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Trump vuelve a la carga con un veto migratorio contra seis países musulmanes
Jan Martínez Ahrens
Nada detiene a Donald Trump.
Ni los tribunales ni las protestas ni el clamor internacional. El
presidente de EEUU volvió a la carga y ha ordenado paralizar durante 90
días la concesión de visados a ciudadanos de seis países de mayoría
musulmana (Irán, Libia, Somalia, Siria, Sudán y Yemen). El nuevo veto,
que entrará en vigor el 16 de marzo, elimina de la lista a Irak y trata de evitar un nuevo bloqueo judicial
aligerando la carga restrictiva del primero. Pero su núcleo duro sigue
activo: suspende 120 días el programa de refugiados y frena el paso a
viajeros de países musulmanes alegando una indiscriminada amenaza a la
seguridad nacional.
Más que un paso atrás es un desafío. Un zigzag muy al
estilo de Trump. Buen conocedor del tablero judicial, al republicano
nunca le ha importado pelearse en los tribunales. Ahí se siente a gusto y
ha librado sonoras batallas como promotor inmobiliario. Ahora, tras su
primer batacazo ante los jueces, insiste con una versión diseñada para
superar los escollos procesales, pero asentada en la identificación de
determinados países islámicos con el terrorismo. “El decreto protege a
la nación frente a la entrada de terroristas extranjeros. Es una medida
vital para reforzar las seguridad nacional”, dijo el secretario de
Estado, Rex Tillerson.
El veto, como es habitual en Trump, se dirige claramente a su base electoral, esa gran masa obrera y depauperada, que vive alejada del vociferío de Washington y para quien el islam es sinónimo de peligro. Para ellos, la orden emite una advertencia clara y filosa hacia la inmigración y los musulmanes.
La Casa Blanca siempre ha negado que esa sea su meta. Asegura que solo pretende reducir el peligro terrorista y que ni siquiera el primer veto fue islamófobo. Los jueces federales lo dudan y en febrero apreciaron indicios suficientes para bloquearlo cautelarmente.
La antigua orden impedía la entrada durante 90 días de prácticamente todos los visitantes de Irán, Irak, Libia Somalia, Sudán, Siria y Yemen. También congelaba cuatro meses la admisión de refugiados e indefinidamente en el caso de los sirios.
La magnitud de esta prohibición desató una multitudinaria protesta. Decenas de aeropuertos fueron ocupados y una ola de repulsa internacional se elevó contra la Casa Blanca. Pero fueron los tribunales quienes torcieron el brazo a Trump. Una corte federal suspendió la aplicación del veto ante el riesgo de que, mientras se decidiese la cuestión de fondo, el daño que pudiese causar fuese mayor que sus beneficios.
Donald Trump volvió ayer a cumplir una promesa electoral. El
veto a los musulmanes, aunque en su día fue mucho más extenso, ha sido
la base de su política migratoria junto con las deportaciones y el muro a
México. Pero el momento elegido para hacerlo público no ha sido casual.
La oposición demócrata sostiene que se trata de una maniobra de
distracción. Una huida adelante tras la erosión sufrida por Trump a
causa de las sospechosas conexiones de sus altos cargos con el Kremlin y
que le han costado el puesto al consejero de Seguridad Nacional Michael
Flynn y una inhabilitación parcial al fiscal general, Jeff Sessions.
Aunque en un primer momento la Casa Blanca manejó la idea
de retirar la primera prohibición, la estrategia final ha sido defender
la antigua en los tribunales y poner sobre la mesa una destinada a
superar el escrutinio judicial. Con este fin, levanta la restricción
indefinida a los refugiados sirios, evita dar protección a ninguna
minoría religiosa y permite la entrada a quienes ya dispongan de visado
(desde antes del 27 de enero), permiso de residencia o doble
nacionalidad.
Pero la poda no resta contenido sulfuroso a la orden. No sólo suspende 120 días el programa de refugiados (46% musulmanes) y lo recorta drásticamente(de 110.000 a 50.000), sino que por difusos motivos de seguridad niega la entrada a todos los ciudadanos de esos seis países que carezcan en estos momentos de visado.
Conscientes de la ola de críticas que les aguarda, los responsables de la Casa Blanca apelaron a un discurso del miedo para justificar el veto. "El sistema migratorio de EEUU ha sido repetidamente explotado por los terroristas y otros actores maliciosos", dijo un portavoz oficial. El fiscal general, Jeff Sessions, fue más allá: “Ahora mismo, más de 300 personas que vinieron como refugiadas están siendo investigadas por el FBI por actividades potencialmente relacionadas con el terrorismo. Muchas personas que defienden o cometen actos terroristas quieren entran a través del programa de refugiados”.
Estos argumentos fueron rechazados por las organizaciones dedicadas a la defensa de los migrantes. “Claramente, volvemos a estar ante un veto a los musulmanes. Y además no se explica por qué esos países son más peligrosos que otros", señaló la Asociación Americana de Abogados de Inmigración.
El secretario de Seguridad Nacional, el general John F. Kelly, ha argumentado que la selección corresponde a naciones que carecen de filtros suficientes para evitar amenazas a EEUU. Pero los propios informes de su departamento indican que ese supuesto peligro no está justificado y que, aplicando el criterio empleado con dichas naciones, la lista negra debería ampliarse a 26 países. Entre ellos, aliados tan próximos, ricos y poderosos como Arabia Saudí.
El veto, como es habitual en Trump, se dirige claramente a su base electoral, esa gran masa obrera y depauperada, que vive alejada del vociferío de Washington y para quien el islam es sinónimo de peligro. Para ellos, la orden emite una advertencia clara y filosa hacia la inmigración y los musulmanes.
La Casa Blanca siempre ha negado que esa sea su meta. Asegura que solo pretende reducir el peligro terrorista y que ni siquiera el primer veto fue islamófobo. Los jueces federales lo dudan y en febrero apreciaron indicios suficientes para bloquearlo cautelarmente.
La antigua orden impedía la entrada durante 90 días de prácticamente todos los visitantes de Irán, Irak, Libia Somalia, Sudán, Siria y Yemen. También congelaba cuatro meses la admisión de refugiados e indefinidamente en el caso de los sirios.
La magnitud de esta prohibición desató una multitudinaria protesta. Decenas de aeropuertos fueron ocupados y una ola de repulsa internacional se elevó contra la Casa Blanca. Pero fueron los tribunales quienes torcieron el brazo a Trump. Una corte federal suspendió la aplicación del veto ante el riesgo de que, mientras se decidiese la cuestión de fondo, el daño que pudiese causar fuese mayor que sus beneficios.
Maniobra de distracción
Pero la poda no resta contenido sulfuroso a la orden. No sólo suspende 120 días el programa de refugiados (46% musulmanes) y lo recorta drásticamente(de 110.000 a 50.000), sino que por difusos motivos de seguridad niega la entrada a todos los ciudadanos de esos seis países que carezcan en estos momentos de visado.
Conscientes de la ola de críticas que les aguarda, los responsables de la Casa Blanca apelaron a un discurso del miedo para justificar el veto. "El sistema migratorio de EEUU ha sido repetidamente explotado por los terroristas y otros actores maliciosos", dijo un portavoz oficial. El fiscal general, Jeff Sessions, fue más allá: “Ahora mismo, más de 300 personas que vinieron como refugiadas están siendo investigadas por el FBI por actividades potencialmente relacionadas con el terrorismo. Muchas personas que defienden o cometen actos terroristas quieren entran a través del programa de refugiados”.
Estos argumentos fueron rechazados por las organizaciones dedicadas a la defensa de los migrantes. “Claramente, volvemos a estar ante un veto a los musulmanes. Y además no se explica por qué esos países son más peligrosos que otros", señaló la Asociación Americana de Abogados de Inmigración.
El secretario de Seguridad Nacional, el general John F. Kelly, ha argumentado que la selección corresponde a naciones que carecen de filtros suficientes para evitar amenazas a EEUU. Pero los propios informes de su departamento indican que ese supuesto peligro no está justificado y que, aplicando el criterio empleado con dichas naciones, la lista negra debería ampliarse a 26 países. Entre ellos, aliados tan próximos, ricos y poderosos como Arabia Saudí.
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