Los mercados financieros tienden a producir
burbujas especulativas. Es como si las necesitaran de vez en cuando.
Desde los famosos tulipanes hasta la manía por empresas tecnológicas de
la vuelta de siglo, pasando por los bonos inmobiliarios de la década
pasada y muchos otros ejemplos; la historia de los mercados de capitales
está repleta de episodios en los que un activo dispara sus precios muy
por encima de niveles racionales y engendra una locura frenética que
lleva a una explosión final.
La burbuja más reciente (y muchos dudaban en llamarla así) fue la de las criptomonedas, encabezadas por la misteriosa bitcoin, cuyo precio explotó hasta casi los veinte mil dólares por unidad, y que a últimas fechas batalla por no caer debajo de los seis mil dólares. Bitcoin ha caído casi 70% desde su nivel más alto, así que es difícil refutar que lo que vimos en esa parte del mercado (y que en estas páginas insistimos) fue una burbuja que ha reventado ya.
Quizá las criptomonedas reboten. Quizá sigan cayendo. Pero ya podemos tomar varias lecciones a partir del trayecto que hemos visto hasta el momento, de esta misteriosa mercancía creada por sabios informáticos.
La primera es que las burbujas especulativas son inherentes a los mercados financieros. Inevitables. Y por tanto, debemos de estar conscientes de ellos para conocer los riesgos y aprovechar las oportunidades. Los hacedores de política económica suelen enojarse cuando se les dice lo siguiente (pero creo que el aserto es correcto): Un ambiente de muy bajas tasas de interés, como las que han prevalecido las últimas décadas, favorece la creación de burbujas. La tasa de interés castiga el riesgo y favorece las apuestas conservadoras. Cuando hay tasas altas, el costo de invertir en apuestas riesgosas se eleva, y cuando están bajas, se incentivan las inversiones en activos cuyo retorno es elevado, pero muy incierto.
El contrafactual de saber si las criptomonedas habrían despegado como lo hicieron en un ambiente de tasas de interés altas no lo sabremos nunca, por definición. Lo cierto es que las criptomonedas fueron creadas y despegaron en un contexto de tasas de interés prácticamente en cero, y conforme las tasas fueron elevándose, la burbuja de las cripto se desinfló. La evidencia, entonces, parece apoyar la idea de que las cripto, como otros activos sujetos a burbujas, son sensibles a la tasa de interés.
Una segunda lección de las criptomonedas es la tremenda eficiencia de los mercados de capitales modernos. A partir de una tecnología novedosa, el blockchain, un recóndito y anónimo informático creó un método para fabricar un émulo de un óbolo, parecido al que existía durante la época del patrón oro: Difícil de falsificar e independiente del poder político. La idea prendió en muchos sectores del mercado, y algunos, incluso, soñaron con una economía global donde bitcoin era la moneda oficial.
La furia con la que las criptomonedas fueron adoptadas por varios sectores y la convicción con la que muchos se adhirieron a esta extraña propuesta, mezcla de economía e informática, muestra lo eficiente que los mercados de capitales pueden ser para adoptar la innovación y proveer su financiamiento. Muestra también lo susceptible que dichos mercados son a los excesos, tanto hacia el alza como hacia la baja.
Pero la lección más reciente ha sido, hasta ahora, la más importante. El dinero es una potestad de príncipes y banqueros. Sólo el Estado y los bancos (con la aquiescencia del Estado) pueden crear moneda de curso legal, sea ésta metálica, en papel, electrónica o virtual. Bitcoin y las otras criptos anhelan un imposible: Ser dinero al margen del Estado y del poder de la banca. Eso no ocurrirá. Difícilmente, esos dos actores cederán su soberanía monetaria a favor de una comunidad de informáticos y de un algoritmo.
Las criptomonedas no han muerto. Quizá habrá un lugar para ellas en la economía global, cuya nueva forma está apenas diseñándose. Quizá la tecnología que la creó, el blockchain, tenga un impacto muy profundo en muchos aspectos de la economía y, seguramente, trascenderá a las cripto. El mercado, por lo pronto, parece estar dictando una sentencia implacable: Los mejores días de las cripto han pasado ya. Hemos visto su vida, pasión y muerte. Y quizá veamos algún día su resurrección.
La burbuja más reciente (y muchos dudaban en llamarla así) fue la de las criptomonedas, encabezadas por la misteriosa bitcoin, cuyo precio explotó hasta casi los veinte mil dólares por unidad, y que a últimas fechas batalla por no caer debajo de los seis mil dólares. Bitcoin ha caído casi 70% desde su nivel más alto, así que es difícil refutar que lo que vimos en esa parte del mercado (y que en estas páginas insistimos) fue una burbuja que ha reventado ya.
Quizá las criptomonedas reboten. Quizá sigan cayendo. Pero ya podemos tomar varias lecciones a partir del trayecto que hemos visto hasta el momento, de esta misteriosa mercancía creada por sabios informáticos.
La primera es que las burbujas especulativas son inherentes a los mercados financieros. Inevitables. Y por tanto, debemos de estar conscientes de ellos para conocer los riesgos y aprovechar las oportunidades. Los hacedores de política económica suelen enojarse cuando se les dice lo siguiente (pero creo que el aserto es correcto): Un ambiente de muy bajas tasas de interés, como las que han prevalecido las últimas décadas, favorece la creación de burbujas. La tasa de interés castiga el riesgo y favorece las apuestas conservadoras. Cuando hay tasas altas, el costo de invertir en apuestas riesgosas se eleva, y cuando están bajas, se incentivan las inversiones en activos cuyo retorno es elevado, pero muy incierto.
El contrafactual de saber si las criptomonedas habrían despegado como lo hicieron en un ambiente de tasas de interés altas no lo sabremos nunca, por definición. Lo cierto es que las criptomonedas fueron creadas y despegaron en un contexto de tasas de interés prácticamente en cero, y conforme las tasas fueron elevándose, la burbuja de las cripto se desinfló. La evidencia, entonces, parece apoyar la idea de que las cripto, como otros activos sujetos a burbujas, son sensibles a la tasa de interés.
Una segunda lección de las criptomonedas es la tremenda eficiencia de los mercados de capitales modernos. A partir de una tecnología novedosa, el blockchain, un recóndito y anónimo informático creó un método para fabricar un émulo de un óbolo, parecido al que existía durante la época del patrón oro: Difícil de falsificar e independiente del poder político. La idea prendió en muchos sectores del mercado, y algunos, incluso, soñaron con una economía global donde bitcoin era la moneda oficial.
La furia con la que las criptomonedas fueron adoptadas por varios sectores y la convicción con la que muchos se adhirieron a esta extraña propuesta, mezcla de economía e informática, muestra lo eficiente que los mercados de capitales pueden ser para adoptar la innovación y proveer su financiamiento. Muestra también lo susceptible que dichos mercados son a los excesos, tanto hacia el alza como hacia la baja.
Pero la lección más reciente ha sido, hasta ahora, la más importante. El dinero es una potestad de príncipes y banqueros. Sólo el Estado y los bancos (con la aquiescencia del Estado) pueden crear moneda de curso legal, sea ésta metálica, en papel, electrónica o virtual. Bitcoin y las otras criptos anhelan un imposible: Ser dinero al margen del Estado y del poder de la banca. Eso no ocurrirá. Difícilmente, esos dos actores cederán su soberanía monetaria a favor de una comunidad de informáticos y de un algoritmo.
Las criptomonedas no han muerto. Quizá habrá un lugar para ellas en la economía global, cuya nueva forma está apenas diseñándose. Quizá la tecnología que la creó, el blockchain, tenga un impacto muy profundo en muchos aspectos de la economía y, seguramente, trascenderá a las cripto. El mercado, por lo pronto, parece estar dictando una sentencia implacable: Los mejores días de las cripto han pasado ya. Hemos visto su vida, pasión y muerte. Y quizá veamos algún día su resurrección.
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