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Democracia crítica y resistencia ética
Una contundente obra del filósofo y profesor francés, Frédéric Gros, sobre la desobediencia.
Por Iñaki Urdanibia
Por Iñaki Urdanibia
Hay
filósofos a quienes se les encasilla en una especialidad del campo
filosófico o en ser expertos en algún pensador clásico. Algo de esto
puede pasar con Frédéric Gros, que no cabe duda de que es un consumado
conocedor y editor de la obra de Michel Foucault: ahí está su Michel Foucault ( editado en la colección de PUF, Que sais-je?, 1996, y reeditado, y aumentado, en varias ocasiones) o su coordinación de Foucault, le courage de la vérité
( PUF, 2002), en la que junto a un par de intervenciones suyas se
pueden leer las de Philippe Artères, Francisco Paolo Adorno, Judith
Revel, Mariapaola Fimiani y Jean-François Pradeau, sin olvidar su
magnífica antología de textos del autor de Vigilar y castigar;
como mayor muestra todavía de esta calidad de experto: ha sido el editor
de las obras del filósofo en la prestigiosa colección de la Pléiade y de sus Lecciones en el Collège de France.
Sería injusto, no obstante, dejar en eso – que desde luego no es poco-
el quehacer de Gros, o encasillarle como mero filósofo “foucaultiano”,
ya que a partir de 2006 el profesor de Sciences Po de Paris, en que publicó États de violence. Essai sur la fin de la guerre
( Gallimard) en donde analizaba cómo los límites de la guerra y la paz
había dejado de ser tan claros, debido a los criterios de intervención y
seguridad, situación que exigía a la filosofía acercarse al fenómeno
bélico con otra mirada; comenzaba allí una carrera en que se iba
elaborando una filosofía propia y que fue continuada con su Marcher, une philosophie
( Carnets du Nord, 2009 / hay traducción en Taurus), en donde se hacía
elogio de la lentitud del paseante, y la observación del cielo y el
paisaje; nada que ver con la marcha deportiva, y todo con la compañía de
distintos paseantes como Rimbaud, Rousseau, Thoreau, Nerval,
Hölderlin…en un entusiasta elogio del flâneur. En su Le Principe Sécurité ( Gallimard, 2012) centraba su mirada en la galaxia securitaria
que extiende sus tentáculos a la alimentación, a la energía, a las
fronteras… hasta convertir tal criterio en uno de los dispositivos
políticos fundamentales, extendido por periodistas y otros publicistas
encantados de vivir tan bien y de elogiar la falta de peligro que nos
aseguran los gobernantes con sus medidas, etc.; hasta el año pasado se
atrevió a penetrar en el campo de la narrativa con su Possédées (
Albin Michel, 2016 ), novela situada a principios del siglo XVII, en el
pueblito de Loudun en donde las alucinaciones de unas monjas se
extienden como una plaga, lo que hace que la Iglesia las considere como
poseídas, debiendo ser sometidas a exorcismos y otras prácticas
desdemonizadoras. Caso en el que se da un cruce entre los niveles
religiosos, políticos y judiciales, y que fue un caso que dio mucho que
hablar a cineastas, historiadores y ensayistas.
Pues bien, ahora acaba de publicar su Désobeir
( Albin Michel / Flammarion, 2017), ensayo que , si la cosa no estaba
clara ya, es un muestra neta e inequívoca de la trayectoria personal de
Gros en el campo de la filosofía. La obra es francamente potente y ya
desde el inicio la solidez de los expuesto brilla con fuerza.
El punto de partida es que siempre hay razones para rebelarse, y lo que
resulta extraño es que no se den mayores muestras de desacuerdo con el
alarmante panorama presente, que el ensayista centra en tres puntos: en
primer lugar, el ahondamiento de las injusticias sociales y las
crecientes desigualdades de fortuna que supone una pauperización amplia y
un enriquecimiento de unos pocos, lo que hace que se pueda hablar de
nuestro presente como la edad de la indecencia, que viene a suponer la existencia de dos humanidades.
A continuación, ha de tenerse en cuenta la degradación progresiva del
medioambiente, que conduce al agotamiento de la naturaleza, lo que
debería suponer un frenazo para evitar la marcha hacia el caos y la
extinción ( asunto tratado con tino por Hans Jonas y Günther Anders)y,
por último, la presencia del “capitalismo” difuso, complejo,
proteiforme, que hace que el trabajo quede desplazado del centro de la
producción para dar paso a la especulación…situación a la que si no se
le pone freno, supondrá una nefasta herencia para quienes nos sucedan en
el planeta. Ante este desolador panorama parece que la postura es de
brazos cruzados y la mirada hacia otro lado, posición que se asemeja a
la de los meros espectadores del desastre. Es a partir de esta
constatación que va a despegar el análisis de la cuestión de la
desobediencia a partir de la de la obediencia, señalando las causas de
la pasividad y de la obediencia y diferenciando entre sumisión,
consentimiento, conformismo, etc, y sus opuestos: derecho de
resistencia, objeción de conciencia, la rebelión, etc.
La propuesta de Gros va a ser la democracia crítica, enfocada además de
cómo pluralidad, decisiones mayoritarias…también como una tensión ética
en el corazón de cada cual, ya que en cada cual reside un sí político (
soi), esa intimidad política en la se da una potencia de juzgar,
una capacidad de pensar y una facultad crítica; estas capacidades
puestas en acción será lo que da lugar ala disidencia cívica, que hace que desobedecer sea una verdadera declaración de humanidad, que se inicia en el propio seno de la propia identidad.
Para alcanzar tales propuestas Gros va a buscar la compañía de una
serie de pensadores y de relatos literarios o hechos históricos, mas no
los toma sin chistar sino que hurga en las diferentes interpretaciones
que de tales se han dado, al tiempo que esboza sus hipótesis para ir
delimitando el campo de estudio. Así en el comienzo de la travesía va a
recurrir a un relato que aparece en Los hermanos Karamazov en
donde Dostoievski expone el encuentro en la Sevilla del siglo XV del
inquisidor con Cristo; el primero le reprende por haber vuelto y le
detiene reprendiéndole por haber otorgado a los humanos una carga que
son incapaces de soportar, ante ello el camino emprendido por la Iglesia
para facilitar las cosas es el camino de unos encargados de exigir
obediencia con lo que el pueblo lo único que ha hacer es obedecer con lo
que se le quita la carga y la responsabilidad. A partir de esta
oposición entre el miedo a la libertad, que exige hacerse cargo
de las propias decisiones asumiendo la responsabilidad de los hechos, y
la necesidad de obedecer, se va a ir en busca de otros caminos que irán
perfilando la postura de Gros. En la onda del cristianismo este deber de
obediencia vendría marcado por el principio de autoridad y por las
diferencias dictadas por la naturaleza ( postura aristotélica), que
haría que a pesar de ser todos víctimas del pecado original – san
Agustín dixit- algunos están mejor dotados para pensar y mandar, no
quedando a los demás otro camino que obedecer al tiempo que respetan a
la autoridad, de los bien dotados.
El balanceo que recorre no pocas páginas de la obra es el que se da
entre dos vías: la de Kant que en sus textos ilustrados habla del uso
público de la razón, del logro de la mayoría de edad, y del sapere aude,
que sin embargo puede traducirse en un critica lo que quieras, en tu
fuero interno, pero obedece por el bien de la comunidad, y frente a ella
la de Thoreau que juzga la obediencia como la forma más lograda de la
crítica y de la libertad; así como Descartes buscaba las evidencias
mirando y reflexionando acerca de su propio yo, Thoreau pondrá en
práctica la crítica en su forma de vida del mismo modo que anteriormente
lo había hecho Diógenes de Sínope.
También diseca el autor la postura de Etienne de la Boétie, n su Discurso de la servidumbre voluntaria que
su amigo Montaigne consideraba un «tratado contra la tiranía», cuando
los tiros del de Sarlat iban más bien enfocados contra quienes no solo
obedecían sino que sobreobedecían con lo cual su apoyo al tirano se convertía en una servidumbre
( algunos hechos relacionados acerca del comportamiento de no pocos
sujetos –sujetados- en la URSS de Stalin, dan muestra de que la tiranía
sufrida se traslada para que cada cual la aplique a otros…no por mero
afán de delatar, ni se servir a la patria, al estado, o…).
Como no podía ser de otro modo hablando del tema de que se trata no
podía faltarla figura de Antígona, ejemplo de rebeldía de feminismo y de
desobediencia a las leyes dictadas por Creón; no acepta de todos modos
tal cual la interpretación consagrada por el uso y por distintos
estudiosos de la tragedia de Sófocles ( Hegel, Hölderlin…y no pocos
dramaturgos). Tras algunas hipótesis que harían de la mujer una
defensora de la tradición y de los lazos familiares frente a las normas
de la ciudad, Gros señala a Antígona como ejemplo de desobediencia que
le conduce a la soledad, y – en su caso- a la muerte. Y es que como
también se subraya, acudiendo al seminario foucaultiano de Los
anormales, la desobediencia ha sido considerada como propia de tipos
anti-sociales y delincuentes, que han de ser reprimidos ya que ponen en
riesgo la unidad de la comunidad, consagrada por el supuesto e
hipotético contrato social.
Se repasan casos extremos de obediencia: como el del jerifalte nazi
Eichmann, juzgado en Jerusalem en 1961, que tanta tinta ha hecho correr y
que ha dado pie a diferentes versiones acerca de la entidad del
personaje: desde un monstruo ( lo cual valdría para
desculpabilizar al sistema y a sus dirigentes superiores) – postura
defendida por el fogoso fiscal del juicio y de los biógrafos
sensacionalistas que se dejaron llevar por el ambiente calentito de la
época- o los tonos grises de un vulgar funcionario que obedecía
las órdenes con lo cual es se quitaba responsabilidad, echándosela al
sistema ( postura que con matices sería de Hannah Arendt y la de su
primer marido Günther Andres), que llevada al límite supondría una
exculpación del acusado al culpabilizar al todo, del que él no sería más
que una simple, decisiva eso sí, pieza en el mecanismo aniquilador.
Gros excava y muestra que aun teniendo en cuenta ambas posturas no se ha
de eximir de culpa al acusado ya que él mismo confesó en algunos
momentos estar en posesión de ciertos criterios morales que le producían
repugnancia ante lo que estaba haciendo; de todos modos, la
caracterización de Hannah Arendt ( que perdió no pocos amigos por sus
posturas acerca de “ la banalidad del mal”, “la estupidez “ del acusado,
o la complicidad de los Consejos judíos en la culminación exitosa de la
empresa exterminadora del nacionalsocialismo) al señalar al acusado de
un imbécil, esto no le exculpa ya que la imbecilidad consiste, en su
caso, en no pensar en lo que hace, en suspender su propio juicio…y
obviamente de eso no hay más culpable que él mismo. En términos
parecidos – obediencia debida- se manifestó al ser juzgado el
responsable del centro de tortura S21 camboyano.
Como ya he señalado de entrada Gros va a defender la disidencia cívica (
que supone más que unas normas que seguir, « la experiencia de una
imposibilidad ética. Desobedece porque no puede continuar obedeciendo
» ( los subrayados son del autor). La conciencia que tiene quien adopta
esta postura es que obedeciendo no ha hecho otra cosa que negarse
interiormente …no puede continuar obedeciendo a no ser que se anule a sí
mismo.
Tras el rastreo
sagaz de los puntos, autores, hechos y posturas nombradas y algunas más
y las clarificaciones pertinentes, la constatación de que obedeciendo
desobedecemos a nosotros mismos es una acomodación a los valores del
gregarismo, al calorcillo de los demás, por temor a quedarse aislado…la
propuesta proba y cabal sería la de ser conscientes de que « se tiene
verdaderamente miedo a la libertad, la que obliga, la que crea tensión y
duda, y desencadena en cada uno de nosotros este movimiento de
desobediencia que comienza por nosotros mismos [ y] pensar es
desobedecer, desobedecer a las certezas, a su confort, a sus hábitos, y
si se desobedece es con el fin de no ser “traidores a nosotros mismos”» Y
la reivindicación queda claramente expuesta al tener en cuenta que «
existe alguna cosa como ese sí-soi – indelegable, que se ha de
descubrir como irremplazable para pensar, juzgar, desobedecer que nos da
acceso a lo universal»…modo de superar toda verdad adquirida, toda
convicción fosilizada, que en el fondo es la que hace, o estabiliza, la
comunidad. Y como señala Frédéric Gros : « ese sí indelegable, es la
apuesta de la filosofía. Desde Sócrates, es la apuesta insensata, tenaz,
relanzada hasta Foucault, pasando por Montaigne, Descartes o Kant ».
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