Por Antonio Liz
Reflexión
sobre la imposibilidad de la imparcialidad en el trabajo
historiográfico y, en cambio, la posibilidad de la objetividad.
Por Antonio Liz
Hace algo más de ocho años hacía esta reflexión sobre la relación entre el mundo de la historiografía y de la política, sobre la imparcialidad y la objetividad del historiador. Hoy la recupero.
Hay dos maneras de enfrentar el estudio del proceso histórico, como excusa historiográfica o como ejercicio de comprensión. Quienes lo toman por excusa no van a la Historia a aprender sino a justificar el presente distorsionando el pasado. Quienes van a aprender del pasado lo hacen con el afán de explicarse los fenómenos sociales para que su conocimiento aporte luz en el presente. Por lo tanto, el estudio de la Historia no es un ejercicio inocente ya que forma parte de la lucha política en el terreno de las ideas.
La Revolución rusa de 1917 ha hecho correr océanos de tinta. Lógico, fue la primera revolución socialista triunfante de la Historia Universal. Sabido es que el derrumbe de la Unión Soviética, a comienzos de la década de los noventa, supuso no sólo la caída de los regímenes de “socialismo real” sino que trajo una bajada brutal de las condiciones materiales de existencia de la clase trabajadora en el mundo occidental. No sólo esto, el derrumbe también acarreó la desesperanza política para millones de trabajadores en el mundo entero y debilitó al extremo al movimiento obrero.
En la actualidad la crisis del sistema capitalista es tan brutal que sólo se mantiene en pie porque la izquierda occidental todavía no se ha rearmado políticamente. La búsqueda de una alternativa al sistema tiene que estar fundamentado, en el terreno reflexivo, en el análisis de la coyuntura y en el estudio del proceso histórico. Lo primero es función de los políticos y lo segundo de los historiadores. Conocer las necesidades específicas de un concreto momento histórico es prioritario para luchar por otro mundo pero esta lucha tiene que tener un referente histórico ya que no es posible partir de la nada. Así, la alternativa al mundo de hoy necesita del conocimiento tanto del presente como del pasado.
Hoy en día sólo hay dos modelos de sociedad posibles, la basada en la propiedad privada de los medios de producción o la sustentada en la propiedad social. La lucha entre el Capital y el Trabajo también tiene su reflejo en el campo historiográfico. Para el Capital es imprescindible vincular la Revolución rusa al stalinismo ya que de esa manera invalida el socialismo como posibilidad alternativa. Para el Trabajo es vital saber por qué se deformó la Revolución rusa para poder actualizar el socialismo como referente.
¿Y qué papel juega el historiador en la sociedad de nuestro tiempo? ¿Puede ser imparcial? ¿Puede ser objetivo? Sabemos que el historiador no escoge casualmente su objeto de estudio. Entonces, ¿es posible que el historiador sea objetivo? Sí, si lo que pretende es acercarse a la causalidad de los fenómenos sociales. Sí, si el historiador pretende descubrir, comprender y no justificar. Su grado de objetividad dependerá de su nivel de aproximación a la realidad histórica. ¿Esto es imparcialidad? En lo tocante a los estudiado sí, si el historiador explica lo ocurrido. Pero eso no equivale a imparcialidad política porque el historiador al traer a la superficie la esencia del proceso histórico lesiona los intereses de aquellos que quieren justificar el presente por el pasado porque desenmascara sus mentiras.
El historiador comprometido con la verdad va al proceso histórico para aprender y, después, sacar la esencia de lo aprendido a la superficie, exponerlo al conocimiento de la mayoría social. Al explicar la causa del fenómeno histórico dado, contándolo en función de lo que aprendió en las fuentes y en las anteriores reflexiones de otros pensadores, su trabajo será una aproximación a lo que ocurrió basada en los hechos conocidos por lo que será objetivo, con la relatividad del mayor o menor conocimiento que de esa época se posea. Pero objetividad no quiere decir imparcialidad porque querer enseñar es una manera rotunda, apasionada, de oponerse a la falsificación, a la mentira, a la manipulación, es querer ayudar a que se comprendan las causas de los fenómenos sociales y esto siempre ayuda a los movimientos que en la sociedad del tiempo del historiador luchan por transformar el mundo.
La burguesía no cejará en el empeño de distorsionar a través de sus aparatos ideológicos, mass media y escritores la comprensión del proceso histórico para justificar su poder y proceder. Es deber de todo historiador honrado oponerse a las mentiras, a las distorsiones y a las justificaciones del proceso histórico. El deber de un historiador, en el sentido auténtico del concepto, es enseñar lo que ocurrió, aproximarse al tiempo histórico que ha sido su objeto de estudio. Contar lo que vio, lo que aprendió. Hoy cualquier historiador sabe, lo diga o no lo diga, que la Historia y la Política se dan la mano porque el presente se explica o se justifica en función del pasado. No hay imparcialidad posible. Exponer la causas de las contradicciones sociales no es imparcialidad es objetividad. Explicar un fenómeno es objetividad, querer explicarlo no es imparcialidad es honradez intelectual.
La historiografía forma parte de la lucha política en el terreno de las ideas pero esto no debe asustar al historiador, al revés, debe estimularlo porque su trabajo se puede convertir en un acicate para transformar el mundo y no para perpetuarlo y esto va con la esencia de un auténtico historiador que sabe que nada es eterno, ni sus libros.
Madrid, 24, abril, 2009
Por Antonio Liz
Hace algo más de ocho años hacía esta reflexión sobre la relación entre el mundo de la historiografía y de la política, sobre la imparcialidad y la objetividad del historiador. Hoy la recupero.
Hay dos maneras de enfrentar el estudio del proceso histórico, como excusa historiográfica o como ejercicio de comprensión. Quienes lo toman por excusa no van a la Historia a aprender sino a justificar el presente distorsionando el pasado. Quienes van a aprender del pasado lo hacen con el afán de explicarse los fenómenos sociales para que su conocimiento aporte luz en el presente. Por lo tanto, el estudio de la Historia no es un ejercicio inocente ya que forma parte de la lucha política en el terreno de las ideas.
La Revolución rusa de 1917 ha hecho correr océanos de tinta. Lógico, fue la primera revolución socialista triunfante de la Historia Universal. Sabido es que el derrumbe de la Unión Soviética, a comienzos de la década de los noventa, supuso no sólo la caída de los regímenes de “socialismo real” sino que trajo una bajada brutal de las condiciones materiales de existencia de la clase trabajadora en el mundo occidental. No sólo esto, el derrumbe también acarreó la desesperanza política para millones de trabajadores en el mundo entero y debilitó al extremo al movimiento obrero.
En la actualidad la crisis del sistema capitalista es tan brutal que sólo se mantiene en pie porque la izquierda occidental todavía no se ha rearmado políticamente. La búsqueda de una alternativa al sistema tiene que estar fundamentado, en el terreno reflexivo, en el análisis de la coyuntura y en el estudio del proceso histórico. Lo primero es función de los políticos y lo segundo de los historiadores. Conocer las necesidades específicas de un concreto momento histórico es prioritario para luchar por otro mundo pero esta lucha tiene que tener un referente histórico ya que no es posible partir de la nada. Así, la alternativa al mundo de hoy necesita del conocimiento tanto del presente como del pasado.
Hoy en día sólo hay dos modelos de sociedad posibles, la basada en la propiedad privada de los medios de producción o la sustentada en la propiedad social. La lucha entre el Capital y el Trabajo también tiene su reflejo en el campo historiográfico. Para el Capital es imprescindible vincular la Revolución rusa al stalinismo ya que de esa manera invalida el socialismo como posibilidad alternativa. Para el Trabajo es vital saber por qué se deformó la Revolución rusa para poder actualizar el socialismo como referente.
¿Y qué papel juega el historiador en la sociedad de nuestro tiempo? ¿Puede ser imparcial? ¿Puede ser objetivo? Sabemos que el historiador no escoge casualmente su objeto de estudio. Entonces, ¿es posible que el historiador sea objetivo? Sí, si lo que pretende es acercarse a la causalidad de los fenómenos sociales. Sí, si el historiador pretende descubrir, comprender y no justificar. Su grado de objetividad dependerá de su nivel de aproximación a la realidad histórica. ¿Esto es imparcialidad? En lo tocante a los estudiado sí, si el historiador explica lo ocurrido. Pero eso no equivale a imparcialidad política porque el historiador al traer a la superficie la esencia del proceso histórico lesiona los intereses de aquellos que quieren justificar el presente por el pasado porque desenmascara sus mentiras.
El historiador comprometido con la verdad va al proceso histórico para aprender y, después, sacar la esencia de lo aprendido a la superficie, exponerlo al conocimiento de la mayoría social. Al explicar la causa del fenómeno histórico dado, contándolo en función de lo que aprendió en las fuentes y en las anteriores reflexiones de otros pensadores, su trabajo será una aproximación a lo que ocurrió basada en los hechos conocidos por lo que será objetivo, con la relatividad del mayor o menor conocimiento que de esa época se posea. Pero objetividad no quiere decir imparcialidad porque querer enseñar es una manera rotunda, apasionada, de oponerse a la falsificación, a la mentira, a la manipulación, es querer ayudar a que se comprendan las causas de los fenómenos sociales y esto siempre ayuda a los movimientos que en la sociedad del tiempo del historiador luchan por transformar el mundo.
La burguesía no cejará en el empeño de distorsionar a través de sus aparatos ideológicos, mass media y escritores la comprensión del proceso histórico para justificar su poder y proceder. Es deber de todo historiador honrado oponerse a las mentiras, a las distorsiones y a las justificaciones del proceso histórico. El deber de un historiador, en el sentido auténtico del concepto, es enseñar lo que ocurrió, aproximarse al tiempo histórico que ha sido su objeto de estudio. Contar lo que vio, lo que aprendió. Hoy cualquier historiador sabe, lo diga o no lo diga, que la Historia y la Política se dan la mano porque el presente se explica o se justifica en función del pasado. No hay imparcialidad posible. Exponer la causas de las contradicciones sociales no es imparcialidad es objetividad. Explicar un fenómeno es objetividad, querer explicarlo no es imparcialidad es honradez intelectual.
La historiografía forma parte de la lucha política en el terreno de las ideas pero esto no debe asustar al historiador, al revés, debe estimularlo porque su trabajo se puede convertir en un acicate para transformar el mundo y no para perpetuarlo y esto va con la esencia de un auténtico historiador que sabe que nada es eterno, ni sus libros.
Madrid, 24, abril, 2009
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