Decía Nietzsche que “la mejor manera de corromper a un joven
es enseñarle a tener en más alta estima a los que piensan igual que él y
en más baja estima a quienes piensan diferente”. Hoy en día, sin
embargo, veneramos el acuerdo, la coincidencia de opinión, hasta el infinito y más allá. Nada valoramos más que la capacidad de encontrar puntos en común y llegamos incluso a entender el consenso no como un medio para perseguir un fin, sino como un fin en sí mismo.
Publicidad
En boca de algunos, el dichoso consenso resulta comparable a la panacea universal; y cada vez resulta más habitual toparse con declaraciones en las que políticos hablan de buscar y alcanzar acuerdos sin especificar en qué términos o tan siquiera con qué fin.
Pero lo cierto es que eso del consenso, por muy simpático, democrático y amigable que suene, no puede ser un objetivo final, sino un punto de partida. Eso sí, para los colectivistas de todo el espectro ideológico que una posición sea compartida, es decir colectiva, ya la coloca por encima de cualquier opinión individual, independientemente de su contenido. Sin embargo, debemos entender que llegar a un consenso no es más que establecer unos parámetros, un acuerdo de mínimos, un escenario en el que trabajar.
No es que no debamos aplaudir directamente ante el consenso: más bien al contrario, especialmente en política. Cada vez que nuestros representantes políticos alcancen algún tipo de “consenso” deben saltar todas nuestras alarmas. Porque, no nos engañemos; en España la política la hacen los partidos, y cada vez que los partidos llegan a acuerdos lo hacen para salvarse a sí mismos, nunca para favorecer a los ciudadanos. Los ciudadanos únicamente pasábamos por allí.
Europa cerraba el grifo del dinero y quebraba el “chiringuito”: “por ahí no pasamos, marchando una de consenso, firmamos lo que sea necesario y a quién pregunte respondemos que fue para salvar la sanidad y la educación. Y mañana, por supuesto, volvemos al encono insalvable e irreconciliable…” Volvió a ocurrir en 2013 tras el relevo entre los dos “grandes” partidos: la canciller alemana Angela Merkel apretó las tuercas y a gobierno y oposición les faltó tiempo para alcanzar el consenso una vez más.
Por eso como ciudadanos debemos mantenernos alerta y recelar de cualquier consenso. Y cuantas más personajes y partidos se sumen a él, más alerta aún deberemos estar. Porque aunque llegar a acuerdos pueda ser reflejo de tolerancia y entendimiento, no lo es necesariamente: muchas de las grandes barbaridades cometidas por el hombre se han llevado a cabo alentadas por un consenso.
Miren si no hacia Cataluña. Allí se dan la mano la derechona más rancia y la izquierda más radical. Se forman alianzas y se alcanzan acuerdos que resultarían inconcebibles en cualquier otro punto de nuestra geografía (¿recuerdan el escándalo cuando en Extremadura hubo un gobierno del Partido Popular gracias a la abstención de Izquierda Unida?). A estas alturas no creo que nadie entienda que se deba a una especial capacidad para la negociación o el entendimiento por parte de los políticos catalanes.
Que los partidos en Cataluña puedan superar semejantes diferencias y anteponer a todas ellas el ideal de independencia no demuestra ningún tipo de generosidad ideológica. Más bien lo que evidencia es por un lado que las discrepancias insuperables de los partidos son mero postureo y, sobre todo, el carácter totalitario del independentismo, que establece unos objetivos prioritarios anteriores a cualquier tipo de convicción ideológica o tan siquiera democrática. Los secesionistas actúan al más puro estilo de los regímenes que anteponen destinos de razas, consolidación de revoluciones o movimientos nacionales a todo lo demás.
–
Publicidad
En boca de algunos, el dichoso consenso resulta comparable a la panacea universal; y cada vez resulta más habitual toparse con declaraciones en las que políticos hablan de buscar y alcanzar acuerdos sin especificar en qué términos o tan siquiera con qué fin.
Pero lo cierto es que eso del consenso, por muy simpático, democrático y amigable que suene, no puede ser un objetivo final, sino un punto de partida. Eso sí, para los colectivistas de todo el espectro ideológico que una posición sea compartida, es decir colectiva, ya la coloca por encima de cualquier opinión individual, independientemente de su contenido. Sin embargo, debemos entender que llegar a un consenso no es más que establecer unos parámetros, un acuerdo de mínimos, un escenario en el que trabajar.
Cuando aplaudimos a los que proclaman el consenso sin preguntar lo consensuado o su objetivo, manifestamos la vacuidad intelectual de nuestra sociedadPorque cuando aplaudimos a los que proclaman, persiguen o defienden el consenso así sin más, sin pararnos a preguntar qué es lo que se ha consensuado o con qué objeto, lo que hacemos en verdad es manifestar por enésima vez la vacuidad intelectual en la que estamos sumidos como sociedad. Eso hacíamos en España cuando aquel incapaz, José Luis Rodríguez Zapatero, a quien una sucesión de carambolas y desgracias colocó como presidente del gobierno, hablaba de talante sin especificar si se trataba de talante vengativo, rencoroso, racista, misógino, traicionero, homicida, viperino o beligerante. Él apostaba por el talante y aquello debía de ser bueno, como el consenso; y nosotros aplaudiendo…
No es que no debamos aplaudir directamente ante el consenso: más bien al contrario, especialmente en política. Cada vez que nuestros representantes políticos alcancen algún tipo de “consenso” deben saltar todas nuestras alarmas. Porque, no nos engañemos; en España la política la hacen los partidos, y cada vez que los partidos llegan a acuerdos lo hacen para salvarse a sí mismos, nunca para favorecer a los ciudadanos. Los ciudadanos únicamente pasábamos por allí.
Deben saltar todas nuestras alarmas cada vez que nuestros representantes políticos alcancen algún tipo de “consenso”Porque los partidos en España, como bien dice Javier Castro-Villacañas, en lugar de estar en la Sociedad se han incrustado en el Estado. Y si a mayores tenemos que al ser el Estado el que financia a los partidos, lo lógico es que los partidos representen al Estado y no a la Sociedad; pues poco bueno cabe esperar de los acuerdos que puedan alcanzar entre ellos.
Salvando posturas irreconciliables si hay enemigo común
Resulta incluso gracioso comprobar cómo toda esa suerte de diferencias insalvables y posturas irreconciliables que (tal y como a ellos mismos les gusta decir en plan hortera) llevan en su ADN, se salvan y se reconcilian en un santiamén en cuanto asoma por debajo de la puerta la patita de un enemigo común. ¿Acaso no recuerdan el verano de 2011? Tras siete años de “crispación” y total desencuentro, de pronto el presidente y el líder de la oposición en una tarde pactan una reforma de la Constitución. ¡La Constitución, nada menos!Europa cerraba el grifo del dinero y quebraba el “chiringuito”: “por ahí no pasamos, marchando una de consenso, firmamos lo que sea necesario y a quién pregunte respondemos que fue para salvar la sanidad y la educación. Y mañana, por supuesto, volvemos al encono insalvable e irreconciliable…” Volvió a ocurrir en 2013 tras el relevo entre los dos “grandes” partidos: la canciller alemana Angela Merkel apretó las tuercas y a gobierno y oposición les faltó tiempo para alcanzar el consenso una vez más.
Lo único que persiguen los acuerdos entre partidos es la supervivencia de la partitocracia; o sea, del “aparato del Estado”Pero más allá de lo ridículo que resulta en ocasiones, es importante comprender que lo único que persiguen los acuerdos entre partidos es la supervivencia de la partitocracia; o sea, de ese “aparato del Estado” en el que, por el que y para el que existen. Y lo más a lo que podemos aspirar es a que sus consensos no nos perjudiquen o incluso nos acarreen beneficios a los ciudadanos como efecto colateral; porque en la mayor parte de las ocasiones el enemigo común que obliga a los partidos a ponerse de acuerdo somos nosotros, la sociedad civil.
Por eso como ciudadanos debemos mantenernos alerta y recelar de cualquier consenso. Y cuantas más personajes y partidos se sumen a él, más alerta aún deberemos estar. Porque aunque llegar a acuerdos pueda ser reflejo de tolerancia y entendimiento, no lo es necesariamente: muchas de las grandes barbaridades cometidas por el hombre se han llevado a cabo alentadas por un consenso.
Muchas de las grandes barbaridades cometidas por el hombre se han llevado a cabo alentadas por un consenso
Miren si no hacia Cataluña. Allí se dan la mano la derechona más rancia y la izquierda más radical. Se forman alianzas y se alcanzan acuerdos que resultarían inconcebibles en cualquier otro punto de nuestra geografía (¿recuerdan el escándalo cuando en Extremadura hubo un gobierno del Partido Popular gracias a la abstención de Izquierda Unida?). A estas alturas no creo que nadie entienda que se deba a una especial capacidad para la negociación o el entendimiento por parte de los políticos catalanes.
Que los partidos en Cataluña puedan superar semejantes diferencias y anteponer a todas ellas el ideal de independencia no demuestra ningún tipo de generosidad ideológica. Más bien lo que evidencia es por un lado que las discrepancias insuperables de los partidos son mero postureo y, sobre todo, el carácter totalitario del independentismo, que establece unos objetivos prioritarios anteriores a cualquier tipo de convicción ideológica o tan siquiera democrática. Los secesionistas actúan al más puro estilo de los regímenes que anteponen destinos de razas, consolidación de revoluciones o movimientos nacionales a todo lo demás.
El mantra del consenso
Cuidado, pues, con el mantra del consenso. Nuestro bien nunca lo motiva. Por no entrar en el carácter antidemocrático del proceder de unos partidos que tienen, supuestamente, unos fundamentos ideológicos determinados y unos programas electorales concretos pacten y acuerden a espaldas de sus votantes saltarse fundamentos y principios según consideren oportuno.Quien hable de perseguir y alcanzar un consenso seguramente se refiera a un cambalache en beneficio suyo y de unos pocos másEntre partidos los acuerdos se alcanzan contra nosotros o en todo caso a pesar de nosotros. Así las cosas, pensémoslo dos veces antes de aplaudir al próximo al quien le llene la boca hablando de perseguir y alcanzar un consenso porque lo más probable es, en realidad, se refiera a un cambalache en beneficio suyo y de unos pocos más.
–
No hay comentarios.:
Publicar un comentario