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Miguel A. Reyes.
Trump y el antifascismo cotidiano más allá de golpear nazis
Por @Mark__Bray para Roar Magazine
Traducción Alasbarricadas
«El objetivo del antifascismo cotidiano es incrementar el coste social del comportamiento opresivo hasta el punto que aquellos que lo promueven no vean otra opción que quitarse de enmedio.»
O cambias sus opiniones
O cambias de amigos
Si tienes un amigo racista
Ahora es el momento, ahora es el momento
De que finalice tu amistad
— Racist Friend, The Special A.K.A.
Se ha prestado mucha atención al vengador anónimo que golpeó al lider supremacista blanco de la alt-right (derecha alternativa)
Richard Spencer en la protesta durante la toma de posesión de Trump en
Washington DC, y con buenos motivos. Sin embargo, el golpe que se
escuchó en todo internet estaba lejos de ser la única acción
antifascista llevada a cabo en Washington DC ese fin de semana.
Con
el fin de desarrollar una amplia agenda anti-fascista dirigida a
arrancar esta mala hierba de raíz, no debemos pasar por alto los
ejemplos aparentemente más corrientes, incluso triviales, de lo que yo
llamo antifascismo cotidiano, que se basa en desarrollar una perspectiva
que pueda contener la marea de intolerancia desatada por “el trumpismo cotidiano“.Fascismo cotidiano
Si
queremos promover el antifascismo cotidiano, primero debemos tener
claro qué es el fascismo cotidiano (lo cierto es que puede tomar muchas
formas), y quiénes son los fascistas cotidianos. A pesar de que la
alt-right hace mucho ruido, quienes se identifican con esa nueva
etiqueta son más bien pocos.
Sin embargo, cuando Trump ascendió
al poder, sus ideas se filtraron mediante una campaña para encender los
instintos reaccionarios entre muchos estadounidenses blancos que se
sienten ignorados por la pérdida de su “lugar bajo el sol”. Un país que
imaginaban que permanecería blanco, cristiano, patriarcal y
heteronormativo con una eterna economía de manufactura se está
rápidamente desvaneciendo.En este contexto, Spencer y la alt-right se han servido de Trump como buque insignia de su movimiento para hacer retroceder los avances (aunque incompletos) que los movimientos sociales estadounidenses han conseguido al convertir en tabú social las manifestaciones explícitas de racismo, sexismo y otros comportamientos opresivos. Tabús que ahora son descartados como “corrección política”.
Esto ha tomado distintas formas, desde Trump y sus partidarios desestimando los fanfarroneos en los que se jactaba de un asalto sexual como meras “conversaciones de chicos” hasta su desdén por los Convenios de Ginebra y la oposición a la tortura en general, desde etiquetar a los inmigrantes mexicanos como violadores, a su indignación por ser nombrado por la revista Time “persona del año” en lugar de “hombre del año”.
Gran parte de la popularidad de Trump derivó del alivio que muchos estadounidenses sentían al escuchar a alguien en una posición incuestionable de autoridad y prestigio decir las mismas cosas que habían estado pensando durante años, pero que se consideraban demasiado tabú por la sociedad como para pronunciarlas o ponerlas en práctica. Especialmente después de la elección de Trump, la fuerza de ese tabú se ha dañado, registrándose más de 867 “casos de acoso o intimidación de odio” en de los primeros diez días después de la elección.
Cuando pensamos en fascistas cotidianos, hay que tener en cuenta que los regímenes fascistas del pasado no podrían haber sobrevivido sin una capa de amplio apoyo social. Con los años, la investigación histórica ha demostrado que el proceso de demonizar a los marginados requiere el privilegio de los favorecidos, haciendo a muchos de ellos aliados explícitos o implícitos de Mussolini, Hitler y otros líderes.
El fascismo requiere para el desarrollo de su hiper-nacionalismo el apoyo social a la destrucción de normas “artificiales” y “burguesas” tales como los “derechos del hombre”, por ello en la actualidad hay que estar alerta a la campaña en curso de deslegitimización de las normas éticas y políticas que tenemos a nuestra disposición para responder. Esto es evidente en muchos de los argumentos de la extrema derecha, pero me pareció útil la articulación de la misma que se encuentra en el comienzo de un artículo de uno de los típicos asquerosos blogs de la alt-right:
Una de las mejores cosas de la gloriosa, GLORIOSA victoria electoral de Donald Trump es como se probó que todas las principales difamaciones que los SJWs [Guerreros de la Justicia Social] y “periodistas” lanzan a las personas desinformadas —sexista, racista, islamófobo, etc— han perdido la mayor parte de su poder. Después de todo, Trump fue agredido constantemente con estos insultos durante la campaña presidencial, incluso por los medios de comunicación “respetables”, y aún así terminó superando Hillary Clinton decisivamente. Es cuestión de tiempo , porque las incesantes acusaciones de racismo y sexismo no sólo han ido perdiendo impacto, también se han convertido básicamente en veneno intelectual.
Después
de la victoria de Trump, tenemos una mezcla peligrosa de conservadores
convencionales que no quieren parecer racistas y “realistas raciales” de
la alt-right que acusan a la “izquierda” de usar desproporcionadamente
un término que hoy carece de sentido —en otras palabras, ya nadie es
racista (¿o ahora todos somos racistas?). Hay una diferencia importante
entre el paradigma anterior, donde la izquierda acusó a la derecha de
ser racista, y la derecha acusó a la izquierda de ser los verdaderos
racistas porque se centraban tanto en lo racial, y un paradigma de
desarrollo, donde la alt-right y estos han influido en tratar de
debilitar la fuerza que tiene la acusación.
Los
fascistas cotidianos son los ardientes partidarios de Trump que “dicen
las cosas como son” tratando activamente de desmantelar los tabúes
contra la opresión para los que los movimientos por el feminismo, la
liberación negra, la liberación queer y otros han dado su sudor, sus
lágrimas y con demasiada frecuencia, su sangre, estableciendo, como es
sabido, chapuceros y demasiado fácilmente manipulables baluartes contra
el fascismo abierto.
Estas normas sociales son constantemente
cuestionadas y, lamentablemente, están sujetas a la re-significación en
direcciones opresivas, como cuando George W. Bush vendió la guerra en
Afganistán como una cruzada por los derechos de las mujeres. Sin
embargo, el hecho de que los políticos hayan sentido la necesidad de
participar en los campos que la resistencia popular ha establecido
significa que fueron permeables a los ataques políticos sobre bases que
al menos tácitamente reconocían. Sin embargo, una de las principales
preocupaciones de Trump y de la alt-right es que esperan vaciar esas
cuestiones de significado.Los progres tienden a examinar las cuestiones de sexismo o racismo en términos de creencias o lo que está “en el corazón de cada uno”. Lo que a menudo se pasa por alto en tales conversaciones es que lo que uno realmente cree es a veces mucho menos importante que lo que las limitaciones sociales permiten a esa persona articular o desarrollar. Este asunto está en el centro de las cuestión del progreso o regresión social y sus contornos se establecen a través de redes aparentemente infinitas de interacciones humanas que componen nuestra sociedad.
Aunque siempre hay
que tener cuidado al tratar de dibujar grandes grupos de personas con
brocha gorda, es evidente que los ardientes partidarios de Trump votaron
por su candidato, ya sea a causa o a pesar de su
misoginia, racismo, desprecio por personas discpacitadas, islamofobia y
otros muchos rasgos odiosos. Cuando en el cenit de la campaña
presidencial “Americanos por una Vía Mejor” envió cartas
a cinco mezquitas en California llamando a los musulmanes “un pueblo
vil y sucio” y amenazando con el genocidio, podemos ver cómo los
fundamentos básicos del fascismo cotidiano envalentonan a quienes
intentan aterrorizar a las personas marginanadas.
Anti-fascismo cotidiano
Cuando
los izquierdistas piensan en antifascismo tienden a centrarse en los
movimientos alrededor de los muchos grupos de acción antifascista
popularmente abreviados como “antifa”. Estos sin duda juegan en todo el
mundo un papel tremendamente importante en la resistencia a la extrema
derecha y la protección de los vulnerables. Aquí, sin embargo, me
interesan las formas más sutiles de antifascismo cotidiano que privan a
la extrema derecha de sus bases de apoyo en la opinión popular. Para
entender lo que quiero decir con antifascismo cotidiano, primero echemos
un vistazo a lo que yo llamo una perspectiva antifascista que
proporciona su fundamento.
En su núcleo, la política antifascista
consiste en impedir que los fascistas tengan una plataforma para
promover sus políticas en la sociedad. Esto se puede hacer
enfrentándolos físicamente cuando realizan convocatorias públicas,
presionando para cancelar sus eventos, cerrando sus sitios web, robando
sus periódicos, etc. En el corazón del ethos antifascista está
el rechazo a la clásica idea progre adoptada de Voltaire de que
“desapruebo lo que usted dice, pero defenderé hasta la la muerte su
derecho de decirlo.” Después de Auschwitz y Treblinka, los antifascistas
se comprometieron a luchar hasta la muerte para pisotear el derecho de
los nazis a decir lo que sea.
En
teoría, el liberalismo estadounidense es alérgico a la noción de
“discriminación” contra cualquier persona basada en sus opciones
políticas, y considera al gobierno como árbitro de un juego al que todas
las tendencias políticas están invitados a jugar (a pesar de la
inexactitud empírica de este sueño). A menos que rompan la ley, los
nazis pueden ser nazis. Esa es sólo su “opinión”, que es tan legítima
como cualquier otra en un imaginario mercado libre de ideologías. Por el
contrario, el antifascismo es manifiestamente político en su
determinación de negar la legitimidad de las opiniones nazis y tomar en
serio las ramificaciones que tales opiniones pueden tener y tienen en el
mundo que nos rodea.
Una perspectiva antifascista aplica esta
lógica a cualquier tipo de interacción con los fascistas. Se niega a
aceptar la peligrosa idea de que la homofobia es sólo una “opinión”
personal que se tiene derecho a mantener. Rehúsa aceptar la oposición a
“Black Lives Matter” que argumenta que es un simple desacuerdo político.
Una perspectiva antifascista no tolera la “intolerancia”. No “aceptará
estar en desacuerdo”. Para aquellos que sostienen que esto no nos haría
mejores que los nazis, debemos señalar que nuestra crítica no es contra
la violencia, la discriminación o el boicot de las charlas en abstracto,
sino contra quienes lo hacen al servicio de la supremacía blanca, del
hetero-patriarcado, de la opresión de clase y del genocidio. No es una
cuestión táctica, sino política.Si el objetivo de la política antifascista normal es lograr que los nazis no puedan mostrarse en público sin oposición, entonces el objetivo del antifascismo cotidiano es aumentar el costo social del comportamiento opresivo a tal punto que los que lo promueven no vean otra opción que ocultar sus opiniones. Ciertamente este objetivo no se había logrado por completo antes del ascenso de Trump, pero su elección y el crecimiento de alt-right (al menos en la web) ha hecho esta tarea aún más apremiante.
La perspectiva antifascista se puso en acción de muchas maneras en las protestas durante la toma de posesión: desde el ejemplo más visible de pegar a Richard Spencer, pasando por quemar las gorras de béisbol de Trump de los asistentes al evento “Deploraball” de la alt-right, a encararse a los partidarios de Trump en la Marcha de las Mujeres. Dos pancartas que vi en la Marcha de las Mujeres encarnan esta perspectiva. Decían: “Hagamos que los racistas tengan miedo de nuevo” y “Hagamos que los violadores tengan miedo de nuevo”. Estos lemas señalan el hecho de que, aunque idealmente podamos convencer a todos los racistas y violadores de cambiar sus maneras, la tarea apremiante para la protección de las personas vulnerables es: hagamos que se lo piensen dos veces antes de actuar.
(La foto ha sido editada para facilitar la lectura.)
Para
aclarar, sin duda estoy de acuerdo en que el cambio de corazones y
mentes es ideal y que puede suceder. Un ejemplo llamativo ocurrió con el
caso de Derek Black, hijo del fundador del portal Nazionale Stormfront,
que renegó de la supremacía blanca gracias a conversaciones con amigos del New College of Florida.
Pero
aparte de la rareza de esta evolución, debe recordarse un punto: que
las ideas supremacistas de White Derek Black y las ideas antirracistas
de los estudiantes del New College no se encontraron en igualdad de
condiciones. Derek Black estaba avergonzado de ser un neonazi y ese
hecho salió a la luz solamente cuando otros lo hicieron público. ¿Por
qué estaba avergonzado? Debido a que el nazismo ha sido tan
completamente desacreditado que se sentía como que era una pequeña
minoría en desacuerdo con todo el mundo a su alrededor.En otras palabras, los movimientos antirracistas del pasado construyeron el alto costo social que suponía la perspectiva supremacista blanca de Black, allanado así el camino para que se abriera a una visión antirracista. Los corazones y las mentes nunca se cambian en el vacío; son productos de los mundos que los rodean y de las estructuras de discurso que les dan sentido.
Cada vez que alguien actúa contra un fanático transfóbico y racista —desde desafiarlos a boicotear su negocio, a avergonzarlos por sus creencias opresivas, a poner fin a una amistad a menos que rectifique— ponen en práctica una perspectiva antifascista que contribuye a un anti-fascismo cotidiano más amplio necesario para apoyar la corriente contra el alt-right, Trump y sus leales partidarios. Nuestro objetivo debe ser que, los que votaron por Trump se sientan demasiado incómodos como para reconocerlo en público dentro de 20 años.
Es posible que no siempre podamos cambiar las creencias de alguien, pero con seguridad podemos hacer que sea políticamente, socialmente, económicamente y a veces físicamente costoso articularlas.
* * *
Mark Bray es organizador político, historiador y co-editor de Anarchist Education and the Modern School: A Francisco Ferrer Reader: (PM Press, en preparación) y autor de Translating Anarchy: The Anarchism of Occupy Wall Street (Zero, 2013), editado en España como La traducción de la anarquía. El anarquismo en Occupy Wall Street (Volapük, 2015). Ahora realiza una permanencia como profesor visitante en la Universidad de Dartmouth.
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