino
socialista elegido, con la crítica a ultranza contra la economía
planificada; tiene que ver con la crítica a los estímulos morales, con
la crítica a otras formas de desarrollo diferentes a las que el
neoliberalismo impuso al mundo, con la crítica a la empresa estatal
socialista. Todo eso es parte de las lecciones que hay que sacar, porque
como bien se decía, en el socialismo que se derrumbó nada fue
absolutamente malo, como no lo fue absolutamente bueno, y hubo mucho que
permitió avanzar, innovar, desarrollar y crecer al ser humano.
Pedro
Prada: Doctor en Ciencias de la Comunicación Social. Periodista,
investigador y diplomático cubano. Fue corresponsal del diario Granma en
la URSS en los días finales de aquel estado. (Publicado también en el
blog Dialogar, dialogar)
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