¿Una renovación Cristiana? Lo que el Brexit significa para los tradicionalistas
En
la mañana del 24 de junio, el mundo se despertó ante una Europa
cambiada. Con el denominado referéndum del “Brexit”, Reino Unido (RU)
votó por abandonar la Unión Europea (UE), y como tal, la UE perdió a una
de sus naciones-miembro más importantes. Casi inmediatamente, hubo
llamamientos desde Francia, Italia, y Holanda para realizar referendos
similares, poniendo en riesgo a todo el experimento de la UE.
Hay una serie de estudiosos que interpretan el
Brexit como parte de una tendencia más amplia entre diferentes naciones
del mundo, y esa tendencia es un giro hacia el nacionalismo y la derecha
política. Y mientras que hay diferentes razones para esto, parece estar
avivado principalmente por una reacción contra el globalismo y la
erosión de la identidad cultural y nacional.
No obstante, esos estudiosos parecen haber errado
acerca de cómo este giro hacia el nacionalismo que estamos viendo por
todo el globo, realmente entraña un resurgir de identidades religiosas
históricas y compromisos morales. Como tal, este giro nacionalista en
RU, particularmente en Inglaterra, tiene el potencial para una
renovación cristiana conservadora muy significativa en occidente como un
todo.
Este es muy ciertamente el caso de que el mundo
está atravesando un realineamiento radical entre líneas nacionalistas y
provincialistas. Desde Bosnia a Chechenia, Ruanda y Burundi, desde Sudán
a Escocia, las poblaciones han estado girando cada vez más hacia su
interior por la identidad cultural y cívica.
Pero dentro de estas tendencias
balcanizantes hay un proceso denominado re-tradicionalización. Porque la
globalización desafía a las tradiciones y costumbres, las religiones e
idiomas de las culturas locales, sus procesos tienden a ser resistidos
con un opuesto contra-cultural.
Frente a las amenazas a los marcadores de
identidad localizados, la gente afirma su religiosidad, parentesco y
símbolos nacionales como mecanismos de resistencia contra las dinámicas
globalizantes. Esto es lo que denominaríamos como re-tradicionalización;
cuando la cultura y costumbres están amenazadas con la extinción,
tienden a experimentar un revivir, un renacimiento, un nuevo compromiso
entre las poblaciones.
Algunas naciones ejemplifican esta conexión entre
un nacionalismo renaciente y una tradición religiosa revivida como la
Federación de Rusia. Ha habido un distanciamiento autoconsciente
respecto al globalismo por Rusia, esbozando la inspiración por su parte,
de los ideales de un nuevo Bizancio, lo que el profesor de la Escuela
Bélica Naval de EEUU, John R. Schindler denomina como la ideología de la
“tercera Roma”, que entraña “una poderosa mezcla de Ortodoxia,
misticismo étnico, y tendencias eslavófilas que tienen profunda
relevancia en la historia de Rusia”. Desde esta mezcla, Rusia ha
emergido, en palabras de un reciente artículo, como “la nación más
creyente en Dios de Europa”.
Y con este revivir nacional llega una re-adopción
de los valores morales tradicionales. Junto con India, y las naciones
africanas e islámicas, los rusos han rechazado pública y
legislativamente lo que consideran como el suicidio civilizacional del
activismo LGBT y el feminismo. Incluso muchos países de Europa oriental
que se sienten amenazados por el reciente militarismo de Rusia, tales
como Georgia y Moldavia, consideran a los valores seculares globalizados
como algo mucho más amenazante.
Efectivamente, el actual ascenso del nacionalismo
por toda Europa es concomitante con un crecimiento del conservadurismo
religioso. En Europa, la inmigración irónicamente está haciendo más
conservador religioso al continente; de hecho, Londres y París son
algunas de las áreas más densamente religiosas dentro de sus respectivas
poblaciones.
Desde 1970, los cristianos carismáticos
en Europa se han extendido de manera constante a un ritmo del 4% por
año, al compás del crecimiento musulmán. Actualmente, los luteranos
laestadianos en Finlandia y los calvinistas ortodoxos de Holanda tienen
una ventaja de fertilidad sobre sus amplias poblaciones seculares de 4:1
y 2:1 respectivamente.
Es cierto que las lealtades nacionales británicas
aún han de ejemplificar algo remotamente parecido a un revivir
cristiano; ciertamente, la asistencia a la iglesia en RU ha estado en
declive durante largo tiempo. No obstante, parece haber un declinar de
este declinar. Mucha gente en RU todavía se ve a sí mismo como
cristiana, y los inmigrantes desde África y Europa del este, los polacos
católicos en particular, han hecho más religiosa a Gran Bretaña. Ha
habido un incremento en la asistencia a la iglesia evangélica, todo
mientras las tasas de fecundidad islámicas en RU están cayendo de 3
niños por mujer.
Todo esto sugiere que la tradición cristiana permanece como un factor importante dentro de la identidad cultural británica, y solamente se incrementará en los años venideros si continúan las tendencias nacionalistas.
Y continuarán. No deberíamos considerar este
resurgimiento del nacionalismo como una moda política temporal. Esto es
porque la globalización ocasiona su propia futilidad; como hemos
encontrado con el intento de llevar la democracia liberal a oriente
medio, pocos están dispuestos a morir por las políticas emancipadoras,
el feminismo, y los derechos LGBT. Pero la disposición a morir por la
tierra, el pueblo, la costumbre, el idioma, y las religiones es
aparentemente universal. Aunque es un formidable desafiador, la
globalización, parece no tener oportunidad de superar tales lealtades
innatas.
Y así, es ciertamente el caso que el Brexit indica
la importancia del surgir del nacionalismo en Europa, pero también
sugiere el inexorable revivir de valores y normas tradicionales. Y
mientras tanto hay una serie de peculiaridades culturales presentes y
paradojas indicativas de un obstinado secularismo por todo occidente,
podemos esperar tendencias sociales y culturales para resolver tales
inconsistencias a favor de las creencias y prácticas tradicionales.
Una renovada Europa cristiana podría no estar tan lejos.
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