Empeora la guerra 'proxy' entre Irán y Arabia Saudí
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La ejecución de un destacado clérigo chií a manos de las autoridades de Riad se ha convertido en un peligroso punto de inflexión en la guerra política-religiosa por la hegemonía en Oriente Medio que libran Arabia Saudí e Irán con la aquiescencia de Estados Unidos.
La
desaparición del jeque Nimr Baqir al Nimr, anunciada el pasado 2 de
enero, ha desatado una ola de protestas sociales y reacciones
diplomáticas en cadena por todo el Golfo Pérsico, protestas y reacciones
que ponen de manifiesto el delicado equilibrio que persiste desde hace
siglos entre las dos principales corrientes musulmanas: el sunismo y el
chiísmo.
Tras conocerse la noticia de la muerte de Nimr al que acusaban de delitos relacionados con el terrorismo islámico, una multitud soliviantada asaltó ese mismo día la embajada de Arabia Saudí en Teherán, donde quemaron fotos de la familia real Saudí y arrojaron bombas incendiarias que provocaron serios destrozos en el edificio. Las fuerzas de seguridad iraníes no reaccionaron con la suficiente premura y de hecho, permitieron el ataque, aunque posteriormente actuaron con la suficiente contundencia como para arrestar al menos a 40 personas en el interior de la delegación diplomática. También fue objetivo de la ira de los manifestantes, el consulado saudí en Mashhad, la segunda ciudad persa más importante, situada al noreste del país. No es la primera vez que pasa algo así en esas latitudes. Ya en 1979 un grupo de estudiantes iraníes tomó por la fuerza la embajada de Estados Unidos en los albores de la Revolución Islámica. Ahora las circunstancias son diametralmente distintas, pero no dejan de ser explosivas y preocupantes.
Gran prvocación o mayúsculo error
La respuesta chií al ajusticiamiento de Nimr se multiplicó por toda la región, e incluyó desde la dura condena vertida por el presidente Hasán Rohaní hasta la amenaza explícita lanzada por el ayatolá Alí Jamenei, líder supremo de la Revolución Islámica iraní. "La injustificada sangre derramada de este mártir oprimido tendrá sin duda consecuencias bien pronto y la divina venganza caerá sobre los políticos saudíes", declaró Jamenei sin pelos en la lengua.
Así mismo, se vivieron episodios de repulsa en otros Estados de Oriente Medio, como Irak, Líbano, Bahréin o la propia Arabia Saudí, donde la comunidad chií está presente y tiene cierta influencia. Estados Unidos hizo gala una vez más de su política de doble moral. El Departamento de Estado se limitó a expresar su "preocupación" por la ejecución del clérigo chií, sin ir más lejos en un comunicado muy matizado y aséptico, especialmente redactado para su tradicional aliado estratégico árabe en el Golfo Pérsico.
Tibia también fue la respuesta de la Unión Europea, aunque, al menos Federica Mogherini, alta representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la Unión, condenó las ejecuciones pues Europa es una férrea opositora a la pena capital.
El impacto político resultó inmediato. Tras el asalto a la embajada, Arabia Saudí rompió abruptamente relaciones diplomáticas con Irán y poco después hizo lo propio uno de sus 'satélites' del Consejo de Cooperación del Golfo: Bahréin. Kuwait, Qatar y Emiratos Árabes Unidos retiraron a sus respectivos embajadores en señal de solidaridad.
El análisis de la crítica situación evidencia que el caso de Nimr ha sido o bien una provocación pura y dura o bien un error de cálculo mayúsculo. En ambos casos se originarán consecuencias indeseables a nivel geoestratégico.
Punto de inflexión
Nimr, de 56 años, se había transformado en una figura icónica desde 2011, en el arranque de la llamada Primavera Árabe, por luchar contra la marginación que sufre la minoría chií (10% de la población), en el reino Saudí con una evidente mayoría suní. Tras ser arrestado en 2012, el jeque había sido sentenciado a muerte por fomentar la violencia y la sedición.
El reo era indudablemente un líder político disidente e incómodo para el régimen, pues buscaba cambiar el orden de las cosas, pero en ningún caso estaba llamando a sus partidarios a emplear la violencia contra el Gobierno para satisfacer las reivindicaciones de su grupo religioso. De hecho, no existen pruebas de su supuesto talante violento y así lo han denunciado reiteradamente diversas organizaciones internacionales defensoras de los derechos humanos como Human Rights Watch o Amnistía Internacional. Su nombre ha terminado unido al de otros 46 ejecutados, incluidos docenas de miembros del grupo terrorista Al Qaeda, lo que indudablemente manchará su recuerdo. "Con estas ejecuciones Arabia Saudí está exacerbando las tensiones sectarias. Este asesinato podría marcar un punto de inflexión en la situación y añadir más leña al fuego a una región atravesada de conflictos como los que ocurren en Bahréin, Yemen, Siria e Irak", estima Ignacio Álvarez Ossorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante.
El asunto, por otro lado, saca a flote la gran hipocresía de estas dos potencias regionales, ya que ambas apoyan a grupos extremistas fuera de sus fronteras, pero se enfrentan a los críticos internos con medidas represivas. Tanto Irán como Arabia Saudí practican con asiduidad la pena capital. La decapitación es una de las formas principales de eliminar a los condenados en ese vasto país desértico y rico en petróleo.
Pelea por el liderazgo regional
Desde hace años saudíes e iraníes libran una pelea sin cuartel por la hegemonía regional en varios puntos de Oriente Medio y a través de actores interpuestos; es lo que se conoce como guerra subsidiaria o guerra 'proxy', según la terminología en inglés. Estos enfrentamientos hasta ahora soterrados se han vuelto directos y por consiguiente más alarmantes. Y eso sólo puede provocar nuevos estallidos sociales, en primer lugar, entre la propia minoría chií que vive en Arabia Saudí, una minoría que, en opinión de Álvarez Ossorio, "está completamente discriminada desde el punto de vista económico, social, político y por supuesto religioso". ¿Qué buscaba Riad con el ajusticiamiento de Nimr? En opinión del profesor Álvarez Ossorio, "es una apuesta por el sectarismo del nuevo rey" Salman, quien no ha dudado en sofocar las revueltas en Yemen o en Bahréin. Salman lleva poco en el poder. Subió al trono hace ahora un año, en enero de 2015, como consecuencia del fallecimiento de su hermanastro Abdalá.
No nos debería extrañar, admite el profesor Álvarez Ossorio, que Teherán busque "diferentes fórmulas, diferentes escenarios", donde se puedan materializar esas amenazas lanzadas por Jamenei, por ejemplo, a través del brazo ejecutor de grupos proiraníes como Hezbolá que actúa habitualmente en Líbano y ahora también se encuentra en Siria.
La reacción de Arabia Saudí se comprende mucho mejor si se observa dentro de un cuadro más amplio. El reciente acuerdo nuclear firmado entre Irán y Estados Unidos ha provocado la desconfianza de Riad, que se siente traicionada por sus socios de Washington. Las relaciones bilaterales no atraviesan un momento feliz. Todo esto parece indicar que quiere demostrar a su mentor estadounidense —y por supuesto a todo el mundo islámico-, que puede cuidarse por sí mismo, lo que por otro lado no es nada cierto. Esta posición desafiante ha puesto en aprietos a la Casa Blanca que ve como surge una "Guerra Fría en el Golfo Pérsico", como acertadamente la define Alberto Priego, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas. Ahora se abre un incierto periodo de máxima tensión donde sólo queda descartada la confrontación bélica directa. Una etapa que sólo servirá para enfrentar aún más a suníes contra chiíes.
Tras conocerse la noticia de la muerte de Nimr al que acusaban de delitos relacionados con el terrorismo islámico, una multitud soliviantada asaltó ese mismo día la embajada de Arabia Saudí en Teherán, donde quemaron fotos de la familia real Saudí y arrojaron bombas incendiarias que provocaron serios destrozos en el edificio. Las fuerzas de seguridad iraníes no reaccionaron con la suficiente premura y de hecho, permitieron el ataque, aunque posteriormente actuaron con la suficiente contundencia como para arrestar al menos a 40 personas en el interior de la delegación diplomática. También fue objetivo de la ira de los manifestantes, el consulado saudí en Mashhad, la segunda ciudad persa más importante, situada al noreste del país. No es la primera vez que pasa algo así en esas latitudes. Ya en 1979 un grupo de estudiantes iraníes tomó por la fuerza la embajada de Estados Unidos en los albores de la Revolución Islámica. Ahora las circunstancias son diametralmente distintas, pero no dejan de ser explosivas y preocupantes.
Gran prvocación o mayúsculo error
La respuesta chií al ajusticiamiento de Nimr se multiplicó por toda la región, e incluyó desde la dura condena vertida por el presidente Hasán Rohaní hasta la amenaza explícita lanzada por el ayatolá Alí Jamenei, líder supremo de la Revolución Islámica iraní. "La injustificada sangre derramada de este mártir oprimido tendrá sin duda consecuencias bien pronto y la divina venganza caerá sobre los políticos saudíes", declaró Jamenei sin pelos en la lengua.
Así mismo, se vivieron episodios de repulsa en otros Estados de Oriente Medio, como Irak, Líbano, Bahréin o la propia Arabia Saudí, donde la comunidad chií está presente y tiene cierta influencia. Estados Unidos hizo gala una vez más de su política de doble moral. El Departamento de Estado se limitó a expresar su "preocupación" por la ejecución del clérigo chií, sin ir más lejos en un comunicado muy matizado y aséptico, especialmente redactado para su tradicional aliado estratégico árabe en el Golfo Pérsico.
Tibia también fue la respuesta de la Unión Europea, aunque, al menos Federica Mogherini, alta representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la Unión, condenó las ejecuciones pues Europa es una férrea opositora a la pena capital.
El impacto político resultó inmediato. Tras el asalto a la embajada, Arabia Saudí rompió abruptamente relaciones diplomáticas con Irán y poco después hizo lo propio uno de sus 'satélites' del Consejo de Cooperación del Golfo: Bahréin. Kuwait, Qatar y Emiratos Árabes Unidos retiraron a sus respectivos embajadores en señal de solidaridad.
El análisis de la crítica situación evidencia que el caso de Nimr ha sido o bien una provocación pura y dura o bien un error de cálculo mayúsculo. En ambos casos se originarán consecuencias indeseables a nivel geoestratégico.
Punto de inflexión
Nimr, de 56 años, se había transformado en una figura icónica desde 2011, en el arranque de la llamada Primavera Árabe, por luchar contra la marginación que sufre la minoría chií (10% de la población), en el reino Saudí con una evidente mayoría suní. Tras ser arrestado en 2012, el jeque había sido sentenciado a muerte por fomentar la violencia y la sedición.
El reo era indudablemente un líder político disidente e incómodo para el régimen, pues buscaba cambiar el orden de las cosas, pero en ningún caso estaba llamando a sus partidarios a emplear la violencia contra el Gobierno para satisfacer las reivindicaciones de su grupo religioso. De hecho, no existen pruebas de su supuesto talante violento y así lo han denunciado reiteradamente diversas organizaciones internacionales defensoras de los derechos humanos como Human Rights Watch o Amnistía Internacional. Su nombre ha terminado unido al de otros 46 ejecutados, incluidos docenas de miembros del grupo terrorista Al Qaeda, lo que indudablemente manchará su recuerdo. "Con estas ejecuciones Arabia Saudí está exacerbando las tensiones sectarias. Este asesinato podría marcar un punto de inflexión en la situación y añadir más leña al fuego a una región atravesada de conflictos como los que ocurren en Bahréin, Yemen, Siria e Irak", estima Ignacio Álvarez Ossorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante.
El asunto, por otro lado, saca a flote la gran hipocresía de estas dos potencias regionales, ya que ambas apoyan a grupos extremistas fuera de sus fronteras, pero se enfrentan a los críticos internos con medidas represivas. Tanto Irán como Arabia Saudí practican con asiduidad la pena capital. La decapitación es una de las formas principales de eliminar a los condenados en ese vasto país desértico y rico en petróleo.
Pelea por el liderazgo regional
Desde hace años saudíes e iraníes libran una pelea sin cuartel por la hegemonía regional en varios puntos de Oriente Medio y a través de actores interpuestos; es lo que se conoce como guerra subsidiaria o guerra 'proxy', según la terminología en inglés. Estos enfrentamientos hasta ahora soterrados se han vuelto directos y por consiguiente más alarmantes. Y eso sólo puede provocar nuevos estallidos sociales, en primer lugar, entre la propia minoría chií que vive en Arabia Saudí, una minoría que, en opinión de Álvarez Ossorio, "está completamente discriminada desde el punto de vista económico, social, político y por supuesto religioso". ¿Qué buscaba Riad con el ajusticiamiento de Nimr? En opinión del profesor Álvarez Ossorio, "es una apuesta por el sectarismo del nuevo rey" Salman, quien no ha dudado en sofocar las revueltas en Yemen o en Bahréin. Salman lleva poco en el poder. Subió al trono hace ahora un año, en enero de 2015, como consecuencia del fallecimiento de su hermanastro Abdalá.
No nos debería extrañar, admite el profesor Álvarez Ossorio, que Teherán busque "diferentes fórmulas, diferentes escenarios", donde se puedan materializar esas amenazas lanzadas por Jamenei, por ejemplo, a través del brazo ejecutor de grupos proiraníes como Hezbolá que actúa habitualmente en Líbano y ahora también se encuentra en Siria.
La reacción de Arabia Saudí se comprende mucho mejor si se observa dentro de un cuadro más amplio. El reciente acuerdo nuclear firmado entre Irán y Estados Unidos ha provocado la desconfianza de Riad, que se siente traicionada por sus socios de Washington. Las relaciones bilaterales no atraviesan un momento feliz. Todo esto parece indicar que quiere demostrar a su mentor estadounidense —y por supuesto a todo el mundo islámico-, que puede cuidarse por sí mismo, lo que por otro lado no es nada cierto. Esta posición desafiante ha puesto en aprietos a la Casa Blanca que ve como surge una "Guerra Fría en el Golfo Pérsico", como acertadamente la define Alberto Priego, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas. Ahora se abre un incierto periodo de máxima tensión donde sólo queda descartada la confrontación bélica directa. Una etapa que sólo servirá para enfrentar aún más a suníes contra chiíes.
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