“Las cuatro de la madrugada era la hora de las torturas”
Natalia Sancha
Con
30 kilos más en el cuerpo y la distancia que da el vivir a 3.170
kilómetros de la última cárcel siria que pisó, Omar El Shogre puede hoy
hablar del infierno en vida. Sobrevivió durante tres años a más de cinco
prisiones del Gobierno sirio. “La muerte era el camino más fácil, mucho
más que soportar todo lo que nos hicieron”, dice al teléfono desde
Estocolmo, ciudad en la que vive desde hace 14 meses.
A El Shogre
no le tiembla la voz al relatar cómo una tarde cualquiera de noviembre
de 2012 varios hombres de los servicios de la inteligencia militar siria
aporrearon la puerta. Tenía 17 años y vivía con su tía en Banias,
localidad costera siria, donde cursaba el bachillerato. “Entraron y me
llevaron. Así sin más. Como se llevaron a tantos otros por simplemente
ser jóvenes y vivir en un país donde había manifestaciones”.
De
camino a la comisaría comenzaron los golpes. “¿A cuántos soldados has
matado? ¿Qué armas has utilizado?”, le gritaron en los primeros
interrogatorios. De los golpes con palos, pasaron a los golpes con varas
de metal. De las quemaduras en la piel con cigarrillos y mecheros,
pasaron a las descargas eléctricas. Las epidemias o las raciones de
comida y agua que “no bastarían ni a un pajarillo”, eran las menos de
sus preocupaciones.
El joven, en una foto actual en Estocolmo
Entonces comenzaron los abusos sexuales. “Elegían a dos
presos y a uno le decían que violara al otro. El que se negaba era
ejecutado. No había más opciones. Ser violado, violar o morir”. Abusos
que sufrió en primera persona y cuyo testimonio recoge el informe de Amnistía Internacional que
denuncia miles de ahorcamientos en una cárcel del Gobierno
sirio. “Nadie admitirá que esto les pasó a ellos, pero pasó muy a
menudo”.
Al Shogre negó y negó las acusaciones vertidas sobre él.
Pero sucumbió al miedo y a las torturas y un día admitió “haber matado a
muchos soldados y haber utilizado todo tipo de armas”. Se retractó
durante el breve juicio al que asistió casi como oyente, algo que le
valió de poco porque fue inmediatamente transferido a la prisión de
Saidnaya, en las afueras de Damasco. Entre rejas, el calendario semanal
se convirtió en una constante cita con la muerte. “Cada noche, las
cuatro de la madrugada era la hora de las torturas. Cada domingo, lunes y
martes llegaban las furgonetas en las que se cargaban la pila de
cuerpos inertes”.
Al Shogre contó 36 hombres hacinados en una
celda de 25 metros cuadrados. Con la masificación llegaron las
enfermedades y con estas los compañeros de celda moribundos. A cada
muerto aporreaban la puerta para que se llevaran el cuerpo. “A cada
cadáver le reemplazada un vivo, otro preso. El ciclo nunca se cerraba”.
Algunos nunca regresaron de las sesiones de tortura. Entre los allí
cautivos, el joven asegura que también había extranjeros desde tunecinos
a libios o palestinos.
Se quedó en 35 kilos tras vivir entre las
paredes de unas celdas donde presenció y sufrió muerte, violaciones y
torturas, y donde cumplió la mayoría de edad. “Puede que en Europa las
cárceles estén llenas de criminales, pero en Siria están llenas de buena
gente, de presos políticos y de jóvenes sin crímenes”. Contra todo
pronóstico, Al Shogre sobrevivió, los años suficientes para que un día
aporrearan de nuevo la puerta y fuera puesto en libertad. No fue por
falta de pruebas ni por juicio alguno asegura, sino “porque mi madre dio
con el guarda apropiado tras reunir los 15.000 dólares que costaron mi
libertad”.
Con la piel pegada a los huesos y sin apenas cabello en
la testa, la libertad le devolvió a la realidad. Se convirtió en otro
sirio más con los problemas de un país en guerra. Su padre y dos
hermanos, le contaron, habían muerto en una masacre durante su
encarcelamiento. Recuperó los kilos suficientes para emprender camino y
lanzarse, como lo hicieran otros cinco millones de conciudadanos, al
periplo del refugiado. Llegó a Turquía.
No le gustó lo que vio. "Los empleados de la ONU con los que lidié
resultaron ser unos corruptos y unos mentirosos. El refugiado que tenía
dinero pudo volar a Canadá. A mí, mi testimonio no me sirvió de nada".
Desde allí, como cerca de otro millón de refugiados sirios, decidió
buscar mejor suerte en Europa y cruzó en noviembre de 2015 a Grecia.
Continuó el tortuoso camino atravesando cada uno de los países que le
separaban de Alemania. “Al llegar vi que la situación estaba muy mal
para nosotros allí, así que al final decidí probar suerte en Suecia”,
adonde llegó en diciembre del mismo año.
La imagen de perfil de
Whastapp de hoy de Omar el Shogre es la de un joven de 21 años saludable
y sonriente. “Hay quien sobrevivió a la cárcel pero no pudo superar
mentalmente lo que allí vivió. Va con la personalidad de cada uno”. Él
ha decidido descargar la pesada mochila, aprender a "defenderse en
sueco" y poner fin a la entrevista porque no quiere llegar tarde a esa
empresa de telefonía móvil en la que trabaja.
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