lunes, 20 de agosto de 2018

Marx y la cuestión del programa: la dictadura del proletariado


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Marx y la cuestión del programa: la dictadura del proletariado


El filósofo griego Platón, comentando sobre el discurso dialéctico, dice que este “precisa ser construido como un organismo vivo, con un cuerpo que le sea propio, de forma que no se presente sin cabeza ni pies sino con partes bien definidas y articuladas entre sí y con el todo” (PLATÓN, 1975, p. 155).
Por Gustavo Machado
Así, si en el curso del siglo XX muchos procuraron arrancar los pies de la obra y la vida de Marx, amputando su actividad partidaria y organizativa, otros procuraron arrancar también su cabeza, soterrando el programa que rigió toda su elaboración y actividad política. En particular, se buscó arrancar fuera el núcleo central de ese programa: la toma del poder por el proletariado y la construcción de la dictadura del proletariado.
Un partido sin programa es como un ciego en un tiroteo, que no sabe para dónde ir. De la misma forma, un programa que no tenga un partido para disputarlo en el interior del movimiento de los trabajadores, es solo tinta impresa en un papel.
En este artículo indicaremos algunos momentos centrales de la larga actividad de elaboración programática de Marx. Se trata de momentos de su pensamiento que fueron, en su mayor parte, olvidados o distorsionados con la intención de volverlo un mero teórico de la economía o de la sociedad, alejado de toda y cualquier actividad organizativa y revolucionaria.
El movimiento real y una docena de programas
No es, por lo tanto, sin razón que una de las frases más conocidas de Marx sobre la cuestión del programa sea un fragmento de su carta a Wilhelm Bracke, donde se lee: “Cada paso del movimiento real es más importante que una docena de programas” (MARX, 2012, p. 20). Para tener una idea, esa frase está en la tapa de la edición brasileña de ese escrito, publicada por la Boitempo Editorial. Sacada de su contexto, tal citación se asemeja a la máxima del socialdemócrata alemán Bernstein: “El movimiento es todo; la meta final, nada”. Fue con ese criterio que la Socialdemocracia alemana consolidó su camino rumbo al reformismo, autonomizando el movimiento, las tácticas, la actuación política institucional, y relegando la estrategia para el día del juicio final.
Lo que no se divulga es toda la carta de la que la citación de Marx mostrada arriba fue extraída. Esta aparece en el contexto de la fusión entre dos partidos, que originó la Socialdemocracia alemana en 1875. El primer partido era orientado por la concepciones de Marx, los eisenachianos, y el segundo por Ferdinand Lassalle[1].
Esta frase, todavía, cuando considerada de forma aislada, falsifica de forma grosera las posiciones de Marx. En realidad, él dice en la misma carta que aun cuando tal unificación fuese deseable en una perspectiva general, “se engaña quien cree que esa victoria momentánea no costó demasiado cara” (MARX, 2012, p. 20). ¿Por qué la unificación costó demasiado cara? Justamente en función del programa aprobado en el congreso de fusión: el Programa de Gotha.
Según Marx, “nos distanciamos totalmente de ese programa de principios y no tenemos nada que ver con él”. Programa “que, como estoy convencido, es absolutamente nefasto y desmoralizador para el partido”. Defiende que debería haber “sido previamente aclarado que no habría ninguna jugarreta de principios”. Lejos de haber defendido la unificación en los términos del programa de Gotha, Marx dice que sería mejor “haber firmado un acuerdo para la acción contra el enemigo común”, posibilitando que un “programa pueda ser preparado por una larga actividad común” (MARX, 2012, p. 20).
Como se ve, la posición de Marx es clara y no deja margen para cualquier ambigüedad. Él se opuso a la unificación entre el Partido de Eisenach, al cual estaba ligado, y el partido de Lassalle en los términos del Programa de Gotha. Antes de llevar a cabo tal unificación sobre una base programática rebajada sería más adecuado firmar un acuerdo común para la acción, preservando la organizativa y programática de cada uno de los partidos. Tal acuerdo posibilitaría la construcción de otro programa en el futuro. Programa ese que no debería tener ninguna “jugarreta de principios”. En resumen, si es verdad que “cada paso del movimiento real es más importante que una docena de programas”, tal frase no permite, de modo alguno, concluir que la recíproca es verdadera: que el programa es irrelevante para dar un paso en el movimiento real.
De hecho, esa unificación, con bases programáticas frágiles, costó demasiado caro, como previó Marx. Es muy probable que en ese momento fundacional, marcado por una abierta batalla programática de Marx, se encuentren los gérmenes de la futura degeneración del partido alemán, que se tornó vanguardia del reformismo en nivel mundial. Ese movimiento se ancló en las posiciones de Lassalle, pero, también, en un Marx sin programa, sin cabeza: acéfalo; cuyos pies conducen hacia cualquier dirección.
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En verdad, la necesidad de establecer una organización sobre bases programáticas correctas se hace presente en toda la actividad política de Marx. No sin razón, aún en 1848, él solo aceptó entrar en la Liga de los Comunistas con la aceptación del programa que propuso; fue cuando escribió el Manifiesto Comunista. Los dos estatutos de la Liga comenzaban por enunciar el programa e imponer como condición de pertenencia a la organización, la adhesión de todos sus miembros a él. Pero, ¿en qué consiste tal programa? ¿Cuál es su verdadero contenido específico?
Entre una política revolucionaria y una política institucional
El olvido de la larga trayectoria de elaboración programática de Marx y su fundamentación científica en el estudio del funcionamiento de la sociedad capitalista coincide con la tentativa de transformarlo en un mero científico social, filósofo o economista, separado de su actividad esencial: revolucionaria y socialista. Se llegó al punto de afirmar que Marx rechazaba no solo un programa sino la actuación política. Veamos cómo ese Marx acéfalo fue construido.
Realmente, en 1844, en el contexto de la insurrección de los tejedores de la Silesia, Marx escribe un artículo en el que ironiza las posiciones de su antiguo colaborador, Arnold Ruge, según el cual el límite fundamental de los tejedores insurrectos es que se trataba de una “revolución social sin alma política”. Ruge autonomiza la acción política, planteándola como base y fundamento que determina toda la sociedad. Marx responde que “toda revolución disuelve la vieja sociedad; en este sentido es social. Toda revolución derrumba el viejo poder; en este sentido es política”. No obstante, como ninguna acción política sobrevuela en el aire despegada de su base social, Marx predica en sentido opuesto, “una revolución política con un alma social” (MARX, 1995, p. 21).
Incluso en el texto indicado arriba, nunca se trató de relegar para segundo plano la actividad política, sino de fundamentarla en un programa fuertemente asentado en las necesidades sociales y no lo contrario, por eso, se trata de una “revolución política con alma social”.
Tanto es así que, tres años después, en Miseria de la Filosofía, escrito dirigido al programa reformista del entonces influyente socialista Proudhon, Marx explica que la sociedad está basada en los antagonismos y la explotación de clase. Ocurre que “la lucha de clase contra clase es una lucha política”. De ahí se desprende que solamente en un “orden de cosas en el cual ya no haya clases y antagonismo de clases, que las evoluciones socialesdejarán de ser revoluciones políticas”. Hasta allá, concluye Marx, citando a George Sand: “El combate o la muerte: la lucha sanguinaria o la nada” (MARX, 1976, pp. 165-166).
En esos años, Marx abandona la fórmula abstracta de la “emancipación humana”, sustituyéndola por la forma más determinada y directamente ligada al análisis de la dinámica interna de la sociedad capitalista: “la emancipación de la clase trabajadora”. Este análisis conduce al objetivo central del movimiento de los trabajadores mientras perdure la sociedad capitalista en nivel mundial: la toma organizada del poder, la destrucción del Estado burgués. Es exactamente ese aspecto el que es enunciado por la AIT en las Resoluciones del congreso general de La Haya en 1872, también escritas por Marx, así como varios otros documentos.
La combinación de fuerzas que la clase trabajadora ya efectuó por sus luchas económicas debe, al mismo tiempo, servir de palanca para sus luchas contra el poder político de sus explotadores.
[…] La conquista del poder político se volvió, por lo tanto, el gran deber de la clase trabajadora (MARX, 1992, p. 79).
He aquí la finalidad programática que debe regir todo el programa de un partido revolucionario: la toma del poder por el proletariado. No obstante, ¿con qué finalidad el proletariado debe tomar el poder? Ora, es solamente después del Manifiesto y de la experiencia de las revoluciones de 1848 que Marx concluye que no es suficiente la toma del poder por los trabajadores y su respectivo aparato estatal. Es necesario destruir el Estado burgués y construir la dictadura del proletariado.
La necesidad de la dictadura del proletariado
Hacia mediados de 1850, la Liga de los Comunistas buscó unificarse con otro grupo, dando origen a la “Sociedad Universal de los Comunistas Revolucionarios”. Esta asociación acabó siendo disuelta en función del fraccionamiento en la Liga. De cualquier forma, el estatuto de esa nueva organización, escrito y firmado por Marx, iniciaba con el siguiente texto:
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El objetivo de la asociación es el derrumbe de todas las clases privilegiadas, la sumisión de esas clases a la dictadura del proletariado, tornando la revolución permanente hasta la realización del comunismo, que será la forma final de la constitución de la comunidad humana (MARX, 1978, P. 614, destacado nuestro).
Que sea de nuestro conocimiento, ese es el primer programa firmado por Marx en que la dictadura del proletariado aparece explícitamente como finalidad inmediata de un partido revolucionario. Poco tiempo antes, el tema es desarrollado con más detalles en un artículo de la Nueva Gazeta Renana – Revista, posteriormente publicado por Engels con el título La lucha de clases en Francia. En ese fragmento se lee:
Ese socialismo es la declaración de permanencia de la revolución, la dictadura clasista del proletariado como punto de transición necesario para la abolición de todas las diferencias de clase, para la abolición de la totalidad de las relaciones de producción en que están basadas, para la abolición de la totalidad de las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones de producción, para la convulsión de la totalidad de las ideas que se originan de esas relaciones sociales (MARX, 2012b, p. 138).
Esta elaboración de Marx tuvo gran repercusión entre los círculos socialistas europeos. Tanto es así que el 1 de enero de 1852, el periódico Turn-Zeitung, editado por emigrantes socialistas alemanes en Estados Unidos, publicó un artículo de Joseph Weydemeyer denominado justamente: “Sobre la dictadura del proletariado”, escrito bajo la influencia directa de la obra de Marx. Pero esa idea también recibió críticas enseguida que fue lanzada al público.
Muchos cuestionaron: si el objetivo final del programa propuesto por Marx es la abolición de la sociedad capitalista y de las clases sociales que le corresponden, poniendo fin, simultáneamente, a la política, al Estado y todos los demás medios de dominación de una clase sobre la otra, ¿cuál es el motivo de construir otro Estado: la dictadura del proletariado? Se contraponía, así, la dictadura del proletariado y la abolición del Estado.
La cuestión se hace clara en la respuesta del propio Marx a uno de sus críticos. Se trata de Otto Liming, editor del periódico Neue Deutsche Zeiting. Este escribió en su periódico una reseña crítica de los artículos de Marx sobre las luchas de clases en Francia que tenían como blanco principal exactamente la noción de dictadura del proletariado. Marx escribió una respuesta a Liming en la que dice: “En el artículo de su periódico … usted me censuró por defender el gobierno y la dictadura de la clase trabajadora, mientras usted propone, en oposición a mí, la abolición de las distinciones de clase en general. Yo no entiendo esa corrección”. Marx se defiende citando el fragmento de su propio artículo, blanco de la presente crítica, donde se ve lo absurdo de tal contraposición: “Este socialismo (esto es, el comunismo) es la declaración de la permanencia de la revolución, la dictadura de clase del proletariado como el punto de tránsito necesario para la abolición de las distinciones de clase en general” (MARX, 1978b, p. 387, destacado nuestro).
Entonces, como demuestran todas las citaciones de Marx que mencionamos arriba, la contraposición entre la dictadura del proletariado y la abolición del Estado es falsa de la cabeza a los pies. Desde un punto de vista más general, la dictadura del proletariado es solo un medio para que se alcance el fin de todas las clases sociales y de una sociedad basada en la explotación, en la opresión y en la dominación. Pero, en los días de hoy, cuando la clase trabajadora está alejada de todas las formas de poder, la dictadura del proletariado es la finalidad primera del partido revolucionario. Al final, solamente con la derrota del capitalismo en nivel mundial, arena sobre la cual se mueve el capital, estarán dadas las condiciones para una sociedad sin clases (y sin Estado).
¿Sería esta obsesión de Marx con el programa, y la dictadura del proletariado, un resquicio sectario y blanquista del siglo XIX? ¿Un obstáculo para la unidad de la clase trabajadora y, así, para la realización de sus fines? No creemos. En respuesta a esas cuestiones, terminamos citando la intervención de Marx en la AIT el 15 de octubre de 1871, cuando él hace un balance de los motivos de la derrota de la Comuna de París. Como veremos a continuación, si es verdad que más vale un paso en el movimiento real que una docena de programas o, dicho de otro modo, de nada sirve un programa que no interfiere en la realidad, de esto no se desprende que un programa es secundario. Por el contrario, sin un programa claro el movimiento real puede desembocar en cualquier lugar. Dice Marx:
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La Comuna no consiguió encontrar una nueva forma de gobierno de clase. Al destruir las condiciones existentes de opresión, transfiriendo todos los medios de trabajo para el trabajador productivo, y así obligando a todos los individuos capaces a trabajar para vivir, la única base para el dominio de clase y la opresión sería removida. Pero antes que tal cambio pudiese ser efectuado, una dictadura proletaria se tornaría necesaria, y la primera condición de eso era un ejército proletario. Las clases trabajadoras tendrían que conquistar el derecho de emanciparse en el campo de batalla. La tarea de la Internacional es organizar y combinar las fuerzas de trabajo para la próxima lucha (MARX, 1992, pp. 270-271).
Como podemos percibir, el programa no es un capricho de Marx. Un programa equivocado conduce a derrotas y, con eso, a la desmoralización y el retroceso de la lucha de la clase trabajadora. Las luchas sindicales y por derechos dentro de la sociedad capitalista son incapaces de resolver de forma definitiva los problemas de la clase trabajadora. Si el socialismo encuentra su posibilidad en las contradicciones objetivas de la sociedad capitalista, no se desarrolla de ella de forma automática y mecánica. Por eso la necesidad de organizarse e intervenir en el curso de los acontecimientos con un programa claro. De la misma forma, es imposible administrar un Estado capitalista, pues este es construido para atender las necesidades de la clase dominante. Por eso, el objetivo programático más general, que rige toda la elaboración de Marx, no es gobernar el Estado capitalista sino destruirlo, y construir la dictadura del proletariado. Solo con la victoria del proletariado en nivel mundial estarán dadas las condiciones materiales para el fin del Estado como órgano de poder y dominación de una clase sobre la otra.
Sacar la dictadura del proletariado del pensamiento de Marx es transformarlo en un amontonado anárquico de informaciones, sin norte, sin finalidad, sin dirección.
Referencias
PLATÓN. Diálogos: Fedro, Cartas, el Primer Alcibíades. Traducción de Carlos Alberto Nunes. Belém: Universidad Federal de Pará, 1975.
MARX, K.; ENGELS, F. Crítica del Programa de Gotha. San Pablo: Boitempo, 2012.
_______. Appendices to the “Universal Society of Revolutionary Communists‘”. En: Marx and Engels, Collected Works , Vol. 10, 1978.
______. Statement To the Editor of the Neue Deutsche Zeitung. En: Marx and Engels, Collected Works , Vol. 10, 1978b.
MARX, Karl. Glosas críticas marginales al artículo “O Rei da Prússia e a Reforma Social”. De um prussiano. En: Revista Práxis n.° 5, Belo Horizonte: 1995.
______. Miseria de la Filosofía. San Pablo: Grijalbo, 1976.
______. La lucha de clases en Francia. San Pablo: Boitempo, 2012.
______. The First International and after: Political writings, Volumen 3. Londres: Penguin, 1992.
Nota
[1] Lassalle fue colaborador de Marx en las revoluciones de 1848 y, posteriormente, se aproximó del futuro emperador de Alemania, Bismarck, y de concepciones reformistas. Murió patéticamente en un duelo en 1864, cuando Marx estaba próximo a romper las relaciones políticas con él.
Traducción: Natalia Estrada.

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