domingo, 25 de marzo de 2018

Los héroes... siempre han existido


disidentia.com

Los héroes... siempre han existido

 

María Teresa González Cortés

Hay individuos que afrontan los reveses que la vida trae consigo a través de la planificación de la muerte propia. Esto fue lo que movió a Stephan Lux cuando entró en la Sociedad de Naciones un 3 de julio de 1936. Y tras el discurso del delegado español Sr. Barcia, Stephan Lux se levanta frente a un auditorio de políticos. Su intención era dar a conocer las derivas del nazismo, en concreto, los inicios del genocidio judío. Y para que su testimonio pudiera abrir los ojos a la comunidad internacional Stephan Lux decide delante de todos los representantes de las delegaciones en la sede de Sociedad de Naciones dispararse a sí mismo en el pecho, en señal de protesta.
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Los héroes... siempre han existido
Stephan Lux creyó que el hecho de cortar el hilo de su vida le permitiría servir a una causa noble. Imaginaba que con su conducta iba a lograr un cambio drástico en la sucesión de acontecimientos. Nada más lejos. Aunque el ideal de este periodista de origen checo era crear un bloque internacional “unido contra los nazis”, su testamento no logró influir en el rumbo de la Sociedad de Naciones. Lux jamás contó con la impasividad de esta organización política que “no” intervendría en contra del régimen asesino de Hitler, a pesar de que Lux llevaba en su maletín cartas dirigidas al Secretario General de la Sociedad de Naciones.

El infierno de los campos

Como Lux predijo, las matanzas comenzarían. Y en los campos de concentración prevalecería una regla, inicua, que rezaba “por cada persona fugada diez serán asesinadas”. Esta medida bestial se puso en marcha a finales de julio de 1941. Uno de los elegidos en esta macabra feria del disparate fue Franciszek Galowniczek. Al tener conocimiento de la sentencia, imploraba y decía: “Dios mío, tengo esposa e hijos. ¿Quién los va a cuidar?”
El sacerdote polaco Maximiliano Kolbe convenció a las autoridades de Auschwitz para morir en lugar de Galowniczek, un hombre casado y con hijos
Las muestras de desesperanza de este militar llegaron a oídos de Kolbe, que convence a las autoridades de Auschwitz para ponerse en lugar de Galowniczek. Decir “grandeza” no es exageración cuando Kolbe acepta morir llevando a la práctica la enseñanza de San Juan de “nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”. Así que, realizado el trueque, el sacerdote polaco Maximiliano María Kolbe (1894-1941) sería sentenciado a morir de hambre. Y durante tres semanas malvivió entre la extenuación y la agonía hasta que un 14 de agosto le inyectaron el letal fenol.

Héroes que salvaron a judíos

Mientras colaboracionistas italianos y seguidores del Gobierno francés de Vichy ayudaban a los nazis, el alcalde de Túnez Al Sakdat se afanó por ocultar a los judíos hasta que las tropas aliadas los liberaron. Y si el Gran Muftí en Palestina, el musulmán Haj Amin al-Husseini, era ardiente seguidor de la causa nazi –en Berlín la bandera palestina fue la única que ondeó al lado de la del Reich-, el regente de la Gran Mezquita de París, Kaddur Benghabrit, fue contrario al antisemitismo visceral de al-Husseini y proporcionaría identidad musulmana a los detenidos y deportados judíos.
En el este de Europa sobresaldría también, de modo igualmente heroico, el español Ángel Sanz Briz (1910-1980). Este zaragozano, con la ayuda de su amigo italiano Giorgio Perlasca, que más tarde le suplantaría la identidad y sustituiría en el cargo, se opuso a la persecución fratricida. Y siguiendo el modelo de su antecesor en Budapest, Miguel Ángel de Muguiro, y los pasos del funcionario de la Embajada española en Berlín Fernando Oliván, en 1944 Sanz Briz dispuso su ingenio para generar documentos falsos y saltarse las leyes nazis vigentes.
El diplomático español Ángel Sanz Briz generó multitud de documentos falsos para salvar a miles de judíos en Hungría
Este diplomático español en Hungría no solo creó casas “asilo” en las que mantener con vida a los judíos, sino que además, y bajo el mismísimo régimen de Franco, proporcionaba, rescatando la letra del Real Decreto de 1924 del entonces General Primo de Rivera, pasaportes españoles a los judíos que alegaban origen sefardí, es decir, español. En esta red clandestina perfectamente tejida para sacar de los pogromos a hombres, niños y mujeres, Sanz Briz consiguió salvar a más de 5.200 judíos.

El caso de Irena Sendler

Los héroes claro que existen. Los ha habido en todas las épocas. Incluso en aquellas en las que parece no haber ventanas por donde entrar la luz. De hecho, cerca del horror de los guetos, hubo individuos que realizaron una labor callada pero efectiva, altamente ejemplar aunque anónima. Tal fue el caso de Irena Sendler (1910-2008). La proeza de esta mujer no es baladí, pues de los tres millones y medio de judíos polacos solo llegaron a sobrevivir 70.000. Y de esos setenta mil supervivientes 2.500 fueron, gracias a la acción de Sendler, librados de la guadaña de la muerte.
Irena Sendler sacar del gueto a 2.500 niños judíos después de haber falseado sus nombres y escondido su verdadera identidad

A diferencia del final trágico que reservaron a la antinazi Sophia Magdalena Scholl, Irena pudo escapar con vida del cautiverio al que le sometió la Gestapo. Y pese a las palizas y fracturas de huesos sufridas a raíz de su detención acaecida el 20 de octubre de 1943, esta asistente social nada dijo durante su encierro. Nunca empleó el camino de la delación. ¿Su crimen? Haber convencido a madres y abuelas de que sus hijos y nietos podrían mantenerse con vida lejos del destino que les imponían los Gilles de Rais nazis. Su no delito residió en oponerse a lo inhumano. Y sacar del gueto a 2.500 niños judíos después de haber falseado sus nombres y escondido su verdadera identidad en minúsculos trozos de papel guardados en tarros de cristal, sepultados a su vez bajo el árbol mítico de la Vida, el manzano.
En cualquier caso, ya lo dijo Miguel de Unamuno en El sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos (1912), “ni el sentimiento logra hacer del consuelo una verdad ni la razón logra hacer de la verdad un consuelo”. Cito la observación unamuniana porque Irena Sendler, esta mujer polaca, descubierta en 1999 por unos escolares de Kansas, siempre brilló con luz propia. Y siendo casi centenaria apenas había hablado al mundo de sus hazañas. Solo a un año de morir, en 2007, Irena sería propuesta para el Premio Nobel de la Paz, galardón que conquistaría Al Gore, un político tan de moda como bien pagado de sí mismo.

El valiente Vasili Arkhipov

La lista de gentes de bien resulta interminable. E invisible para nosotros en la mayoría de las ocasiones. Igual que los frailes trinitarios rescataban a presos en cárceles africanas –fue el caso de Miguel de Cervantes en Argelia-, el monje suizo Jens Petzold ha logrado salvar a 200 personas de los hierros y prisiones de ISIS. Y si me lo permiten ahora, acabaré estas líneas no sin antes rescatar la figura de un oficial naval que impidió el estallido de la IIIª Guerra Mundial. Y salvó a la especie humana de morir bajo los efectos radioactivos de la conflagración nuclear.
El marino ruso Vasili Arkhipov convenció a su capitán para no disparar un torpedo nuclear que hubiera originado la Tercera Guerra Mundial
En aquella crisis cubana de los misiles que duró trece interminables días, un buque de guerra norteamericano descubrió la presencia de un submarino nuclear soviético, un B-59, cercano a las aguas de Cuba. Al ver que era hostigado con cargas de profundidad, el oficial al mando del submarino soviético dio la orden de preparar un torpedo nuclear para su disparo inminente. “Vamos a reventarlos ya. Nosotros moriremos, pero hundiremos a todos. No deshonraremos a nuestra armada”, exclamaba el capitán Valentín Grigórievich Savitsky.
Fue la intervención del marino Vasili Arkhipov (1926-1998) lo que permitió dar fin a esta locura. Con frialdad, Arkhipov expuso al primer oficial que no había instrucciones beligerantes en tal dirección procedentes de Moscú. Y no solo eso. Manteniendo la calma en una situación tan difícil como tensa logró convencer a su capitán de no iniciar el fuego nuclear. Esto sucedía a las cinco de la tarde de un 27 de octubre del año 1962.


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