Las nuevas tendencias de violencia contra periodistas en México
22. marzo, 2013
Jorge Luis Sierra *
Del mismo modo que los gobiernos
corruptos que se sienten amenazados por las investigaciones
periodísticas, los grupos criminales mexicanos están tratando de
silenciar a los medios de comunicación o de convertirlos en caja de resonancia para sus intereses durante los enfrentamientos entre sí o con las fuerzas federales.
No hay todavía ninguna estrategia por
parte de los medios o del gobierno federal que sea efectiva para
erradicar esta tendencia. Los grupos de la delincuencia organizada
mexicana han aplicado con éxito la política de silenciamiento en
regiones enteras del país sin que haya nadie que la contrarreste.
En Tamaulipas, por ejemplo, los
diarios locales han abandonado la práctica de publicar información sobre
la violencia en sus localidades, porque eso les puede atraer la
animadversión de las bandas criminales. Los tuiteros ciudadanos
están tratando de cubrir ese vacío informativo con datos sobre la
violencia, pero ya están recibiendo amenazas de la delincuencia
organizada. El silenciamiento criminal ahora va dirigido también hacia
los ciudadanos y las redes sociales.
En los últimos meses, esa política de
silenciar o controlar a los medios pasó de Tamaulipas a Veracruz y
Coahuila, a donde se ha trasladado el conflicto armado entre Los Zetas y
el Cártel del Golfo, apoyado por los cárteles del Pacífico, la Familia
Michoacana y Jalisco Nueva Generación. Los cuatro casos de desaparición
de periodistas en 2012 ocurrieron en zonas de enfrentamiento entre esas
organizaciones rivales: dos en Veracruz, uno en San Luis Potosí y otro
en Tamaulipas.
Esa movilidad de la violencia tuvo un
efecto duro para los periodistas veracruzanos, quienes vieron inermes
cómo seis colegas murieron asesinados y dos fueron desaparecidos. El
impacto arrojó también al éxodo a reporteros hacia otras entidades del
país, incluso hacia Estados Unidos. Según cifras de la Comisión de
Derechos Humanos del Distrito Federal, 15 periodistas o sus familiares
abandonaron Veracruz en 2012 y se refugiaron en la Ciudad de México.
El hecho de que la ola de asesinatos y
desapariciones de informadores en Veracruz haya dejado de ocurrir
después de las elecciones locales de julio de 2012 fue acaso un
indicativo de las posibles conexiones entre la violencia criminal y la
violencia electoral en el estado. La experiencia reciente es que ambos
tipos de violencia se unen cuando grupos de narcotraficantes intentan
influir en el resultado de los comicios a nivel municipal o estatal.
En los contextos electorales, el
asesinato de periodistas puede ocurrir como una forma de dañar el
prestigio de la fracción política gobernante y así ejercer presión ante
la proximidad de las elecciones.
Esto cambiaría por completo los
parámetros futuros de cobertura electoral en el país, pues los
periodistas deberemos tomar en cuenta la contaminación de los procesos
con una mezcla de intereses políticos, económicos y criminales que
actúan con relativa impunidad y constituyen un factor de riesgo.
Ahora el foco de la violencia
se ha trasladado hacia la Comarca Lagunera, en la zona Norte del país,
donde Los Zetas y el Cártel de Sinaloa están disputando, palmo a palmo, el control del territorio.
Las bandas de la delincuencia
organizada mantuvieron una presión exacerbada contra periodistas durante
2012 y lo que va de 2013. Esa presión incluye amenazas de muerte,
secuestros, golpes, desapariciones forzadas, asesinatos y ataques con
granadas y armas de alto poder contra oficinas e instalaciones de medios
de comunicación.
En el caso de Coahuila, los grupos
criminales empezaron a realizar secuestros al azar de empleados de los
medios locales para obligar a éstos a cubrir incidentes a su
conveniencia o satisfacción. Esto puso en evidencia que no sólo
reporteros y editores estaban en riesgo, sino que también personal
administrativo y de producción. Según testimonios de periodistas
locales, las amenazas provenientes de la delincuencia organizada se
extendieron a todos los medios de comunicación de Torreón y Saltillo.
La experiencia en Torreón indica el
riesgo de que el secuestro intimidatorio de periodistas se convierta en
una tendencia en otras regiones del país, en la medida en que la
confrontación entre grupos criminales, y de éstos contra las fuerzas
federales, abarca a casi todos los estados del Golfo de México, la
Comarca Lagunera y la región de Occidente.
En el caso de los medios de
comunicación de Torreón, las amenazas de la delincuencia organizada se
han concretado en el secuestro de periodistas o de empleados que salen o
entran de las instalaciones de los medios. Los grupos criminales
secuestran a los periodistas con el fin de que sus medios publiquen
noticias a modo del grupo de interés. Los grupos rivales responden con
el secuestro y golpes contra los periodistas que firmaron las notas y
publicaron la información conveniente al grupo rival. Por lo menos uno
de los incidentes de secuestro en Torreón ocurrió debido a la cobertura
forzada que pretendía uno de los cárteles, descontento por el traslado
de internos vinculados de un penal de Torreón a otro ubicado en Gómez
Palacio, Durango.
Eso ha provocado que los periodistas
se vean obligados a trabajar desde sus casas para evitar el secuestro si
se aventuran a salir a la calle. Los grupos criminales controlan de esa
manera la actividad periodística por medio de tácticas de terror.
Dichas tácticas también varían según
el grupo criminal, y eso es algo que han tenido que aprender los
periodistas para sobrevivir.
El Cártel del Golfo, por ejemplo, no
permite la publicación del nombre de narcotraficantes –sean amigos o
rivales– que mueren en enfrentamientos o son asesinados. Según
periodistas de esa entidad, este grupo criminal pretende mantener la
imagen de “paz relativa” en sus zonas de control, aunque de hecho
ocurran enfrentamientos con Los Zetas o unidades militares, navales o de
la Policía Federal.
A decir de reporteros de la zona, las
tácticas de los miembros del Cártel del Golfo son siempre agresivas
hacia los medios, con amenazas y golpes contra reporteros que no
obedecieron las órdenes para cubrir eventos de su interés.
Esta hostilidad es, en realidad, una
forma de contacto común entre grupos criminales y periodistas en el
país. Las bandas delictivas presionan sistemáticamente a los periodistas
locales por medio de llamadas telefónicas, mensajes de texto o correos
electrónicos.
Periodistas de Tamaulipas reportan que
Los Zetas han llamado a “reuniones” de reporteros de la fuente
policiaca de Nuevo Laredo para conminarlos a colaborar con ellos a
cambio de prebendas. Los colegas que se rehúsan a colaborar con es grupo
criminal prefieren dejar la fuente de policía, cambiar de medio y, en
ocasiones, abandonar la ciudad.
Según testimonios de reporteros de
Michoacán, el grupo Los Caballeros Templarios organiza conferencias de
prensa en las que se presentan como empresarios del estado interesados
en aumentar su inversión e informar a los medios. Cuando ya tienen
reunidos a los periodistas, entonces los supuestos empresarios revelan
su identidad como criminales y expresan a los comunicadores que,
colaboren o no, “de todas formas ya están sentenciados a morir. La única
diferencia –según los testimonios– es que los que acepten colaborar
vivirán más tiempo”.
Ése es el terror que enfrentan los
periodistas de las zonas afectadas, principalmente ubicadas en zonas
alejadas, de difícil acceso o donde hay debilidad institucional.
En las entidades donde el
enfrentamiento entre grupos rivales del narcotráfico es menor, los
grupos criminales se limitan a dejar mensajes o mantas para que sean
divulgadas en los medios de comunicación.
La falta de unidad entre medios y
periodistas para enfrentar de manera organizada los ataques provenientes
de funcionarios corruptos, grupos de poder u organizaciones criminales
puede ser un factor de riesgo para los informadores.
El mayor número de ataques con armas
de fuego o explosivos contra instalaciones y oficinas de medios de
comunicación ha ocurrido en Coahuila, Tamaulipas y Nuevo León, estados
donde existe una confrontación aún no resuelta entre el Cártel del
Golfo, Los Zetas y células de otras organizaciones de narcotraficantes
provenientes de otras partes del país, y en donde el gobierno federal ha
ocupado principalmente a las fuerzas militar y naval en contra del
narcotráfico y otras expresiones de la delincuencia organizada. En 2012,
las instalaciones de Televisa Matamoros y El Mañana, de Nuevo Laredo, sufrieron dos ataques cada uno. Las instalaciones de El Expreso de Matamoros y Hora Cero también fueron víctimas de ataques semejantes. El Norte,de
Monterrey, experimentó tres agresiones, y la Distribuidora de
Publicaciones, SA de CV, sufrió un incendio presuntamente provocado. Un
total de 38 medios de comunicación en el país sufrieron ataques en 2012.
El Siglo de Torreón registró tres agresiones consecutivas en los primeros meses del año. El Diario de Juárez y las oficinas del Canal 44 local también sufrieron ataques con armas de fuego.
Este conjunto de experiencias
recientes revela que las tácticas de uso de explosivos o secuestros
aleatorios en operaciones de intimidación y control de medios de
comunicación están aplicándose de manera sistemática. Este uso de
explosivos, aunque no ha resultado en la muerte o daño masivo de
empleados de los medios atacados, podría ser el preámbulo de ataques
terroristas de una magnitud mucho mayor si no se define una política
gubernamental diseñada específicamente para prevenirlos a través de sus
sistemas de inteligencia o la coordinación con los medios de
comunicación.
El predominio de agresiones hacia
reporteros y editores que trabajan para medios locales en poblaciones
relativamente pequeñas y donde está registrada una alta actividad de
grupos criminales, hace pensar en la necesidad de que autoridades
federales, estatales y municipales trabajen con una intensidad y niveles
de cooperación no observados hasta el momento para proteger a los
comunicadores, prevenir futuros ataques en su contra y sancionar a los
presuntos responsables.
*Especialista en Fuerzas Armadas y
seguridad nacional; egresado del Centro Hemisférico de Estudios de la
Defensa, de la Universidad de la Defensa Nacional en Washington
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