UE: violaciones, rebelión y sálvese quien pueda
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Las violaciones, ultrajes y agresiones a mujeres alemanas en Colonia y otras ciudades, en la madrugada del primero de enero no se pueden ocultar, como se intentó en un principio, ya que representan uno de los más graves dramas europeos en los últimos tiempos.
Cuando
la censura de lo políticamente correcto y de la ineptitud policial
cedió ante la gravedad de los hechos, se pudo comprobar que entre los
autores de los delitos ("hombres de origen árabe o norteafricano", según
la policía y las víctimas) se cuentan decenas de refugiados de los que
fueron recibidos en las estaciones de tren alemanas con el habitual
"Wilkomen" (bienvenidos). Entre los ya detenidos, figuran también una
mayoría de ciudadanos sirios, "invitados por Merkel", como aseveraba un
joven ante la policía local.
Que la prensa del 'establishment' se tomara varios días antes de dar a conocer los hechos no puede extrañar más que a los ingenuos. Después de haber convertido a los inmigrantes en los nuevos parias de la tierra, por encima de los refugiados económicos, despreciados por falta de imágenes en los informativos, a los medios que han hecho negocio –y política- con el victimismo les cuesta mucho admitir que entre los millones de personas que buscan su futuro en la Europa rica hay también delincuentes sexuales, asesinos y terroristas. Inevitablemente, el sufrimiento de las mujeres alemanas violentadas por hordas de salvajes —que algunos excusan con el hecho de estar embriagados- tiene consecuencias políticas siempre contrarias a las que esas buenas almas de los militantes de lo políticamente correcto pretenden.
La canciller alemana, Angela Merkel, laureada como la jefa de gobierno más generosa de la Unión Europea en su actitud hacia los refugiados, ya ha anunciado que va a endurecer su política de acogida y su legislación penal, para expulsar a los extranjeros acusados de delitos graves y menos graves.
La agresión sexual y el robo a cientos de mujeres ponen punto final, de momento, a la euforia de acogida sin control de cientos de miles de inmigrantes que solo en 2015, llegaron a más de un millón de personas en territorio alemán.
Europa se cierra
Por supuesto, el episodio vivido en Alemania no es un problema nacional. La Unión Europea, es decir, los 28 miembros del club de Bruselas, han sido incapaces de abordar el asunto de los refugiados con frialdad y firmeza.
Es fácil acusar a Grecia, Italia, Hungría u otros países, la "frontera exterior" de Schengen, de la avalancha de pretendientes al asilo en el Viejo Continente. Después de la inicial ola de buenos sentimientos y solidaridad, comprensible entre los ciudadanos, pero no tanto entre los responsables políticos, ahora se descubre que el control de cada persona es indispensable, como lo es en cualquier país del mundo. Ahora se hacen públicos los límites físicos a la acogida. Ahora se confiesa que las generosas políticas del pasado no son aceptadas ni por las fuerzas más progresistas en el norte de Europa. Ahora se teme, de nuevo, la recuperación política del drama por parte de unos partidos populistas europeos, receptores de la desesperación de muchos ciudadanos hartos de ser ignorados por los partidos tradicionales. El asunto de los refugiados, que marcó el año pasado, seguirá siendo uno de los puntos clave en otro de los apartados más sensibles que la UE deberá afrontar también en 2016. En febrero, Londres negociará con Bruselas las demandas que el gobierno de David Cameron cree indispensables para evitar una salida del Reino Unido del bloque, en el referéndum programado para 2017.
Entre las exigencias de Londres, destaca también la idea de privar de beneficios sociales durante los primeros cuatro años de estancia a los inmigrantes intracomunitarios que accedan a un puesto de trabajo en territorio británico. Una violación, según Bruselas, de las normas básicas europeas en cuanto a igualdad de derechos.
Polonia se encierra
El nuevo gobierno polaco se ha convertido también en uno de los primeros problemas del año para las autoridades comunitarias. El gobierno del presidente Jaroslaw Kazcynski, del partido conservador Ley y Justicia, ha desafiado las alarmas de Bruselas y ha decidido implementar una serie de medidas "a la húngara", sobre control de los medios de prensa estatales y de las instituciones de Justicia. El partido de Kazcynski arrasó en las urnas con ese programa y es la primera formación en gobernar en solitario en el país, desde la caída del régimen comunista.
Cuando el comisario europeo, Gunther Oettinger, criticó las medidas polacas hacia los medios, obtuvo más que un rechazo del responsable de Justicia polaco, Zbigniew Ziobro, que le tildó de "tonto" y aludió a la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial. La respuesta de ciertos polacos a las críticas alemanas, o de alemanes, se reflejaron también en una confrontación deportiva entre selecciones de ambos países. En Varsovia se podía leer una pancarta donde se decía "proteged a vuestras mujeres, no a nuestra democracia".
Este es el ambiente entre los miembros de la Unión Europea en los primeros días de 2016. Un año que volverá a evidenciar la dificultad de acordar posturas comunes entre gobiernos con intereses absolutamente contrapuestos en el terreno ideológico, político, social y económico.
Alemania y Francia se enfrentarán a elecciones clave en 2017, con lo que hasta entonces estarán mucho más pendientes de sus problemas internos que de la política común europea. Ese es el riesgo para los que todavía sueñan con un espacio común de intereses e ideales. Con las dos locomotoras al ralentí, y el euroescéptico Reino Unido buscando otra vía, los vagones pueden optar por un desenganche del sueño comunitario que la realidad está poniendo en duda.
Que la prensa del 'establishment' se tomara varios días antes de dar a conocer los hechos no puede extrañar más que a los ingenuos. Después de haber convertido a los inmigrantes en los nuevos parias de la tierra, por encima de los refugiados económicos, despreciados por falta de imágenes en los informativos, a los medios que han hecho negocio –y política- con el victimismo les cuesta mucho admitir que entre los millones de personas que buscan su futuro en la Europa rica hay también delincuentes sexuales, asesinos y terroristas. Inevitablemente, el sufrimiento de las mujeres alemanas violentadas por hordas de salvajes —que algunos excusan con el hecho de estar embriagados- tiene consecuencias políticas siempre contrarias a las que esas buenas almas de los militantes de lo políticamente correcto pretenden.
La canciller alemana, Angela Merkel, laureada como la jefa de gobierno más generosa de la Unión Europea en su actitud hacia los refugiados, ya ha anunciado que va a endurecer su política de acogida y su legislación penal, para expulsar a los extranjeros acusados de delitos graves y menos graves.
La agresión sexual y el robo a cientos de mujeres ponen punto final, de momento, a la euforia de acogida sin control de cientos de miles de inmigrantes que solo en 2015, llegaron a más de un millón de personas en territorio alemán.
Europa se cierra
Por supuesto, el episodio vivido en Alemania no es un problema nacional. La Unión Europea, es decir, los 28 miembros del club de Bruselas, han sido incapaces de abordar el asunto de los refugiados con frialdad y firmeza.
Es fácil acusar a Grecia, Italia, Hungría u otros países, la "frontera exterior" de Schengen, de la avalancha de pretendientes al asilo en el Viejo Continente. Después de la inicial ola de buenos sentimientos y solidaridad, comprensible entre los ciudadanos, pero no tanto entre los responsables políticos, ahora se descubre que el control de cada persona es indispensable, como lo es en cualquier país del mundo. Ahora se hacen públicos los límites físicos a la acogida. Ahora se confiesa que las generosas políticas del pasado no son aceptadas ni por las fuerzas más progresistas en el norte de Europa. Ahora se teme, de nuevo, la recuperación política del drama por parte de unos partidos populistas europeos, receptores de la desesperación de muchos ciudadanos hartos de ser ignorados por los partidos tradicionales. El asunto de los refugiados, que marcó el año pasado, seguirá siendo uno de los puntos clave en otro de los apartados más sensibles que la UE deberá afrontar también en 2016. En febrero, Londres negociará con Bruselas las demandas que el gobierno de David Cameron cree indispensables para evitar una salida del Reino Unido del bloque, en el referéndum programado para 2017.
Entre las exigencias de Londres, destaca también la idea de privar de beneficios sociales durante los primeros cuatro años de estancia a los inmigrantes intracomunitarios que accedan a un puesto de trabajo en territorio británico. Una violación, según Bruselas, de las normas básicas europeas en cuanto a igualdad de derechos.
Polonia se encierra
El nuevo gobierno polaco se ha convertido también en uno de los primeros problemas del año para las autoridades comunitarias. El gobierno del presidente Jaroslaw Kazcynski, del partido conservador Ley y Justicia, ha desafiado las alarmas de Bruselas y ha decidido implementar una serie de medidas "a la húngara", sobre control de los medios de prensa estatales y de las instituciones de Justicia. El partido de Kazcynski arrasó en las urnas con ese programa y es la primera formación en gobernar en solitario en el país, desde la caída del régimen comunista.
Cuando el comisario europeo, Gunther Oettinger, criticó las medidas polacas hacia los medios, obtuvo más que un rechazo del responsable de Justicia polaco, Zbigniew Ziobro, que le tildó de "tonto" y aludió a la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial. La respuesta de ciertos polacos a las críticas alemanas, o de alemanes, se reflejaron también en una confrontación deportiva entre selecciones de ambos países. En Varsovia se podía leer una pancarta donde se decía "proteged a vuestras mujeres, no a nuestra democracia".
Este es el ambiente entre los miembros de la Unión Europea en los primeros días de 2016. Un año que volverá a evidenciar la dificultad de acordar posturas comunes entre gobiernos con intereses absolutamente contrapuestos en el terreno ideológico, político, social y económico.
Alemania y Francia se enfrentarán a elecciones clave en 2017, con lo que hasta entonces estarán mucho más pendientes de sus problemas internos que de la política común europea. Ese es el riesgo para los que todavía sueñan con un espacio común de intereses e ideales. Con las dos locomotoras al ralentí, y el euroescéptico Reino Unido buscando otra vía, los vagones pueden optar por un desenganche del sueño comunitario que la realidad está poniendo en duda.
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