Como se puede ser antiamericano (VII)
por Adriano Erriguel –
Todos somos Ciberamérica
La revolución viene de California.
Silicon Valley se propone suprimir las últimas fronteras de la
humanidad. Abolir los límites en el espacio, a través de la era digital.
Abolir los límites biológicos, a través de la revolución
transhumanista.
Fin del Estado y fin de la política.
Entramos en la era de la sociedad civil pura. La era de las redes, de la
economía colaborativa, de las relaciones igualitarias, directas y
descentralizadas. Una era postnacional en la que la libertad individual
será el único fundamento de la organización social. La ideología
libertaria, desde su epicentro en la bahía de San Francisco, se expande a
todo el mundo. Todos somos Ciberamérica.
El mundo según Zuckerberg
“La era de la privacidad ha muerto” afirmaba en 2010 el fundador de Facebook,
Mark Zuckerberg. Mil seiscientos millones de personas (y subiendo) en
todo el mundo se empeñan en darle la razón. Si hay un invento que, por
sí sólo, compendie todos los tics del americanismo cotidiano, ése es Facebook.
Todo lo cotidiano suele ser
invisible. Por eso es cada vez más difícil describir el americanismo. Ya
pronto será imposible. El americanismo cotidiano es un pensamiento
balsámico. Es la felicidad como imperativo y como obsesión; es la
aceptación sumisa de la opinión común; es la genuflexión a los reclamos
del mercado. El americanismo cotidiano no es la urdimbre de una
conspiración oculta. No algo es exterior a nosotros. Ni siquiera es ya, valga la paradoja, americano.
El americanismo siente alergia ante el pensamiento complejo. Se despliega en una forma peculiar de ideología soft,
o en la pura y simple indiferencia ante el hecho de pensar. “La ciencia
no piensa” decía Heidegger. Con ello quería decir que la era de la
máxima complejidad técnica es también la del abandono de las preguntas
esenciales, la de la renuncia a la búsqueda de “sentido”. En el acoso y
derribo del pensamiento la civilización americana no cesa de producir
herramientas. Facebook es una de ellas. Es la era del “pensamiento positivo”.
¿Pensamiento positivo? Éste puede
definirse como un formateo del espíritu, un condicionamiento neuronal,
un adiestramiento pavloviano a escala masiva. El objetivo es configurar
un tipo humano “liberado” de aquellas trabas – ideológicas, culturales,
religiosas, identitarias – que se interpongan entre el sujeto y los
estímulos del mercado. De lo que se trata es de eliminar todo vestigio
de “negatividad” – la negatividad de lo otro y de lo extraño– y de estimular un sujeto que siempre diga ¡Sí!
Tendencias como la “inteligencia emocional”, la exaltación de la
“empatía”, la incontinencia sentimental y la corrección política
trabajan en este sentido. Bajo la “transparencia” como ideal normativo.
Las palabras nunca son inocentes. El
culto a la “transparencia” – señala el filósofo germano-coreano
Byung-Chul Han – no es más que “una coacción sistémica: la imposición de
una sociedad uniformada”.1 La transparencia es un engranaje totalitario. Y la ideología norteamericana de la post-privacidad (Post-Privacy) es su herramienta más acabada. Facebook
garantiza los warholianos “15 minutos de celebridad” a los que cada
persona –al menos una vez en la vida – tiene derecho. La post-privacidad
se apoya en ese miedo a la insignificancia que – como dice el psicólogo israelí Carlo Strenger – nos vuelve locos.2 Facebook ofrece una notoriedad de simulacro entre amigos de simulacro en una vida de simulacro.
“Sí, pero – objetarán los paladines del pensamiento balsámico– Facebook es sólo un instrumento. Todo dependerá del buen (o del mal) uso que se le dé”. ¿Verdaderamente?
El problema es que Facebook no puede ser “sólo un instrumento”. Porque el software (Facebook,
en este caso) nunca es neutral. O como decía el viejo Mc Luhan: el
medio es el mensaje. Lo cierto es que “nosotros sabemos lo que hacemos
“en” el software. Pero ¿sabemos acaso lo que el software nos hace a nosotros? Cada software incorpora una filosofía. Y esas filosofías, al devenir ubícuas, se convierten en invisibles” 3 ¿Cuál es la filosofía de Facebook y parecidas redes sociales?
Facebook destruye la dimensión de la distancia, el valor de lo arcano, el concepto aristocrático de lo secreto. Facebook
explota el morbo del exhibicionismo a la par que, paradójicamente,
recupera el instinto puritano de “no tener nada que ocultar”. Facebook promueve una tiranía de la intimidad que todo lo psicologiza y todo lo personaliza, erosionando la conciencia pública crítica y despolitizando la sociedad. Facebook sustituye el sentido comunitario por la acumulación de narcisismos.
¿Cuál es la función de Facebook? Poner a punto la sociedad de la transparencia. Y con ello impulsar la homogeneización social exigida por el neoliberalismo.
Bienvenidos al infierno de lo Igual
La economía de mercado es hoy la
única religión mundial universalmente válida. Y su expansión se apoya en
la aceleración de los intercambios y de las comunicaciónes. Pero la
comunicación sólo alcanza su máxima velocidad “allí donde lo igual
responde a lo igual, allí donde tiene lugar una reacción en cadena de lo igual. La negatividad de lo otro y de lo extraño, o la resistencia de lo otro, perturba y retarda la comunicación de lo igual”.4 Por eso Facebook es una máquina de igualación, una fábrica de positividad.
Facebook es un medio del afecto y de la emoción.
La comunicación racional es siempre más lenta que la comunicación
emocional. Por eso interesa dar primacía a lo emotivo. El capitalismo de
consumo introduce emociones para estimular la compra y generar
necesidades. Consecuentemente la economía neoliberal impulsa la
“emocionalización del proceso productivo”, un impulso acelerador que
lleva a la “dictadura de la emoción.5
El intercambio mercantil, por su
parte, alcanza su velocidad óptima cuando se extiende a todas las
interacciones sociales, de forma que tanto los bienes como las personas
devienen productos. En Facebook las personas se exponen como productos cuyo valor se mide en número de followers. En Facebook los propios internautas son el producto (a disposición de los anunciantes, empresas de big data, etcétera).
La “transparencia” asegura las
condiciones de igualdad del neoliberalismo. Y en la era americana esa
igualdad sólo es completa cuando todo es transferible a dinero. “Las
cosas se tornan transparentes cuando se despojan de su singularidad y se
expresan completamente en la dimensión del precio. El dinero, que todo
lo hace comparable con todo, suprime cualquier rasgo de lo
incomensurable, cualquier singularidad de las cosas. La sociedad de la
transparencia es un infierno de lo igual”.6
¿Es Facebook una puerta de entrada?
Americanismo y “política Twitter”
El neoliberalismo es el capitalismo del “me gusta”.
BYUNG-CHUL HAN
Las redes sociales son un instrumento de la era postpolítica. Eso puede parecer paradójico, si tenemos en cuenta que el marketing político se alimenta de la lógica viral de las redes. Pero el hecho de que la agit-prop
política se exprese hoy en las redes no debe llamarnos a engaño. Una
cosa es la acción política y otra muy distinta es la cacofonía de
opiniones.
Como vehículos que son de la “transparencia”, las redes continúan
con el desarrollo de la postpolítica; es decir, con la despolitización
en toda regla. En su extraordinario análisis de las técnicas de poder
neoliberales, Byung-Chul Han analiza la incompatibilidad entre la
transparencia de la era digital y una política digna de tal nombre. La
auténtica política no puede ser transparente, porque implica siempre una
visión a largo plazo. El líder político debe guiarse por un proyecto,
por una visión de futuro. La política consiste en asumir riesgos y
frecuentemente en lanzarse a lo imprevisible.
Ahora bien, la transparencia asociada
a lo digital exige inmediatez y previsibilidad total. Todo debe ser
calculable por anticipado. El futuro se convierte en un “presente
optimizado”. Pero toda auténtica política –continúa Han– es una acción estratégica,
por lo que “es propio de ella una esfera secreta. La transparencia
total la paraliza”. Ante el panóptico digital el responsable político
anula su capacidad de actuación, se condena a una visión cortoplacista y
se consume en la espuma de los días. El futuro desaparece y la política se diluye en gestión de lo cotidiano y mercadotecnia.7
La gran política nunca puede ser
“transparente”, como tampoco puede ser sólo “positiva”. La política
pertenece al ámbito del antagonismo (Carl Schmitt) y reclama una carga
de negatividad. La política es un arte de la decisión y requiere de convicciones. Ahora
bien, lo que las redes sociales instauran es una “democracia
transparente”, una “democracia líquida” que se guía por las opiniones,
no por las convicciones. Y las opiniones “están exentas de ideología,
carecen de consecuencias, no son tan radicales y penetrantes como las
ideologías. Les falta la negatividad perforadora”.8 De ahí deriva su carácter postpolítico.
Las redes sociales son, que duda cabe, un vehículo de la indignación. Pero la indignación que se expresa en las redes (las shitstorm
o “tormentas de mierda”) es esencialmente conformista, en el sentido de
que deja intacto todo lo existente. Es muy difícil promover un
cuestionamiento radical del sistema económico-político – con la carga de
negatividad que ello entrañaría– desde la “sociedad de la
transparencia”, puesto que la transparencia es en sí positiva,
“no mora en ella aquella negatividad que pudiera cuestionar de manera
radical el sistema económico político que está dado. Es ciega frente al afuera del sistema (…) El veredicto general de la sociedad positiva se llama me gusta”. 9 Es el amén digital del nuevo conformismo.
Frente a algo tan volátil como el “me
gusta”, los líderes políticos pierden su capacidad prescriptora; es
decir, su autoridad moral o intelectual para insuflar convicciones y
convencer a la gente de un proyecto. Los líderes actúan “a la carta”,
arrastrados por la opinión demoscópica, al albur del pensamiento twitter. Secuestrada por el storytelling – una técnica de marketing
americano – el debate político pierde su densidad y se inunda de
imágenes, de historias conmovedoras y de anécdotas edificantes. El
moralismo intrusivo y la ideología de la virtud que se expresa en las
redes contaminan los debates complejos, de forma que la política se
convierte en concurso de belleza, los partidos en “marcas” y los
ciudadanos en “clientes”. Las ideas y proyectos son sustituídos por la
repetición ad nauseam de inanidades políticamente correctas. Es la americanización completa de la vida política.10
Indignación “Facebook”
El “altermundialismo” confía en el
poder subversivo de las redes. La literatura militante celebra el
potencial de las redes como “contrapoderes” al margen del orden
capitalista, apela a los nuevos movimientos sociales, a la acumulación
de luchas sectoriales y al activismo transnacional como factores capaces
de conformar una nueva realidad. La izquierda radical se explaya en
conceptos pomposos – tales como “reapropiación del espacio dominado”,
“contrapoder situacional” o “movilización en red”– para explicar las
dinámicas que permitirán, a la larga, “cambiar el poder sin tomar el
poder”. Los neomarxistas Antonio Negri y Michael Hardt (en su obra Imperio)
se orientan en este sentido, al defender el poder transformador de las
“multitudes” y al proponer una globalización de la contestación.11
Estas teorías son consistentes en lo
que tienen de gramscismo: los cambios socio-culturales preparan el
terreno a los cambios políticos. Pero, frente a su pretensión de estar a la contra,
en realidad se insertan en el sistema político global. Todas ellas
apuestan por una disolución progresiva del Estado-nación y de las
identidades histórico-culturales – es decir, de las únicas barreras
efectivas ante la globalización neoliberal–. Todas ellas derivan hacia
la postpolítica, en cuanto defienden una “revolución desde la base”, una
“revolución de lo cotidiano”, una acumulación de luchas sectoriales
que, en la práctica, arriesgan con diluirse en “tribus” y nichos de
mercado. Todas ellas concurren con el liberalismo en su desconfianza
instintiva ante la política y ante el poder (que la extrema izquierda
tiende a identificar con la “dominación”). Todas ellas consideran que la
coordinación espontánea a través de las redes puede suplir a la
auténtica deliberación política y a la creación de instituciones. En
estos aspectos todas apuestan por una “globalización feliz” y están
teñidas, lo sepan o no, de americanismo.
La izquierda altermundialista no
acaba de entender la dinámica de las redes, que es individualista y
neoliberal. La agitación en las redes puede ser, ciertamente, un
acelerador de cambios. Pero carece de la vertebración de las auténticas
alternativas. El medio digital es un medio del afecto. Y como tal es reactivo, cortoplacista, fugaz. La indignación en las redes es ruido, barullo, pero no llega a constituir un nosotros estable. Es incapaz de constituir un discurso colectivo. El medio digital es narcisista y privatizador,
en cuanto marca el desplazamiento de la preocupación pública a la
privada. No en vano las reivindicaciones impulsadas por los medios
digitales son casi siempre individualistas y sectoriales. Su dinámica no
es la del “revolucionario” sino la del cliente insatisfecho: protestas
contra tal o cual político, reacción frente a tal o cuál escándalo,
apoyo a la causa humanitaria más de moda, más calidad de vida, más
ecología, más derechos para tal o cuál minoría, etcétera.
Mal que le pese a la extrema
izquierda, el enjambre digital no configura, por sí sólo, una “multitud”
capaz de derribar el orden capitalista. En contra de lo que afirman
Antonio Negri y Michael Hardt, “lo que caracteriza la actual
constitución social no es la “multitud”, sino más bien la soledad”
(Byung-Chul Han). Es la soledad de las “partículas elementales” que
describen las novelas de Michel Houellebeq. Es la atomización social del
neoliberalismo. “Esa constitución –continúa Han– está inmersa en una
decadencia general de lo común y lo comunitario. (…) La privatización se
impone hasta en el alma”.12
¿Revoluciones Facebook?
Revoluciones de colores, primaveras árabes, occupy Wall Street… ¿revoluciones Facebook?
Con la era digital, la “revolución”
deviene un juego de rol para mentes ansionas de aventuras turísticas.
Con su dominio de los medios, la izquierda contestataria es capaz de
“orientar el barullo” en las redes. De promover cambios discursivos en
sentido “progresista”: la explotación de emociones gratificantes
(indignación, compasión), la exposición de las víctimas (la piedad une),
las soflamas morales, las denuncias espectaculares, los trend topic y los hashtags…
hasta acabar con la movilización de las estrellas de Hollywood en favor
de tal o cuál causa políticamente correcta. Se trata de una
“indignación digital” que bebe del discurso de valores dominante; lo más
que puede hacer, por tanto, es concluir con algún cambio de gobierno.
Que algo cambie para que todo siga igual. El resultado final será el de
“humanizar” el capitalismo. Regenerar el sistema. La ideología de la
UNESCO.13
Conviene no equivocarse. Las redes sociales – Facebook, Twitter
y otros medios digitales– no son el resultado de un complot urdido por
el “Imperio” (cualquiera que éste sea). La lógica de su expansión no es
“conspirativa” sino sistémica: son parte de un proceso acumulativo de
afirmación del modelo americano. Responden a una dinámica global y no
pueden obrar de otro modo. Si albergan algún potencial subversivo, lo es
preferentemente a favor de la agenda mundialista. Las redes sociales mainstream promueven a priori
“valores globales”. En ese sentido actúan como instrumentos de
agitación frente a gobiernos “no democráticos” – es decir, los reacios a
los intereses americanos–. En cierto modo las redes sociales dan voz a
un “americanismo indignado”; favorecen la eclosión de una juventud
globalizada, urbanita y de clase media. Open society: esa es su
lógica. No en vano las redes demostraron ser la punta de lanza de las
“revoluciones de colores” comandadas por Georges Soros et allia.
¿Será siempre así? Internet es una
criatura de difícil control y no cabe descartar desarrollos imprevistos.
Al fin y al cabo, las redes sociales permiten romper la “espiral de
silencio” (Noelle Neumann) que hace que los individuos, para evitar el
aislamiento social, se conformen siempre a las opiniones hegemónicas. Lo
cierto es que, al conectarse a través de Internet, los focos
contra-corriente tienen la posibilidad de superar la sensación de
aislamiento e incrementar sus oportunidades de influencia. La elección
de Donald Trump en noviembre 2016 ofrece un ejemplo claro: ante la
homogeneidad de los medios mainstream – todos hostiles al magnate
populista– sus partidarios se refugiaron en las redes alternativas, lo
que redundó en un impulso imparable a su candidatura.
Otro ejemplo notorio de uso de las
redes con fines políticos –y de las consecuencias imprevistas que éstas
pueden aparejar– está en las “primaveras árabes” de 2011. En este caso
los jóvenes ciberactivistas y “globalizados” –más o menos inspirados por
el discurso de Obama en El Cairo– fueron pronto desbordados por los
movimientos islamistas. Donde se demuestra que la indignación amorfa de
las redes no puede, por sí sola, competir con la auténtica política: la
de quienes se inscriben en la mirada larga de una visión del mundo.
Frankenstein digital
El orden en la Web es, de momento, un orden americano. Facebook, Twitter, Google, Amazon, Apple, Microsof, Windows,
son sociedades americanas que dependen de las leyes americanas. Unas
leyes que, en caso de conflicto, siempre encuentran la vía para
imponerse sobre las legislaciones nacionales. Todos los grandes
proveedores de acceso a la Red se someten a las directivas del gobierno
de Washington. Consecuentemente, los Estados Unidos han declarado que
Internet es un espacio estratégico nacional, y que todo ataque contra su
seguridad será considerado como agresión susceptible de respuesta
militar. No en vano, a insistencia de Estados Unidos el acceso a
Internet ha sido añadido por las Naciones Unidas a la lista de “derechos
humanos”.14
Es conocido el interés de los servicios secretos americanos por este “derecho humano”. La NSA (National Security Agency) cuenta con acceso total a los servidores de nueve de las más grandes compañías de Internet, todas ellas americanas.15
De forma entusiasta, millones de internautas de todo el mundo colaboran
con los Estados Unidos en esta gran empresa de vigilancia de masa. “Dímelo todo sobre ti, para que podamos servirte mejor”.
Todos los condicionantes culturales concurren a ello. La “televisión basura” (Trash TV) y los Reality Shows
–una invención norteamericana – fueron los precursores del frenesí
exhibicionista que hoy culmina en Internet, y que invita a todos a compartirlo todo.
Por otra parte, las prácticas políticamente correctas (otra creación
americana) exigen transparencia; y ¿qué hay más políticamente correcto
que desnudarse sin límites?: así demostramos que no hay nada que ocultar.
Por último, el capitalismo “agudiza el proceso pornográfico de la
sociedad en cuanto lo expone todo como mercancía y lo entrega todo a la
hipervisibilidad”.16 Imposible sustraerse. Todos somos “informadores” en el ciberespacio americano. ¿Una fatalidad a la que debemos resignarnos?
La historia es el dominio de lo
imprevisto. Los análisis de la CIA contemplan la posibilidad de que,
dentro de unas décadas, las mayores colectividades del mundo no sean
países sino comunidades o redes sociales en Internet.17
El acceso a las tecnologías abre el campo a tensiones “post-políticas” o
“post-democráticas”: por un lado, los ciudadanos que incrementan su
capacidad de protesta, y por otro lado los gobiernos que incrementan sus
capacidades de control. Se abre también la hipótesis de que, a través
de Internet, fuerzas no gubernamentales puedan condicionar el
comportamiento de grandes masas de la población mundial. Por de pronto,
la red es hoy una de las principales fuentes de radicalización de
terroristas islámicos. Tampoco es descartable que el ciberterrorismo
pueda ocasionar una catástrofe sin precedentes. Internet podría devenir
en el futuro un gigantesco “Frankenstein digital” que escapa a la
dirección de sus creadores. Lo cuál, a su vez, exacerba la voluntad de
vigilancia y de control por parte de los Estados Unidos.18
En los albores de Internet se hablaba
del advenimiento de una “democracia numérica”. Esos cantos de sirena
están cada día más lejos.
Todos somos Ciberamérica
¿Es una casualidad que Internet, sus softwares y las redes sociales sean una creación americana?
El ciberespacio recrea a escala planetaria las condiciones del american way of life:
individualismo, sensación de democracia global, primacía de lo privado
sobre lo público, comunicación sintética, práctica y veloz,
mercantilización de la existencia. En suma: el mundo como un mercado
único predestinado a un pensamiento único.
El pensamiento único huye de la
complejidad de la cultura antigua, reniega de la profundidad del viejo
mundo. El pensamiento único es infantilizador: nos quiere espontáneos e inocentes como niños. El pensamiento único es conformista: nos quiere positivos y abiertos frente al “Otro”. El pensamiento único nos quiere iguales.
Las tecnologías y el ciberespacio
globalizan el “sueño americano”. Todo conspira a su favor. Es inútil
resistirse. El uso de los teléfonos inteligentes relega la conversación,
fagocita la lectura y rebaja la inteligencia de los usuarios. El uso de
Facebook agita a un universo de clones en busca de otros clones. El uso de gadgets
tecnológicos fomenta la inmediatez y la mirada de corto alcance, tan
características de la infancia (lo que hace el juego del capital: los
niños son más vulnerables a la dependencia de la mercancía). En
Internet, la invasión de los imbéciles (Umberto Eco dixit)
promueve la aceptación sumisa de la opinión común. El uso de los
teclados encoge el vocabulario. Y la complejidad del pensamiento y de
las emociones se desliza por la senda de las videosimplezas y los
emoticonos. “Lo que se desarrolla en la actualidad – señala Vicente
Verdú – no es la filtración del modelo americano, poco a poco, forma a
forma, sino la implantación de una totalidad con sustancia cerebral incluída
(…). Es la Ciberamérica. ¿Bueno, malo regular, indiferente? Cada uno,
según sus gustos, juzgará lo que viene a ser la definitiva conversión
del planeta a la biblia norteamericana”.19
Hace más de un siglo y medio, en su obra La Democracia en América, escribía Alexis de Tocqueville:
“Retirado
cada uno aparte, vive como extraño al destino de todos los demás (…)
Cada uno se encuentra al lado de sus conciudadanos, pero no los ve; los
toca y no los siente; no existe sino en sí mismo y para él solo, y si
bien le queda una familia, puede decirse que no tiene patria.
Por encima de todos se eleva un poder inmenso y tutelar que se encarga
sólo de asegurar sus goces y vigilar su suerte (…) Absoluto, minucioso,
regular, precavido y benigno… no trata sino de fijarlos irrevocablemente
en la infancia, con tal de que no piensen sino en gozar”.
Hemos llegado al punto en el que se materializa la intuición del vizconde normando: la definitiva privatización del mundo. Dios ha muerto ¡viva Facebook! ¿Nos gusta?
1 Byung-Chul Han, La sociedad de la transparencia, Herder 2013, pag. 12.
2 Carlo Strenger, La peur de l´insignifiance nous rend fous. Quelle place pour l´individu à l´ère de Facebook? Belfond 2013.
4 Byung-chul Han: Obra citada. pags.12-13
5 Byung-Chul Han, Psicopolítica, Herder 2013, pag, 72.
6 Byung-Chul Han, La sociedad de la transparencia, Herder 2013, pags. 12-13.
7 Byung-Chul Han, entrevista en Philosophie Magazine nº 88, abril 2015, pag 72.
8 Byung-Chul Han, La sociedad de la Transparencia, pags. 20-22
9 Es significativo – señala Byung-Chul Han– que Facebook
se negara consecuentemente a introducir un botón de “no me gusta”. La
sociedad positiva evita toda modalidad de juego de la negatividad, pues
esta detiene la comunicación”. Byung-Chul Han, La sociedad de la Transparencia, pags. 22-23.
10 Como reacción a contrario,
la despolitización de la era neoliberal ha favorecido la irrupción del
llamado “populismo”: un fenómeno que parece prefigurar un cierto retorno
de la política; es decir, un retorno de la negatividad y de la lucha
entre proyectos antagónicos. Como fenómeno complejo que es, no puede
reducirse el populismo a unas características uniformes. Junto a
proyectos de auténtico calado ideológico, prolifera la política-basura
de charlatanes de “reality” y clowns mediáticos. Está
todavía por ver hasta que punto el populismo de la era digital podría
cristalizar en alternativas duraderas, más allá de protestas puntuales y
experimentos oportunistas.
11 En éste sentido: John Holloway, Change the World without Taking Power (Pluto Press, 2002), y Benasayag M. y Sztulwark D.: Du contre-pouvoir (La Découverte, 2002).
12 Byung-Chul Han, En el enjambre, Herder 2014, pags 31-32.
“No es la multitude cooperante que Antonio Negri eleva a sucesora posmarxista del “proletariado”, sino la solitude
del empresario aislado, enfrentado consigo mismo, explotador voluntario
de sí mismo, la que constituye el modo de producción presente. Es un
error pensar que la multitude cooperante derriba al “Imperio
parasitario” y construye un orden social comunista. Este esquema
marxista, al que Negri se aferra, se mostrará de nuevo como una
ilusión”. (Byung-Chul Han, Psicopolítica, pag. 17).
13 ¿Cómo valorar a los partidos de “izquierda populista” (tipo Podemos
en España) nacidos al calor del barullo digital? Frente a su
caracterización como “partidos totalitarios” o “marxistas-leninistas” –
que ellos mismos alimentan con su retórica “retro”– cabe cuestionar
tanto su carácter revolucionario como su voluntad de oponerse a la
globalización. Más que un proyecto “antisistema”, lo que estos partidos
ofrecen es una barra libre de demagogia progresista – más gasto
público, más corrección política, más mundialismo, más inmigracionismo–
pero dentro de los presupuestos del sistema imperante. El caso de Szyriza,
en Grecia, podría ser indicativo del destino de un cierto populismo de
izquierda: hacer el trabajo sucio que los partidos del “sistema” ya no
pueden asumir.
14 Hervé Juvin, Le mur de L´Ouest n´est pas tombé. Pierre Guillaume de Roux 2015, pags. 46-48.
15 AOL, Apple, Facebook, Google, Microsoft, Paltalk, Yahoo, Skype y Youtube. Antes
de su huída a Rusia, Edward Snowden alertó sobre la existencia del
programa PRISM desarrollado por la NSA a partir de 2007 para espiar
todas las comunicaciones procedentes del extranjero y pasando por los
servidores americanos. En la práctica, la NSA puede obtener toda la
información procedente de estas compañías globales. Ignacio Ramonet, L´Empire de la surveillance. Galilée 2015.
16 Byung-Chul Han, La sociedad de la transparencia, Herder 2013, pag. 51.
17 Global Trends 2030. Alternative Worlds. Aparecido en francés con el título Le monde en 2030 vu par la CIA, Paris, éditions des Équateurs 2013.
18 Ignacio Ramonet, L´Empire de la surveillance. Galilée 2015.
19 Vicente Verdú, El Planeta Americano, Anagrama 1998, pags. 162-163.
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