Libia, del infierno con Gadafi a la pesadilla sin él
Francisco Peregil
En la noche del 19 al 20 de octubre de 2011 Muamar el Gadafi resultó herido por un ataque aéreo de la OTAN cuando intentaba burlar el asedio a Sirte. De inmediato fue capturado, linchado y asesinado
por las milicias de Misrata. Cinco años después, el panorama en Libia
es desolador. La comunidad internacional mira con impotencia cómo se
diluye en la insignificancia el Gobierno de Unidad Nacional
que propició en diciembre de 2015 en Marruecos. Los diplomáticos que
llevan dos años intentando reconciliar a las partes echan en falta un
Nelson Mandela libio con altura de miras. “Se puede hablar de islamistas
y antiislamistas, pero la verdadera batalla en Libia es por el poder y
el dinero”, comenta un observador europeo que conoce a buena parte de
los personajes implicados.
En una ciudad costera del este como Sabrata,
que vivía de la pesca, el comercio y el turismo, ahora una parte de la
población gana dinero con el tráfico humano, según refiere la misma
fuente. Cada año salen de las costas libias más de 150.000 inmigrantes
dispuestos a rifarse la vida en el Mediterráneo. El petróleo sigue
siendo la principal vía de ingresos para los seis millones de libios,
pero la producción ha bajado un tercio desde 2011. Hay 1.800.000
personas con necesidad de recibir ayuda internacional y 400.000
desplazados. Y todos los bandos enfrentados han cometido crímenes de
guerra, según Amnistía Internacional.
Dentro de ese Estado fracasado en el que se ha convertido Libia hay varios centros de poder. Veamos cuáles son:
Trípoli. La capital es también la sede del
Consejo Presidencial del Gobierno de Acuerdo Nacional (NGA por su
siglas en inglés), órgano de nueve miembros apoyado por la ONU
encabezado por el primer ministro Fayez Serraj. No se preocupen si no
memorizan el nombre del Gobierno ni sus siglas. Para muchos libios su
existencia es irrelevante y no conocen a sus nueve integrantes. El poder real en Trípoli se reparte entre más de 50 milicias.
En cada barrio suele haber puestos de control. Serraj apenas puede
garantizar su propia seguridad y la de los miembros del Consejo, que
también se encuentran divididos. Y más allá de Trípoli, su influencia es
aún más escasa. Desde que Serraj llegó al país hace siete meses ha
viajado en decenas de ocasiones al exterior y ninguna al Este, donde el
poder recae en la Cámara de Representantes, que no reconoce a Serraj.
El pasado viernes, Jalifa Ghwell, el ex primer ministro del islamista y extinto Gobierno de Salvación Nacional
tomó el hotel Rixos, sede del Consejo Presidencial y declaró un estado
de emergencia. Sobre el papel era un golpe de Estado, pero difícilmente
se puede dar un golpe donde no hay Estado. Así que Ghwell es, hoy por
hoy, el inquilino más poderoso del hotel Rixos. Y la capital sigue
fracturada. En las madrugadas del viernes y el sábado se registraron
enfrentamientos entre varias milicias. “La asonada refleja la
volatilidad que vive el país”, indica un experto que prefiere preservar
el anonimato. “En un sitio donde las milicias cambian de bando según
quien les ofrezca más dinero, es probable que mañana o pasado otra gente
pueda tomar el control de Trípoli”.
Los ciudadanos de Trípoli
consultados por este diario se quejan de la inseguridad (abundan los
secuestros), los cortes de luz (al menos tres por semana que pueden
prolongarse entre cuatro y ocho horas) y de agua, la inflación y la
falta de liquidez.
Misrata. Varias milicias se reparten el
poder en esta ciudad Estado. Milicias que son leales al Consejo
Presidencial respaldado por la ONU. La situación en Misrata es más
segura que en Trípoli, pero las secuelas de cinco años de enfrentamientos
pueden verse en sus calles. La mayor parte de los edificios destruidos
durante el enfrentamiento con Gadafi siguen igual que estaban. Sus
hospitales apenas tienen capacidad para acoger a los heridos que llegan
del frente de Sirte.
Sirte. El Estado Islámico (ISIS, por sus
siglas en inglés) arrebató a las milicias de Misrata a principios de
2015 esta ciudad, donde nació Muamar el Gadafi. A partir de ahí, los
fundamentalistas extendieron su influencia en la zona hasta llegar a
controlar Abu Grein, una ciudad que se encuentra a poco más de una hora
desde Misrata. A finales de mayo las milicias de Misrata iniciaron el
asedio a Sirte. Tres semanas después conseguían arrebatarle el puerto al ISIS.
Parecía inminente la caída de los islamistas. Pero aún resisten en el
centro de la ciudad. Y eso, a pesar de que las milicias de Misrata
cuentan desde el 1 de agosto con el apoyo de la aviación de Estados
Unidos, que ya ha alcanzado 220 objetivos. En su mayor parte son de
envergadura menor, como vehículos y edificios pequeños. Tobruk y Al Baida.
Estas dos ciudades del este libio, próximas a la frontera con Egipto
son la sede de la Cámara de Representantes (HoR, por sus siglas en
inglés), desde que los diputados tuvieron que exiliarse cuando fueron
expulsados por las guerrillas islamistas unidas en 2014 bajo el nombre
de Amanecer Libio.
El hombre fuerte de Tobruk es Jalifa Hafter,
el jefe del autoproclamado Ejército de Liberación Nacional. Está
respaldado por Egipto y Emiratos Árabes Unidos. Hafter arrebató en
septiembre al Gobierno respaldado por la ONU cuatro puertos petroleros
de donde podría salir la mitad de la producción del país. Los
observadores internacionales consultados, aseguran que la toma de esos
puertos es más simbólica que real, ya que en la actualidad no producen
nada.
El general Hafter asegura que en la misma Trípoli hay un 80%
de la población partidaria de que llegue él a la capital y termine con
el caos. Pero lo cierto es que hoy por hoy no existe ninguna fuerza en
Libia capaz de imponerse al resto. Hafter ni siquiera ha conseguido aún
vencer a los islamistas de Bengasi.
Bengasi. La ciudad donde nació la
revolución hace cinco años mantiene desde hace un par una lucha
encarnizada entre las tropas del general Hafter y grupos yihadistas. Un informe de Amnistía Internacional, de
finales de septiembre, instaba a crear un pasillo humanitario para
salvar a los cientos de civiles atrapados en el barrio de Ganfuda.
“Mientras las bombas continúan cayendo sobre ellos, luchan por
sobrevivir con comida podrida y agua sucia”.
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