Nos encontramos en un momento crucial del período histórico que se inició en España con la Transición,
hace ahora cuarenta años. Se ha dicho y repetido que hemos vivido
cuatro décadas cuyo balance es netamente positivo; “una historia de
éxito” ha sido una expresión frecuentemente utilizada por responsables
políticos y por destacados representantes de las élites empresariales y
financieras para describir las cuatro décadas que se iniciaron con el cambio sin apenas traumas del régimen autoritario surgido de la Guerra Civil a una democracia homologable a las del Mundo Occidental.
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Sin embargo, nuestra nación se tambalea sacudida por un golpe de Estado, inconcebible en la Europa de principios del siglo XXI, pero desgraciadamente muy real. Un golpe que, si consigue su objetivo, habrá liquidado nuestra condición de españoles tal como la hemos conocido porque la España que nos ha sido dada por dos mil años de devenir colectivo como una unidad, no siempre política, pero sí geográfica, espiritual y cultural, y por cinco siglos de compartir un Estado soberano, dejará de existir.
Hemos nacido españoles y nos amenazan con despojarnos de este atributo esencial que nos cualifica para formar parte de nuestra civilización, intentan robarnos nuestra identidad como ciudadanos, es decir, como personas libres que conviven en un espacio de igualdad, justicia y dignidad. Claro que los golpistas atacan al Estado de Derecho y vulneran la ley, como nos recuerdan machaconamente los tecnócratas desideologizados que nos gobiernan, pero es que nos agreden de una manera mucho peor, pugnan por privarnos de un patrimonio material, jurídico, histórico y cultural que es de todos para condenarnos a habitar un ente mutilado, sin nombre ni alma, un despojo de la Historia en el que cada día nos veríamos forzados a padecer impotencia y frustración.
Por supuesto, esta hipotética reforma se podría hacer de forma total y radical inaugurando un período constituyente que alumbrase una nueva Constitución, como sucedió en el paso de la IV a la V República Francesa o en nuestra Transición de 1978, o de forma más limitada, como ha sucedido en los sucesivos retoques constitucionales en la República Federal alemana a lo largo de los últimos treinta años.
Frente a nosotros se bifurca en este tiempo clave de nuestra Historia el sendero que recorremos juntos como españoles: una dirección nos lleva a la España unida, potente, competitiva y segura de sí misma que dibujó el Rey Felipe VI en su discurso ante el Foro Económico Mundial en Davos hace tres semanas y la otra a la España dividida, vacilante e irrelevante a la que nos arrastran el separatismo golpista, el populismo demagógico y la tecnocracia aséptica y sin pulso. La elección es nuestra y debemos movilizarnos, cada uno en su ámbito y en su esfera de influencia, para no equivocar el camino.
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Sin embargo, nuestra nación se tambalea sacudida por un golpe de Estado, inconcebible en la Europa de principios del siglo XXI, pero desgraciadamente muy real. Un golpe que, si consigue su objetivo, habrá liquidado nuestra condición de españoles tal como la hemos conocido porque la España que nos ha sido dada por dos mil años de devenir colectivo como una unidad, no siempre política, pero sí geográfica, espiritual y cultural, y por cinco siglos de compartir un Estado soberano, dejará de existir.
Si el golpe consigue su objetivo liquidará nuestra condición de españoles porque la España que nos ha sido dada dejará de existirNuestro despertar del sueño complaciente que nos ha mecido desde 1978 está siendo sin duda doloroso al contemplar entre atónitos y desconcertados cómo la cuádruple crisis que estalló en 2008, financiera, institucional, moral y de unidad nacional, ha alumbrado una catástrofe total, potencialmente irreversible y de carácter irreparable porque no afecta ya a este o aquel aspecto de nuestra vida en común, sino que es existencial.
Hemos nacido españoles y nos amenazan con despojarnos de este atributo esencial que nos cualifica para formar parte de nuestra civilización, intentan robarnos nuestra identidad como ciudadanos, es decir, como personas libres que conviven en un espacio de igualdad, justicia y dignidad. Claro que los golpistas atacan al Estado de Derecho y vulneran la ley, como nos recuerdan machaconamente los tecnócratas desideologizados que nos gobiernan, pero es que nos agreden de una manera mucho peor, pugnan por privarnos de un patrimonio material, jurídico, histórico y cultural que es de todos para condenarnos a habitar un ente mutilado, sin nombre ni alma, un despojo de la Historia en el que cada día nos veríamos forzados a padecer impotencia y frustración.
La crisis se ha ido gestando desde la misma Transición: los actores que la han propiciado, unos por acción y otros por omisión, son perfectamente conocidosEs evidente a estas alturas que la crisis no es fruto de la mala suerte, de acontecimientos imprevisibles o de una conjunción maligna de los astros. Se ha ido gestando desde la misma Transición y los distintos actores que la han propiciado, unos por acción y otros por omisión, son perfectamente conocidos. Un cataclismo de las dimensiones del que nos aflige y del que aún no sabemos la magnitud de los daños que causará, no brota súbitamente una jornada aciaga, es el resultado de un prolongado cúmulo de confusión conceptual, ausencia de moral, errores estratégicos, maniobras oportunistas, corrupción desatada, deficiencias institucionales profundas, prioridades equivocadas, cortoplacismo miope, cobardías patentes, renuncias inauditas, evaporación de convicciones, ignorancia de la Historia y una carencia absoluta de visión de futuro.
El rumbo aconsejable en adelante
Llegados a este punto, procede considerar cuál es el rumbo aconsejable a partir de ahora, cuando el golpe ha sido temporalmente frenado por la aplicación tímida y breve del artículo 155 de la Constitución y por la actuación firme del Rey, del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional. Ciertos cerebros privilegiados han propuesto abrir una negociación con los separatistas ofreciéndoles una mejora de la financiación y una reforma constitucional que les otorgue aún más privilegios liquidando por completo la igualdad entre los españoles. Algo así como curar el alcoholismo regalando un bar al adicto.Abrir una negociación con los separatistas ofreciéndoles una reforma constitucional que les otorgue aún más privilegios, es como curar el alcoholismo regalando un bar al adictoSe ha dicho, y parece razonable, que la forma de prevenir futuras crisis de unidad nacional debería incluir entre las medidas a tomar una reforma sensata de la Constitución, pero en sentido opuesto al que imaginan los profesionales del diálogo y la negociación, método que se ha revelado tan inútil para domesticar a los nacionalistas.
Por supuesto, esta hipotética reforma se podría hacer de forma total y radical inaugurando un período constituyente que alumbrase una nueva Constitución, como sucedió en el paso de la IV a la V República Francesa o en nuestra Transición de 1978, o de forma más limitada, como ha sucedido en los sucesivos retoques constitucionales en la República Federal alemana a lo largo de los últimos treinta años.
Mi propuesta concreta de reforma limitada
Si el camino elegido fuese el de la simple mejora del actual sistema intrínsecamente defectuoso, es evidente que la supresión del término “nacionalidades” en el artículo 2, la garantía del uso de la lengua común en la enseñanza y en las relaciones con la Administración en el artículo 3, la obligación real de democracia interna y de respetar la Constitución para los partidos en el artículo 6, la mención de la condición de EM de la UE en el artículo 9, el carácter punitivo y protector de la sociedad de las penas de prisión en el artículo 25, el uso del español en la enseñanza en el artículo 27, una clara restricción de la capacidad de las Comunidades Autónomas para legislar en el ámbito de derechos y libertades en el artículo 53, la igualdad de sexos en la sucesión de la Corona en el artículo 57, la introducción de un sistema electoral más representativo en el artículo 68, una composición del Senado que lo transforme en una verdadera cámara de representación territorial en el artículo 69, el empleo prioritario de la lengua común en las actuaciones judiciales en el artículo 119, la atribución del recurso de amparo al Tribunal Supremo y no al Tribunal Constitucional (TC) en el artículo 123, un estatuto y una forma de elección del Fiscal General del Estado que asegure su independencia en el artículo 124, el mandato para las Autonomías de ejercer su autogobierno en el marco de la Constitución en el artículo 137, mayorías reforzadas en los parlamentos autonómicos y en el nacional para aprobar reformas estatutarias y exigencias más amplias en cuanto a participación y mayorías en los referéndums de aprobación de reformas estatutarias del artículo 147, una clarificación precisa de las competencias estatales y autonómicas, la mera ejecución en Educación y Sanidad para las Autonomías y competencia estatal en medios humanos y materiales de la Administración de Justicia en los artículos 148 y 149, la supresión del artículo 150.2, una definición del Cupo vasco que impida privilegios financieros en el artículo 158, mayores requisitos en edad y años de ejercicio, así como carácter vitalicio para los magistrados del TC en el artículo 159 y la supresión de la Disposición Transitoria Cuarta relativa a la posible incorporación de Navarra a la Comunidad Autónoma Vasca, contribuirían notablemente a fortalecer nuestra democracia y nuestro Estado de Derecho.Los partidos no están dispuestos a rediseñar el Estado para que sirva a los ciudadanos y no a ellos mismosNo se dan en la actualidad las condiciones para estas reformas, ni la drástica del Artículo 168 ni la parcial del Artículo 167, porque no hay mayoría social ni parlamentaria que las respalde. No hay mayoría social porque la gente ha estado bombardeada durante muchos años con conceptos erróneos, vaciada de los valores que hacen fuerte, próspera y segura a una sociedad, y distraída de lo verdaderamente relevante en favor del entretenimiento fácil y del hedonismo inmediatista. Y no hay mayoría parlamentaria porque los partidos no están dispuestos a rediseñar el Estado para que sirva a los ciudadanos y no a ellos mismos.
Se partió de una premisa falsa: que los nacionalistas y la izquierda no romperían la baraja tras el Pacto de la TransiciónSe partió de una premisa falsa: que los nacionalistas y la izquierda no romperían la baraja tras el Pacto de la Transición en el que se llegó a cuidadosos equilibrios en lo relativo a la forma de Estado, a la cuestión social, a la cuestión militar, a la cuestión religiosa y a la cuestión territorial. Craso error. Ninguno de los dos renunció a sus planes revanchistas, dogmáticos y extremistas, y solamente fingieron, para entregarse a continuación a dinamitar lo pactado. La prueba es que sucesivas concesiones a los nacionalistas no han hecho sino exacerbar su furia separatista y que veintiún años en el Gobierno de la Nación y un enorme poder autonómico y municipal tampoco han conseguido que el Partido Socialista se comporte responsablemente.
Los dos grandes partidos han puesto siempre su interés particular por encima del interés de España, pactado con los nacionalistas concesiones que iban debilitando progresivamente a la NaciónLos dos grandes partidos han puesto siempre su interés particular por encima del interés de España. Han preferido sistemáticamente pactar con los nacionalistas regionales a cambio de concesiones que iban debilitando progresivamente a la Nación antes que cerrar filas para defenderla. El desastre actual es la consecuencia inevitable de este comportamiento egoísta y despreciable.
Un golpe preparado con mucha antelación
El golpe de Estado que el Gobierno de la Generalitat y la mayoría del Parlamento de Cataluña están perpetrando no es un episodio súbito, un ataque repentino de furor secesionista inesperado e imprevisible, es la culminación de un proceso que se ha extendido a lo largo de treinta y siete años, desde el inicio de la Autonomía en 1980.La preparación del golpe separatista ha sido larga, perfectamente planificada y dosificada: “gradualismo” para expulsar la idea de España de CataluñaLa preparación ha sido larga, perfectamente planificada y dosificada. En las escuelas, en los medios de comunicación, en la política lingüística y cultural, mediante la falsificación de la Historia y la invención de agravios inexistentes. Jordi Pujol acuñó una expresión muy reveladora para describir su técnica de expulsión de la idea de España y del Estado español de Cataluña. La llamó “gradualismo”, es decir, ir dando numerosos pasos para adquirir más competencias y recursos y para que el Estado fuera perdiendo capacidad de acción a lo largo de un tiempo lo bastante dilatado, de tal manera que cada uno de ellos pareciese asumible. La suma final de todos ellos ha sido, como estamos viendo, un intento de golpe de Estado para separar a Cataluña del resto de España.
Diagnóstico muy pesimista a corto plazo
Mi diagnóstico es muy pesimista a corto plazo y ligeramente optimista a medio y largo porque después del trauma que hemos sufrido y de lo que nos espera todavía las próximas semanas, España, que es una Nación muy antigua, aún alberga sectores potencialmente vigorosos que si conseguimos que despierten y se movilicen, hallará la energía y el coraje para salir del hoyo en el que la han metido unos políticos cuya talla es muy inferior a la de su país. Otras veces ha sucedido así a lo largo de nuestra Historia.España necesita una transformación de la mentalidad de los españoles, una revisión de su ethos colectivo que la libere del nihilismo y del relativismoEspaña necesita reformas, sin duda, y reformas profundas, en su ordenamiento básico, en su modelo productivo, en su sistema educativo, en su organización territorial, pero necesita, si desea seguir existiendo, una transformación sanadora de la mentalidad de los españoles, una revisión radical de su ethos colectivo, un tratamiento de choque que la libere del nihilismo y del relativismo que han envenenado su cuerpo y han vaciado su alma hasta sumirla en su presente agonía. Mientras una gran parte de nuestra sociedad crea que democracia es sinónimo de regla de la mayoría y que por mayoría se pueden decidir las peores aberraciones, como si no existieran bienes intangibles y valores morales que son pre-políticos, España como ente soberano reconocible y como marco de nuestra convivencia pacífica, democrática y segura, estará en peligro permanente de disolución.
Frente a nosotros se bifurca en este tiempo clave de nuestra Historia el sendero que recorremos juntos como españoles: una dirección nos lleva a la España unida, potente, competitiva y segura de sí misma que dibujó el Rey Felipe VI en su discurso ante el Foro Económico Mundial en Davos hace tres semanas y la otra a la España dividida, vacilante e irrelevante a la que nos arrastran el separatismo golpista, el populismo demagógico y la tecnocracia aséptica y sin pulso. La elección es nuestra y debemos movilizarnos, cada uno en su ámbito y en su esfera de influencia, para no equivocar el camino.
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