Igual
que hubo una carrera espacial por llegar a la luna, ahora las potencias
disputan otra más sutil. Esta vez no se trata de poner una bandera en
nuestro satélite, sino de algo tan ambicioso como inquietante: el
control total del cerebro. Actualmente existe una encarnizada lucha por
conseguir el modelo completo del funcionamiento de este órgano, un logro
que revolucionará la sociedad.
Miguel Ángel Ruiz
Miguel Ángel Ruiz
Hace años que somos testigos del ascenso y desarrollo de las neurociencias. Disciplinas
como la medicina, la psicología, el arte o la economía, que podríamos
denominar como clásicas y que tienen su foco de estudio en el ser
humano, vienen experimentando profundas transformaciones al aumentar el
conocimiento sobre el funcionamiento del cerebro. Este codiciado saber
ha generado una especie de «carrera armamentística» entre alianzas de
empresas y gobiernos al objeto de obtener un mapa detallado de este
órgano fundamental. Por ahora, ese modelo no es completo, pero
constituye la piedra filosofal de todas las neurociencias. Participando
en esa carrera por la conquista del cerebro encontramos, por un lado, a
la Unión Europea, que ha creado el programa Human Brain Project, con
1.100 millones de euros de inversión, 150 laboratorios de investigación
implicados y 6 plataformas con funcionalidades diferentes, lo que
constituye un inusitado arsenal científico.
El proyecto se ha separado en seis grandes módulos. Por ejemplo, existe una plataforma informática médica que integrará datos clínicos de todo el mundo, otra de simulación del cerebro, una más de computación neuromórfica para el desarrollo de hardware donde probar los «datos cerebrales» obtenidos y, finalmente, una de neurorobótica que permitirá experimentar con robots virtuales controlados por réplicas cerebrales desarrolladas en el proyecto. El objetivo es muy ambicioso y permitirá tener un modelo informático totalmente funcional del cerebro humano trasladable, al menos teóricamente, a un hardware o robot virtual.
Al otro lado de esta carrera en pos del dominio del cerebro se encuentra EE UU, con una inversión de 110.000 millones de dólares al año y un proyecto análogo llamado Brain Initiative (Brain Research Through Advancing Innovative Neurotechnologies). Presentado por el presidente Obama en abril de 2013 e inspirado en el proyecto Genoma Humano, este programa cuenta, entre sus principales financiadores, con la temida agencia gubernamental de defensa DARPA.
Ambos proyectos esperan concluir con éxito en aproximadamente una década y, aunque compiten directamente, cada programa trata de abordar el funcionamiento del cerebro con enfoques muy diferentes.
MÚLTIPLES POSIBILIDADES
La carrera cerebral está más que justificada. Conocer cómo funciona el cerebro abre la puerta a todo un mundo de posibilidades, buenas y malas. Se podrán curar enfermedades como el alzhéimer, el parkinson o la esquizofrenia. Las aplicaciones de la neurociencia son casi infinitas y realizará aportaciones a todas aquellas ciencias en las que el elemento humano juegue un papel importante. Así, ya vemos cómo las bases de todas las ciencias sociales se están viendo afectadas. Neuroeconomía, neuromarketing, neuroeducación… Todo lo humano es cerebral y, en este sentido, cualquier disciplina puede readaptarse explotando el ámbito del conocimiento profundo del cerebro.
Expertos como Francisco J. Rubia Vila, catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, van un paso más allá y afirman que la neurociencia va a cambiar la imagen que tenemos de nosotros mismos. Según Rubia Vila, el «Yo» es una creación cerebral que no puede ser localizado en un lugar concreto del cerebro. En realidad, tenemos varios «yoes», y la realidad exterior es también otra creación cerebral, por lo que puede decirse que el observador crea la realidad, según advierte este catedrático.
Estas aplicaciones son tan avanzadas que prácticamente se podría hablar de «hackear» al ser humano, si utilizamos la jerga informática. Manipular el cerebro es como tocar el código de un programa: puedes hacerlo todo. En realidad, quien oye, ve, huele, gusta y siente es el cerebro.
Si bien el segundo proceso es infinitamente más complejo, en el primero ya se han dado grandes pasos. Así, por ejemplo, ya se pueden leer palabras en el cerebro simplemente escaneando su actividad, e incluso se está trabajando (con cierto éxito) en la «telepatía» cerebral, es decir, la comunicación directa entre dos cerebros mediante Internet Un estudio publicado en PLOS ONE en 2014, mostró que usando un interfaz cerebro-ordenador (BCI por sus siglas en inglés), que es una especie de gorro con múltiples sensores, fue posible transmitir información de un cerebro a otro, concretamente desde Francia a la India. Lo novedoso del estudio es la posibilidad de conectar el cerebro con un ordenador y leer sus patrones de actividad y traducirlo en información efectiva, el resto del proceso, es decir, la transmisión de la información obtenida directamente del cerebro, se realizaba por Internet mediante e-mails.
NEUROMARKETING POLÍTICO
La neuropolítica surge de la aplicación de las neurociencias al ámbito político y es la disciplina que estudia los fundamentos cerebrales de la conducta humana en lo político, es decir, trata de comprender el funcionamiento del cerebro en nuestra condición de ciudadanos, electores o activistas.
Hasta ahora, muchas fenómenos políticos de sobra conocidos se han explicado aludiendo a la «cultura política» de un país o región. Con el debido conocimiento, es posible que la neurociencia pueda explicarlo prácticamente todo, incluso rasgos de género, que se dan por sentado pero que no se habían explicado con detalle. Por ejemplo, siempre se ha sabido que las mujeres son más empáticas que los hombres, pero es gracias a la neurociencia que sabemos que las amígdalas de las mujeres funcionan de manera diferente a las de los varones. Por el momento, la neuropolítica aún no ha revolucionado el mundo de la política; el estado actual de las investigación se basa más en ofrecer explicaciones cerebrales a fenómenos que conocemos, que en construir aplicaciones nuevas. Sin embargo, este hecho no debe restar importancia a las investigaciones.
Existen otras muchas preguntas que son importantes para predecir la evolución política de los países y que hasta ahora no tienen una respuesta neurocientífica. En realidad, ahora, lo que sí se usa y mucho es el neuromarketing político. Ya hablamos de neuromarketing en un número anterior (AÑO/CERO, 283). Esta disciplina ha demostrado que las decisiones de compra se toman en el cerebro antes de que seamos conscientes de ellas. Para acceder a las decisiones de compras en el cerebro, muy a menudo distintas de las opiniones conscientes de los consumidores, se usan diversas técnicas: seguimiento ocular, galvanización de la piel, electromiografía y, por supuesto, escáneres cerebrales de Imagen por Resonancia Magnética funcional (IRMf). El neuromarketing político utiliza estas técnicas para medir el impacto de los discursos y la imagen de los candidatos en el cerebro de los votantes. Es una política científica. Actualmente se gastan millones de dólares en diseñar «el político perfecto» que encandile al electorado y arrase en las urnas. Tiene especial relevancia la imagen del político. La importancia de la imagen se reveló estratégica el 26 de septiembre de 1963. Fue durante el debate de los candidatos a la presidencia del EE UU Richard Nixon y Robert Kennedy. En aquel debate sucedió un hecho curioso que cambió la forma de hacer política para siempre. Los ciudadanos que siguieron el debate por la radio, opinaban que había habido un claro ganador: Richard Nixon. Sin embargo, la gente que atendió al debate por televisión, estaba convencida de lo contario, el claro ganador era Kennedy. Algo raro había pasado para que se produjeran estas opiniones encontradas, puesto que además eran millones de personas en cada grupo…
HACIA UNA DEMOCRACIA DE AUDIENCIAS
La respuesta es que Nixon, convencido de su mayor experiencia política, fue al debate sin cuidar su imagen. Por el contrario, Kennedy iba impecablemente vestido, asesorado de cómo se vería su imagen en las televisiones en blanco y negro de la época, y luciendo un bronceado que le hacía parecer más saludable que Nixon, quien además sudaba debido a los focos del plató de televisión, haciéndole parecer muy nervioso. El resultado es que, electoralmente, Kennedy ganó el debate porque fue más gente la que lo vio por televisión. La política jamás olvidó la lección. En un debate, la imagen es más importante que lo que se dice. Así nació la telegenia, es decir, la cualidad de lucir bien en televisión. De hecho, es tan sofisticada que ha cambiado la cultura política. Hasta el punto que el politólogo francés Bernard Manin habla de la «Democracia de Audiencias». En esta forma de hacer política, los candidatos a presidentes no serían elegidos por su ideología, peso político o experiencia en el partido (que es importante sin duda alguna), sino por su desempeño en medios de comunicación. Así, la imagen, belleza, el ser un buen comunicador o la seguridad ante las cámaras, serían los nuevos factores para escoger un candidato presidencial. Eso explica que actualmente tres de los cuatro candidatos de las pasadas elecciones tuvieran en gran parte esos atributos: Rivera (C’s) y Pedro Sánchez (PSOE) son percibidos como hombres atractivos. Pablo Iglesias (Podemos) tiene una innegable formación y experiencia en medios de comunicación, especialmente en debates de televisión. Al contrario, la visión de Mariano Rajoy (PP) en una televisión de plasma supuso una percepción pública negativa del candidato.
MANIPULACIÓN COGNITIVA
El reto de la neuropolítica es adaptar la política al funcionamiento del cerebro de los votantes. Ya no hay interés en convencerles racionalmente. La neurociencia ha demostrado que no somos seres racionales. Al contrario, somos seres emocionales y muy manipulables. Los nuevos asesores políticos saben que quien gana las elecciones no es quien más tiene que ofrecer al pueblo, sino quien más lo manipula.
Una forma de anular la racionalidad consiste en ofrecer información contradictoria al público. Esto se puede hacer de una forma burda y directa o más sutilmente, creando un nuevo lenguaje. Ya en 1948, el novelista británico George Orwell, definía el término «neolengua» en su conocida obra 1984. Para Orwell, la neolengua tiene el propósito de reducir la complejidad del lenguaje con objeto de simplificar el mundo conceptual de los votantes, logrando así que sean menos críticos. La degradación política del lenguaje que propone Orwell hace que las palabras pierdan su significado y lo reemplacen por el de sus contrarios. «Así, la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud y la ignorancia es la fuerza». La realidad es que la neolengua ha saltado de la ficción literaria para convertirse en realidad. Por ejemplo, el prestigioso lingüista y activista político Noam Chomsky ha asegurado en que, en ocasiones, el lenguaje utilizado por el Gobierno de EE UU persigue los mismos objetivos que la neolengua de Orwell, provocando que sea imposible exponer puntos de vista opuestos a la política estadounidense. Otra forma de manipulación, en este caso cognitiva, viene de la mano de George Lakoff, investigador americano de lingüística cognitiva. Lakoff cobró popularidad tras un libro emblemático llamado No piense usted en un elefante (en referencia al símbolo del partido republicano). En este ensayo, Lakoff explica y denuncia cómo el partido republicano manipula a la opinión pública americana mediante lo que él llama «marcos cognitivos». En esencia, Lakoff advierte de que ésta es una forma sofisticada de manipulación que en gran medida no ha salido del ámbito académico. Para entender el proceso debemos explicar que es un marco cognitivo. Sería un modelo conceptual que nuestra mente usa o toma como referencia en un momento concreto. Realmente, siempre estamos usando marcos, es más, pensamos en base a dichos marcos. Los seres humanos no manejamos todos los conceptos de nuestro cerebro a la vez, podríamos decir que, cognitivamente, compatibilizamos esquemas de pensamiento. Por ejemplo, mientras jugamos al ajedrez estamos en el marco ajedrez y sólo usamos los conceptos asociados a éste: «jaque mate, peón, alfil», etc. Más tarde, si emprendemos una tarea de bricolaje, cambiamos de marco y, por tanto, de mundo conceptual. «Martillo, sierra, madera ». Podríamos decir que nuestro cerebro usa un horizonte limitado de conceptos a la vez. Lakoff se dio cuenta de que el lenguaje puede suscitar marcos cognitivos y así, interesadamente, se pueden limitar los conceptos con los que piensa el electorado. De hecho, el título del libro es un juego de marco cognitivo. Al decir «no pienses en un elefante», el lector pensará automáticamente en ese paquidermo.
No se puede escapar al marco. La gran aportación de Lakoff es que analizó los discursos de la política americana y advirtió que los republicanos, una y otra vez, recurrían al marco del «padre estricto». En palabras de Lakoff, un padre estricto «cree en la necesidad y el valor de la autoridad, que es capaz de enseñar a sus hijos a disciplinarse y a luchar en un mundo competitivo en el que triunfarán si son fuertes, afirmativos y disciplinados». Y resultó que esa idea del padre estricto que mira por el bien de sus hijos y sabe lo es mejor para ellos funcionó de maravilla sobre el electorado estadounidense. Pero era un engaño, una artimaña para imponer medidas de otra forma impopulares. El padre estricto no quería lo mejor para sus hijos, ¡sino invadir Irak!
EL FIN DE LA LIBERTAD
Uno de los grandes cambios de paradigma que está trayendo la neurociencia reside en que la pretendida libertad humana es un mito. La neurociencia está indagando en los procesos de toma de decisiones del cerebro y las perspectivas no son esperanzadoras. No somos libres, sino esclavos de nuestro cerebro y de los factores que nos llevan a decidir una cosa u otra. Conociendo estos factores, se puede influir sobre las decisiones humanas, y eso destruye el espejismo de la libertad. En realidad, la neurociencia ha diseccionado el comportamiento cerebral llegando a entender los resortes que nos hacen tomar decisiones. Así, se sabe que una persona compra, vota o elige sólo aquellos elementos que consiguen activar nuestro sistema de recompensa cerebral. De una manera muy simplificada, puesto que el proceso completo es ciertamente complejo, se podría decir que si el cerebro responde a un estímulo liberando dopamina, que es un neurotransmisor que se suele asociar con el placer y que suministra sentimientos de gozo y refuerzo, entonces se realizan actividades y se toman decisiones en positivo. Compramos un producto o votamos a un candidato si estos consiguen la liberación de dopamina en nuestro cerebro. Aun cuando los procesos neuroquímicos son complejos, la lógica cerebral es sencilla: si el cerebro activa sus resortes de placer, la persona decide en positivo, lo cual redibuja todas las estrategias de la neuropolítica. Ya no queremos convencer votantes, ni realizar encuestas, el nuevo foco es provocar la actividad cerebral. Esta sería la estrategia estándar para conseguir votos que está derivada directamente de los procesos de decisión de compra heredados del neuromarketing. En cambio, el conocimiento futuro del cerebro puede tener otras aplicaciones más siniestras.
Actualmente, se están realizando diversos estudios que, aplicados en el control del ser humano y entendidos como estrategias masivas, podrían conducir a dominar amplios sectores de la sociedad.
El proyecto se ha separado en seis grandes módulos. Por ejemplo, existe una plataforma informática médica que integrará datos clínicos de todo el mundo, otra de simulación del cerebro, una más de computación neuromórfica para el desarrollo de hardware donde probar los «datos cerebrales» obtenidos y, finalmente, una de neurorobótica que permitirá experimentar con robots virtuales controlados por réplicas cerebrales desarrolladas en el proyecto. El objetivo es muy ambicioso y permitirá tener un modelo informático totalmente funcional del cerebro humano trasladable, al menos teóricamente, a un hardware o robot virtual.
Al otro lado de esta carrera en pos del dominio del cerebro se encuentra EE UU, con una inversión de 110.000 millones de dólares al año y un proyecto análogo llamado Brain Initiative (Brain Research Through Advancing Innovative Neurotechnologies). Presentado por el presidente Obama en abril de 2013 e inspirado en el proyecto Genoma Humano, este programa cuenta, entre sus principales financiadores, con la temida agencia gubernamental de defensa DARPA.
Ambos proyectos esperan concluir con éxito en aproximadamente una década y, aunque compiten directamente, cada programa trata de abordar el funcionamiento del cerebro con enfoques muy diferentes.
MÚLTIPLES POSIBILIDADES
La carrera cerebral está más que justificada. Conocer cómo funciona el cerebro abre la puerta a todo un mundo de posibilidades, buenas y malas. Se podrán curar enfermedades como el alzhéimer, el parkinson o la esquizofrenia. Las aplicaciones de la neurociencia son casi infinitas y realizará aportaciones a todas aquellas ciencias en las que el elemento humano juegue un papel importante. Así, ya vemos cómo las bases de todas las ciencias sociales se están viendo afectadas. Neuroeconomía, neuromarketing, neuroeducación… Todo lo humano es cerebral y, en este sentido, cualquier disciplina puede readaptarse explotando el ámbito del conocimiento profundo del cerebro.
Expertos como Francisco J. Rubia Vila, catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, van un paso más allá y afirman que la neurociencia va a cambiar la imagen que tenemos de nosotros mismos. Según Rubia Vila, el «Yo» es una creación cerebral que no puede ser localizado en un lugar concreto del cerebro. En realidad, tenemos varios «yoes», y la realidad exterior es también otra creación cerebral, por lo que puede decirse que el observador crea la realidad, según advierte este catedrático.
Por otra parte y no menos importante, la obtención de modelos informáticos del cerebro va a permitir que lo biológico y lo informático inicien un inexorable camino de convergencia. La informática conquistará el cerebro propiciando la unión del ser humano y la máquina.Cada vez más, lo humano se podrá entender en términos de computación informática, en tanto que lo informático podrá conectarse e interaccionar con lo neurológico y cerebral. Este conocimiento abre la puerta a unas posibilidades de manipulación de la experiencia humana sin precedentes. Por ejemplo, un estudio coordinado por Charles S. Zuker, profesor de bioquímica y biofísica molecular y de neurociencia en el Centro Médico de la Universidad de Columbia, afirma que la sensación de dulce y amargo pueden manipularse en el cerebro. El estudio se realizó con ratones y demostró que existe un conjunto único de células en el cerebro que detecta cada sabor y aunque los receptores gustativos estén en la lengua, es el cerebro el que construye la experiencia. Por lo tanto, se puede manipular el cerebro para modificar el sabor de un alimento. Tan sólo es necesario conocer el mapa de cualidades gustativas del cerebro. ¿Se imaginan ustedes disfrutar del sabor de una tarta de chocolate gracias a un dispositivo cerebral sin ingerir ni una sola caloría?
Estas aplicaciones son tan avanzadas que prácticamente se podría hablar de «hackear» al ser humano, si utilizamos la jerga informática. Manipular el cerebro es como tocar el código de un programa: puedes hacerlo todo. En realidad, quien oye, ve, huele, gusta y siente es el cerebro.
Los órganos de los sentidos simplemente son «interfaces» al más puro estilo informático. Podríamos considerarlos «elementos pasivos», a diferencia del cerebro que es el que construye la experiencia.El reto es cómo comunicarse y actuar sobre el cerebro de una forma no invasiva para influir en su funcionamiento interno o, al menos, en la manera que produce experiencias. Así, igual que en el símil informático, existen dos procesos muy parecidos a lo que se hace con la memoria de un ordenador: «leer» y «escribir».
Si bien el segundo proceso es infinitamente más complejo, en el primero ya se han dado grandes pasos. Así, por ejemplo, ya se pueden leer palabras en el cerebro simplemente escaneando su actividad, e incluso se está trabajando (con cierto éxito) en la «telepatía» cerebral, es decir, la comunicación directa entre dos cerebros mediante Internet Un estudio publicado en PLOS ONE en 2014, mostró que usando un interfaz cerebro-ordenador (BCI por sus siglas en inglés), que es una especie de gorro con múltiples sensores, fue posible transmitir información de un cerebro a otro, concretamente desde Francia a la India. Lo novedoso del estudio es la posibilidad de conectar el cerebro con un ordenador y leer sus patrones de actividad y traducirlo en información efectiva, el resto del proceso, es decir, la transmisión de la información obtenida directamente del cerebro, se realizaba por Internet mediante e-mails.
NEUROMARKETING POLÍTICO
La neuropolítica surge de la aplicación de las neurociencias al ámbito político y es la disciplina que estudia los fundamentos cerebrales de la conducta humana en lo político, es decir, trata de comprender el funcionamiento del cerebro en nuestra condición de ciudadanos, electores o activistas.
Hasta ahora, muchas fenómenos políticos de sobra conocidos se han explicado aludiendo a la «cultura política» de un país o región. Con el debido conocimiento, es posible que la neurociencia pueda explicarlo prácticamente todo, incluso rasgos de género, que se dan por sentado pero que no se habían explicado con detalle. Por ejemplo, siempre se ha sabido que las mujeres son más empáticas que los hombres, pero es gracias a la neurociencia que sabemos que las amígdalas de las mujeres funcionan de manera diferente a las de los varones. Por el momento, la neuropolítica aún no ha revolucionado el mundo de la política; el estado actual de las investigación se basa más en ofrecer explicaciones cerebrales a fenómenos que conocemos, que en construir aplicaciones nuevas. Sin embargo, este hecho no debe restar importancia a las investigaciones.
La neuropolítica trata de resolver preguntas que son fundamentales para la transformación política de nuestra sociedad.¿Por qué un electorado prefiere votar partidos corruptos a partidos nuevos sin experiencia pero con historiales limpios? ¿Votamos más a un partido o al candidato? ¿Funciona realmente la estrategia de los políticos de inaugurar (a veces sin acabar) obras poco antes de las elecciones? ¿Por qué un político jamás pide perdón o reconoce un error? ¿Por qué acaba resultando una buena estrategia traicionar a tus votantes, recortarles derechos y luego y pedir el voto?
Existen otras muchas preguntas que son importantes para predecir la evolución política de los países y que hasta ahora no tienen una respuesta neurocientífica. En realidad, ahora, lo que sí se usa y mucho es el neuromarketing político. Ya hablamos de neuromarketing en un número anterior (AÑO/CERO, 283). Esta disciplina ha demostrado que las decisiones de compra se toman en el cerebro antes de que seamos conscientes de ellas. Para acceder a las decisiones de compras en el cerebro, muy a menudo distintas de las opiniones conscientes de los consumidores, se usan diversas técnicas: seguimiento ocular, galvanización de la piel, electromiografía y, por supuesto, escáneres cerebrales de Imagen por Resonancia Magnética funcional (IRMf). El neuromarketing político utiliza estas técnicas para medir el impacto de los discursos y la imagen de los candidatos en el cerebro de los votantes. Es una política científica. Actualmente se gastan millones de dólares en diseñar «el político perfecto» que encandile al electorado y arrase en las urnas. Tiene especial relevancia la imagen del político. La importancia de la imagen se reveló estratégica el 26 de septiembre de 1963. Fue durante el debate de los candidatos a la presidencia del EE UU Richard Nixon y Robert Kennedy. En aquel debate sucedió un hecho curioso que cambió la forma de hacer política para siempre. Los ciudadanos que siguieron el debate por la radio, opinaban que había habido un claro ganador: Richard Nixon. Sin embargo, la gente que atendió al debate por televisión, estaba convencida de lo contario, el claro ganador era Kennedy. Algo raro había pasado para que se produjeran estas opiniones encontradas, puesto que además eran millones de personas en cada grupo…
HACIA UNA DEMOCRACIA DE AUDIENCIAS
La respuesta es que Nixon, convencido de su mayor experiencia política, fue al debate sin cuidar su imagen. Por el contrario, Kennedy iba impecablemente vestido, asesorado de cómo se vería su imagen en las televisiones en blanco y negro de la época, y luciendo un bronceado que le hacía parecer más saludable que Nixon, quien además sudaba debido a los focos del plató de televisión, haciéndole parecer muy nervioso. El resultado es que, electoralmente, Kennedy ganó el debate porque fue más gente la que lo vio por televisión. La política jamás olvidó la lección. En un debate, la imagen es más importante que lo que se dice. Así nació la telegenia, es decir, la cualidad de lucir bien en televisión. De hecho, es tan sofisticada que ha cambiado la cultura política. Hasta el punto que el politólogo francés Bernard Manin habla de la «Democracia de Audiencias». En esta forma de hacer política, los candidatos a presidentes no serían elegidos por su ideología, peso político o experiencia en el partido (que es importante sin duda alguna), sino por su desempeño en medios de comunicación. Así, la imagen, belleza, el ser un buen comunicador o la seguridad ante las cámaras, serían los nuevos factores para escoger un candidato presidencial. Eso explica que actualmente tres de los cuatro candidatos de las pasadas elecciones tuvieran en gran parte esos atributos: Rivera (C’s) y Pedro Sánchez (PSOE) son percibidos como hombres atractivos. Pablo Iglesias (Podemos) tiene una innegable formación y experiencia en medios de comunicación, especialmente en debates de televisión. Al contrario, la visión de Mariano Rajoy (PP) en una televisión de plasma supuso una percepción pública negativa del candidato.
MANIPULACIÓN COGNITIVA
El reto de la neuropolítica es adaptar la política al funcionamiento del cerebro de los votantes. Ya no hay interés en convencerles racionalmente. La neurociencia ha demostrado que no somos seres racionales. Al contrario, somos seres emocionales y muy manipulables. Los nuevos asesores políticos saben que quien gana las elecciones no es quien más tiene que ofrecer al pueblo, sino quien más lo manipula.
Decía el filósofo Spinoza que «los hombres se creen libres porque son conscientes de sus voluntades y deseos, pero son ignorantes de las causas por las cuales son llevados al deseo y a la esperanza».Frase que resume perfectamente los intentos de la política por manipular al electorado. El gran propósito consiste en anular la racionalidad, y eso se puede hacer, entre otras, de dos formas concretas que son dignas de estudio: la lingüística y la ciencia cognitiva.
Una forma de anular la racionalidad consiste en ofrecer información contradictoria al público. Esto se puede hacer de una forma burda y directa o más sutilmente, creando un nuevo lenguaje. Ya en 1948, el novelista británico George Orwell, definía el término «neolengua» en su conocida obra 1984. Para Orwell, la neolengua tiene el propósito de reducir la complejidad del lenguaje con objeto de simplificar el mundo conceptual de los votantes, logrando así que sean menos críticos. La degradación política del lenguaje que propone Orwell hace que las palabras pierdan su significado y lo reemplacen por el de sus contrarios. «Así, la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud y la ignorancia es la fuerza». La realidad es que la neolengua ha saltado de la ficción literaria para convertirse en realidad. Por ejemplo, el prestigioso lingüista y activista político Noam Chomsky ha asegurado en que, en ocasiones, el lenguaje utilizado por el Gobierno de EE UU persigue los mismos objetivos que la neolengua de Orwell, provocando que sea imposible exponer puntos de vista opuestos a la política estadounidense. Otra forma de manipulación, en este caso cognitiva, viene de la mano de George Lakoff, investigador americano de lingüística cognitiva. Lakoff cobró popularidad tras un libro emblemático llamado No piense usted en un elefante (en referencia al símbolo del partido republicano). En este ensayo, Lakoff explica y denuncia cómo el partido republicano manipula a la opinión pública americana mediante lo que él llama «marcos cognitivos». En esencia, Lakoff advierte de que ésta es una forma sofisticada de manipulación que en gran medida no ha salido del ámbito académico. Para entender el proceso debemos explicar que es un marco cognitivo. Sería un modelo conceptual que nuestra mente usa o toma como referencia en un momento concreto. Realmente, siempre estamos usando marcos, es más, pensamos en base a dichos marcos. Los seres humanos no manejamos todos los conceptos de nuestro cerebro a la vez, podríamos decir que, cognitivamente, compatibilizamos esquemas de pensamiento. Por ejemplo, mientras jugamos al ajedrez estamos en el marco ajedrez y sólo usamos los conceptos asociados a éste: «jaque mate, peón, alfil», etc. Más tarde, si emprendemos una tarea de bricolaje, cambiamos de marco y, por tanto, de mundo conceptual. «Martillo, sierra, madera ». Podríamos decir que nuestro cerebro usa un horizonte limitado de conceptos a la vez. Lakoff se dio cuenta de que el lenguaje puede suscitar marcos cognitivos y así, interesadamente, se pueden limitar los conceptos con los que piensa el electorado. De hecho, el título del libro es un juego de marco cognitivo. Al decir «no pienses en un elefante», el lector pensará automáticamente en ese paquidermo.
No se puede escapar al marco. La gran aportación de Lakoff es que analizó los discursos de la política americana y advirtió que los republicanos, una y otra vez, recurrían al marco del «padre estricto». En palabras de Lakoff, un padre estricto «cree en la necesidad y el valor de la autoridad, que es capaz de enseñar a sus hijos a disciplinarse y a luchar en un mundo competitivo en el que triunfarán si son fuertes, afirmativos y disciplinados». Y resultó que esa idea del padre estricto que mira por el bien de sus hijos y sabe lo es mejor para ellos funcionó de maravilla sobre el electorado estadounidense. Pero era un engaño, una artimaña para imponer medidas de otra forma impopulares. El padre estricto no quería lo mejor para sus hijos, ¡sino invadir Irak!
EL FIN DE LA LIBERTAD
Uno de los grandes cambios de paradigma que está trayendo la neurociencia reside en que la pretendida libertad humana es un mito. La neurociencia está indagando en los procesos de toma de decisiones del cerebro y las perspectivas no son esperanzadoras. No somos libres, sino esclavos de nuestro cerebro y de los factores que nos llevan a decidir una cosa u otra. Conociendo estos factores, se puede influir sobre las decisiones humanas, y eso destruye el espejismo de la libertad. En realidad, la neurociencia ha diseccionado el comportamiento cerebral llegando a entender los resortes que nos hacen tomar decisiones. Así, se sabe que una persona compra, vota o elige sólo aquellos elementos que consiguen activar nuestro sistema de recompensa cerebral. De una manera muy simplificada, puesto que el proceso completo es ciertamente complejo, se podría decir que si el cerebro responde a un estímulo liberando dopamina, que es un neurotransmisor que se suele asociar con el placer y que suministra sentimientos de gozo y refuerzo, entonces se realizan actividades y se toman decisiones en positivo. Compramos un producto o votamos a un candidato si estos consiguen la liberación de dopamina en nuestro cerebro. Aun cuando los procesos neuroquímicos son complejos, la lógica cerebral es sencilla: si el cerebro activa sus resortes de placer, la persona decide en positivo, lo cual redibuja todas las estrategias de la neuropolítica. Ya no queremos convencer votantes, ni realizar encuestas, el nuevo foco es provocar la actividad cerebral. Esta sería la estrategia estándar para conseguir votos que está derivada directamente de los procesos de decisión de compra heredados del neuromarketing. En cambio, el conocimiento futuro del cerebro puede tener otras aplicaciones más siniestras.
Actualmente, se están realizando diversos estudios que, aplicados en el control del ser humano y entendidos como estrategias masivas, podrían conducir a dominar amplios sectores de la sociedad.
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