VOX ha sido, es y ojalá siga siendo la formulación más
atractiva y valiente de una rebeldía que venía germinándose tiempo
atrás. En gran media, ha sido y es la respuesta y la protesta contra lo
más caduco y cínico del conservadurismo español contemporáneo, una
derecha permanentemente disfrazada de “centrismo”, e incapaz no ya de
defender intereses, sentimientos y tradiciones plenamente legítimos,
sino de definir y plantear un proyecto político que diera respuesta a la
crisis social, política, intelectual y moral que padece la sociedad
española desde hace varios años.
El nuevo sistema político español tuvo una serie de pecados originales –Estado de las autonomías, partitocracia, hegemonía cultural de las izquierdas, eurofundamentalismo, etc-, a lo que habría que añadir la devaluación de una serie de valores políticos y sociales dignos de ser defendidos, como el patriotismo español y la unidad nacional, pero que quedaron asociados a la parafernalia del régimen anterior. Ni Alianza Popular, ni UCD, ni luego el PP, no digamos Ciudadanos, han logrado no ya someter a una crítica global esta anómala situación, sino elaborar auténticos proyectos regeneradores.
Como denuncié hace ya algunos años en una entrevista, el PP ha sido el obstáculo, el dique fundamental a la hora de consolidar en España un auténtico partido de derechas, cuando ya se veía venir la actual crisis. En ese sentido, el “centrismo” no ha sido otra cosa que la máscara cínica del conjunto del conservadurismo español hegemónico. A lo largo de la tortuosa hegemonía del PP, se afirmaban de cara a unas masas, a las que en el fondo se despreciaba, los valores nacionales, patrióticos, incluso religiosos; mientras que en la vida real se vivía y se actuaba como genuinos “progres”. Se defendía la familia natural; pero se pactaban y consolidaban las leyes de matrimonio gay o las del colectivo LGTBI. Se defendía, retóricamente, la unidad nacional y, en la práctica, se afianzaba el disfuncional Estado de las autonomías y se pactaba plácidamente con los nacionalistas. En su fuero interno, se pensaba y se sigue pensando –pese a ciertos cambios meramente cosméticos- que todo en la vida social había sido desmitificado y que, en rigor, tan sólo quedaba la economía o el pacto permanente con el enemigo; pero en el exterior se seguía manteniendo la fachada patriótica, que, sin ilusiones reales, servía para que todo siguiese igual.
VOX ha sido y es la apuesta más rotunda por la unidad nacional y por los valores genuinamente conservadores. En realidad, es, hoy por hoy, el único partido político español genuinamente regenerador. Ciudadanos y Podemos no han supuesto, en el fondo, alternativa alguna; son la radicalización de todas las patologías inherentes al régimen de 1978. Sólo VOX se ha atrevido a desafiar los consensos básicos. Por ello, resulta absolutamente necesaria su presencia activa e influyente en el campo político español.
El partido verde ha sabido plantear y definir muchos de los factores de la actual crisis nacional; pero su programa me parece excesivamente general y, en algunos casos, poco coherente. Su defensa de la unidad nacional es nítida e inequívoca, lo cual es muy positivo; pero no ha desarrollado todavía un modelo alternativo al Estado de las autonomías; y es que, por desgracia, cuarenta años de hegemonía nacionalista en el País Vasco y Cataluña y sus consecuencias en el resto de España no pasan en balde. Brillan igualmente por su ausencia alternativas al modelo partitocrático. Ni por un momento sus dirigentes parecen haberse planteado otros modelos, como el presidencialismo, la representación de intereses o la democracia participativa, que puedan ser complementarios con el sistema pluripartidista.
Sin embargo, el principal error en el que los dirigentes de VOX han incurrido, como señalo en mi libro VOX entre el liberalismo conservador y la derecha identitaria, es el de su modelo económico. A ese respecto, la construcción ideológica del liberalismo conservador católico elaborada por Francisco José Contreras –buen historiador de las ideas, por otra parte- resulta, desde el punto de vista histórico, insostenible; y, desde el estrictamente político, un grave error. Esa síntesis ideológica me recuerda en más de un aspecto al “sentido reverencial del dinero” propugnado en los años veinte del pasado siglo por Ramiro de Maeztu, sin éxito. Y es que una alternativa semejante, síntesis de liberalismo económico y conservadurismo moral, sólo puede ser funcional en sociedades como Estados Unidos, pero no en Europa, y mucho menos en España.
El neoliberalismo económico supone, a medio plazo, la destrucción de los ya de por sí frágiles vínculos sociales todavía presentes en nuestra sociedad. Y es que, en rigor, conservadurismo moral y neoliberalismo económico, resultan incompatibles. Como ha puesto de relieve Alain de Benoist o el gran liberal que fue Raymond Aron, Friedrich Hayek, pese a sus lúcidas críticas al constructivismo social, no puede ser considerado un pensador de derechas, ni tan siquiera un conservador; es un liberal ultra, cuyos planteamientos económicos traen consigo la destrucción de las tradiciones sociales, el economicismo, el materialismo, el individualismo, la sociedad de mercado y la globalización. Es decir, todo lo que los dirigentes y seguidores de VOX detestan.
Un ejemplo claro de esta incompatibilidad fue la Gran Bretaña de Margaret Thatcher. No sin razón, el lúcido filósofo conservador John Gray ha podido denunciar “la eutanasia del conservadurismo” a manos de la Dama de Hierro”. Significativamente, la activista neoliberal Gloria Álvarez comparte, de hecho, esta interpretación, enfatizando el carácter liberal del proyecto político thatcheriano y sometiendo a una acerada crítica los fundamentos morales y políticos del conservadurismo. Y es que, basado en el individualismo y el economicismo, el neoliberalismo no es más que la aplicación de las leyes de mercado al conjunto de las facetas de la vida humana y, por lo tanto, al conjunto de las relaciones sociales. Por ello, el neoliberal no tiene nada que decir en contra del matrimonio gay, las denominadas familias alternativas, el suicidio, la eutanasia, el comercio de drogas, los vientres de alquiler etc. Como he adelantado, existen otros modelos de liberalismo que, como el defendido por Raymond Aron y otros, defienden el Estado benefactor como dique a la emergencia de la lucha de clases.
Esta contradictoria dependencia del pensamiento neoliberal ha impedido a VOX, al menos por el momento, la asunción de algunos planteamientos filosófico-políticos del comunitarismo, los representados por Michael Sandel, Charles Taylor o Alasdair MacIntyre, contrarios al individualismo a ultranza y a la secularización radical. Igualmente, ha obstaculizado la influencia de alternativas como las que John Gray ha denominado “conservadurismo verde”; y es que, como señala el filósofo conservador, existen grandes afinidades entre el pensamiento de la derecha y la ecología, “la noción burkeana del contrato social (entendido no como pacto entre individuos anónimos y efímeros, sino entre generaciones de los vivos, los muertos y los que están por nacer) y el escepticismo tory acerca del progreso (desde una postura consciente de las ironías y las falsas ilusiones de éste), la resistencia conservadora a las novedades no probadas y a los experimentos sociales a gran escala y, quizá por encima de todo, el principio conservador tradicional según el cual el florecimiento individual sólo puede producirse en el contexto de unos “modos de vida comunes”.
En el mismo sentido, como ya hemos adelantado, VOX carece, hoy por hoy, de un programa económico-social protector que pueda seducir a las clases populares y medias acosadas por la emigración ilegal, la crisis económica y el proceso de globalización.
Sin embargo, creo que hay motivos para la esperanza. En su campaña electoral, Santiago Abascal se encontraba mucho más cerca del discurso nacional identitario y socialmente integrador que del neoliberalismo económico radical. De ahí, creo yo, el éxito electoral de VOX en las elecciones de noviembre. Eses es su horizonte.
Foto: Vox España
El nuevo sistema político español tuvo una serie de pecados originales –Estado de las autonomías, partitocracia, hegemonía cultural de las izquierdas, eurofundamentalismo, etc-, a lo que habría que añadir la devaluación de una serie de valores políticos y sociales dignos de ser defendidos, como el patriotismo español y la unidad nacional, pero que quedaron asociados a la parafernalia del régimen anterior. Ni Alianza Popular, ni UCD, ni luego el PP, no digamos Ciudadanos, han logrado no ya someter a una crítica global esta anómala situación, sino elaborar auténticos proyectos regeneradores.
Como denuncié hace ya algunos años en una entrevista, el PP ha sido el obstáculo, el dique fundamental a la hora de consolidar en España un auténtico partido de derechas, cuando ya se veía venir la actual crisis. En ese sentido, el “centrismo” no ha sido otra cosa que la máscara cínica del conjunto del conservadurismo español hegemónico. A lo largo de la tortuosa hegemonía del PP, se afirmaban de cara a unas masas, a las que en el fondo se despreciaba, los valores nacionales, patrióticos, incluso religiosos; mientras que en la vida real se vivía y se actuaba como genuinos “progres”. Se defendía la familia natural; pero se pactaban y consolidaban las leyes de matrimonio gay o las del colectivo LGTBI. Se defendía, retóricamente, la unidad nacional y, en la práctica, se afianzaba el disfuncional Estado de las autonomías y se pactaba plácidamente con los nacionalistas. En su fuero interno, se pensaba y se sigue pensando –pese a ciertos cambios meramente cosméticos- que todo en la vida social había sido desmitificado y que, en rigor, tan sólo quedaba la economía o el pacto permanente con el enemigo; pero en el exterior se seguía manteniendo la fachada patriótica, que, sin ilusiones reales, servía para que todo siguiese igual.
Hace poco un dirigente del PP, Esteban González Pons, se quitó de una vez la máscara y dijo lo que en realidad pensaba desde el principio: que el nacionalismo español era tan peligroso como el vasco, el catalán o el gallego, y que era preciso subsumir la realidad española en el conjunto europeoHace poco un dirigente del PP, Esteban González Pons, se quitó de una vez la máscara y dijo lo que en realidad pensaba desde el principio: que el nacionalismo español era tan peligroso como el vasco, el catalán o el gallego, y que era preciso subsumir la realidad española en el conjunto europeo. Por fin, el PP mostró su auténtica faz. De esa justa indignación surgió VOX.
VOX ha sido y es la apuesta más rotunda por la unidad nacional y por los valores genuinamente conservadores. En realidad, es, hoy por hoy, el único partido político español genuinamente regenerador. Ciudadanos y Podemos no han supuesto, en el fondo, alternativa alguna; son la radicalización de todas las patologías inherentes al régimen de 1978. Sólo VOX se ha atrevido a desafiar los consensos básicos. Por ello, resulta absolutamente necesaria su presencia activa e influyente en el campo político español.
El partido verde ha sabido plantear y definir muchos de los factores de la actual crisis nacional; pero su programa me parece excesivamente general y, en algunos casos, poco coherente. Su defensa de la unidad nacional es nítida e inequívoca, lo cual es muy positivo; pero no ha desarrollado todavía un modelo alternativo al Estado de las autonomías; y es que, por desgracia, cuarenta años de hegemonía nacionalista en el País Vasco y Cataluña y sus consecuencias en el resto de España no pasan en balde. Brillan igualmente por su ausencia alternativas al modelo partitocrático. Ni por un momento sus dirigentes parecen haberse planteado otros modelos, como el presidencialismo, la representación de intereses o la democracia participativa, que puedan ser complementarios con el sistema pluripartidista.
Sin embargo, el principal error en el que los dirigentes de VOX han incurrido, como señalo en mi libro VOX entre el liberalismo conservador y la derecha identitaria, es el de su modelo económico. A ese respecto, la construcción ideológica del liberalismo conservador católico elaborada por Francisco José Contreras –buen historiador de las ideas, por otra parte- resulta, desde el punto de vista histórico, insostenible; y, desde el estrictamente político, un grave error. Esa síntesis ideológica me recuerda en más de un aspecto al “sentido reverencial del dinero” propugnado en los años veinte del pasado siglo por Ramiro de Maeztu, sin éxito. Y es que una alternativa semejante, síntesis de liberalismo económico y conservadurismo moral, sólo puede ser funcional en sociedades como Estados Unidos, pero no en Europa, y mucho menos en España.
El neoliberalismo económico supone, a medio plazo, la destrucción de los ya de por sí frágiles vínculos sociales todavía presentes en nuestra sociedad. Y es que, en rigor, conservadurismo moral y neoliberalismo económico, resultan incompatibles. Como ha puesto de relieve Alain de Benoist o el gran liberal que fue Raymond Aron, Friedrich Hayek, pese a sus lúcidas críticas al constructivismo social, no puede ser considerado un pensador de derechas, ni tan siquiera un conservador; es un liberal ultra, cuyos planteamientos económicos traen consigo la destrucción de las tradiciones sociales, el economicismo, el materialismo, el individualismo, la sociedad de mercado y la globalización. Es decir, todo lo que los dirigentes y seguidores de VOX detestan.
Un ejemplo claro de esta incompatibilidad fue la Gran Bretaña de Margaret Thatcher. No sin razón, el lúcido filósofo conservador John Gray ha podido denunciar “la eutanasia del conservadurismo” a manos de la Dama de Hierro”. Significativamente, la activista neoliberal Gloria Álvarez comparte, de hecho, esta interpretación, enfatizando el carácter liberal del proyecto político thatcheriano y sometiendo a una acerada crítica los fundamentos morales y políticos del conservadurismo. Y es que, basado en el individualismo y el economicismo, el neoliberalismo no es más que la aplicación de las leyes de mercado al conjunto de las facetas de la vida humana y, por lo tanto, al conjunto de las relaciones sociales. Por ello, el neoliberal no tiene nada que decir en contra del matrimonio gay, las denominadas familias alternativas, el suicidio, la eutanasia, el comercio de drogas, los vientres de alquiler etc. Como he adelantado, existen otros modelos de liberalismo que, como el defendido por Raymond Aron y otros, defienden el Estado benefactor como dique a la emergencia de la lucha de clases.
Esta contradictoria dependencia del pensamiento neoliberal ha impedido a VOX, al menos por el momento, la asunción de algunos planteamientos filosófico-políticos del comunitarismo, los representados por Michael Sandel, Charles Taylor o Alasdair MacIntyre, contrarios al individualismo a ultranza y a la secularización radical. Igualmente, ha obstaculizado la influencia de alternativas como las que John Gray ha denominado “conservadurismo verde”; y es que, como señala el filósofo conservador, existen grandes afinidades entre el pensamiento de la derecha y la ecología, “la noción burkeana del contrato social (entendido no como pacto entre individuos anónimos y efímeros, sino entre generaciones de los vivos, los muertos y los que están por nacer) y el escepticismo tory acerca del progreso (desde una postura consciente de las ironías y las falsas ilusiones de éste), la resistencia conservadora a las novedades no probadas y a los experimentos sociales a gran escala y, quizá por encima de todo, el principio conservador tradicional según el cual el florecimiento individual sólo puede producirse en el contexto de unos “modos de vida comunes”.
En el mismo sentido, como ya hemos adelantado, VOX carece, hoy por hoy, de un programa económico-social protector que pueda seducir a las clases populares y medias acosadas por la emigración ilegal, la crisis económica y el proceso de globalización.
Sin embargo, creo que hay motivos para la esperanza. En su campaña electoral, Santiago Abascal se encontraba mucho más cerca del discurso nacional identitario y socialmente integrador que del neoliberalismo económico radical. De ahí, creo yo, el éxito electoral de VOX en las elecciones de noviembre. Eses es su horizonte.
Foto: Vox España
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