Bolívar, el enemigo y los héroes del teclado
28/3/2016 8:32:34
Hace
unos días, a propósito de la visita de Barack Obama a Cuba, poníamos a
rodar por internet un comentario simple: reunirse con el enemigo no
entraña en sí mismo un acto de traición. A alguna gente le molestó que
yo recordara la conferencia de Yalta, la reunión de Santa Ana de
Trujillo entre Bolívar y los generales realistas, y las conversaciones
entre Chávez y Cisneros, como demostración de que los verdaderos
estadistas, dirigentes y conductores de pueblos saben que su misión
incluye reunirse con quien sea, incluso con el más tóxico de sus
adversarios, si ese acto que llaman HACER POLÍTICA le ahorra o mitiga
sufrimientos a sus pueblos.
Aproveché
también para mencionar esa extraña moda que anda mariposeando por unas
microzonas de las redes sociales: pedirle a otro (por ejemplo, a
Nicolás) que le declare la guerra a muerte al enemigo, que proclame la
entrada en una fase de destrucción física y total de lo existente. Como
el pobre Nicolás no lo hace entonces es un cobarde y un traidor. Lo digo
yo, aquí humildemente, comprando y consumiendo los alimentos y
productos de ese enemigo al que quiero aplastar como a una araña.
“Nicolás se le vendió a la derecha, ahí está reunido con Mendoza y
Vollmer”. Me volteo y le digo al mesonero: “Hermano, tráeme otra ronda
de polar”.
El que sabe qué cosa es
la política y por qué esa práctica se ha propagado por el planeta desde
hace más de 3 mil años, ahora es “acusado” de ser madurista y por lo
tanto cobarde y boliburgués (tú sabes, eso de no mandar a la gente a
matarse y dejarse matar para que me hagan la revolución perfecta que yo
tengo en el coco).
Como estas cosas
involucran y afectan a gente que tiene años llamándose a sí misma
“bolivariana”, sólo porque Chávez se declaró bolivariano y actuaba en
consecuencia, he querido reseñar cierto momento de la acción guerrera y
política de Simón Bolívar. No a manera de lección de historia (de
ninguna manera: estamos rodeados de gente que ya lo sabe todo) sino tan
sólo para asomarnos brevemente a un episodio interesantísimo en la vida
de ese ser humano contradictorio pero brillante, impulsivo e
improvisador pero honesto, a veces hasta la ingenuidad y la carcajada.
Bolívar
era en 1821 un hombre curtido por 10 años de guerra, pero tenía
conciencia de que, más allá de la fase destructiva y sangrienta de ese
accidente histórico, 1) tenía una república que inventar, 2) toda
república está conformada básicamente por ciudadanos (sin gente no hay
república ni país ni nada), 3) por lo tanto guerrear, destruir y matar
no son fines en sí mismos: incluso en la guerra la muerte tiene un
límite, y los conductores deben tener conciencia de ese límite. Esto lo
sometió a presiones gigantescas que lo empujaron a permitirse algunas
debilidades. Más de lo que mucha gente quisiera creer a estas alturas,
en que muchos prefieren hacerlo ver como un dios, un tótem impecable y
sacrosanto. Lo interesante e increíble en este hombre fue la forma en
que, en medio de su comprensible agotamiento y amenazas mortales, solía
sacarse de la manga el arma secreta de lo caribeño profundo: el
sarcasmo, el malandreo, el insólito sentido del humor y la forma de
ejercer presión sicológica, incluso cuando se suponía que estaba
destruido. Por aquí abajo, una pequeña muestra de todo eso.
***
Haremos un ejercicio, tal vez reprochable según la historiografía tradicional, pero algo útil a la hora de ayudarnos con el contexto: “traducir” al lenguaje y los códigos actuales algunas cartas que Bolívar le envió a Miguel De La Torre, el general realista, entre febrero y marzo de 1821. Estas se encuentran transcritas o citadas en el libro “Cronología histórica de Barinas”, de José Esteban Ruiz Guevara. Intentaré “traducir” también, o más bien explicar, algunas situaciones, con el fin de ahorrarnos recomendaciones tipo “para entender lo que estaba pasando aquí lea las Memorias de…”.
Haremos un ejercicio, tal vez reprochable según la historiografía tradicional, pero algo útil a la hora de ayudarnos con el contexto: “traducir” al lenguaje y los códigos actuales algunas cartas que Bolívar le envió a Miguel De La Torre, el general realista, entre febrero y marzo de 1821. Estas se encuentran transcritas o citadas en el libro “Cronología histórica de Barinas”, de José Esteban Ruiz Guevara. Intentaré “traducir” también, o más bien explicar, algunas situaciones, con el fin de ahorrarnos recomendaciones tipo “para entender lo que estaba pasando aquí lea las Memorias de…”.
En
noviembre de 1820 se habían reunido los generales patriotas y realistas
(De La Torre, Morillo, Bolívar) en Santa Ana de Trujillo para discutir
un tratado de regularización de la guerra. Salieron de esa reunión
declarándose una fraterna amistad y un sincero respeto; su misión como
generales era la destrucción del otro bando, pero allá en Trujillo quedó
registrado y consagrado el misterioso espíritu que mueve a la política
mundial: usted y yo somos amigos, pero mi misión es destruir a su bando y
a usted mismo cuando la guerra nos cruce en el camino.
Pocos
meses después Bolívar está en algún lugar del páramo trujillano, en una
situación desesperada por la falta de alimentos; está necesitado de
bajar a la ciudad de Barinas, pero se ha enterado de que su
amigo/enemigo De La Torre también se acerca con sus tropas a esa ciudad,
y decide notificárselo. hace poco se ha firmado un acuerdo de paz o
armisticio, pero todo indica que los realistas no lo están respetando.
Traducción: A escasos 3-4 meses de la Batalla de Carabobo, Bolívar se
intercambia cartas cada dos días con el general De La Torre, el jefe del
ejército que lo combatirá en la Batalla de Carabobo, y lo hace en estos
términos (carta del 5 de marzo de 1821):
“…he
tenido que determinarme a pasar por Barinas por atender a las tropas
que allí están y van marchando hacia aquella provincia, no habiendo ya
en esta víveres con que mantener ni aun hospitales. De suerte que me
hayo en la necesidad de ir a sacrificar nuestras tropas a las calenturas
de Barinas porque no perezcan aquí en medio de los horrores del hambre.
Permítame usted, querido general, hacerle presente estas desagradables
circunstancias para que acelere su marcha sobre Barinas y tomemos
medidas capaces de evitar los males que pueda producir una situación
desesperada de nuestra parte…”. Cinco días después continúa Bolívar
contándole a su rival los detalles de su penuria: los ganaderos y
comerciantes de Apure y Barinas se niegan a proporcionar más víveres al
Ejército, con lo que la escasez de comida amenaza con diezmarlos más que
la propia guerra. Así se lo cuenta el Libertador a su fraterno enemigo:
“aquellos señores han puesto el colmo a mi aflicción con respecto a las
miserias del ejército, y me aseguran ser imposible exista algunos días
más en aquel territorio; y como la necesidad es la ley primitiva y la
más inexorable, tengo el sentimiento de someterme a ella. Entre el éxito
dudoso de una campaña y el sacrificio cierto de nuestro ejército por la
peste y el hambre, no se puede vacilar. Es, pues, mi deber hacer la
paz, o combatir…”.
El día 28 le
insiste de esta manera: “No sé si V.E. (vuestra excelencia) tendrá
tendrá noticias de que todos los campos de la provincia de Barinas han
sido incendiados por hombres malévolos, y que en las de Mérida y
Trujillo ya padecen de miseria sus moradores. En tal estado, ¿pretenderá
V.E. que esperemos la muerte sobre nuestros fusiles, por no hacer uso
de ellos?”
Traducción: “Hermano, mi
ejército se está muriendo de frío en el páramo y de hambre en el llano.
Te pido que no me la pongas más difícil, porque si nos encontramos por
ahí voy a tener que ordenarles a mis hombres muertos de hambre que los
reventemos a coñazos”.
Con todo, De
la Torre responde y explica a Bolívar qué cosas están haciendo los
realistas para darle efecto y continuidad al armisticio; parece que en
algún momento le dijo que él no tenía poderes para tomar todas las
decisiones, así que había órdenes superiores que no le permitían
satisfacer en todo a los patriotas. Este es el tono con que Bolívar le
responde:
“no puedo menos que
sentirme reconocido por los actos de generosidad con que están marcadas
estas comunicaciones, tanto con respecto a nuestros prisioneros como por
el bando con respecto a aquellos que no son. Una conducta tan liberal
es el rasgo más característico de la mutación gloriosa de nuestros
principios (…) Tengo la mayor repugnancia en combatir contra mis nuevos
amigos, y estoy pronto a hacer nuevos sacrificios por no llamarme
enemigo del general La Torre. Pero también es necesario que Uds. los
hagan mayores para que nuestra ruina no sea completa. Yo probaré a Ud.
que si no tomamos mejores posiciones vamos a perecer de peste y miseria;
y además mostraré a Ud. documentos los más convincentes de la necesidad
que tenemos de romper las hostilidades”.
Leída
hasta allí, la carta pareciera ser una confesión de debilidad extrema.
Pero de pronto, una línea después se activa en el caraqueño el duende
militar, el genio y dueño de la sicología del hombre bajo asedio, y
empieza a enumerar condiciones para que no se desaten otra vez los
demonios de la espada y el cañón. Traducción: así se expresa un hombre
que acaba de admitir que está al frente de un ejército diezmado por el
hambre: “Las condiciones para un nuevo armisticio son las siguientes: la
primera, una disminución igual de tropas; la segunda, la ocupación de
nuestras armas de Coro, Carora, El Tocuyo, Quíbor y Guanare (…);
tercera, la evacuación de Cumaná por las tropas españolas”.
Y
el remate formidable (favor recordar que es el mismo hombre que hace un
momento confesó que se muere de hambre con sus soldados): “Las nuevas
posiciones que pedimos vamos a tomarlas en toda probabilidad al abrirse
la campaña; Uds no harán más que ceder lo que la fuerza debe
arrancarles”. Algo así como “Entrega las malditas ciudades por las
buenas, porque igual vas a tener que entregarlas por las malas”.
Como
era de esperarse, De La Torre se negó a cumplir estas exigencias de
Bolívar (un hambriento al frente de un ejército de hambrientos no está
en situación de imponer condiciones, dicen por ahí) y eso significaba
que, entonces, llegaba el momento de romper todo armisticio y resolver
la situación de la república a plomo y cuchillo. Bolívar le responde en
estos términos al español (20 de abril de 1821):
“Siento
tan vivamente como Ud la sangre que vamos a derramar (…) si usted
refiere a la suerte de la guerra la de estas provincias, por falta de
poderes para resolver las diferencias, no me queda otra elección entre
combatir o perecer (…). Pero Ud debe estar cierto que los sentimientos
de estimación y afecto que Ud me ha inspirado tendrán siempre en mi
corazón un lugar muy eminente (…).
Entretanto,
el ejército patriota se enfrenta a otra pequeña calamidad: desde Bogotá
no terminan de llegar los sueldos para la tropa. Bolívar se ve en la
necesidad de escribirle a Francisco de Paula Santander, en un tono y en
unos términos que prácticamente ningún venezolano debe estar
sicológicamente preparado para asumir como una carta oficiosa del
Libertador, porque parece más bien (y lo es) una joda, un sarcasmo, un
chalequeo en medio de la desgracia. ¿Usted cree que eso de burlarse de
la propia desgracia y del coñito que la propicia es propio del jodedor
urbano del siglo 20? Mire cómo emplaza Bolívar a Santander:
“…dentro
de dos días parto para Barinas a ver si encuentro modo de hacer
subsistir allí las tropas, porque esto está destruido. Agradézcame usted
el que no le hable de dinero, porque considero sus apuros, Y PORQUE
ENTRETANTO ESPERO LOS CIENTO CINCUENTA MIL PESOS QUE LE HE PEDIDO”.
Traducción: “Estoy jodido; yo sé que tú también, por eso no te voy a
recordar los reales que me debes, coñoetumadre…”.
En
abril le escribe Bolívar a Fernando Peñalver una curiosísima (¡todavía
más!) carta el 21 de abril, en la que le hace otras confesiones, más o
menos personales. Le dice que está harto de mandar “esta república de
ingratos; estoy cansado de que me llamen usurpador, tirano, déspota, y
más cansado aun de unas funciones tan contrarias a mi natural (…) Para
ejercer la administración de un Estado se requiere de ciertos
conocimientos que yo no tengo, y a (los) que les tengo un odio mortal.
Yo no he visto nunca una cuenta, ni quiero saber lo que se gasta en mi
casa; tampoco sirvo para la diplomacia porque soy excesivamente ingenuo,
muchas veces violento, y de ella no conozco más que el nombre (…) Ud no
se engañe en su concepto con respecto a mí, porque será Ud burlado por
mí mismo y entonces mis enemigos le aborrecerán a Ud más, pues que estoy
bien resuelto a no mandar y que todo se perderá en la ausencia del
gobierno…”. Acto seguido le comenta que el Gobierno deben asumirlo
Santander o Nariño; historia larga aparte.
Este
“extraño” Bolívar, que la gente suele asociar con la megalomanía o la
incapacidad de desenvolverse fuera del poder, se declara incapaz de
ejercerlo al menos en su faceta de administración; el hombre de la
guerra y la estrategia entiende o siente que eso de gobernar debe ser
ejercido por otros. Y se aplica, en ese momento dramático de abril de
1821, a hacer consideraciones sobre algo que también creemos nosotros
novedosísimo y de última generación: la importancia de ganar (y en
efecto los patriotas estaban ganando) la guerra de la opinión pública.
En
carta a Santander, ese mismo 21 de abril, Bolívar le notifica su
renuncia al Congreso. Resalta entrelíneas una corta continuación del
chiste aquel de la plata que el neogranadino no termina de mandar,
aquellos 150 mil pesos. Bolívar escribe: “Me alegro mucho de los
veinticinco mil pesos que vienen, SI LLEGAN”. Acto seguido le revela
algo sobre el general La Torre: el jefe realista está molesto por no
poder negociar directamente con Bolívar y/o por tener que esperar
instrucciones de España para poder negociar la paz. España, entretanto,
ha manifestado rechazo a toda negociación con los patriotas; a esa
actitud Bolívar va a llamarla “la negativa”. Le dice Bolívar a
Santander: “Le he mandado (a La Torre) copia de la resolución de su
gobierno para ver si se disgusta con ella. Pienso hacer uso de esta
negativa para acabar de disgustar las tropas españolas que se ven
sacrificadas inútilmente. El comandante reaño (…) me ha ofrecido un gran
suceso en la opinión de sus compañeros como resultado de aquella
negativa, que pienso hacer pública por una proclama a las tropas
españolas”. Cosa que en efecto hace después: le dirige una carta a los
españoles, diciéndoles “Nosotros queremos la paz pero el gobierno de
ustedes no, así que la destrucción que viene es culpa de España”, etc.
Continúa
Bolívar a Santander: “Cada día tenemos noticias de la buena opinión de
los pueblos, pero si no hay defección de los enemigos y mucha prudencia,
ninguna ventaja podemos prometernos siendo iguales las fuerzas
beligerantes; porque este ejército es un saco roto, donde entran todos
los meses mil hombres y se vuelven a ir a sus casas, al hospital y al
cementerio, a causa del clima, de la miseria y de la incuria”.
Ese
era el clima político y emocional de la Venezuela previa a la Batalla
de Carabobo, y de sus dirigentes principales. Sin comunicación entre los
generales tal vez las acciones bélicas y sus desenlaces se hubieran
producido de otra forma, pero al final ocurrió lo que ocurrió: un
Bolívar recompuesto y reorganizado su ejército despedazó a De La Torre y
los suyos. El general con quien Bolívar intercambió tantas líneas
afectuosas salvó la vida luego de ser derrotada su tropa gracias a que
pudo retirarse a Puerto Cabello en una travesía colosal junto con el
Batallón Valencey, en otro capítulo formidable que ha sido contado de
muchas formas, pero casi siempre manteniendo la admiración y el respeto
hacia este cuerpo de élite.
Muchos
abordajes pueden ensayarse de estos intercambios de análisis y
comunicaciones de Bolívar, pero resalta, para efectos del vistazo de
estos días a la luz del vistazo a la historia, la actitud del líder que
trata como amigo a su enemigo. En el tiempo actual, en que del teclado o
de la boca de cualquiera fluye con tremenda facilidad la palabra
“traición”, la expresión “guerra a muerte” y las invocaciones a quién
sabe qué ética cinematográfica que hace ver como reprochable eso de
reunirse con el enemigo, es bueno darle un vistazo a aquel Bolívar
desesperado y al borde del colapso, que ni siquiera le oculta su
situación desesperada al adversario. Mentir u ocultar la propia
situación hubiera sido una buena opción (“Si estás débil debes parecer
fuerte”, recomienda Tsun Tzu). Bolívar prefirió jugar con todas las
cartas destapadas sobre la mesa. A pesar de la sinceridad de los afectos
personales, a pesar de la franqueza con que le revelaba al rival todo o
casi todo, que muchos pueden confundir con fallas tácticas o del
carácter, se sabe que Bolívar puso por encima de todo factor personal el
destino de un pueblo y de unos territorios.
Bonita jueza, la historia.
Misión Verdad
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