Crece la antiglobalización en EE.UU.
Mirada GlobalSe desató una virtual rebelión de los trabajadores industriales del mundo avanzado, contra su marginación.
Se
acentúa la tendencia antiglobalización en EE.UU. y Europa, como
consecuencia de la forma que ha adquirido el proceso de globalización a
partir de la crisis Lehman Brothers en 2008.
El
nuevo modo de globalización ha tornado irrelevante la fuerza de trabajo
escasamente calificada en los países avanzados y ha eliminado en los
emergentes la opción de industrializarse a través de un impulso
doméstico (sustitución de importaciones), desatando un fenómeno inverso
de intensa y creciente “desindustrialización”.
El
factor común de ambas situaciones es la aparición en gran escala de una
nueva revolución industrial, que digitaliza e integra la manufactura y
los servicios, al tiempo que hunde los costos de los bienes de capital
–se han reducido más de 20% anual a partir de 2001–, sometiéndolos a un
proceso de commoditización con costos marginales que se aproximan a cero
(0%).
Así, ha quedado excluida para
los países emergentes la posibilidad de participar en las cadenas
globales de producción a partir de una fuerza de trabajo abundante y
barata, lo que afecta fundamentalmente a Brasil e India.
En
el mundo avanzado, se ha desatado una virtual rebelión de los
trabajadores industriales por la conciencia de su irrelevancia, en una
manifestación explosiva de rechazo y exasperación por su marginación
definitiva.
La nueva forma de
globalización ha devenido en “desindustrialización” generalizada y
prematura en los países emergentes, y ha exacerbado el conflicto social y
político en los avanzados.
La fase
de la globalización que concluyó se encarnó históricamente en el
crecimiento excepcional de China a partir de 2001 (ingreso a la OMC),
convertido en uno de los grandes acontecimientos geopolíticos de la
historia del mundo.
La República
Popular respondía por 3% del comercio internacional en 2001 y trepó a
15% en 2015; y en términos de valor, su intercambio global se duplicó
cada 4 años y sus exportaciones crecieron 30% anual entre 2001 y 2010.
Este
éxito extraordinario –sin antecedente histórico por su magnitud y
duración– ha tornado irrepetible el fenómeno chino, y como tal pertenece
al pasado. Pero en sus 15 años de apogeo transformó al mundo y logró
convertir a los países asiáticos en el nuevo eje de la acumulación
global y en el centro del poder internacional.
Por
eso el fenómeno Trump, y su sustento, que es la rebelión de los
trabajadores industriales norteamericanos, revela que EE.UU. se
encuentra ya en la primera fase de la postglobalización y ocupa en ella
un papel secundario.
De ahí que la
reunión del G-20 en China resultara una revelación. Y la República
Popular lidera ahora – con EE.UU. y Alemania – la nueva revolución
industrial y crece sobre la base de la innovación – 77% del alza del
producto proviene este año de la productividad de todos los factores
(PTF)–.
La incorporación de China a
la OMC originó una nueva época en la historia del mundo, al tiempo que
provocó la destrucción de 2,6 millones de puestos de trabajo en EE.UU.,
al concentrarse sus exportaciones en algunos rubros críticos
trabajo-intensivos. Hay que sumarles 5 millones de trabajadores
industriales desaparecidos de la producción como consecuencia del cambio
tecnológico.
En el período
1981-2001, la globalización transcurrió esencialmente a través del
comercio intra-industrial de los países avanzados, ante todo EE. UU. y
Europa. A partir de 2001, el intercambio mundial se caracterizó por el
uso intensivo que realizó China de sus excepcionales ventajas
comparativas al disponer de una fuerza de trabajo de 900 millones de
operarios, con los que modificó cualitativamente los términos de
intercambio globales.
El resultado
fue que impuso a EE. UU. un déficit comercial de US$ 410.000 millones
por año y se convirtió en la primera economía del mundo, medida en
términos de capacidad de compra doméstica.
Se ha inaugurado este año una nueva fase de la historia mundial.
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