lunes, 20 de agosto de 2018

Una Nueva política de vida y democracia directa


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Una Nueva política de vida y democracia directa


A menudo parece un discurso romántico y demagógico el declararse defensor de la vida, pero la realidad ambiental y social nos va ubicando a los humanistas en esta orilla de defender lo obvio.
Por Julián Orjuela Benavides
A menudo parece un discurso romántico y demagógico el declararse defensor de la vida, pero la realidad ambiental y social nos va ubicando a los humanistas en esta orilla de defender lo obvio. El sentido común del capitalismo que domina las conductas y acciones cotidianas de las sociedades contemporáneas tiene en esencia un sentido antihumano, destructor de la naturaleza y que reivindica la desigualdad como un patrón de reproducción social imposible de ser transformado, porque es lo natural o un mandato divino.
Es común en nuestras conversaciones cotidianas dialogar sobre política y más en un país como Colombia tan convulsionado en este campo. Esto nos lleva, en algunos momentos, a estar en apuros por posturas irreconciliables que son resultado de la longevidad del conflicto armado. Esta tensión binaria no permite que la política sea un espacio de diálogo de ideas, sino un estrado de juzgamiento o un cuartel militar donde se va calificando de bueno o malo dependiendo el juez. Si apoyaste el proceso de paz en Colombia y estás con una familia uribista serás señalado de guerrillero; si estás a favor de la legalización del consumo de marihuana en una familia conservadora, serás marihuanero, o, si eres mujer y estas a favor de la legalización del aborto, eres una asesina de bebés. Muchas veces, a la sociedad colombiana no le interesa comprender sino juzgar, de ahí la resistencia a vivir en paz y respetando la diferencia. 
La política, nos guste o no, hace parte central de nuestras vidas, porque en este campo se define desde el precio del pan, la leche, huevos, hasta el sistema educativo y de salud, la política económica y la forma en que observamos el mundo. Quienes gobiernan pueden decidir lo que aprendemos en las escuelas, vemos en la televisión, la música que escuchamos en la radio e incluso hacen amar u odiar a otros según les favorezca. Un ejemplo es que el común de las personas odia a las guerrillas, pero no dice nada de los paramilitares, que asesinaron casi tres veces más personas que las guerrillas en los cincuenta años de conflicto en Colombia.    
Otros espacios donde la política es central es la vida familiar y laboral. Por ejemplo, una de las preguntas más incómodas que puede hacer un jefe es: ¿eres de izquierda o derecha? O  cuando los suegros lo hacen y pertenecen a orillas distintas del espectro ideológico, tradicionalmente binario, izquierda o derecha. Desde las posibles respuestas a esta pregunta emergen una andanada de prejuicios dicotómicos y en el caso colombiano más extremo: guerrillero-paramilitar, mamerto-fascista, amigo-enemigo, bueno-malo, inteligente-ignorante, libertino-godo, machista-feminista, etc. Esto último desvía la atención sobre lo fundamental, porque las casillas no permiten dialogar y sesgan, finalmente al único que favorece es al que domina, porque nos mantiene divididos sin oportunidad de comunicarnos para comprender, deliberar y transformar si así lo decidimos.   
Por eso la invitación a que conversemos de lo común, más allá de los rótulos de izquierda o derecha; observemos y evidenciemos las preocupaciones comunes, en esos problemas y molestias cotidianas es más fácil hallar lo que nos une, como la cita que no da la EPS, la contaminación de los ríos, el aumento del precio de la gasolina, el aumento de los impuestos, la mala calidad de la educación, la calles sin pavimentar, etc. Si comenzamos por ahí, en vez de confluir desde nuestras posturas ideológicas y partidarias, podríamos encontrar más convergencias. Aunque estas posturas son importantes, inevitables y deseables, en distintas ocasiones nos han aportado más dificultades que soluciones para transformar la realidad. En la izquierda colombiana nos acostumbramos a mantener constancias mientras los niños mueren hambre, porque si llevamos comida eso es asistencialismo y reformismo; nos declaramos los más coherentes y radicales en las huelgas para negociar, mientras las condiciones laborales son cada día más precarias; nos sentimos orgullosos de posturas inamovibles, mientras el contradictor las flexibiliza para no perder el poder; nos aferramos a un lenguaje que solo entendemos nosotros, porque es el políticamente correcto en nuestra secta; nos tiramos puyas entre nosotros porque se nos hace imposible deponer nuestros egos, sin embargo hablamos del colectivo siempre. 
En contravía a lo tradicional, que nos ha hecho perder en política a los ciudadanos decentes, debemos comenzar a construir desde las dificultades comunes para caracterizarlas, describirlas, comprenderlas y compartir los dolores que nos aquejan, para darle un buen diagnóstico y realizar el mejor tratamiento que debe ser construido de la manera más amplia posible. Debemos reconocernos como seres humanos diversos, auténticos e irrepetibles. Los sectores políticos alternativos varias veces hemos interactuado desde los prejuicios ideológicos y muy poco desde las emociones primarias como el miedo, ira, dolor, tristeza y alegría que son bien estimuladas por quienes dominan la sociedad parar mantener el statu quo, es decir, desde sectores tradicionales y conservadores. 
De ahí la importancia de que emerja una política de vida desde la cotidianidad. Por ejemplo, siendo coherente con la o las parejas para tener relaciones sanas sobre la lealtad, verdad y respetando los acuerdos; generar lazos humanos sinceros, fraternos y solidarios con la familia y los compañeros de trabajo… No se puede cambiar el mundo cuando no se está bien con uno mismo y con el círculo social más cercano. Se tiene que pensar la revolución para adentro y para afuera, subvalorar la singularidad ha hecho mucho daño a los hombres y mujeres que han militado en la política por varias razones como la altísima frustración, porque las expectativas de una sociedad socialista son altas para el mundo inequitativo en el que vivimos; el todo vale, porque lo que deseamos construir es mucho más importante moralmente que nuestras relaciones y lo que está a nuestro alrededor; el culto al sacrificio y el dolor como muestra de compromiso político; el dejar todo por las causas “colectivas” que son supremas a una falsa avaricia del individualismo, el no permitirse cambiar de opinión o dudar sobre lo que dicen los compañeros, etc.  
Pero la política también se debe disputar en la superestructura y estructura que plantea Gramsci o en las racionalidades que nos indicaba Foucault, en la construcción de una nueva forma de ver el mundo más solidaria. Por eso propongo hablar desde dos fundamentos básicos para construir colectivamente una sociedad que nos pueda permitir vivenciar el mayor placer posible y generar buen vivir desde la diferencia y diversidad, estos dos fundamentos son la política de la vida y la democracia. El primer fundamento es el cuidado por la casa común, como lo ha señalado el Papa Francisco, y de nuestros ancestros, es decir, que nadie atente contra ese bien colectivo que es la madre naturaleza y que nadie afecte la dignidad de otro para favorecer sus intereses individuales. El segundo fundamento es la democracia directa, porque en ella como humanos usamos ese milagro y fantasía que es razonar, para poder construir en lo comunitario y participar desde el conocimiento, dudando, entendiendo, comprendiendo y dialogando hasta alcanzar colectivamente la mejor idea que favorezca al colectivo, que debe emerger del dialogo más amplio posible.  
Es por eso que, a mi parecer, la política ya no se divide entre izquierda o derecha, sino en política de la vida o de la muerte, entendiendo la política como la ayuda colectiva para lograr el mayor placer y buen vivir posible comunitario y singular. Esto bajo una realidad concreta y es que el desastre medio ambiental ha puesto en entre dicho nuestra continuidad en el planeta por el calentamiento global, desastres naturales, contaminación del agua, deforestación y el desarrollo del capitalismo que ha puesto el dinero por encima de la vida. 
A menudo parece un discurso romántico y demagógico el declararse defensor de la vida, pero la realidad ambiental y social nos va ubicando a los humanistas en esta orilla de defender lo obvio. El sentido común del capitalismo que domina las conductas y acciones cotidianas de las sociedades contemporáneas tiene en esencia un sentido antihumano, destructor de la naturaleza y que reivindica la desigualdad como un patrón de reproducción social imposible de ser transformado, porque es lo natural o un mandato divino.  
Es por eso la invitación a construir una política pragmática que vaya transformando la realidad desde nuestra cotidianidad, pero con metas volantes que permita dar resultados que vayan animando a todos los que van montados en la bicicleta de la trasformación social y en la que se disfrute el camino. Hay que hacer de la política un campo donde la gente la pase bien, se divierta, seguro habrá dificultades, pero con unas sólidas redes sociales se hacen más soportables. La política de la vida y la democracia directa comienza en el encuentro con los otros y la naturaleza, en respetar la palabra del que piensa diferente, en la generosidad para escuchar con mayor atención al contradictor, en expresar lo que se piensa sin ofender al otro y buscando que lo que se dice sea constructivo.  
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