El derecho al caos
Abril 6 de 2017, 10:03 am
¡Malditos!
Esta mierda es por ustedes que no piensan. ¡Asesinos! ¡Arrastrados,
lambepiso, sucios! ¡Parásitos cobardes! ¡Parásitos, eso es lo que
ustedes quieren! ¡Ustedes comen por nosotros, sucios, por nosotros es
que viven ahí, porque pagamos impuestos en esta mierda, sucios! ¡Ratas!
¡Esos son los hijos de la Patria de Chávez, desgraciados…! –Así gritaba
un grupo de mujeres, manifestantes pacíficas, según Almagro y la
mediática corporativa, a los habitantes de los edificios de la Misión
Vivienda en la avenida Libertador de Caracas. Esos edificios que tanta
roncha han sacado, porque quedan en una zona que no es para monos,
niches, patenensuelo; "Esa gente que nos va a llenar de malandros
nuestra urbanización… de malandros y de malas costumbres, de reguetón a
todo volumen y ropa secándose en las ventanas, Dios santísimo, y ni
hablar de que que esa gente trae uno no sabe qué infecciones y
enfermedades…" Y no bajaron a medio matar a esa mujeres furibundas los
colectivos que viven en esas guaridas de la Misión Maqueta. Nadie las
metió presas pero ellas, presas del odio, siguieron libremente su marcha
contra esta dictadura.
Más allá, unos muchachos que ni siquiera imaginan lo que es un
peinillazo, insultaban desgañitados a los efectivos de la GBN: "Hijos de
puta, asesinos, desgraciados, esbirros, todos la van a pagar, no va a
quedar ni uno de ustedes, desgraciados, mamagüebos". –Esto acompañado de
piedras, palos, patadas, hasta unos martillazos que los guardias
esquivaban con estoicismo, bajo el comando del General Savarce quien,
megáfono en mano, parecía un predicador dominical, llamando a la calma, a
la paz, a la cordura ¡El coñísimo de tu madre, maldito! -Fue una de las
pacíficas respuesta que le lanzó algún manifestante oprimido y sin
libertad de expresión. Después de la sesión de insultos, amenazas y
pedradas, el grupito desatado dio un vuelco bipolar y entonó un cántico
de locos: "Guardia, escucha, únete a la lucha". Como si los guardias
fueran pendejos, como si fueran suicidas. Entonces entró en
escena Ismael García, diputado opositor electo en plena dictadura, con
su característico discurso conciliador: "Ustedes son gente como
nosotros… ¡Ustedes son una parranda de mamagüebos, chico! Tú, tú y tú,
–dice manoteándolos– ¡Tu eres una plasta de mierda, vale! ¡Cabeza de
güebo, malandro, tú eres un malandro, güebón!" –Mientras el
General Zavarce insistía con su tono represivo dictatorial: "Ismael
García, controle a su gente”. Tan amable es Zavarce que hasta le
atribuyó a Ismael un liderazgo que no tiene.
Frente a otra fila de guardias, una flaca posaba para la foto de
Miss Guarimba: toda sonrisas, con una piernita hacia adelante posada
sobre la punta del pie, brazos extendidos de lado y lado, como una
ayudante de mago, ¡Tarán, aquí estoy yo!. Y la guardia presenciaba
impasible cómo el mismo fotógrafo que le hizo la foto fashion, la
dirigía para sacarle la foto de verdad, verdad, la de la cara al borde
del llanto, la frente tensa, el puchero; la que mostraría al mundo el
sufrimiento de la juventud oprimida por esta cruel dictadura; la que
publicó después Freddy Guevara en su Instagram con una promesa de
libertad. Almagro, help!
Había por lo menos tres fotógrafos por cada tirapiedras buscando
congelar un momento para armar esa historieta del pueblo reprimido que
sus jefes les exigen. Miles de periodistas en la calles de Caracas,
armados con sus cámaras, vestidos de reporteros de guerra en un país en
paz. Y en paz hacen su propaganda de guerra, tranquilamente,
impunemente, en pleno corazón de esta dictadura donde no hay libertad de
expresión.
"¡Ni un muerto, maldita sea!" -Piensan, al final de la
jornada, Nitu y su socio, un tal Aristeguieta, que esperan capitalizar
sobre un reguero de sangre. Ellos y todos los que empujan para que esas
locas que escupían su odio a las ventanas de la Misión Vivienda, esos
jóvenes sospechosamente acelerados que lanzaban patadas, insultos y
piedras, esa gafa que se tomaba fotos fashion, lleguen al centro de
Caracas y que ya nada los separe del objeto de su odio: el pueblo
chavista.
Allá en el Centro sería la escena ensangrentada, así está en su
guión. Allá, cuando el joven acelerado le tire una piedra a los
compañeros de la esquina caliente, y las locas insulten en la cara a
cualquiera que les parezca un "sucio, parásito lambepisos", y se colme
esta paciencia que tiene 18 años aguantando, y se larguen las manos
primero, y las patadas después, y que Dios nos agarre confesados porque
el reguero de sangre empezaría en el Centro, sí, pero en segundos
cubriría al país entero. Y hay que decirlo, amiguis, el país entero
incluye Las Mercedes, Altamira, El Cafetal, Alto Prado… porque hay gente
que cree, equivocadamente, que el este del Este es otro país, y que
pueden invocar un infierno para Venezuela, sin que a ellos se les queme
ni un pelito.
Pero el infierno no llega. Mientras los medios corporativos y sus
voceros institucionales intentan pintarle al mundo un país convulsionado
por la represión violenta de una dictadura que desprecia la vida; con
unos piquetes de GNB aguantando insultos, golpes y pedradas como ningún
cuerpo de seguridad del mundo lo haría, esa misma dictadura chavista
malvada -valga la redundancia-, garantiza la paz, no solo de los
chavistas, la paz de todos, hasta la de esos opositores que se dejan
arrear al desastre y que, coartado su derecho al caos, regresan a sus
casas, enteritos, sin sola una manchita de sangre, a tuitear las fotos
de su aventura libertaria y todos los insultos que les quedaron por
decir.
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