Lo que que­da de la actual ETA ha deci­di­do ren­dir sus armas al Esta­do fran­cés.

SABEMOS QUÉ HA CAMBIADO Y QUÉ ESTÁ CAMBIANDO, E INTUIMOS CON BASTANTE RIGOR HACIA DÓNDE VAN LOS CAMBIOS QUE QUIERE INTRODUCIR EL CAPITAL Y ESE TRUMP FELICITADO POR EH BILDU

Antes de seguir haga­mos tres acla­ra­cio­nes: una, cuan­do habla­mos de la actual ETA lo deci­mos para expre­sar la lar­ga his­to­ria de esta orga­ni­za­ción, que en modo algu­no pue­de que­dar empa­ña­da por las deci­sio­nes del gru­po diri­gen­te de la actual ETA.

Otra, que respetamos la decisión de esta ETA desarmada, pero ofrecemos nuestra opinión como lo venimos haciendo desde hace varios años.

Y última, en realidad la decisión del desarme es responsabilidad del núcleo rector de la izquierda abertzale oficial, que se había desarmado mental, teórica y políticamente antes del debate Abian, como se aprecia en el lúgubre y triste documento sobre la Vía Vasca para la Paz.

Por tanto, este análisis va más a la raíz de la decisión –La Nada no es meta ni camino, es Nada– que a uno de sus efectos consecuentes, la rendición de armas. En otro artículo explicaremos por qué no es casual la referencia a la extinta ETA.

¿Suena fuerte eso de «rendir armas»? Muchas prácticas sociales conjugan el valor de lo simbólico con la meticulosidad de la ciencia: la cocina, el amor, la creatividad estética y cultural… y la guerra.

Son todas ellas prácticas sociales que tienen una determinante carga simbólica por su misma naturaleza, no son fría y escuetamente «tecnológicas» por irnos al extremo del análisis, sino «humanas» con todas sus contradicciones.

La ciencia y el arte de la guerra son muy complejos y mutables pero tienen determinados conceptos y reglas que se descubrieron hace mucho tiempo.

Una de ellas es la fuerte simbología de la rendición o dejación de las armas, aunque estén inutilizadas o no, ya que es innegable su simbolismo en un mundo basado en la explotación, en la violencia opresora y en la violencia defensiva, tanto para el que las tiene y las conserva como para quien las tuvo y las destruye o las entrega al poder al que ha combatido, estén melladas e inservibles o no.

Siempre que se habla de armas en un contexto de opresión existe a la vez una permanente e implacable lucha entre valores simbólicos contrarios: los del explotador y los del explotado y explotada: no puede existir nada que se libre de esa lucha entre simbologías porque ellas mismas son armas morales y también materiales.

Ganar batallas simbólicas puede llegar a ser tan importante como ganar batallas materiales, pero en determinados momentos perder una batalla moral, simbólica, es desastroso, y aunque las armas de los oprimidos y oprimidas dejen de tronar y hasta sean desactivadas antes de ser entregadas, aun así continúa y continuará la guerra simbólica.

En lo relativo al abandono, dejación, rendición de las armas, o como queramos denominarla para los objetivos de este artículo, el resultado de esa batalla concreta entre valores contrarios depende en buena medida de, al menos, cuatro cuestiones: para qué se entregan, a quién se entregan, cómo se entregan y qué capacidad existe de contrarrestar las versiones del opresor.