lunes, 1 de octubre de 2018

A la vista de Sochi


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A la vista de Sochi



Tras semanas de amenazas y pronósticos, a los seres humanos que en estos momentos pueblan Idlib les ha sido concedido un aplazamiento en la ejecución de su sentencia. El régimen de Bashar al-Asad y sus patrocinadores rusos no van a arrasar, por ahora, la provincia norteña bombardeándola hasta convertirla en montañas de escombros. Han retrasado, que no cancelado, su ofensiva inicial.
La razón oficial de este no comienzo de hostilidades fue un acuerdo firmado entre Rusia y Turquía, pocos días después de que las conversaciones que incluían a los dos países citados y a Irán parecieran concluir sin concierto alguno.
Las supuestas “conversaciones de paz” de este tipo presentan sus propios peligros, ya que el asesinato masivo en Siria se evitaba o se hacía más probable en función de una conferencia tan sólo integrada por dirigentes autoritarios extranjeros.
En cualquier caso, merece la pena que examinemos el contenido del acuerdo y ver si ofrece alguna causa justificada para el optimismo.
Turquía y Rusia van a patrullar la zona-tampón recién creada en la frontera de la provincia. Esta estipulación trata, en parte, de impedir cualquier brote de violencia no autorizada. Pero el lenguaje del acuerdo contiene otro enfoque: la lucha contra el terrorismo en la provincia de Idlib.
Puede que una leve digresión resulte ilustrativa.
La palabra “terrorismo” ha servido bien al régimen y a sus aliados en el pasado. La intervención directa de Rusia en la guerra siria en 2015, se formuló siempre en términos de actividad contraterrorista aunque, en todo caso, los aviones de combate y las tropas rusas acabaran arremetiendo contra la principal corriente de la oposición. Del mismo modo, el régimen ha tildado persistentemente de “terroristas” a todos sus enemigos internos.
Los ceses el fuego del pasado cayeron en el absurdo a causa del mismo juego de manos lingüístico. Como tales acuerdos contenían una cláusula que permitía a todas las partes continuar combatiendo a los grupos terroristas, la matanza continuó en gran medida sin restricciones y sin cambios. El ejemplo de Ghuta oriental, que dispuso de un inútil alto el fuego antes de ser invadida, atestigua este patrón.
En Idlib, el antiterrorismo performativo exhibe una fachada de apoyo fáctico. Hay'at Tahrir al-Sham (HTS), la organización sucesora del Frente Nusra y sucursal en Siria de al-Qaida, está presente -y plenamente activa- en la provincia.
HTS ocupa una posición central en el acuerdo ruso-turco. En un uso memorable del pasivo, The Guardian informaba que “se espera que los combatientes pertenecientes a HTS evacuen” la zona-tampón y, por último, la provincia. Aún no se sabe con certeza cómo este plan va a venderse a un grupo terrorista con poco respeto por los acuerdos internacionales: el grupo dijo el lunes que haría conocer “pronto” su posición oficial, aunque sus miembros de alto rango han denunciado ya el pacto a nivel individual.
Si HTS insiste en permanecer donde están, la violencia aplazada de un régimen y la ofensiva rusa siguen estando presentes, listas para llevarse a cabo. Faysal Itani ha hecho ver que este punto es más que real al sugerir que las hostilidades pueden reanudarse con ese pretexto si HTS no se evapora antes del 15 de octubre. En esto, el acuerdo de Idlib se asemeja a otros ceses el fuego en Daraa y Ghuta, que se ignoraron o se vinieron abajo invariablemente bajo el peso de una campaña bélica constante.
Hay razones para considerar que este acuerdo es otro ejemplo de prevaricación disfrazada de paz.
No obstante, puede que la ofensiva inmediata se haya aplazado por razones de necesidad práctica. El régimen lleva años sufriendo una escasez constante de efectivos. Sus fuerzas armadas están operando por debajo de su capacidad, teniendo que depender de turbas reunidas por el régimen y milicias de importación y organización extranjeras. Sus hombres están cansados ​​y sus líneas están sobrecargadas. Roy Gutman señala que no es probable que el régimen pueda reunir más de 30.000 soldados para una ofensiva contra una provincia que contiene decenas de miles de rebeldes, muchos de ellos deportados de otros frentes de batalla como parte de acuerdos conseguidos tras rendirse, algunos de los cuales como consecuencia del amplio apoyo turco; además de los yihadistas curtidos en la batalla que la propaganda del régimen tanto destaca.
No sería extraño que la anunciada ofensiva no se produjera. Esta posibilidad queda reforzada por el aspecto señalado por Itani de que es probable que el acuerdo se base en la “convergencia ruso-turca” establecida sobre la base de una “alineación de intereses”. El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, no fue el único en pronosticar un “baño de sangre” en Idlib, pero también encontró su propio nicho global al condenarlo. Impedir la inevitable masacre sirve a los intereses de Erdogan, tanto militar como políticamente.
El régimen de Asad, clientelista de Rusia, tiene sus propias razones para aceptar detener temporalmente su campaña para dominar “cada centímetro” del país, una frase que no sólo hundió los altos el fuego anteriores, sino que demostró ser parte de una estrategia consciente de conquista. Esto se pone en evidencia en los informes de que el acuerdo ruso-turco es una victoria incruenta para el régimen, que incluye facilitar la reapertura de las autopistas M4 y M5, que conectan Latakia y Saraqib, y el sur de Siria y la frontera turca. Estas carreteras, cerradas durante cuatro años, son fundamentales para los planes del régimen de remodelación económica, además de la proyección de su poder político.
Toda esta charla respecto al interés mutuo en evitar la guerra tiene sus límites. La cooperación ruso-turca no impidió la agresión del régimen en contravención de los ceses del fuego del pasado; y el Estado ruso ha demostrado su disposición a reforzar la capacidad de agresión del régimen.
Cortar Siria en pedazos y crear zonas-tampón no puso fin a la violencia en el pasado, simplemente la pospuso. No hay ninguna razón para pensar que este acuerdo tenga más posibilidades de mantenerse que sus predecesores. El patrullaje conjunto de Turquía y Rusia no es garantía de paz. Incluso las áreas bajo la protección directa de Estados Unidos han sido objeto de ataques prolongados y firmes por parte de las fuerzas del régimen y las milicias aliadas. La agresión fundamental del régimen y la falta fundamental de intenciones pacíficas no se ven socavadas por su debilidad ni porque los poderes circundantes adopten una postura temporal de pasividad.
Uno siente la existencia de un trasfondo en el cauteloso optimismo que algunas organizaciones de derechos humanos y de ayuda humanitaria han expresado desde que se anunció el acuerdo: alivio. Ese alivio es auténtico, pero bien poco significa para el futuro del país.
En una guerra que ha durado tanto tiempo ya como la de Siria, que ha llegado a esa etapa de degradación, cualquier resultado que no incluya una masacre en un plazo inmediato, encuentra una positividad nerviosa. Esto es comprensible, pero también es una trampa que hace que una crisis pospuesta parezca un problema resuelto.
James Snell es un escritor británico. Ha colaborado con The Telegraph, National Review, Prospect, History Today, The New Arab y NOW Lebanon, entre otras publicaciones. Twitter: @James_P_Snell.
Fuente: https://www.aljumhuriya.net/en/content/sight-sochi
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