Pecora, el hombre que destrozó a los "banksters"
Ferdinand Pecora |
Para
entender lo que está ocurriendo en nuestros días, la mayoría de las
veces (si no todas) hay que tirar para atrás en el tiempo y
contextualizar acontecimientos. Esta "crisis" impuesta que llevamos
adoleciendo desde hace varios años no es la primera vez que ocurre.
Debemos irnos al Crash del 29 y lo que aconteció en los años posteriores
para darnos cuenta que estamos sufriendo las mismas consecuencias,
incluso peores; ya que por aquel entonces la culpa recayó en los grandes
banqueros, apareciendo la Ley Glass-Steagal y ahora en nuestros días la
culpa de esta estafa quieren hacerla recaes sobre el pueblo llano al
parecer, para robarnos la soberanía e imponer un nuevo esquema social
transfiriendo la riqueza de la mayoría a una élite minoritaria. En
noviembre de 1999, el Congreso derogó la ley Glass-Steagall, la
culminación de un esfuerzo de lobby de alrededor de 300 millones de
dólares de la banca y las industrias de servicios financieros,
encabezado en el Congreso por el senador Phil Gramm. La ley
Glass-Steagall, que separó durante mucho tiempo los bancos comerciales
(que se prestan dinero) y los bancos de inversión (que organizan la
venta de bonos y acciones), y que estaba destinada a contener los
excesos de la época, incluyendo los graves conflictos de intereses.
La
consecuencia más importante de la derogación de la Glass-Steagall fue
indirecta: la derogación cambió toda una cultura. Los bancos comerciales
no deben ser empresas de alto riesgo, ya que se supone que deben
administrar el dinero de otra gente de manera muy conservadora. Bajo
este presupuesto el Gobierno se compromete a hacer frente a los
depósitos si el banco falla. Los bancos de inversión, por el contrario,
tradicionalmente han manejado dinero de gente de mayor riqueza, gente
que puede correr mayores riesgos con el fin de obtener mayores retornos.
Cuando se produjo la derogación de la ley Glass-Steagall, la cultura de
la banca de inversión estaba en su pleno apogeo y fue la que
prevaleció. Había una demanda de altos rendimientos que podrían
obtenerse sólo a través de un alto apalancamiento y una toma de riesgo
grande. Esta fue la primera piedra del edificio de esta gran estafa en
la que estamos envueltos hoy en día. Hubo otros pasos importantes en
esta locura desreguladora. Uno de ellos fue la decisión en abril de 2004
por la Comisión de Bolsa y Valores (SEC, por sus siglas en inglés) de
permitir que grandes bancos de inversión pudieran aumentar su ratio
deuda-capital (de 12:1 a 30:1 o superior) para que pudieran comprar más
títulos respaldados por hipotecas, inflando la burbuja de la vivienda en
el proceso. Al aceptar esta medida, la SEC defendió las virtudes de la
autorregulación: la noción peculiar de que los bancos pueden
efectivamente ser la propia policía que vigile los excesos. La realidad
fue muy distinta.
Franklin
Delano Roosevelt, un político excepcional, cuando se enfrentó a una
elección similar a la de Obama, tomó la elección acertada, a través de
una avalancha de decisiones ejecutivas. Pero lo más importante que hizo
no fue lanzar el New Deal, sino cortar las alas a la industria
financiera a través de la ley Glass Steagall. Hoy en día, por el
contrario, ante la inacción de Obama, sólo iniciativas como el proyecto
de ley SB 85, impulsado por el senador Tom Harkin podrían cambiar el
devenir de los acontecimientos.
Lo que sigue, viene de un artículo del Smithsonian.com, titulado "The Man Who Busted the ‘Banksters’" de Gilbert King.
Tres
años después de la crisis bursátil de 1929, Estados Unidos estaba en
medio de la Gran Depresión, sin recuperación en el horizonte. Cuando el
presidente Herbert Hoover, a regañadientes, hizo campaña para un segundo
mandato, sus caravanas de automóviles y trenes fueron atacados con
verduras y huevos podridos, mientras recorría una tierra hostil,
pasando por barrios de chabolas levantadas por gente sin hogar. Se
llamaban “Hoovervilles” y constituyeron la imágenes vergonzosas que
definirían su presidencia.
Millones
de estadounidenses habían perdido sus puestos de trabajo, y uno de cada
cuatro perdieron los ahorros de su vida. Los agricultores estaban en la
ruina, el 40% de los bancos del país habían quebrado y los stocks
industriales habían perdido el 80% de su valor.
Con
el desempleo rondando casi el 25% en 1932, Hoover fue arrastrado fuera
de su oficina presidencial como si la tierra se desplazara bajo sus
pies, y el recién elegido presidente, Franklin Delano Roosevelt,
prometía alivio a los estadounidenses. Roosevelt había denunciado “la
manipulación despiadada de los jugadores profesionales y el sistema
corporativo” que permitió que “unos cuantos intereses poderosos hicieran
carne de cañón industrial la vida de la mitad de la población” Dejó
claro que iba a ir tras los “barones económicos” y eso provocó un
pánico bancario en el día de su toma de posesión, en marzo de 1933, que
le dio la autoridad que buscaba para atacar a la crisis económica en
sólo sus “primeros 100 días” (periodo de prueba que se ha afianzado
desde entonces). “Hay que poner fin a una conducta en la banca y en los
negocios que con demasiada frecuencia ha dado al traste con la confianza
debida con una imagen de insensibilidad y de mal proceder“, dijo.
Ferdinand
Pecora fue una respuesta inesperada a lo aquejaba a EEUU en la época.
Era un delgado hijo de inmigrantes italianos, nacido en Sicilia, de voz
suave, llevaba un sombrero de fieltro de ala ancha, y a menudo tenía un
cigarro colgando de sus labios a lo “Humphrey Bogart”. Obligado a
abandonar la escuela en su adolescencia porque su padre fue herido en un
accidente de trabajo y no podía pagársela, Pecora consiguió un puesto
como asistente en un bufete de abogados de Wall Street y gracias a ello
puedo asistir a la New York Law School, y se convirtió en uno de los
primeros abogados “italianos” de la ciudad. En 1918, se convirtió en
asistente del fiscal de distreito. Durante la década siguiente, se labró
una reputación de fiscal honesto y tenaz, consiguiendo el cierre de más
de 100 “bucket shops” unas salas de bolsa ilegales donde se realizaban
apuestas sobre la subida y caída de precios de acciones y futuros,
correspondientes a productos básicos, fuera del mercado regulado. Su
experiencia en la lucha contra el mundo de los negocios financieros
fraudulentos le servirá bien años más tarde.
Apenas
unos meses antes de que Hoover dejara el cargo, Pecora fue nombrado
asesor principal de la Comisión del Senado de los EE.UU. para la Banca y
la Moneda. Fue asignado a la tarea de investigar las causas de la
crisis de 1929, y lideró lo que se conoció más tarde como la “Comisión
Pecora“.
Su
trabajo saltó a las primeras páginas de los periódicos cuando llamó a
declarar a Charles Mitchell , el jefe del mayor banco de Estados Unidos,
el National City Bank (ahora Citibank), como su primer testigo.
“Sunshine Charley” entró en la sala de audiencias con una buena dosis de
desprecio tanto por Pecora como para su comisión. Mientras los
accionistas habían sufrido enormes pérdidas en las acciones bancarias,
Mitchell admitió que él y sus colaboradores de alto rango habían tomado
millones de dólares del banco en préstamos sin interés para ellos
mismos. Mitchell también reveló que a pesar de que ganaron más de 1
millón de dólares en bonos en 1929, no había pagado ningún impuesto
debido a las pérdidas sufridas por la venta de acciones muy devaluadas
del National City Bank pertenecientes a su esposa. Pecora reveló que el
National City había escondido los préstamos incobrables, empaquetándolos
en títulos y colocándoselos a inversores incautos. Una vez que el
testimonio de Mitchell salió impreso en los periódicos cayó en
desgracia, su carrera se había arruinado, y pronto se vería obligado a
pagar multas de millones de dólares por los cargos de evasión de
impuestos. “Mitchell”, dijo el senador Carter Glass de Virginia, “es más
responsable de esta caída de la bolsa que otros 50 hombres como él“.
El
público estaba empezando a hacerse una idea del nivel de las estocadas
que Pecora iba repartiendo. En junio de 1933, su imagen apareció en la
portada de Time magazine, sentado en una mesa del Senado, con un cigarro
en la boca. Las audiencias de Pecora habían acuñado una nueva frase:
los “banksters” o gangsters de las finanzas habían puesto en peligro la
economía del país, mientras los banqueros y financieros se quejaban de
que “el teatro” de la comisión Pecora destruiría la confianza en el
sistema bancario de los EE.UU. El senador Burton Wheeler de Montana,
dijo, “La mejor manera de restaurar la confianza en nuestros bancos es
tomar a estos presidentes corruptos y tratarlos de la misma forma que a
Al Capone“.
El
presidente Roosevelt instó Pecora a continuar en la línea que llevaba.
Respecto a que los bancos estaban preocupados por las audiencias que
destruían la confianza en el sistema, Roosevelt dijo: "deberían haber
pensado en eso cuando hicieron las cosas que están exponiendo ahora".
Roosevelt llegó a sugerir que Pecora debería llamar a declarar al
financiero J.P. Morgan Jr, a la sazón uno de sus principales enemigos
políticos. Cuando Morgan llegó a la sala de congresos del Senado,
rodeado de flashes, micrófonos y decenas de periodistas, el senador
Glass describió el ambiente como el de "un circo, y lo único que falta
ahora son los cacahuetes y limonada".
El
testimonio de Morgan carecía del drama del de Mitchell, pero Pecora fue
capaz de revelar que Morgan mantenía una “lista preferente” de amigos
del banco (entre ellos, el expresidente Calvin Coolidge y el de la Corte
Suprema Owen J. Roberts) y que se les ofreció acciones con grandes
descuentos. Morgan también admitió que no había pagado ningún impuesto
entre 1930 y 1932 debido a las pérdidas a raíz de la crisis de 1929. A
pesar de que no había hecho nada ilegal, los titulares dañaron
gravemente su reputación. En privado se refiería a Pecora como a un
“pequeño y sucio italianini” y dijo que tenía "los modales de un fiscal
que está tratando de condenar a un ladrón de caballos"..
Durante
un descanso en las audiencias, un agente de prensa del circo Ringling
Bros irrumpió en la sala, acompañado por una artista enana llamada Lya
Graf , de tan sólo 54 centímetros de altura. "Dejen paso" gritó el
agente, "la más pequeña dama del mundo quiere conocer al hombre más rico
del mundo". Antes de que Morgan supiera lo que estaba sucediendo, la
diminuta muchacha estaba sentada en el regazo del magnate, y se
dispararon decenas de bombillas de flash.
“¿Dónde vives?“, Preguntó Morgan a la chica.
“En una tienda de campaña, señor“, respondió ella.
La
descripción del senador Glass de las audiencias fue profética: la
atmósfera se había vuelto verdaderamente circense. Y a pesar de que la
aparición de Morgan marcó la altura del drama, las audiencias
continuaron durante casi un año, ya que la indignación pública sobre la
conducta y las prácticas de los banqueros del país ardía con fuerza.
Roosevelt se aprovechó de la opinión pública, suscitando un amplio apoyo
para la regulación y la supervisión de los mercados financieros, como
la Comisión Pecora había recomendado. Después de pasar por la Securities
Act de 1933, el Congreso estableció la Comisión de Bolsa y Valores
(SEC) para regular el mercado de valores y para proteger al público
contra el fraude. El informe de la Comisión Pecora también aprobó la
separación de la inversión y la banca comercial, y la adopción de
seguros de depósitos a los bancos, como lo requiere la ley
Glass-Steagall , que Roosevelt firmó en 1933.
Por
la investigación sobre Wall Street y sus prácticas comerciales llamando
a declarar los banqueros, Ferdinand Pecora expuso a los estadounidenses
un mundo del que no tenían ni idea que existiera. Y una vez que lo
hizo, la indignación pública condujo a las reformas que los señores de
las finanzas temían y habían sido capaces de evitar hasta la fecha.
En
1939, Pecora publicó "Wall Street bajo juramento", dónde ofrecía una
seria advertencia: "Bajo la superficie de la regulación gubernamental,
las mismas fuerzas que producen los excesos especulativos desenfrenados
del mercado salvaje de 1929 siguen dando evidencias de su existencia e
influencia …. No cabe duda de que, dada una oportunidad adecuada, caerán
de nuevo en la actividad perniciosa".
Ferdinand
Pecora sería nombrado juez de la Corte Suprema del Estado de Nueva York
en 1935 y se presentó sin éxito para alcalde de Nueva York en 1950.
Pero ya había dejado su legado: su investigación sobre los abusos
financieros detrás de la crisis de 1929 condujo a la aprobación de la
Ley de Valores, la Ley Glass-Steagall y la Ley del Mercado de Valores.
Las protecciones que defendía todavía se está debatiendo en la
actualidad.
Banker + Ganster = Bankster
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