Perú. Las elecciones de 2016 y los trabajadores
Jorge Rendón Vásquez
Mariátegui
Las clases trabajadoras en el Perú están objetivamente apartadas del proceso electoral. La
Ley de Relaciones Colectivas de Trabajo, dada en julio de 1992 por el
gobierno de Fujimori, prohibe a las organizaciones sindicales dedicarse
institucionalamente a asuntos de política partidaria (art. 11º), norma
reproducida de un artículo del Decreto Supremo 009 del 5 de mayo de
1961, expedido por el gobierno de Manuel Prado con la anuencia de la CTP
copada por el Partido Aprista.
El
Convenio 87 de la OIT, que es ley para nuestro país, no trae una
prohibición semejante. Y es lógico que así sea, porque hay innumerables
países, sobre todo de tradición anglosajona, cuyas organizaciones
sindicales son bases de ciertos partidos políticos. En Gran Bretaña, el
Partido Laborista cuenta entre sus bases a los trade unions u
organizaciones sindicales.
Pero, además, las clases trabajadoras peruanas están subjetivamente separadas del proceso electoral por su desinterés.
Lo ven discurrir como un fenómeno social extraño a su condición y, en
consecuencia, no atinan y ni siquiera se les ocurre sugerir, reuniéndose
en grupos, las medidas a su favor que hayan de proponer los candidatos
al Congreso si resultaran elegidos, o las disposiciones que haya de
emitir el futuro presidente de la República que sea elegido, como la
condición para votar por ellos. Ignoran o han olvidado que las
relaciones laborales forman parte esencial de la estructura económica,
que el gasto en fuerza de trabajo, constituido por las remuneraciones y
otros derechos sociales, es tan importante como la inversión en medios
de producción y que nada se mueve sin el trabajo.
Los
integrantes de las clases trabajadoras funcionan individualmente como
ciudadanos, y, como la mayor parte de ellos, deciden sus preferencias
por el impacto de la propaganda electoral, concebida y dirigida por
expertos en la manipulación de los votantes.
Hay
22’901,954 electores. La población económicamente activa es unos 16
millones, de la cual la mayor parte son trabajadores dependientes e
independientes, y, por lo tanto, son electores. De proponérselo, ellos
decidirían el resultado de las elecciones. Sin embargo, están muy lejos
de esa posibilidad.
Es
posible que sus preferencias se dirijan a los candidatos de la derecha.
Podría ser que Keiko Fujimori supere el 30% de la intención de voto,
según las encuestas, gracias a trabajadores electores, y que los otros
se distribuyan entre otros candidatos de la derecha, incluido el
“pituco” Barnechea. El porcentaje alcanzado por Verónika Mendoza se
debe, en su mayoría, a las preferencias de trabajadores conscientes de
la necesidad de una opción más compatible con sus intereses.
A tres semanas de las elecciones el resultado de la carrera de los candidatos parece estar ya definida.
La
composición del Congreso de la República, que manda porque da las
leyes, será de derecha: el fujimorismo obtendrá fácilmente más de un
tercio y las otras listas de derecha casi la mitad. Si la lista de
Verónika mantiene su porcentaje alcanzará unos quince representantes.
Con esta composición no es posible que los trabajadores esperen una modificación de su lamentable situación legal actual.
Y
no podrán pretender lograrla si no comprenden que para convertirse en
una fuerza capaz de hacerse escuchar y negociar deben constituirse en el
“contrapeso” de los empresarios, como recomendaba el gran teórico
socialdemócrata del sindicalismo Otto Kahn-Freund (Labour and the Law).
Un
aviso publicitario de un instituto de negociación inglés decía: en la
vida no se obtiene lo que se cree merecer, sino lo que se negocia.
Los
dirigentes sindicales de nuevo espíritu tendrán que ponerse a pensar
quiénes han llevado a las clases trabajadoras al estado lamentable de
dependencia política en el que hoy se encuentran, como el primer paso
para superarla. Revisen la historia sindical del Perú desde comienzos
del siglo XX. Hubo oleadas de dirigentes que conquistaron una parte de
los derechos sociales que ahora tienen los trabajadores. Habían abrazado
una ideología de cambio y eran limpios y decididos.
Foto portada: Sindicato Celima
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