Como hemos podido ver en los últimos tiempos, la generación y el uso del lenguaje no son hechos inocentes.
Cada palabra que se crea y se establece encierra un contenido y un
sentido culturales y, más aún, políticos. Importa lo que se dice pero,
cada vez más, cómo se dice.
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Existen dos términos profundamente vinculados entre sí, que en esta insufrible posmodernidad suelen utilizarse de manera frívola e irresponsable cuando no son directamente abolidos del lenguaje. Nos referimos a “masoquismo” y “sadismo”. Es probable que los jóvenes de hoy, animosamente ágrafos, desconozcan que el primero de ellos proviene de la segunda parte del apellido portado por el legendario caballero (ritter, un título de nobleza muy utilizado durante el Imperio Austrohúngaro) aristócrata, escritor y periodista austríaco Leopold Von Sacher-Masoch (1836-1895).
La fantástica historia del malogrado Severin von Kusiemski, quien voluntariamente se entrega a la esclavitud psicológica y sexual en manos de la encantadora Wanda von Dunajew, es mucho más que literatura erótica. Es una profunda reflexión sobre las relaciones humanas que supuso, en su época, un gancho al hígado de una sociedad hipócrita y represiva.
Como subproducto derivado, podemos mencionar la sobrevalorada trilogía pergeñada por la autora británica E.L. James con el título de Las sombras de Grey, que fue llevada al cine en tres oportunidades: una suerte de Sacher-Masoch con bajas calorías y para todo público.
Vale tener en cuenta que la inmensa mayoría de estas adaptaciones se aparta del espíritu original de la novela (que es mucho más que un producto lascivo) y aprovechan la obra de Sacher-Masoch para fabricar pastiches eróticos o directamente porno soft. En el caso de Jesús Franco, lo que hubo fue una apropiación descarada del título por motivos comerciales.
Donatien Alphonse François (1740-1815), que tal era su nombre, fue uno de los escritores e intelectuales más incomprendidos y peor utilizados de la Historia Universal. Aristócrata proveniente de una familia de rancia alcurnia (cuyos integrantes masculinos utilizaban, indistintamente, el título de conde o marqués), Sade no dejó indiferente a nadie y ofendió a todos.
La principal dificultad para afrontar la obra de Sade radica en que gran parte de sus textos más conocidos contienen descripciones extremas de actos sexuales y depravaciones. Este exceso (marca de fábrica del Marqués) atenta contra el análisis objetivo de su mensaje político, que siempre está. Como muestra, basta con la lectura atenta del panfleto ¡Franceses, un esfuerzo más si queréis ser republicanos! (¡Français, encore un effort si vous voulez être républicains!) que el autor esconde entre las páginas de La filosofía en el tocador (La Philosophie dans le boudoir, 1795), obra que describe la corrupción de una joven adolescente por parte de un grupo de “preceptores morales” contratados por su propio padre.
Como dato de color, recuerdo que, en la casa de mi infancia, existía un ejemplar del libro cuidadosamente forrado con papel de periódico. Una lectura, para mis catorce o quince años, ciertamente perturbadora.
En otra de sus obras clásicas, Los 120 días de Sodoma (Les 120 journées de Sodome), los representantes de los cuatro estamentos más poderosos de la Francia de Luis XIV, un aristócrata, un eclesiástico, un banquero y un juez, deciden encerrarse en un castillo para dar rienda suelta a sus más bajos instintos utilizando, para tal fin, a un grupo de jóvenes cuidadosamente elegidos.
Si el sexo explícito perjudicaba el estudio de la obra de Sacher-Masoch, en el caso de Sade supone un prejuicio fundamental. Sus escritos fueron utilizados en innumerables títulos del cine erótico de mala calidad o en la pornografía más industrial. Como dato insólito y en el paroxismo de su simbolismo como “autor maldito”, Peter Cushing y Christopher Lee protagonizaron una película, basada en un relato de Robert Bloch, el autor de Psicosis, en la que el cráneo desenterrado del Marqués juega un papel decisivo como influencia maligna, La maldición de la calavera (“The skull”, Freddie Francis, 1965).
Dramaturgos como Peter Weiss (Marat-Sade, 1964) y cineastas como Pier Paolo Pasolini (Salò o le 120 giornate di Sodoma, 1975, que sitúa la acción en las postrimerías de la Italia Fascista) se inspiraron en la figura del aristócrata para crear obras que ya son legendarias.
Más hacia nuestros días, en el año 2000, Philip Kaufman revalorizó la figura del Marqués, llevando al cine la obra teatral de Doug Wright que narra la vida de Sade en prisión. Con el título de Quills (“Plumas”), fue un éxito de crítica y le valió al gran Geoffrey Rush la candidatura al Oscar por su interpretación del aristócrata maldito.
Frente a la apropiación interesada de todos los intelectuales de fuste por parte de los mass media aniquiladores del pensamiento, sólo nos queda volver a las fuentes en un diálogo que nos enriquezca y nos ayude a combatir la mediocridad imperante. Ellos nos esperan en cualquier biblioteca.
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Existen dos términos profundamente vinculados entre sí, que en esta insufrible posmodernidad suelen utilizarse de manera frívola e irresponsable cuando no son directamente abolidos del lenguaje. Nos referimos a “masoquismo” y “sadismo”. Es probable que los jóvenes de hoy, animosamente ágrafos, desconozcan que el primero de ellos proviene de la segunda parte del apellido portado por el legendario caballero (ritter, un título de nobleza muy utilizado durante el Imperio Austrohúngaro) aristócrata, escritor y periodista austríaco Leopold Von Sacher-Masoch (1836-1895).
El hombre que elige sufrir
Sacher-Masoch, admirado por novelistas de la talla de Émile Zola o Víctor Hugo, fue relativamente famoso durante su vida como el pensador socialista utópico y humanista que fue: postura ideológica privilegiada que, dicho sea de paso, sólo algunos nobles podían permitirse. Como un fenómeno que se repite, la inmensa mayoría de los revolucionarios iconoclastas provienen, como no puede ser de otra manera, de las clases acomodadas y/o ilustradas de la sociedad. Aquellas que, como los protagonistas burgueses de las películas de Woody Allen, pueden darse el lujo de reflexionar sobre los dramas existenciales al tener sus necesidades básicas satisfechas; como muestra, podemos recordar los casos de Saint-Simon, Marx, Lenin o El Che Guevara.Fue el escritor Leopold Von Sacher-Masoch quien dio origen el término “masoquismo” en su obra “La Venus de las Pieles”Volviendo a Sacher-Masoch, la obra literaria que generó el término masoquismo fue La venus de las pieles (Venus im Pelz, 1869/70), que formaba parte de un conjunto de relatos más amplio agrupados en ejes temáticos (Amor, Propiedad, Estado, Guerra, Trabajo y Muerte). Su título era El legado de Caín (Das Vermächtnis Kains) y quedó inconcluso con su muerte.
La fantástica historia del malogrado Severin von Kusiemski, quien voluntariamente se entrega a la esclavitud psicológica y sexual en manos de la encantadora Wanda von Dunajew, es mucho más que literatura erótica. Es una profunda reflexión sobre las relaciones humanas que supuso, en su época, un gancho al hígado de una sociedad hipócrita y represiva.
A diferencia del sufrimiento postulado por las religiones, que tendrá recompensa, en la novela de Sacher-Masoch el padecimiento es el premio en sí mismoEn un contexto histórico de pretendida emancipación de los seres humanos, Sacher-Masoch describía a alguien que, voluntariamente, prefería someterse, en aras del placer. Por dar un ejemplo claro: a diferencia del sufrimiento postulado por las distintas religiones (que tendrá recompensa), en el caso descrito el gozoso padecimiento es el premio en sí mismo. Un concepto no apto para almas cándidas y espíritus tradicionales.
Masoquismo en el cine
La Venus de las pieles fue llevada al teatro por el dramaturgo estadounidense David Ives, quien la situó en Estados Unidos y en la actualidad. Esta versión fue utilizada por el gran Roman Polanski para filmar su estimable película Venus de las pieles de 2013. No fue el primer cineasta en hacerlo: ya lo habían intentado Joe Marzano en 1967; Massimo Dallamano en 1969; nuestro recordado Jesús Franco, también en 1969; Monika Treut en 1985 (con un novedoso punto de vista lésbico) y los realizadores holandeses Maartje Seyferth y Victor Nieuwenhuijs en 1995.Como subproducto derivado, podemos mencionar la sobrevalorada trilogía pergeñada por la autora británica E.L. James con el título de Las sombras de Grey, que fue llevada al cine en tres oportunidades: una suerte de Sacher-Masoch con bajas calorías y para todo público.
Vale tener en cuenta que la inmensa mayoría de estas adaptaciones se aparta del espíritu original de la novela (que es mucho más que un producto lascivo) y aprovechan la obra de Sacher-Masoch para fabricar pastiches eróticos o directamente porno soft. En el caso de Jesús Franco, lo que hubo fue una apropiación descarada del título por motivos comerciales.
Hoy día, la novela de Sacher-Masoch, “La venus de las pieles” es fácilmente adquirible al estar ya en dominio públicoHoy en día y subestimada su potencia, la novela de Sacher-Masoch es fácilmente adquirible al estar ya en dominio público. Existen versiones publicadas por diversas editoriales (gigantes o independientes) como Planeta, Tusquets o Valdemar y puede descargarse su texto de Internet.
El divino Marqués
La etimología de la segunda de las palabras a las que hacíamos referencia al principio del texto es, quizá, más conocida. Todos hemos oído hablar del Marqués de Sade, involuntario “padre semántico” del sadismo.Donatien Alphonse François (1740-1815), que tal era su nombre, fue uno de los escritores e intelectuales más incomprendidos y peor utilizados de la Historia Universal. Aristócrata proveniente de una familia de rancia alcurnia (cuyos integrantes masculinos utilizaban, indistintamente, el título de conde o marqués), Sade no dejó indiferente a nadie y ofendió a todos.
El Marqués de Sade no dejó indiferente a nadie en su época, ofendió a todos, su vida estuvo plagada de escándalos y fue encarcelado en numerosas ocasionesEncarcelado durante el Antiguo Régimen, la Revolución Francesa (estaba en la Bastilla durante la toma de 1789) y bajo el imperio de Napoleón, pasó décadas en diversas instituciones, ya sea como demente, delincuente u ofensor de la moral pública. Su biografía, plagada de escándalos y acontecimientos públicos, excedería por mucho la extensión de estas páginas.
La principal dificultad para afrontar la obra de Sade radica en que gran parte de sus textos más conocidos contienen descripciones extremas de actos sexuales y depravaciones. Este exceso (marca de fábrica del Marqués) atenta contra el análisis objetivo de su mensaje político, que siempre está. Como muestra, basta con la lectura atenta del panfleto ¡Franceses, un esfuerzo más si queréis ser republicanos! (¡Français, encore un effort si vous voulez être républicains!) que el autor esconde entre las páginas de La filosofía en el tocador (La Philosophie dans le boudoir, 1795), obra que describe la corrupción de una joven adolescente por parte de un grupo de “preceptores morales” contratados por su propio padre.
Como dato de color, recuerdo que, en la casa de mi infancia, existía un ejemplar del libro cuidadosamente forrado con papel de periódico. Una lectura, para mis catorce o quince años, ciertamente perturbadora.
En otra de sus obras clásicas, Los 120 días de Sodoma (Les 120 journées de Sodome), los representantes de los cuatro estamentos más poderosos de la Francia de Luis XIV, un aristócrata, un eclesiástico, un banquero y un juez, deciden encerrarse en un castillo para dar rienda suelta a sus más bajos instintos utilizando, para tal fin, a un grupo de jóvenes cuidadosamente elegidos.
Si el sexo explícito perjudicaba el estudio de la obra de Sacher-Masoch, en el caso de Sade supone un prejuicio fundamental. Sus escritos fueron utilizados en innumerables títulos del cine erótico de mala calidad o en la pornografía más industrial. Como dato insólito y en el paroxismo de su simbolismo como “autor maldito”, Peter Cushing y Christopher Lee protagonizaron una película, basada en un relato de Robert Bloch, el autor de Psicosis, en la que el cráneo desenterrado del Marqués juega un papel decisivo como influencia maligna, La maldición de la calavera (“The skull”, Freddie Francis, 1965).
El rescate de Sade
Sin embargo, la obra de Sade y su obstinada apuesta por la libertad individual llevada al extremo fueron rescatadas por autores como Guillaume Apollinaire (él mismo, una especie de Sade de principios del siglo XX), André Breton o el propio Gustave Flaubert. El gran Georges Bataille escribió un interesante estudio preliminar e introductorio a La filosofía en el tocador; también analizó extensamente la obra del Marqués.Dramaturgos como Peter Weiss (Marat-Sade, 1964) y cineastas como Pier Paolo Pasolini (Salò o le 120 giornate di Sodoma, 1975, que sitúa la acción en las postrimerías de la Italia Fascista) se inspiraron en la figura del aristócrata para crear obras que ya son legendarias.
Más hacia nuestros días, en el año 2000, Philip Kaufman revalorizó la figura del Marqués, llevando al cine la obra teatral de Doug Wright que narra la vida de Sade en prisión. Con el título de Quills (“Plumas”), fue un éxito de crítica y le valió al gran Geoffrey Rush la candidatura al Oscar por su interpretación del aristócrata maldito.
Son dos autores que tuvieron el coraje de cuestionar las bases de la sociedad en épocas en las que se arriesgaban a la cárcel, la pérdida de la fortuna o la muerteEn definitiva: hablamos de autores e intelectuales que tuvieron el coraje de cuestionar las bases de la sociedad en la que vivieron, incluso en épocas en las que eso conllevaba la cárcel, la pérdida de la fortuna o, peor aún, la muerte.
Frente a la apropiación interesada de todos los intelectuales de fuste por parte de los mass media aniquiladores del pensamiento, sólo nos queda volver a las fuentes en un diálogo que nos enriquezca y nos ayude a combatir la mediocridad imperante. Ellos nos esperan en cualquier biblioteca.
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