11-S: la información oficial, producto de torturas
La tierra se hunde bajo los pies de la Comisión Nacional Investigadora sobre los Atentados del 11 de Septiembre de 2001. La principal fuente de su Informe –Abu Zubeida, cuyas confesiones fueron producto de tortura– ha pasado a ser considerada oficialmente como carente de valor. Y el agente de la CIA que supuestamente arrestó e interrogó a Zubeida ha reconocido que todo fue inventado
Kevin Ryan/Red Voltaire
Washington, DC, Estados Unidos. Las
audiencias de confirmación de John Brennan, seleccionado por Barack
Obama y ratificado por el Senado para dirigir la CIA (Agencia Central de
Inteligencia estadunidense), fueron el “tema del momento”. Sin embargo,
otro tema vinculado a esa nominación ha sido ampliamente ignorado por
los medios de difusión en Estados Unidos. Se trata de la historia de Abu
Zubeida, cuyos supuestos testimonios –obtenidos bajo tortura cuando
Brennan dirigía el Centro de Amenazas Terroristas de la CIA– sirvieron
de base a la versión oficial de los hechos del 11 de septiembre de 2001.
Hace poco tuve la oportunidad de
reunirme con Lee Hamilton, exvicepresidente de la Comisión Nacional
Investigadora sobre los Atentados del 11 de Septiembre sobre los ataques
terroristas contra Estados Unidos. Lo interrogué sobre la nueva
posición del gobierno con respecto a Abu Zubeida y sobre los graves
problemas que ese brusco cambio implica para el Informe de la Comisión sobre el 11 de septiembre.
Zubeida se encuentra inmerso en un
proceso de cuestionamiento respecto de la versión oficial sobre los
ataques del 11 de septiembre de 2001. Bajo el mando de Brennan,
importantes pruebas contra Al Qaeda se obtuvieron gracias a las
numerosas torturas que la CIA infligió a Zubeida, con un mínimo de 83
simulaciones de ahogamiento, periodos en los que se le mantenía colgado
del techo completamente desnudo, proyecciones violentas contra una pared
de concreto y otros métodos experimentales igualmente atroces. Sin
embargo, desde septiembre de 2009, el gobierno de Estados Unidos ha
afirmado que Zubeida nunca fue integrante de la organización Al Qaeda ni
estuvo vinculado a esa organización. Así que no podía conocer la
información que la Comisión sobre el 11 de septiembre le atribuye.
Desde el inicio de nuestra
conversación, Lee Hamilton me dijo que le costaba trabajo acordarse de
Zubeida. Esa pérdida de memoria resulta extraña porque, en 2008,
Hamilton escribió un artículo en el diario The New York Times con
el presidente de la Comisión, Thomas Kean, para describir cómo la CIA
estaba poniendo trabas a la investigación sobre el 11 de septiembre. Y
aquel artículo contenía precisamente numerosas referencias a Zubeida.
Afirmaba que “desde junio de 2003 [la Comisión] había pedido todos los
informes de inteligencia sobre estos vastos temas que se habían obtenido
durante los interrogatorios [realizados] a 118 individuos designados
por sus nombres. Estos últimos incluían a la vez a Abu Zubeida y a Abd
al-Rahim al-Nashiri, dos importantes agentes de Al Qaeda”. Kean y
Hamilton escribieron que “en octubre de 2003 [enviaron] una nueva oleada
de preguntas al director jurídico de la CIA. Una serie de ellas incluía
decenas de preguntas específicas sobre esos informes, entre ellos los
que tenían que ver con Abu Zubeida”.
Los pedidos de la Comisión sobre el 11
de septiembre tendrían que haber provocado la publicación de archivos
rebosantes de revelaciones. En efecto, cuando John Brennan estaba a
cargo de la dirección del Centro de Amenazas Terroristas de la CIA, esa
agencia filmó las sesiones de tortura de las que fueron objeto Zubeida y
otras personas. Con toda intención, la CIA maniobró posteriormente para
ocultar aquella información a la Comisión sobre el 11 de septiembre. Es
casi seguro que John Brennan y George Tenet, el entonces director de la
CIA, estaban implicados en las decisiones que tuvieron que ver con esa
obstrucción. Los dos habían trabajado en estrecha colaboración durante
años. Como jefe de la estación de la CIA en Arabia Saudita, Brennan
estaba frecuentemente en comunicación directa con Tenet, con lo que
evitaba la habitual cadena de mando. En aquella época, y en lo que
parecía ser un favor que se hacía a los sauditas, la jerarquía de la
Agencia evitó que los analistas de la CIA se interesaran por las
relaciones entre Arabia Saudita y los extremistas árabes. Visiblemente,
Brennan y Tenet tenían tendencia a proteger a ciertos individuos
sospechosos de terrorismo, mientras ocultaban el tratamiento que la CIA
reservaba a otros sospechosos.
Se ha revelado que en 2005, cuando
Brennan dirigía el Centro Nacional de Contraterrorismo, la CIA destruyó
las grabaciones en video de las torturas, en la mayoría de las cuales
aparecía Zubeida. Al explicar la obstrucción de la CIA, Hamilton
escribió: “La Agencia nunca reveló que se hubiese grabado ningún
interrogatorio ni haber estado en posesión de ninguna otra información
pertinente, bajo ninguna forma. Insatisfechos ante aquella respuesta,
llegamos a la conclusión de que teníamos que interrogar nosotros mismos a
los detenidos, como Abu Zubeida y otros prisioneros más”.
Es decir, que en 2008, Lee Hamilton
recordaba muy claramente que, por dos veces al menos, le había
solicitado a la CIA información específica sobre Zubeida y que lo había
hecho de manera potencialmente litigiosa. Al no recibir aquella
información, Hamilton solicitó a la CIA una autorización para
interrogarlo directamente. La Agencia no se limitó a rechazar ese
pedido, sino que además negó también a la Comisión el acceso a los
interrogadores que habían obtenido, mediante la tortura, el supuesto
testimonio de Zubeida. Sin embargo, a pesar de tan memorables negativas,
Hamilton parece haber olvidado todo lo concerniente a este hombre, con
excepción de su impresión de que no había tenido un gran papel en el Informe de
la Comisión sobre el 11 de septiembre. En efecto, Hamilton me declaró
que sus “recuerdos son un poco borrosos sobre ese sujeto, pero la
información que obtuvimos gracias a él no era determinante en nuestro
informe”.
Entre las posibles razones de la súbita y poco convincente amnesia
de Lee Hamilton pudiéramos citar el hecho de que el gobierno de Estados
Unidos desistió hace poco de sus acusaciones en contra de este
“detenido”, a quien Estados Unidos ha mantenido en la cárcel durante 11
años sin presentar cargos en su contra. El resultado de la nueva
posición es la aparición de una serie de distorsiones en el Informe de
la Comisión sobre el 11 de septiembre, lo cual implica una evidente
necesidad de revisar dicho documento.
Por ejemplo, en respuesta al pedido de
hábeas corpus presentado por los abogados de Zubeida, el gobierno
declaró que no podía sostener que esa persona “haya desempeñado un papel
directo o que haya tenido conocimiento previo de los ataques
terroristas del 11 de septiembre de 2001”. En esa misma respuesta, el
gobierno afirmó que tampoco podía acusar a Zubeida de haber sido
“integrante de Al Qaeda [o de haber sido] formalmente identificado como
[alguien] que era parte de esa organización”. Pero la nota 35 del
“capítulo quinto” del Informe de la Comisión Nacional sobre los
Ataques Terroristas en los Estados Unidos afirma exactamente lo
contrario. Según dicha nota, “Abu Zubeida, quien trabajaba estrechamente
con la dirección de Al Qaeda, declaró que inicialmente KCM [KhalId
Sheikh Mohammed] presentó a [Osama] Bin Laden una versión en menor
escala del plan del 11 de septiembre y que este último exhortó a KCM a
ampliar la operación con el siguiente comentario: ‘¿por qué utilizar un
hacha cuando usted puede utilizar un bulldozer?’”. Según esa frase, Abu Zubeida tenía un conocimiento más bien amplio e íntimo de Al Qaeda…
Durante nuestra conversación le recordé a Lee Hamilton que Abu Zubeida aparecía mencionado más de 50 veces en el Informe
de la Comisión sobre el 11 de septiembre. Le recordé también que los
supuestos testimonios de Zubeida, obtenidos bajo tortura, sirvieron de
base a la versión oficial del 11 de septiembre. Lo mismo sucedió con las
declaraciones que los torturadores arrancaron a Khalid Sheikh Mohammed y
a Ramzi ben al-Chaiba, ambos inicialmente identificados por Zubeida
como personas implicadas en los ataques. En la construcción del
trasfondo de la leyenda oficial de Al Qaeda, el informe de Hamilton
calificó a Zubeida como “vinculado a Al Qaeda”, “aliado desde hacía
mucho tiempo de Bin Laden” y “lugarteniente de Bin Laden”. A pesar de
esas importantes referencias, Hamilton me aseguró que simplemente no
lograba acordarse de Zubeida, pues sus “recuerdos sobre ese hombre
[eran] verdaderamente borrosos”.
Para refrescarle aún más la memoria,
le recordé a Hamilton que su informe citaba nueve fechas diferentes de
interrogatorios realizados a Abu Zubeida. En respuesta, Hamilton me
declaró que todavía tenía que “hacer un gran esfuerzo de imaginación
para acordarse” de aquel hombre. Si Hamilton hubiera leído mi artículo
sobre Zubeida (enviado más de 1 semana antes de nuestro mutuo acuerdo
para reunirnos y 11 días antes de nuestra conversación), habría
recuperado fácilmente la memoria. Su incapacidad para hacer un esfuerzo
de imaginación sobre este personaje me recordaba la excusa sobre la
“falta de imaginación” que la Comisión utilizó cuando propuso una
explicación global del 11 de septiembre de 2001.
En este momento, el gobierno de
Estados Unidos ya no sostenía que Zubeida tuviera algo que ver con Al
Qaeda y afirmaba que este hombre nada sabía sobre los atentados del 11
de septiembre. Así que le pregunté a Hamilton si podía explicar cómo es
posible que Zubeida supiera sobre Al Qaeda todo lo que se afirma en su Informe. Con un simple “no”, Hamilton me sugirió que esas contradicciones no le molestan.
Nuestra conversación nos llevó después
a la reciente condena de cárcel contra John Kiriakou, quien fue
director de las operaciones de contraterrorismo de la CIA en Pakistán
después del 11 de septiembre. Fue al parecer Kiriakou quien capturó a
Zubeida y le aplicó los primeros interrogatorios. Es interesante señalar
que la historia de Kiriakou ha ido evolucionando, como la historia
oficial sobre Abu Zubeida. Según fuentes bien informadas, “ahora [cuando
se habla de Zubeida] Kiriakou reconoce con cierto desenfado que en
realidad lo inventó todo”.
A partir de ahí Kiriakou ha sido
aclamado como un “soplón” (whistle blower). Hace poco declaró que John
Brennan era una opción desastrosa para [ocupar el puesto de] director de
la CIA ya que había adoptado la tortura [como fuente de información de
inteligencia]. Kiriakou declaró que conocía a Brennan desde la década de
1990 y que había trabajado para él dos veces. Como hizo notar Kiriakou,
cuando estuvo en la CIA, Brennan “debió estar estrechamente implicado
no necesariamente en la aplicación de métodos de tortura sino en las
políticas, en las políticas de tortura”. Todo parece indicar, por
consiguiente, que Brennan sería una opción particularmente mala para
dirigir a la CIA. Pero hoy resulta evidente que los individuos que
estuvieron implicados en la tortura no tendrán que responder por sus
actos, como tampoco tendrán que hacerlo los que utilizaron testimonios
arrancados mediante tortura en la redacción de informes falsos.
Por esos mismos días tuve también la
oportunidad de reunirme con Brent Mickum, el abogado de Abu Zubeida. Al
contrario de Lee Hamilton, el abogado Mickum fue muy directo y
convincente. La información que posee sugiere que Zubeida fue víctima de
acusaciones falsas desde el principio. Mickum piensa que puede haber
razones alternativas que explicarían por qué se escogió a su cliente
para ser la primera víctima experimental de la tortura (a pesar de que
no apoyaba el asesinato de inocentes ni los atentados suicidas y de que
había rechazado repetidamente convertirse en integrante de Al Qaeda).
Mickum espera que este año se produzca una presentación de cargos en
contra de su cliente, pero no se imagina de qué puede acusársele. Ya no
hay pruebas que respalden las alegaciones según las cuales Zubeida, de
alguna manera, conspiró con Al Qaeda. Por otro lado, las autoridades no
pueden incluirlo en la categoría de “enemigo combatiente”, conforme a la
Military Commissions Act de 2006, cuando saben que Zubeida fue
capturado y torturado varios años antes de la promulgación de esa ley.
Con esos elementos en mente, le
pregunté a Lee Hamilton si debiera permitirse que Abu Zubeida cuente su
propia versión de lo sucedido, ya que se ha demostrado que la detención
arbitraria y las torturas de las que fue objeto se basan en mentiras.
Hamilton me respondió que no adoptaría posición alguna sobre ese tema,
de ninguna manera. Esa negativa es una razón más para sospechar que este
hombre (Hamilton) no dirá nunca la verdad sobre el uso, por parte de la
Comisión Nacional Investigadora sobre los Atentados del 11 de
Septiembre, de testimonios que no eran dignos de confianza por haber
sido obtenidos a través de tortura.
Aunque en numerosas ocasiones Lee
Hamilton ha declarado públicamente que considera que la tortura es
inmoral y que Estados Unidos debe oponerse a ella con firmeza, sus actos
y su trabajo indican lo contrario. En efecto, la contradicción
flagrante ante la que Hamilton se encuentra actualmente es que en
realidad el Informe de la Comisión sobre el 11 de septiembre
constituye el argumento supremo para justificar el uso de la tortura.
Porque, después de todo, sin los supuestos testimonios que obtuvieron
los torturadores de Abu Zubeida y de los individuos supuestamente
identificados por él (sobre todo Khalid Sheikh Mohammed y Ramzi ben
al-Chaiba), el informe de Hamilton contendría pocos elementos
probatorios. Por lo tanto, ahora que el gobierno de Estados Unidos
encuentra tantas dificultades para inculpar a Zubeida, después de haber
desmentido sus supuestos vínculos con Al Qaeda, ese Informe debería ser cuestionado independientemente de las acusaciones que se pronuncien finalmente.
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